Entrevista

La ambición de la literatura venezolana: adiós al diletante

De un encuentro ente dos escritores, Juan Carlos Méndez Guédez y Fedosy Santaella, sale un retrato de la escena literaria del país. Nada queda fuera de la conversación, donde la franqueza sobre la crítica, la producción, los escritores jóvenes y el trabajo de las editoriales y libreros da paso a la exploración de las intenciones de una nueva publicación

Fotografía: Fabiola Ferrero
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La literatura venezolana sigue estando en nuestro foco, en debate. Si antes hablamos al respecto con Ricardo Ramírez Requena, ahora la conversación es con Juan Carlos Méndez Guédez, uno de los autores más representativos del momento. Residenciado en España, hace poco visitó Caracas para presentar su libro más reciente Y recuerda que te espero, publicado por Madera Fina, nueva propuesta editorial de Luis Yslas, Carlos Sandoval y Rodrigo Blanco.

Nacido en Barquisimeto en 1967, Juan Carlos es novelista y cuentista; autor de, entre otros títulos, Los maletines (Siruela, 2013), Tal vez la lluvia, (DVD, 2009) y Una tarde con campanas (Alianza, 2004). En 2013 su novela Arena negra, publicada por Lugar Común, recibió el premio de los libreros al libro del año en Venezuela. En 2016 aparecerá en España su novela El baile de Madame Kalalú, editada también por Siruela.

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1) Hacia el año 2005, 2006, se habló, quizás un tanto exageradamente, de un boom de la literatura venezolana. Una década más tarde, en retrospectiva, ¿qué piensas de ese momento o de ese llamado boom?

Hablamos de una de las palabras más pavosas de la humanidad. Cada vez que alguien utilizar la palabra Boom destruye el mundo. El que comenzó a usar ese término para hablar de lo que sucedía en Venezuela no puede haber tenido buenas intenciones. Pero le salió el tiro por la culata porque en efecto, percibo que ahora mismo existe una identificación muy especial de los lectores venezolanos con muchos de sus autores. Barrera Tyszka, Federico Vegas, Francisco Suniaga, Ana Teresa Torres, Rubi Guerra, por sólo mencionarte algunos, tienen fieles legiones de seguidores. No sé si formaban parte de la lista de aquel supuesto Boom, pero yo sé que la obra de estos narradores y de gente como Israel Centeno, Silda Cordoliani, Miguel Gomes, López Ortega, Oscar Marcano, Rodrigo Blanco, tiene peso, hondura. Te hablo de escritores que emocionan, sacuden, conmueven. Y yo veo a los lectores hablando con pasión, con entrega, sobre esos libros, sobre esos narradores actuales. Te confieso que cuando vivía en Venezuela tenía la impresión de que poseíamos una literatura espléndida pero que ocupaba la parte de atrás de las librerías. Y ahora percibo un respeto hermoso y apasionado en los libreros, un cariño peculiar que dialoga con el vigor de esos lectores que a mí me emocionan constantemente con el cariño que le prodigan a la narrativa que se está publicando en el país.

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2) Sin embargo, tú publicaste en los noventa. En 1994, publicaste el libro de cuentos Historias del edificio, y luego en 1997, Retrato de Abel con isla volcánica al fondo. ¿Qué ocurrió en los noventa en la literatura venezolana? ¿Por qué se habla tan poco del trabajo que se hizo en esa década?

Ocurrió que un grupo de autores con inmensa ambición literaria y mucho entusiasmo se lanzaron a escribir y dejaron atrás esa imagen de narradores del pasado inmediato que en vez de libros escribían promesas de libros que no llegaban a escribir. Y allí aparecieron títulos hermosísimos como Calletania, Dragi Sol, Viste de verde nuestra sombra, El mar invisible… por citar algunos. Cierto que una pequeña parte de esa generación prefirió servir como bufones del gorilismo chavista y en vez de escritores terminaron convertidos en comisarios y sapos de medio pelo. Pero la literatura no perdona. Ahora de ellos sólo se podrá decir que son escritores cooperantes.
¿Se habla poco? No lo sé. Hace tiempo que no leo demasiada crítica literaria. Pero hay excelentes escritores de ese tiempo que están muy en forma y cuya literatura recomiendo frecuentar: Slavko Zupcic, Juan Carlos Chirinos, Israel Centeno y Rubi Guerra.

3) Siendo un autor venezolano que vive en España, ¿cómo ves el proceso de reconocimiento de la literatura venezolana fuera de sus fronteras? ¿Existe ese proceso?

Cada vez son más los autores venezolanos que se divulgan fuera de nuestras fronteras. A los pesimistas les doy un dato muy claro: en el 96, en España, lo único que podía conseguirse de literatura venezolana era a Uslar Pietri, y hoy en día, somos unos cuantos los venezolanos que formamos parte de los catálogos de editoriales hispanas de todos los tamaños y alcances.

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4) ¿Por qué hablar de una «internacionalización» de la literatura venezolana siempre se vuelve un tema de debate álgido entre los escritores venezolanos? Es como si algunos escritores no quisieran salir de las fronteras o no les pareciera necesario. Creo también haberme encontrado con una mirada que acusa de mercantilistas o de ególatras a aquellos que quieren darse a conocer fuera. ¿Me equivoco en estas apreciaciones?

