Opinión

La burocracia bolivariana del "No hay sistema"

Trámites por doquier. Rechazos por igual. Sacar los documentos en la Venezuela "bolivariana" es enfrentarse a las deficiencias de un sistema al que, por si fuera poco, se le cae el sistema. Pese a todo, en las paredes hay retratos del artífice, para agradecerle, para aplaudirlo, para nunca olvidar

Fotografía de portada: AVN
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“No hay sistema” es una frase a la que me he tenido que acostumbrar en estos días de andar por la calle siendo un nadie. La he escuchado varias veces en este periplo a recuperar mis documentos de identificación desde que fui asaltado una mañana hace diecinueve días. Ironías de la vida, los ladrones que me robaron tienen mi cartera que en nada le sirve, y yo… pues yo tengo que esperar por el sistema.

En el Saime de Los Ruices cuando fui a sacar mi cédula de identidad me dijeron esa frase en dos oportunidades. La tercera vez que fui había sistema pero la jefa se había ido a una marcha en Miraflores, y en la cuarta ocasión no llegué antes de las siete de la mañana por lo que no me dejaron pasar. Vale acotar que el horario del Saime es de lunes a viernes de 8:00 am a 4:00 pm. Al quinto intento en el Saime pude sacar la cédula. “Venga en ocho días para retirarla”, me dijo el funcionario que tomó los datos. “¿Ocho días?”, pregunté. “Ocho días”, fue su respuesta. El rumor, según un viejo que se sienta en las afueras de la oficina gubernamental, es que no hay material para plastificar el documento de identidad por lo cual se debe esperar ese número de días para obtenerlo. ¿Comprobante? Ninguno. Solo confíe en la buena fe de los funcionarios que en ocho días usted va a la hora que quiera y se la entregan.

Con el certificado médico me fue más fácil. Fue en un centro móvil en el Centro Plaza donde las simpáticas señoras que atienden allí me pidieron tres mil bolívares en efectivo, anotaron mis datos, comentaron sobre lo largo que es mi apellido y me entregaron el certificado. En la mesa estaba el examen para despejar el daltonismo. No me lo hicieron. En el fondo estaba el examen de la vista. Tampoco me lo hicieron. Lo único que me dijeron fue que bajo ningún concepto debía plastificar mi certificado médico. El sistema no se cae en el mundo de certificados médicos. Aparentemente, si tienes tres mil bolívares en efectivo, tú tienes visión 20/20 y eres apto para manejar.

Viernes. 11:30 de la mañana. Llueve en las afueras del Instituto Nacional de Tránsito y Transporte Terrestre (INTTT). Me encuentro en la cola improvisada para la renovación de licencias donde un señor ataviado con un chaleco con los ojos de Chávez en su pecho me ha dicho a mí y a cuarenta personas más que debemos esperar porque “no hay sistema”.

El INTTT es efectivo. Su página web está actualizada. No son tantos los requisitos y cuentan con puntos de pago para cancelar los 2.843 bolívares fuertes que cuesta una renovación de licencia. Hay tres colas afuera. La primera es para trámites de carro y la segunda es para renovación de licencia. Luego hay otra reservada para miembros de la Misión Transporte. Ellos pasan de primero. Al momento en que entra el último, un funcionario llega a nuestra cola y nos avisa que se cayó el sistema.

Me siento a esperar. A estas alturas ya no creo en el sistema. Me han dicho esa frase tantas veces que sé que el sistema no es un asunto de operatividad tecnológica sino de paciencia. Una fotografía en plexiglás de Hugo Chávez me saluda desde la puerta. “Feliz Cumpleaños a nuestro Comandante Supremo”, dice la leyenda. Por primera vez le sonrío al Comandante. He ahí el artífice del sistema. El que permitió que dos sujetos me robaran sin que yo tuviera posibilidad de recuperar mis pertenencias. El que inventó las colas. El que me hizo volver en ocho días porque no hay material. El que creó las filas para que pasaran primero unos y luego otros porque “Ahora Venezuela es de Todos pero no de Todos, Todos”. Ese sistema que se cae pero vuelve. O si no, vuelva mañana, a ver si de repente.

Eventualmente paso, me atienden muy amablemente y me dan mi licencia ahí mismo y con eso doy fin a mis diligencias públicas. Diecinueve días después de un asalto vuelvo a ser ciudadano con identificación plena. Para celebrar que no tendré que escuchar más sobre la caída del sistema, entro a una panadería para comprarme un cachito y un café. Pero no es hasta que leo un cartel que dice “Solo efectivo. No hay línea” que comprendo que jamás escaparé del sistema. Identificado  o no, el sistema ya es parte de mí.

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