Música

Karen Martello y sus dos poderosas razones

Ella a simple vista confunde. Incluso cuando canta también lo hace. Es que su voz de contralto puro hace temblar hasta al más despierto y seguro. Karen Martello no es una intérprete complaciente, aunque el rimero de su repertorio sea tan amplio como las notas que alcanza. Ahora, será madre de gemelos junto a su esposa, con quien reside en Panamá

Fotografías: Alejandro Cremades
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El calor y la costa la han forjado. Nació en Cumaná, cuando apenas despuntaba un febrero y los 32 grados centígrados son el promedio del ambiente dominado por el salitre. Se crió en Maracaibo, otra costa, otro termómetro aún más henchido. Y tomó vuelo artístico en Puerto La Cruz, al filo del Caribe, donde los tragos y la playa alivian las pieles calientes por el sol. Karen Martello es cantante. Eso la define y le da de comer. Lo primero comenzó hace más de 16 años, en la casa, la escuela; lo segundo hace una década cuando cobró por un concierto. Más nunca soltaría su voz como aficionada.

«Yo siempre pensé que cantaba horrible porque cantaba como un hombre. Yo notaba que mi voz era terrible. Tanto que, a los 10 años cuando me ponía a cantar en algún parque, las señoras recogían a los niños», rememora con marcado acento maracucho la intérprete del sencillo «Soy más fuerte que tú», el más reciente de sus tres oficiales. «Yo siempre jugué a que era cantante. Vivía en un piso 11 de un edificio de Las Lomas de Valle Claro, una urbanización clase media en Maracaibo, y todos los vecinos me escuchaban cantar por la ventana y hasta me aplaudían», recuerda sonriente, quien a los 14 años consiguió el impulso paterno para estudiar música y sacar provecho a su contralto puro «único en Venezuela».

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Su padre ha sido determinante. El relato de Karen lo dibuja como pivote de su carrera. Fue quien la inscribió en actividades extracurriculares para que aprendiera cuatro, guitarra, mandolina. Fue quien compró el disco de Los tres tenores con el cual la niña formó su oído, escuchando a los más grandes. «Yo imitaba a Pavarotti, Domingo y Carreras, a los tres, pero prefería a Luciano». También quien le hizo ver que la vida universitaria, las aulas y los pupitres no eran lo suyo. Las notas ya lo gritaban, mostrando qué tan desafinado era su desempeño académico frente al musical, al de los shows nocturnos, al de «Mi vaquita», al amanecer zombi de cantar hasta las 5 de la mañana y tener examen a las 7. «No pierdas tiempo, dinero y energías en eso», le soltó su progenitor, médico traumatólogo, cuando la impulsó a abandonar la Universidad Rafael Belloso Chacín (URBE). Ser comunicadora vendría con canciones, no con títulos.

En la estudiantina donde aprendió y dominó los instrumentos de cuerda, que poco rasga ya y nunca porta en tarima, le permitieron cantar. Una, dos piezas. Luego vino la formación en canto lírico, la técnica vocal formal y, también, su abandono. «Yo soy muy extrovertida y me gusta cantar con feeling, pero eso no se puede en la música académica. Por eso me dediqué al canto popular». Rancheras, baladas, merengue, salsa y hasta vallenato —»que cuando lo agarro yo me meto en el papel de Diomedes y me gozo esa vaina».

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Con la canción romántica latinoamericana definió un perfil artístico. Solís, Muñíz, Fernández, Sadel. Los apellidos se arremolinaban en su repertorio cada vez más formal y con el que se inscribió en el primer Festival de voz Latinoamericana de la capital zuliana. «Pasé la audición con mucho nerviosismo. Pero imagínate cuando me toca frente al jurado y con un teatro lleno. Te están evaluando, no puedes animar. Usted canta y ya. Yo me presenté con un tema de Alfredo Sadel en el tono original, con apenas 16 años y 10 kilos menos que ahora, una niñita. Cuando abrí la boca escuché el suspiro de sorpresa en el público —ese respirar con ahogo—, y me hizo pensar que no gustó. Pero al terminar, llegaron los aplausos». Ganó, el premio y confianza.

En Puerto La Cruz aprovechó la alta rotación de público para mostrarse. En casinos y hoteles pisó tarimas y fue vista por gentes de distintos orígenes. Dinero llama a dinero. Concierto llama a concierto. Se sucedieron los contratos, las fiestas, los contactos, hasta que llegó el de 47 Music. «Mis aliados, mis socios. Con ellos mi carrera subió a otro nivel luego de que me vieron cantando en una fiesta privada. Ahora con ese apoyo es que se han grabado las canciones, los videos… se hacen entrevistas. Eso comenzó hace tres años». Fue un antes y un después cauteloso, porque para Martello, «la industria está llena de vicios: es como el narcotráfico de la música».

