Deporte

La eterna infelicidad de Diego Armando Maradona

No se cansa de ser comidilla. Sus desatinos y extravagancias fuera de las canchas deportivas hacen que reluzca en las primeras páginas de los diarios. Drogas, sobrepeso y ahora violencia doméstica son algunas de las máculas que lo condenan

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Si no ha visto el video, aquí lo tiene. Diego Armando Maradona arremete contra su novia, Rocio Oliva, vaso en mano, murmullando algo muy parecido al idioma de un borracho. La chica, que sospechosamente prefiere enfocarlo antes que defenderse, correr o estrellarle el celular en el coco, suelta un ruego: “¡Pará, Diego pará!”.

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Que la vida de Maradona afuera de las canchas es un desastre, no es novedad. Sin embargo, no deja de ser “admirable” que después de fracasar en su carrera como técnico, democratizar su violencia —antes de pegarle a su mujer también le asestó un tatequieto a un periodista— y acumular deudas económicas, continúe explotando su figura de activista de izquierda, de Superman de los pobres.

“El Pelusa”, cómo no, dice que nunca agredió a su pareja. Que “le voló el celular”, pero hasta ahí. Hay un revolú propio de novela mayamera en toda esta historia. A saber:

Verónica Ojeda, la mujer abandonada por Diego, con un niño de meses, que lo defiende.
– Un supuesto robo de Oliva a Diego, una denuncia en Dubai y una detención.
– La aparición del video.
– El supuesto “chantaje” por las imágenes y la aparición de un villano: el sobrino de Maradona, apodado “El Chino”.
– El retiro de la denuncia, después de hacerse de conocimiento público ese video.

¿Quién es Rocío Oliva?

Clímax-Rocio-Oliv

Tiene 24 años y formó parte del equipo femenino de River Plate. Antes de caer en los brazos del “Barrilete cósmico” fue novia de Jorge “Hiena” Barrios, un boxeador que en 2010 embistió con su coche a una mujer embarazada, causándole la muerte. También cayó en los brazos del barrabrava Pablo Girón, uno de los condenados a cadena perpetua por la muerte de Gonzalo Acro, hincha de River.

Si se pone en Google, “Maradona y Rocío”, aparecerán un total de un millón ochocientos treinta mil links. El número da una idea de lo que esta relación le ha dado a la prensa, en especial a la del “corazón”. Para entender la trascendencia de la vida sentimental de Diego, basta citar al cantante Joaquín Sabina, cuando le preguntaron si en su próximo disco incluiría un tema sobre el Papa Francisco: Yo le haría un tema a las dos novias estas de Diego Maradona.

Y las noticias no van a parar porque… (tatatatánnn, redoble de platillos) “Se viene” el reality show del Diegote, como si su vida no fuera en sí un show con un prime time y rating que ya quisiera Laura Bozzo.

En un principio pensé en escribir un artículo irónico cuando el editor de Clímax, Manuel Gerardo Sánchez, me lo solicitó. Iba a contrastar el perfil zurdo de Diego con su estrambólica vida en Dubai. Pensé en ironizar sobre sus tatuajes de “El Che”, “Fidel”, lo cerquita que estuvo de dirigir a la Vinotinto y los cinco millones de dólares que ganó por hacer nada, perdón, por ser “embajador deportivo de Emiratos Árabes Unidos”. Pensé.

En la medida que iba leyendo cada nueva noticia, la tristeza fue golpeando el teclado. Fue por Diego que me enamoré del fútbol, por él me hice fanático del Napoles. Recordé entonces aquellas líneas que el padre de Héctor Abad Faciolince le escribió a su hijo, para reconfortarlo luego de una depresión que le llevó a coquetear con el suicidio: “Yo creo que las cosas son así de simples, después de darles uno tantas vueltas y de complicarse tanto. Hay que matar esos amores a cosas tan etéreas como la fama, la gloria, el éxito…”.

Maradona es la antítesis. Está convencido, como Sabina, de que amores que matan, nunca mueren.

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