Literatura

La lengua perdida de Charles Wright

Wright es un poeta al que le gustan las narraciones. Las narraciones de los paisajes contienen historias secretas que al ser contadas —o recorridas— revelan alguna verdad que de inmediato es olvidada y que, al convertirse en intuición, se transforman en mística

Fotografía de portada: psb.org
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I

Me permito comenzar con un poema. Pertenece a Charles Wright, es de libro El otro lado del río (1984) y se titula «Dos historias» . Sólo presentaré un fragmento, una de las historias:

Juro que ésta es una historia real.

Solía tener episodios de sonambulismo. Pero sólo
Durante los viajes de acampada
o cuando dormía afuera.
Un agosto, cuando tenía once años, en el monte LeConte de Tennesse,
Luego de haber apagado el fuego del campamento, luego del cuento de fantasmas,
Todo el mundo dormido ya, parece que dejé
Mi saco de dormir,
Abrí la carpa y eché a caminar por el sendero
Que llevaba al barranco, donde la ladera de la montaña,
Bajaba derecho por casi mil pies.
Media luna y algunas nubes, así que había alguna luz
Mientras andaba por el camino que atraviesa las azaleas,
Guijarros y raíces quebradas
como si fueran nada bajos mis pies.
El acantilado estaba a media milla del campamento.
A medida que me acercaba,
moviéndome ciega, precisamente,
Hundido en un sueño más profundo que los arbustos,
Salí del trance, aparentemente,
Para hallarme sobre el suave labio de rocas que rodeaba el precipicio,
Cuando mi mano izquierda y luego mi mano derecha
Me detuvieron al ser ellas también detenidas
Por el costado resollante de un oso que me despertó.
Y ahí estábamos
el niño y el oso negro y el precipicio,
Y esto fue lo que sucedió
—retrocedí y me volteé
Y caminé de vuelta entre las azaleas
Y nunca miré atrás,
genuinamente despierto en medio del mundo palpitante
Y me agaché al pasar bajo la solapa
De la carpa, muy silenciosamente, y me fui a dormir
Y nunca le dije a nadie,
Sino hasta años después, cuando creí que sabía lo que significaba,
algo que ya he olvidado.

II
La experiencia profética es la experiencia de la revelación divina en el misterio de lo tremendo. Algo le ha sido dicho al profeta. Por una voz, por una luz, por una oscuridad, que está más allá de las cosas. El poeta y el profeta escuchan esa voz, sienten ese misterio tremendo, y ambos intentan comprender desde sus místicas particulares. Ambos intentan decir esa voz. El profeta para la salvación; el poeta para la poesía.

III
Wright pareciera buscar el ojo del poema en el recorrido de los paisajes. Lo divino, su mística, está allí, en esa sensación de que algo fue revelado. Sólo eso, al parecer, podemos tener. Eso pareciera ser el poema, una revelación, al pasar, del paisaje.

IV
Todo viaje, desde ya, es pasado. Lo experimentado en el viaje sólo está en el presente, la escritura de esa experiencia es ya el pasado. Y el pasado es olvido. Olvido místico.

V
Para Wright entonces el poema es el intento de penetrar en ciertas revelaciones momentáneas que el poeta recibe al pasar. Su poesía está cerca del paisaje, y en el paisaje parece haber una escritura. En alguna parte Walter Benjamin va a decir que el lenguaje es una expresión de la naturaleza espiritual del hombre. Pero el hombre se sabe limitado en el lenguaje, porque el lenguaje es apenas un intermediario entre su espíritu y el mundo. Con el lenguaje, el hombre intenta tocar la infinitud que está en las cosas. Constantemente fracasamos en ese intento, y los poetas saben de ese fracaso. Por eso nunca ha de morir la poesía. Los poetas tienen siglos intentando fundir su espíritu con el espíritu del mundo por medio de ella, esa herramienta hecha de palabras que parece tan capaz de lograr esa unión entre el espíritu del hombre y el espíritu de las cosas, entre la escritura del hombre y la escritura que está en las cosas.

