Entrevista

Juan Luis Landaeta: versos que traspasan fronteras

No llega a los 30 años de edad y ha publicado dos poemarios en Estados Unidos. Juan Luis Landaeta es un maracayero dedicado a las artes. Su obsesión por el trazo lo lleva, por igual, a escribir y dibujar. No le teme a la página en blanco, tampoco a prosperar en Nueva York, una ciudad en la que el anonimato es ley

Fotografías: Kathy Boos
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Habla sin reservas. Ofrece detalles con la misma destreza con la que produce un poema. Juan Luis Landaeta es prolífico –toca madera–, jamás ha debido enfrentarse al desespero o la obligación de la página en blanco. No padece la escritura. La disfruta. Es su oficio y su arte; no desde ahora sino desde que tiene conciencia.

Aclara, subraya y bromea. Cuenta su vida en orden cronológico, sin que ninguna etapa quede por fuera. No sería justo para con su historia. Cada paso del proceso lo llevó a donde está: es un maracayero en Nueva York, que publica poemarios en Estados Unidos –cuando aún no lo ha hecho en Venezuela–, compone música y es director creativo en un estudio de media content llamado The Vert, una división de historias originales de la productora The Elevator.

Una mezcla de casualidad, destino y, sobre todo, talento le hizo dar el salto de Caracas a la ciudad de los rascacielos.

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“Habitar es recorrer lo conocido”, reza uno de sus poemas. Él recorre de memoria los jardines de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), donde se licenció en Derecho en enero de 2013. Sin embargo, no se trata de un abogado prestado a las artes, al contrario, para él lo conocido es lo segundo: “Desde que tengo conciencia, siento una inclinación por todo lo que después uno descubre que es el arte. En mi casa no hubo ningún tipo de represión, pese a que no había intelectuales. No crecí con una biblioteca en la sala o con mi papá leyendo Las mil y una noches o a Borges”. En su hogar, más bien, habrían estado de acuerdo con la academia sueca del Nobel, que este año otorgó el galardón de literatura al músico Bob Dylan. Las letras a las que este joven poeta se acercó siendo aún un niño estaban en las canciones. “Había una presencia muy importante de la música y de lo que la música decía. Toda esa literatura que no había escrita, era una literatura sonora. Se creó en mí una configuración emocional que me demostraba que todo eso tenía validez, que la gente se enamoraba a través de canciones, que evocan recuerdos, y causan alegría, tristeza o reflexión. De pronto, todo lo que no venía de un ambiente intelectual lo generaba un ambiente profundamente emocional”.

Esas emociones tomaron forma en dos libros publicados en Estados Unidos: La conocida herencia de las formas, presentado con la casa editorial Ígneo en 2016, y Litoral central, publicado en 2015 con Sudaquia Editores.

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Sin profetizar

El arte no era algo menor o un pasatiempo. Landaeta empezó en el mundo de las letras siendo adolescente, fue cuando comenzó a escribir con conciencia del lenguaje. El primer careo en el que participó lo organizó la Casa de las Letras Andrés Bello que abrió un concurso de poesía liceísta en 2006. Tenía 17 años –nació el 29 de diciembre de 1988– y resultó seleccionado. Tuvo que viajar a Caracas a leer sus textos en voz alta. “No existía la pena. En esto yo siempre he sido un desvergonzado. Además, había algo de impostura porque siempre sientes que lo que estás leyendo no lo escribiste tú”, alega quien no tenía de qué esconderse. Al contrario, Landaeta opina que si hay constreñimiento puede ser porque no se está convencido de lo que se está haciendo, y eso a él siempre lo traído sin cuidado. Nunca cupo la duda, insiste.

“Siempre escribo, hasta el sol de hoy. Nunca he sentido que haya una manera distinta de estar vivo. No he vivido el terror, ni la obligación de la página en blanco”.

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Más tarde, llegó a Caracas a estudiar Derecho buscando algo que se conciliara con sus intereses artísticos, y que le permitiera mudarse a la que era en aquel entonces su Nueva York: “No reniego de haber estudiado Derecho, pero mi interés era irme a Caracas, no específicamente la carrera”. Tanto concilió que en 2008 resultó ganador del I Concurso de Poesía y Cuento de la Escuela de Derecho de la UCAB con Comercio Carnal. Ya se le descubría un acercamiento a un aliento, una voz y una manera de versificar. En 2009 recibió una Mención de Honor en el III Premio Nacional Universitario de Literatura por el libro Destino del Viento, y en 2011 con La conocida herencia de las formas recibe una mención especial en el I Premio Nacional de Poesía Eugenio Montejo. El plan era que los dos últimos fuesen publicados en Venezuela a raíz de los reconocimientos, pero siempre hubo una crisis: bancaria, de papel o de financiamiento.

