Cultura

La letra de carta no tiene quien la escriba

Ipostel y los manuales de caligrafía Palmer languidecen, mientras ni siquiera en el mundillo literario consterna demasiado que la palabra manuscrita haya sido rebajada todavía más a curiosidad romántica por el régimen del Smartphone. “He pasado sin traumas de la Moleskine al iPad”, asegura el poeta Rafael Castillo Zapata  

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Gualberto Ibarreto no solo perdió a la abuela a la que una arepa redondita le salía aunque nunca aprendió de geometría. Tampoco le escribe ya cartas desgraciadas de puño y letra Soledad, su ingrata amada. Una búsqueda rápida en Google Noticias revela que los poco más de 6.000 empleados de Ipostel ahora se dedican sobre todo a servicios de encomienda y que hace poco paralizaron el reparto de computadoras Canaimitas en reclamo por reivindicaciones laborales. De 180 millones de sobres y paquetes que procesaba la compañía estatal hace una década se ha pasado a 2 millones anuales, una contracción equiparable a la catástrofe de los ingresos de PDVSA y que es coherente con los reportes de crisis de los servicios públicos de correo en todo el planeta. Juan Pablo II y Anna-Teresa Tymieniecka, la filósofa polaco-estadounidense con la que el Papa sostuvo una ardiente amistad epistolar durante casi tres décadas, hoy intercambiarían e-mails.

“La escritura cursiva o letra de carta requiere un esfuerzo brutal. En ella se involucran el hombro, el codo, la muñeca y los dedos para los trazos grandes, medianos, pequeños y de precisión, respectivamente. Los niños hacen planas en el colegio para adquirir memoria muscular y articular. Pero en la naturaleza siempre se cumple la ley del mínimo esfuerzo. Si puedes comunicarte solo con los dos pulgares a través de un smartphone, es lógico que se te vaya atrofiando esa memoria”, diserta Rafael Carrasquero, abogado venezolano especializado en grafotecnia —disciplina científica que analiza la constitución y validez de documentos—, y que reconoce que se ha sorprendido recientemente a sí mismo en el trance de haber olvidado cómo era que se firmaba un cheque. A partir del año escolar 2016-2017, en la educación primaria de Finlandia se sustituirán los cursos de caligrafía por otros de habilidades de tipografía con teclados de computadoras. En los kioscos de buhoneros de folletos de leyes, los manuales del método Palmer se quedan fríos.

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“No soy pedagogo y no sé que es bueno o malo para los niños, pero desde los nueve años de edad hice tareas escolares con computador y que sepa no tuve ningún inconveniente para aprehender la palabra. La relación cerebro-mano no se pierde en el teclado, al contrario. Pero la interacción es muy distinta: la pantalla es una orgía de estímulos”, desdramatiza el periodista y experto en redes Luis Carlos Díaz. Para los románticos, se han diseñado artefactos como el Equil Smartpen (400 dólares), un bolígrafo que traduce, digitaliza y almacena en el celular o la tablet todo lo que se escribe o dibuja en punta gruesa, fina o ultrafina sobre cualquier superficie. Tomar notas en papel asquea hasta a los ecologistas.

Encefalograma del alma

José Manuel González asegura que la manera en que trazamos el rabito de la letra “g” revela más detalles de nuestra sexualidad que un clóset de soltero, y que si nos acostumbramos a colocar bien alto el travesaño de la “te”, elevaremos nuestra autoestima en apenas 21 días —por no hablar de la ley de la “ele”. Desde hace 33 años, el ingeniero químico de origen español imparte en Venezuela los arcanos de la grafología, que se cotiza en la misma banda de flotación confusa entre ciencia y esoterismo que la programación neurolingüística, el Feng Shui y la acupuntura.

“La escritura a mano es el encefalograma del alma. Como la persona escribe, la persona es. En las cartas de Bolívar, por ejemplo, constatamos que tenía una energía de la libido muy exaltada. La motricidad fina de la letra cursiva ayuda a desarrollar el pensamiento creativo. El sedentarismo escritural, es decir, abandonar la sana práctica de hacer caligrafía terapéutica durante al menos 20 minutos diarios, es el equivalente al sedentarismo físico, a dejar de moverse”, exhorta González, que aunque no lo reconoce abiertamente, es uno de los damnificados del fuego que se regó con Hotmail. “Afortunadamente, también hay una grafología de la computadora: la fuente que escoges para escribir en la PC, como Arial o Times New Roman, también emite un mensaje sobre ti”, salpica el profeta de la grafología venezolana, cuyo equivalente a los mercaderes del templo son los malasangrosos que se han acostumbrado a clavar impersonales letras de molde como estacas de plata: “Usar solo letras mayúsculas sugiere liderazgo, pero también una escasa organización emocional y el deseo de erigir un muro protector”.