Cada tres años alguien sufre un problema con el potasio o la hipertensión y en un momento de inspiración ataca a los escritores venezolanos y dice que nadie los lee en el exterior. Siempre repiten el mismo argumento, eso me parece meritorio porque es una especie de coherencia en el auto-castigo. Yo no suelo responder esos ataques porque por lo general estoy ocupado escribiendo con la remota esperanza de que me lean en Cabudare, en Zadar, en Lyon, en Aix en Provence, en Madrid, en Charallave, en Salamanca, en Roma, en Viena, en Maturín y en San Juan de los Morros.

5) ¿Piensas que el escritor venezolano se está profesionalizando? Lo digo en el sentido de un escritor que asume el oficio de la escritura como un trabajo que va más allá de una mera distracción de persona retirada o aburrida de su trabajo.

Creo que hace muchos años tenemos autores entregados con pasión y responsabilidad a la escritura. La figura del diletante me parece que pertenece a épocas anteriores a la nuestra.

6) Ahora, profesionalización, en el sentido de vivir de la escritura, de ganar dinero con ello, ¿no sería dañino para el arte?

Yo tengo la ventaja de que he logrado preservar el arte; no gano con mi literatura el dinero que desearía. Por otro lado, no soy un jerarca católico ni comunista, es decir, no tengo con el dinero esa relación de aparente asco cuando en realidad hablamos de algo que les produce una fascinación enfermiza que los hace salivar. Mi relación con el dinero es más simple. Yo soy muy feliz con la escritura. Si algún día los lectores deciden darme una alegría masiva les invitaré a todos una inmensa paella.

7) Si digo realismo, ¿crees que es una palabra que define la narrativa venezolana? ¿Esto abarcaría la novela histórica? ¿Es caso de que lo creas, es sano ese predominio del realismo en la narrativa venezolana?

Creo que puede ser una definición adecuada; una correcta descripción. Es sano si produce buenos libros. Es enfermizo si los libros que de allí surgen son malos.

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8) Literatura venezolana y género fantástico. ¿Qué puedes decir al respecto? ¿Nos falta? ¿Le averguenza al escritor venezolana escribir literatura fantástica? ¿O ciencia ficción? ¿Por qué?

Ni idea. No me atrevo a hablar por la totalidad de los escritores venezolanos. En mi caso, son géneros que me atraen como lector pero en los que todavía no me he sentido a gusto.

9) Literatura venezolana y humor. ¿Qué pasa con el humor y la literatura venezolana?

Tenemos a Francisco Massiani y Piedra de mar. Con eso me siento conforme.

10) Literatura venezolana y policial o género negro. Se ha intentado en los últimos años, aunque pareciera también ser una tendencia mundial. ¿Qué ves allí en la producción venezolana?

Un filón muy interesante, tristemente interesante. La literatura negra en lugares como Suecia o España consiste en escarbar en las capas de la realidad hasta llegar a las cloacas. En Venezuela los autores sólo deben extender las manos unos centímetros para toparse con la fetidez.

11) Has escrito también un par de libros para niños. ¿Cómo ves la literatura para niños y jóvenes en el país? Algunos lo ven como algo menor, y escribirla, para ellos, pareciera incluso vergonzoso.

Es un prejuicio generalizado. Pero no hay libro que me haya resultado más difícil que El abuelo de Zulaimar. Quienes piensan que es un discurso menor es porque jamás lo han intentado.

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12) ¿Se halaga muy rápido en Venezuela a los escritores que sacan sus primeros libros?

No lo sé. Si un escritor irrumpe con un libro brillante me parece espléndido que se le reconozca de inmediato. Eso de que es necesario posponer el reconocimiento a un autor hasta que «demuestre» con los años su valía me parece un discurso de abuelito que se pone envidioso cuando aparecen los muchachos caminando frente a su casa.

13) ¿Cómo ves la labor crítica en Venezuela hoy?

Creo que es una pregunta muy pertinente, pero no sería justo que la respondiese porque no es mi campo, ni mi especialidad, ni mi área de interés.

14) ¿Crees que cierta crítica se ha vuelto sectaria y que trabaja dentro de cuotas de poder para sustentar a algunos autores cercanos a ciertas concepciones literarias y para apartar a otros que no comulgan o que no hacen la literatura que esos grupos justifican?

Creo que en todos los lugares de todos los tiempos un segmento de la crítica literaria ha tenido ese componente. Pero también recuerdo el inmenso placer que me ha deparado leer trabajos críticos de Edmund Wilson, o Guillermo Sucre y entonces vuelvo a sonreír…

15) Tu próximo libro Y recuerda que te espero, ¿cómo lo ubicas en el panorama actual de la literatura venezolana? Por otro lado, ¿en qué tradición se instaura?

Tengo la impresión de que en Venezuela no es muy común en este momento la literatura de viajes. Y eso es Y recuerda que te espero: un libro de viajes con algo de crónica, reportaje, falsa biografía, y también algo de novela. No seré original al decirte que una parte del libro se enmarca en una tradición cervantina, pues esa narración es aparentemente una traducción que yo hice de los textos en búlgaro, inglés e italiano que me envió un personaje de ficción llamado: Fermín Bolívar Coronado. Este nombre es un guiño al escritor Rafael Bolívar Coronado, el gran falsificador de la literatura venezolana, así que esa sería la tradición en la que enmarcaría este libro, que por otro lado contiene un homenaje invisible a algunos autores venezolanos de los años noventa.

16) ¿Cómo es la literatura venezolana del siglo XXI?

El siglo apenas comienza. En todo caso, ahora mismo tiene títulos perturbadores, con pluralidad de voces, sin complejos estéticos. Yo creo que es un delicioso momento. Y en gran parte por el entusiasmo de los lectores.

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