Addenda de V
En el poemario Sextetos (2009), Wright nos trae a Benjamin, o a su fantasma más bien. «El fantasma de Walter Benjamin pasea a medianoche» , así se titula el poema:

El mundo es un lenguaje intraducible
Sin palabras o gramáticas
Es un lenguaje de objetos
Que nuestras lenguas no pueden dominar
Pero del cual somos sujetos ardorosos.

Si árbol es árbol en español
y albero en italiano,
Esto es todo lo que podemos acercarnos
A la divinidad, el lenguaje que rodea la Tierra
y que nunca hablaremos.

VI
En el poema «Lengua perdida» (Breve historia de la sombra, 2002) , encontramos lo siguiente:

Uno vive la propia vida en la palabra,
Una sola palabra y una sílaba, palabra y una sola sílaba.
Como si el hielo y sus amuletos pudieran alzarnos y darnos paz.
Sea lo que sea que busquemos, está desperdigado, lejano.

Tengo sed de lo divino
Un largo trago del agua prohibida.
Ansío la luz pulverizada, todas las cosas ilegibles.

VII
En Wright, ya se dijo, el lugar de la revelación es el paisaje. Es en allí donde el hombre transita como sonámbulo, sin notar el abismo. Es en allí donde también el poeta despierta y encuentra algo, algo que de pronto parece decirle un secreto, allí, al borde del precipicio.

VIII
Una caminata en la oscuridad. El poeta camina así en el mundo, bajo la luz de la luna. Hay luz en la oscuridad, pero también, en Wright, hay oscuridad en la luz, y esa oscuridad también es anhelada, porque es como una oscuridad que brilla, y donde está la revelación profética. Hay algo de Rilke en Wright, algo de ese Dios oscuro de Rilke que leemos en El libro de horas.
Dice el monje de Rilke:

A ti, oscuridad de que provengo,
te amo más que la llama
que limita al mundo,
brillando
para algún círculo
fuera del cual se ignora su existencia.

Pero la oscuridad retiene todo en sí:
Figuras y llamas, animales y a mí,
tal como los atrapa;
hombres y poderes.

Dice Wright en «Primogénito»:

Las palabras permanecen en la oscuridad y
Continuarán resplandeciendo allí.

Ningún truco inventaremos,
Ninguna estrategia puede extraerlas ahora,
Y el polvo es polvo por un largo tiempo.

Y en «Muerte»:

Te tomo como tomo la luna alzándose,
Oscuridad, polilla negra donde arde la luz.
Y aunque Wright nombra más bien a Dante, a sus dilectos poetas italianos (Montale, Ungaretti) y a San Agustín, para relacionarlo con Rilke me bastan estas dos entradas que escribió en Bytes y Pedazos: «Escribo desde el punto de vista de un monje en una celda. A veces miro las piedras, a veces miro por la ventana.» La otra: «Me gustaría que mis poemas fueran como frescos visionarios en las paredes de algún monasterio apartado.» Recuerden, el monje de Rilke que es pintor, intenta pintar sus revelaciones de Dios.

IX
Wright es un contemplador de la suave revelación. Él llega al abismo, lo contempla, se devuelve, entra en su carpa, sigue durmiendo y calla. Rudolf Otto, en Lo Santo, escribe sobre las diversas formas en que el mysterium tremendum —el tremendo misterio— puede ser sentido. Puede darse en embates y convulsiones, en temblores, embriaguez y locura, pero también «puede penetrar con suave flujo el ánimo, en la forma del sentimiento sosegado de la devoción absorta» . Es posible que se dé, nos dice Otto, como un «humilde temblor». Ese sentimiento sosegado parece ser el de la revelación de Wright al momento de vivirla. Luego la contará, intentará la significación. Pero aquello ya se ha olvidado y no puede ser bien dicho por la lengua. En «Improvisaciones sobre la forma y la medida» (Vida media, 1988), Wright acota que el poema se escribe con palabras, no con lenguaje. Palabra por palabra, como si en cada palabra se escapase la revelación .

X
En su «Ars poética» , poema recogido en La cruz del sur (1981), la idea de la contemplación, del apartamiento queda clara:

Me gusta estar aquí atrás.

Bajo los retazos verdes del pimentero y el aloe vera.
Me gusta porque el viento arranca las hojas sin una sola palabra.

