Sucesos

La pandilla de la Av. Fuerzas Armadas que come basura

Un grupo de adolescentes, en la avenida Fuerzas Armadas, vive entre la miseria y la delincuencia. Es una pequeña pandilla que comete delitos menores: hurtos, destrozos, persecuciones. Los integrantes y también mendigos, que no pasan los 25 años, por sumirse en la indigencia, acometen contra la basura. La limpian sí, porque de ella comen

Fotografía: Deivis Ramírez Miranda
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5:30 minutos de la tarde. Avenida Urdaneta entre las esquinas Punceres y Plaza España, diagonal a la avenida Fuerzas Armadas. Tráfico un poco colapsado, típico de los días de semana. Los edificios ministeriales y de entes oficiales vomitan a sus empleados por borbotones. Es hora de irse a casa. Los comercios ubicados en ese lindero específico, farmacia, lunchería, panadería y hoteles, también hacen lo propio con sus empleados.

Las aceras colapsadas por los peatones apurados que se mueven de un lado a otro. Ignoran el espectáculo que protagonizan diez jóvenes, entre 13 y 25 años todos los días. Comen de la basura, se pelean, discuten, seleccionan el menú y guardan en bolsas plásticas las provisiones para la cena, y quizás para el desayuno.

La carta diaria la sirve la panadería con los restos de alimentos que lanzan en bolsas negras a la calle. El camión de aseo se lleva poco porque el trabajo de limpieza lo hacen ellos. La hambruna también tocó a estos chamos que son miembros de una pandilla callejera. A nadie le importa lo que hacen esos chicos. Las personas pasan, observan y siguen su andar. Uno que otro comenta en voz baja la dura crisis que atraviesa el país. «Ahora se ve más gente comiendo de la basura. Este país se lo llevó el diablo».

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Pero a los chicos no les importa lo que la gente diga, su objetivo es saciar el hambre. «Maté a quien me mataba», dijo Jhon mostrando una bolsa con desperdicios de torta, merengue y rastros de fresa. Para él la vida es un paraíso oscuro. «Aquí se sufre pero se goza hermano. No vengas a querer ganar dinero a costillas mías», refiere cuando sabe que está siendo entrevistado. «Te voy a hablar claro, la vida en la calle es dura y hay que jugársela. Yo no tengo familia, a mí nadie me quiere y por eso tengo que echarle bolas a todo. No hay real pa’ la comida y hay que buscarla donde sea, y aquí hay. A veces es un peo comer lo mismo hermano, pero eso es lo que hay«.

Jhon tiene 19 años y no le gusta hablar de su familia. Dice que no existe y punto. En la calle consiguió a su gente, a su pandilla. Tiene nueve compañeros que de día duermen y comen poco y de noche merodean y buscan sustento. «Yo consumo droga y paso el día tranquilo, duermo en paz por ahí con los muchachos y todo. De noche nos rebuscamos con unas vueltas».

Hacer vueltas es robar, hurtar en comercios y edificios, someter a choferes. Cualquier delito que les permita ganar dinero. Su amigo más cercano es «Kay», un chamito de 13 años, el más joven del grupo. Lo protege porque está relativamente nuevo y debe aprender, según él. «Este panita es el mío, es pa’ lante. Él sabe que tiene que activarse más», suelta mientras le golpea la espalda al muchachito que está agachado comiendo arequipe que saca con los dedos de un envase plástico.

Ellos, que ahora destrozan las bolsas de basura lanzadas de los los establecimientos de comida, tienen más de cinco años viviendo en la calle. Su infancia ha sido atropellada, violenta. Son víctimas de un modelo fracturado de familia y de sociedad. Amén del olvido por parte del gobierno nacional.

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La cura que no llegó

En el año 1998, cuando el fallecido Hugo Chávez recién había sido electo como Presidente, siempre insistió en la atención directa de lo que denominó «Niños de la Patria». Hasta prometió cambiarse el nombre si en un año aún había un niño en la calle. Sin embargo su sueño tardó en ser moldeado. Fue en enero del año 2006 cuando creó la Misión Negra Hipólita, que no solo atendería a los niños de la calle, sino que también rescataría a todo aquel menesteroso que estuviera deambulando por las vías del país.