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Karen sabe que impacta a terceros. Su presencia ineludible hace voltear miradas que intentan ser discretas. Jaime Bayly le dijo en enero pasado que la «voz de hombre» combinaba con el peinado masculino que lleva. Pero no siempre fue así. La «desviación vocal» —como la define la cantante—, siempre la ha acompañado. Pero hasta hace algún tiempo su feminidad tradicional afloraba aún más: cabello largo, maquillaje en tonos pasteles. La androginia ganó la partida, también la «pinta de rockera». «Todo el mundo me dice, ¿y vos qué tocáis, heavy metal? Yo lo que canto es merengue, mijo», se carcajea. Martello no imprime razón alguna a su estética, condimentada con más de 40 tatuajes. «A mí simplemente me gusta. De repente me ven y me vinculan con el rock o hasta con el hip hop o una vaina así. Pero de rock solo escucho una o dos canciones». Los dibujos sobre su piel llegaron antes que la carrera de artista, a sus 17 años. Fue cuando su piel fue dominada por la aguja y la tinta, que la marcaron para siempre con cayenas, notas musicales y nombres de su familia; y también cuando confirmó a su entorno su homosexualidad.

«Yo no conozco el clóset. Nunca he estado adentro», dice la esposa de la también zuliana Brenda Rovero. «En aquél momento me dejó la noviecita que tenía, la supuesta ‘amiga’ que todos conocían como tal, y mi mamá me encontró llorando y le solté todo el yoyo. Pero ya ella sabía porque era obvio. Mira, yo camino de aquí a la panadería y todo el mundo sabe que soy lesbiana». La transparencia, dice Martello, ha jugado a su favor. «Cuando vos te ocultáis, papi, la gente te señala. Pero si tú ves ahorita un marico pasar que sea demasiado marico, no vas a decir nada. Ya se sabe. Yo he sido así, muy natural, y por eso la gente ni pregunta sino que lo asume directamente». Eso sí, «mi público es 80% mujeres y heterosexuales, yo nunca he tocado en un sitio gay».

Karen Martello fue la primera artista venezolana en contraer nupcias en Florida, Estados Unidos, luego de haber entrado en vigencia la Ley de aprobación del matrimonio gay el pasado 6 de enero de 2015. Ahora, acaba de anunciar que será madre de gemelos, gracias a una fertilización in vitro practicada en el mes de abril de este año. El procedimiento fue realizado en una prestigiosa unidad de reproducción asistida de Venezuela y está prevista una cesárea para diciembre de 2016. Brenda Rovero ya cuenta con 13 semanas de embarazo y aún no han definido el lugar de nacimiento de los bebes.

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En un mercado musical dominado por las voluntades masculinas, donde «hay tráfico de influencias» y lo que importa a veces «no es el músico sino la plata que tenéis o si estás dispuesta a darla», la maracucha por convicción ha debido despuntar por encima de los obstáculos, de las afrentas a su dignidad, de las «propuestas indecentes». «Uno cobra porque vives y necesitas comprarte cosas, pero a veces la música se vuelve comercio», lamenta quien afirma que la diplomacia armoniza con el negocio, pero la hipocresía no entra en su registro. «Las mujeres no venden tanto como los hombres. Pero tengo una ventaja, que soy gay y las mujeres me siguen, me quieren y no saben qué les pasa conmigo. Tengo este comentario muy recurrente: si a mí me gustara una mujer, serías tú; por ti me meto a lesbiana». Pero solo una fan la conquistó.

Karen canta para bailar. Ahora, cuando coquetea con los ritmos latinos-urbanos, sabe que hay menos melodía aunque se escuche más ritmo. «Me gusta el género tropical, donde yo pueda demostrar mis capacidades vocales». Cada quien vende lo que mejor tiene. «Yo mezclo mucho, porque escucho de todo. De allí voy tomando elementos, mezclando feeling«, dice al revelar sus canciones más escuchadas por estos días en su iPod: «You’re Beautiful», de James Blunt; «Fly Away From Here», de Aerosmith; y «La Gringa», de Silvestre Dangond. Explorar más a fondo encontrará más Caribe, como temas de Juan Luis Guerra: «que es un Beatle de la música tropical».

Solo tres videoclips forman parte de su catálogo oficial. Pero ya se confirmó como artista internacional. Su primera gira por Panamá y otras naciones centroamericana en 2013 la hizo enamorarse del itsmo, donde ahora reside desde 2014. Desde allí viaja para trabajar, con énfasis a Miami, y a Venezuela para visitar a sus padres en Margarita y para votar. Siempre para votar. En Nueva York maqueteó un disco, que no ha visto la luz porque «me estafaron, me quitaron 120 mil dólares y no me entregaron el material». Un recuerdo amargo, disonante, de donde surgió una ayuda que consolidó una relación de hace años. «Gustavo Aguado me ayudó a salir de eso». Pero Karen debe publicar. Su disco anunciado ahora para 2016 vendrá con padrinos consolidados, como Yasmil Marrufo, el venezolano convertido en un pequeño Emilio Estefan del talento criollo emigrado al norte. Por ahora, canta el sentimiento ajeno porque no se le ha escuchado tema propio, ni en ranchera, ni en merengue, ni en pop latino.

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«Debería enseñarle a Romeo Santos a cantar como hombre». «Tiene voz de hombre pero canta bien». «Elvis Crespo debería quitarte la voz que tienes». «Es linda la canción y la tremenda voz». «Canta más chingón que esos ‘machitos’ que ni le llegan» son algunos comentarios en sus videos publicados en Youtube —el más visto llegó a las 200 mil reproducciones. Van del aplauso a la admiración, pasando por la sorpresa. «El público primerizo tarda en reaccionar, pero luego lo asimila», afirmando que tiene «una voz un poco extraña». Karen sigue cantando con su «desviación vocal», pero no con voz de hombre porque la música, como las demás artes, no tiene genitalidad.

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