Acá está presente la conciencia exacta de la limitación. Estoy apartado del mundo, como desde atrás de las cosas, contemplando, y tan sólo miro, no busco palabras y no las deseo. El ser, ni siquiera el poeta, el ser está allí, con las cosas. Esa es su mística: el instante del viaje a través de las cosas, la intuición de que allí hay una lectura que casi puede leerse, y luego, más allá, la escritura de esa lectura, ya olvidada.

XI
Wright no quiere imaginar. Para Wright, como para Lorca, a quien nombra desde el fervor, la imaginación es producto de la inteligencia, un punto de partida de la poesía, imprescindible, pero nunca suficiente. La imaginación sólo se limita a las cosas del mundo, usa las cosas del mundo. Lorca cuenta que la imaginación del hombre ha dibujado gigantes para explicar grandes cuevas naturales, pero luego la ciencia ha demostrado que esas cuevas fueron hechas por las gotas —gota a gota— durante miles de años. La imaginación, se entiende, siempre es insuficiente, y la realidad, esas gotas que crearon el maravilloso interior de la caverna, es más fascinante que la misma imaginación. Dice Lorca: «El poeta pasea siempre por su imaginación, limitado por ella.» En Improvisaciones / El poema como viaje (1992), Wright está de acuerdo con Lorca y lo cita en sus textos reflexivos. La imaginación es pues, tan sólo el punto de partida del viaje hacia la revelación. Wright dice, con Lorca, que el poeta, realmente, llega a ese filo donde el filósofo y el matemático vuelven la espalda, ya sin nada qué decir . Ahí la imaginación no cuenta, porque ella es producto de la razón que todo lo ordena y calcula. Acá entramos, apuntará Lorca, en la fe, en el amor, en la inspiración, a la que Lorca llama «lógica poética». Eso busca Wright: esa fe, ese amor, esa inspiración, esa revelación del misterio que va más allá de las palabras del hombre.

XII
En una entrevista con Adalber Salas, Wright afirma que le gusta la poesía que está anclada a la geografía. Todo paisaje es hermoso en sí mismo, declara, y también todo paisaje contiene historias . Esas historias son narraciones que llevan una revelación que no es declarativa. Quizás por eso Wright es un poeta al que le gustan las narraciones. Las narraciones de los paisajes contienen historias secretas que al ser contadas —o recorridas— nos revelan alguna verdad que de inmediato es olvidada y que, al convertirse en intuición, se transforman en mística.

XIII
Esto es tan sólo una aproximación, mi selección de lectura de Lengua perdida, el compendio de poemas de la obra de Charles Wright que Bid. & Co. editor ha publicado para nosotros. Adalber Salas ha sido su compilador y traductor. Salas, como ya muchos saben, es un joven poeta venezolano licenciado en Letras por la Universidad Católica Andrés Bello. Han traducido a Marguerite Duras y a Antonin Artaud, y obtuvo en 2015 el Premio Internacional de Poesía Arcipreste de Hita por su libro Salvoconducto, que fue publicado por la prestigiosa editorial Pre-Textos.

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Me pongo en el lugar de Salas al momento de hacer este trabajo de lectura, acercamiento, compresión, intuición y traducción de una obra tan basta y rica, y me siento abrumado, metido en un aprieto. Se trata, sin duda, de un trabajo titánico, este que ha realizado Adalber Salas.
Lengua perdida viene a sumar otro poeta imprescindible al catálogo de Bid. & Co., pero también al paisaje de la lectura de poesía en Venezuela.

Recordemos que Bid and Co. cuenta con una colección de poemas de Tranströmer, antes incluso que se le otorgara el Nobel, y con otra del magnífico Mark Strand, también norteamericano. Esto, por nombrar tan sólo dos libros muy valiosos que en Venezuela hemos tenido gracias a la editorial.

Los lectores tienen pues ante sus manos una excelente traducción de Charles Wright y de su mística que rehúye la trascendencia (pero que igual la encuentra), de sus paisajes, de su búsqueda de las palabras, de su luz y de su oscuridad luminosa, y quién sabe de cuántas cosas más que yo no he sabido leer. Esto es Lengua perdida, de Charles Wright.

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