La conocida herencia de las formas tenía al amor como objeto. Era un libro tangencial. Landaeta estaba escribiendo de otros asuntos cuando se dio cuenta de que la historia estaba ahí. Explora el acercamiento entre dos personas; pero el autor asevera que no se puede honrar a un libro describiéndolo, “menos al tratarse de poesía porque siempre está el tufillo de lo cursi y más si uno dice que es un libro sobre el amor con una visión abstracta del erotismo, eso es decir tanto como nada”.

Material no le ha faltado. Cada texto es resultado de un proceso consciente de descubrimiento. Escribe a mano y no transcribe al momento, sino al final de año. El cierre de 2016 lo pone frente “a un montón de libretas” que le revelarán lo hecho durante los últimos 365 días. “Eso no quiere decir que yo no tenga noción, la mayoría de las veces, de que estoy escribiendo algo. Por ejemplo, acabo de terminar un libro que se va a llamar Osamenta. Yo sabía que lo estaba escribiendo porque tenía unas ideas asociadas y las busqué, pero es probable que ahora me encuentre con muchas más cosas, ensayos, cuentos, anotaciones. Transcribo todo, después elijo. Lo que sí suelo hacer para agilizar es transcribir primero lo escrito en verso”.

El hábito del manuscrito lo asocia con su pasión hacia el bosquejo. A sus casi 28 años, sostiene no saber distinguir entre dibujar y escribir. Indaga sobre la estética del trazo y el gesto escritural. No es un gesto anacrónico, investigó y descubrió que en la poética asiática, particularmente en la japonesa, los escritores acompañaban sus textos con ilustraciones o sus ilustraciones con textos. “Por qué un cuadro de Kandinski te conmueve si son triángulos y círculos y colores. Henri Michaux decía que cuando escribía o pintaba lo que hacía era atender frecuencias mentales y que esa frecuencia y ese ritmo podían terminar siendo un dibujo o un escrito”.

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La movida en Nueva York

Su andar es un viaje. Estudió Derecho buscando dar el salto de Maracay a Caracas y, luego, se fue a Nueva York para superar una muerte. Su padre falleció cuando él tenía 15 años y terminó de criarlo Blanca, la esposa de este.

Su graduación de la UCAB coincidió con la enfermedad de la madre adoptiva: “Todo eso fue muy, muy, muy rápido. Esto le metió un tono muy extraño a mi vida porque si bien tenía a mi mamá biológica mi hogar era con Blanca. Empezó a latir en mí un pulso, una intuición de que me iba a quedar solo. Yo no era su hijo biológico y no tenía ningún derecho sobre las cosas, ni nada”. Era 2013, en ese momento Hugo Chávez seguía siendo presidente del país y mucho se especulaba sobre la enfermedad que se fue a tratar a Cuba. “Llegué a ejercer el Derecho y el que era mi jefe me dijo que me tenía que ir del país. Yo nunca había salido de Venezuela, mi inglés era bastante precario y yo creo que no había visto un billete de 50 dólares en toda mi vida. Que viniera un tipo a decirme que me tenía que ir a estudiar a Estados Unidos para mí era absolutamente surreal. Si tenía problemas económicos en bolívares, imagínate meterte en problemas económicos en dólares; pero le hice caso, porque el panorama pintaba feo”.

Entre octubre y diciembre de 2012 hizo lo que a la mayoría le toma un año. Se preparó para el Toefl y el test GRE (Graduate Record Examinations). El 4 de enero de 2013 aplicó para el máster de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Nueva York (NYU por sus siglas en inglés), y el 14 de enero para el mismo programa en la Universidad de Iowa. Primero lo aceptaron en Iowa, pero dejó pasar la oportunidad porque Blanca seguía con vida. El 7 de mayo recibió un correo de NYU, informándole que había sido admitido, para entonces ya nada lo ataba a Venezuela. “De mi salón, yo era el que nunca había ido a ningún lado, el que no había ido de vacaciones a Aruba, ni aprendido inglés en un campamento en Vermont, el que no había perdido su virginidad fumando marihuana en Nebraska, el que no conocía Miami. Ese individuo era de pronto el que se iba a ir a Nueva York”. Contó con mucha ayuda para poder llegar, no tuvo pasaje sino hasta 48 horas antes de su vuelo y llegó a Estados Unidos un 31 de agosto a las 11 de la noche a casa de una desconocida. Pese a todo, se sentía pleno: “Lo que pasara en adelante iba a depender de mí. Estaba solo con la certeza de que el futuro es lo que tú haces. No estaba achicopalado, ni asustado. Venía de pasar un huracán enorme y mi presente era estar acá, para escribir y para tratar de entenderme. Fueron dos años absolutamente maravillosos en la maestría: escribiendo, tratando con escritores. El arte y la literatura era todo lo que tenía por hacer”.

Y lo consiguió.

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