Sucesos

Desaparecer a los muertos

Desde las esferas del poder, una orden se cumple a cabalidad: minimizar las estadísticas de homicidios para no asustar más al país. Artimaña, trampantojo premeditado en cuyo engaño reposa el llanto, luto y dolor de miles y miles que entierran a sus muertos en mentira y soledad

Fotografías: Lurdes R.B
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La morgue de Bello Monte colapsa. Es normal para una ciudad que se tiñe de sangre incluso cuando va de fiesta. Los números de homicidios son cada día -y esto lo dejan claro los propios funcionarios policiales- más altos. Pero existen estadísticas muy distintas que se arredran de la cruenta realidad: los casos desaparecen, casi misteriosamente, de los documentos oficiales que maneja el Cuerpo de Investigación Científicas Penales y Criminalísticas (Cicpc).

Aunque parezca absurdo, esta modalidad fue implementada desde el año 2005 por el gobierno central. Desde el Ministerio de Interior y Justicia se giró la orden de erosionar las cifras de asesinatos en el país. ¿El objetivo? Poner herrumbre, moho en donde el acero y balas atraviesan cráneos y pieles; hacerle creer a la población que las muertes violentas no son de guerra ni motivo de ofuscación o pena. Pobre de aquel, sin embargo, que se tropiece en la calle con quien no debió. Hoy en día son pocos los nacionales que han escapado de la delincuencia y de su macabra ruleta rusa, o venezolana.

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Pero como ya es oficio no impune, las gotas rojas se limpian con el trapo del descaro no solo en los pisos, baldosas, escaleras y vidrios de la Morgue, sino también en los cartapacios criminalísticos. Manuel Antonio Suárez, de 31 años, es parte del magma luctuoso. Murió la noche del miércoles 29 de julio en el hospital de Coche. Una puñalada en la femoral derecha fue la causa de su agonía. Su mujer le asestó la herida cuando se defendió de aquella afrenta que protagonizó con él. Estaban en su casa, en la calle 18 de los Jardines de El Valle. Allí ocurrió la justa. A todas cuentas eso fue un grave delito, pero en los registros oficiales la causa queda reseñada como un “crimen pasional”. Uno menos en la cuenta real.

Así bajan los números de muertes violentas. Los homicidios que tienen cabida en la estadística oficial son aquellos productos de robos, secuestros y enfrentamiento entre bandas. El resto de las muertes, por enfrentamientos con organismos de seguridad, envenenamiento por terceros o cadáveres hallados con impactos de bala o puñaladas en lugares no comunes, pasa a una lista distinta. Todos estos casos son enumerados en las tipificaciones de: “resistencia a la autoridad”, “muertes por investigar” y “pasionales”. Ahí, fácilmente, se completan unos cuatro mil en un año, solo en Caracas.

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La tasa que registra Venezuela no es nada alentadora en comparación con países considerados extremos violentos. Siempre ha habido una disputa por guarismos. Por un lado, el Observatorio Venezolano de la Violencia (OVV) habla de 82 homicidios por cada 100 mil habitantes durante el año 2014. Pero por el otro, la fiscal general de la República Luisa Ortega Díaz admite que es de 62 el año pasado. Mientras el OVV detalla unos 24.980 asesinatos, el Ministerio Público no suelta prenda. Aunque no haya certezas, Venezuela queda por encima de Jamaica —45 por cada 100 mil habitantes—; El Salvador y Colombia con 44; Brasil, con 32, y México con 22 crímenes por cada 100 mil habitantes.

El Ministerio de Interior, Justicia y Paz es el órgano rector de la seguridad. La instrucción que versó hacia al Cicpc de “maquillar” legajos en 2005 llegó directa a la Unidad Estratégica. “En Venezuela, como en cualquier país del mundo, todo hecho violento donde se presuma la comisión de un hecho punible, tiene que ser registrado como homicidio, incluyendo resistencias a la autoridad”, destaca un funcionario del Cicpc, experto en materia de seguridad. Explica que cumplir con este canon tiene una razón de ser: medir cuántas personas mueren en hechos violentos. “Es una estadística de Estado que debe ser entregada a órganos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o a la Organización de Estados Americanos (OEA)”.

El gobierno tiene un solo objetivo con esta normativa: generar menos impacto en la sociedad con el tema de la inseguridad —además de minimizar la atención de los organismos internacionales. Como siempre han destacado, todo es producto de una “sensación de inseguridad”. No obstante, la calle pinta otra panorámica a la oficial. No hay testimonio doloroso en las afueras de la morgue de Bello Monte que no denote la crisis. No hay confianza, justicia, no hay voluntad para mejorar. “Quienes van a la morgue a retirar cuerpos de seres queridos todos los días, lo dicen. Pero al final, así queda. Otro más, e impunidad”, comenta un doliente.

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La Morgue de Bello Monte recibe cadáveres de Caracas y su Área Metropolitana. Hasta el 30 de julio sumó los 3.056. Mayo fue el mes de mayor incidencia delictiva con 468 ingresos. Aumentó en comparación con el mismo periodo de 2014. Se contabilizaron 2.837. Es decir, 219 menos que este año.

Pero un hecho novedoso está ocurriendo puertas adentro de la medicatura. Ahora, por orden de la nueva directiva del organismo, todo cuerpo debe ser notificado en una dependencia del Cicpc, así sea por causas naturales. Debe tener una denuncia oficial para poder ser retirado por familiares. “Esa orden ha generado malestar en los trabajadores, y tres han sido separados de sus cargos. Lo que tenemos ahora es colapso, porque eso no puede ser. En causas de muerte natural no debe existir denuncia ante el Cicpc, pero están obligando a las familias a que cumplan con el mandato”, refiere un trabajador sin identificarse.

A pesar de que en la Morgue de Bello Monte se contaron los 16 cadáveres provenientes de la Cota 905, producto de la razia hecha por funcionarios militares el 13 de julio, en los registros oficiales no fueron considerados como homicidios. Ellos pasaron a formar parte de la tipología “resistencia a la autoridad”. Al final fueron restos de una zona marginal de Caracas donde las autoridades justifican las bajas como una Operación de Liberación del Pueblo. Tamaña ironía.

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