Solo en el Área Metropolitana de Caracas se crearon seis centros especializados para este fin. De acuerdo con cifras oficiales, se realizaron más de dos mil atenciones a personas en situación de calle. Las estadísticas desaparecieron y en la actualidad no hay quien hable del tema. Yorman cumplió hace poco 21 años. Fue parte de esa estadística de rescate por dos meses. Tenía 17 años cuando le brindaron ayuda. Le cambiaron el suelo y el cartón por una colchoneta. «Yo vivía por Paseo Anauco y ahí me agarró la policía un día. Me metieron en la Negra Hipólita, pero eso no me gustó. Ahí le pegaban a uno y todo era un peo. Si no hacías lo que te decían te negaban la comida. No me calé esa vaina y me salí de ahí».

Hoy es uno de los pandilleros del centro de Caracas. También hurga en la basura y guarda desperdicios para alimentarse. Tiene voz de mando. «Gracias a Dios no me da ni coquito. Uno está curado, la calle cura». Una vez intentó trabajar formalmente en un restaurante de La Candelaria. Lo contrataron para que limpiara, pero no aguantó presión. «No sirvo para que me estén mandando. Hace rato que no tengo papá ni mamá para que venga otro a gritarme».

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A ninguno de ellos le gustó la escuela. La pisaban poco. Dicen que ni saben escribir bien. «Leer si sabemos, porque imagínate que no supiéramos. Uno revisa todo», comenta Yorman como líder del grupo. Tienen sus normas de convivencia y las cumplen. Por ejemplo, explica, ninguno puede dormir hasta más de las diez de la mañana, independientemente de la hora que se acueste. Deben compartir ganancias entre todos, pues se distribuyen por la ciudad para rebuscarse. Deben ser puntuales para buscar comida todas las tardes desde las cinco, cuando los empleados de negocios empiezan a sacar la basura. Y así pasan los días.

El tema sexual no lo profundizan. Dicen que de vez en cuando consiguen a la compañera que los ayuda a casi todos. «Manuela es la que está siempre ahí», se ríen.

Los estudios hechos por la Red de Casas Don Bosco demuestran que el 70% de los jóvenes que deambulan por las calles es producto del desmoronamiento familiar, la deserción escolar y el trabajo infantil. La violencia, la ausencia de padres, el maltrato recurrente y la falta de políticas de atención por parte del gobierno han derivado en la proliferación de esta problemática. “No solo las pandillas han aumentado como estructura delictiva, sino que también la prostitución infantil se ha convertido en un dolor de cabeza para la sociedad”. Así lo refiere el experto en materia de seguridad, Luis Granados Hutchings.

Ve con preocupación cómo cada día hay más niños y adolescentes en las calles cometiendo delitos y sobreviviendo a una crisis que movió las bases de la sociedad. «Entristece ver que son muchachos los que comen de la basura y alternan esa dejadez con la delincuencia. Rescatarlos es difícil, porque se han forjado un patrón de conducta rebelde y les cuesta aceptar disciplina. Además que la droga es un elemento perturbador del sistema nervioso central y eso los lleva a sufrir y a ser más resistentes al cambio».

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Luis de 25 años, Andy de 18, Raúl de 22, «el Ruso» de 16, «Bemba» de 22, Migue de 19, y Ronald de 21, son los otros siete miembros de la pandilla. Sus brazos, manos y rostros muestran el abandono. También muestran las muchas lides y marcas que han tenido que enfrentar en la calle: las huellas de la maldad tatuadas, de la valentía para enfrentar las vicisitudes de la noche, de las contiendas entre el grupo y de los propios duelos cara a cara con los policías.

«Si no te gusta, no me veas, es tu peo pensar lo que quieras de mí. Lo único cierto es que no me voy a morir de hambre hermano. Allá el que se queda tieso esperando, aquí no hay que achantarse. Y si no hay comida aquí, nos vamos pa’ cualquier esquina donde haya restaurante y saquen la basura. O comes o te encaramas». Así de tajante es Yorman. Es líder.

El hambre desaparece a las seis de la tarde. Ya no hay bolsa que no haya sido rasgada y revisada en detalle. Los desperdicios son apilados y los jóvenes se van caminando. Cargados de algunos pasapalos que servirán para calmar al apetito nocturno… Mañana será otro día.

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