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Eduardo siempre escribió a mano hasta los 67 años. Su hija periodista, que le revisaba el correo electrónico, emigró a Estados Unidos en 2008 y le advirtió: “Vas a tener que aprender a chatear, una palabra que se la hacía sumamente exótica. Eduardo empezó a familiarizarse con la computadora que le dejó instalada su hija y descubrió el procesador de palabras.

Eduardo no es cualquier Eduardo: es el autor de títulos tan imprescindibles dentro de la narrativa venezolana contemporánea como El mago de la cara de vidrio, Mascarada o Los platos del diablo. Para los sabuesos que quieran detectar alguna modificación en su armazón literaria, la era en que Eduardo Liendo dejó de entregarle manuscritos a una secretaria comenzó en algún momento en torno a Contraespejismo.

“Siempre tuve fuertes prejuicios sobre la tecnología, pensaba que iba a influir en mi escritura. Mi amigo Salvador Garmendia siempre me dijo: ‘Usa la computadora. No te vas a arrepentir’. También Victoria de Stefano. Todavía sigo haciendo mis borradores básicamente a mano, pero ahora los transcribo. Desde entonces se me ha deteriorado mucho la caligrafía, tanto por la edad como por el hecho de que ya no necesito entregar un manuscrito con letra clara. Más que mi estructura de pensamiento, diría que ha cambiado la corrección, que es fundamental en la creación. Recuerdo que para la segunda edición de El mago de la cara de vidrio tuve que poner un mea culpa aclarando porqué se me habían ido tantos gazapos. No es que hoy sea un mejor escritor, sino que tengo más conciencia de lo cuidadoso que hay que ser con el lenguaje: la forma es el contenido. En el monitor de la computadora aprecio con mucha más facilidad mis errores y mis cacofonías”.

Consterna un poco que, ni en el mundo de las letras, la letra de carta tenga demasiados dolientes. “He pasado, sin traumas, de la Moleskine o la Neutroni al iPad, y la escritura nómada se me sigue dando en ambos escenarios”, se desentiende el poeta Rafael Castillo Zapata, que en 2006 prestó sus manuscritos para una exposición en el Periférico de Caracas titulada precisamente Escrituras, que hoy recuerda como “marginalías” exhibicionistas. “No hay que olvidar que la pluma, el bolígrafo o el lápiz son también dispositivos tecnológicos. El teclado mecánico o táctil, si nos ponemos a ver, también es manual. Ambas experiencias tienen su propio mood, y creo que actualmente no privilegiaría a ninguna. Ahora sé que puedo llevar un diario en un dispositivo tecnológico portátil. La inspiración no se ve alterada. Cuando mucho, el dispositivo te proporciona mayor velocidad para componer las frases y darle forma a las intuiciones y sensaciones”.

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Después de todo, cuando el servicio diplomático estadounidense empezó a emplear de manera sistemática la máquina de escribir decimonónica ya cerca del año 1900, con frecuencia los gobiernos extranjeros consideraron que una correspondencia no manuscrita era descortés y violatoria de la privacidad. “Al principio mucha gente sostenía que, cuando alguien trabajaba en una máquina de escribir, lo que tipeaba era dictado desde otra dimensión por una voz separada a la del redactor”, documenta Darren Wershler-Henry en su investigación El capricho de hierro: una historia fragmentada de la máquina de escribir (2007).

“Los métodos biométricos como el captahuellas jamás van a sustituir totalmente a la firma personal, y nunca dejaremos por completo de escribir a mano. Siempre existirá el novio que le escriba la carta de amor a la novia que finaliza con un TQQJ. Desde que los escribas egipcios se dedicaron a borrar los nombres de faraones anteriores para poner a los posteriores como los héroes de las guerras, el último ser humano sobre la Tierra hará lo mismo: reescribir y falsificar”, filosofa el abogado grafotécnico Rafael Carrasquero. “Escribir de manera armoniosa puede prevenir hasta una gastritis”, receta convencido el grafológo José Manuel González, y no precisamente con garabato de médico. Adiós a ese machismo castrador que proscribe al hombre de pelo en pecho vivir con la mamá, cocinar rico o tener la letra bonita.

Ahora que edita en Microsoft Word, Eduardo Liendo no cree que el procesador de palabras encierre la tentación de la reescritura infinita: “Escribir todo el tiempo ha constituido el arte de lo infinitamente perfectible, y es un error pensar que eso solo ocurre en esta época de la computadora. Es peligroso cuando un escritor deja de pensar que su obra siempre ha podido ser mejor”. Eso sí, el autor venezolano sigue defendiendo la agenda de notas que carga encima: “Para saber qué he dicho, tengo que verlo escrito. Si no escribo a mano las ideas que se me presentan, es que no las he pensado bien. Para mí, la palabra escrita a mano es la concreción del pensamiento”. Quizás Liendo es un loco de remate que escribe con una escoba y barre con un Paper Mate.

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