Sociedad

La palabra y el arte toman partido

A partir de un libro de Víctor Guédez, el verbo reconciliar fue mascullado por intelectuales y sabios. Y de allí se saltó a las letras como estética pero también como vehículo de ideas. En una sociedad polarizada y polarizante, con dirigencias al uso, el reencuentro se hace trabajoso, pero ¿posible?

Portada: Blog Bertigo
Publicidad

En víspera de elecciones, Víctor Guédez presentó su más reciente libro Ética, política y reconciliación, a sala llena. “Cerraré con un cuento: la humanidad toda se había puesto de acuerdo en gritar con mucha fuerza para que nos oyeran los marcianos, pero llegó el día previsto y nadie gritó, y cuando nos preguntaron por qué nos habíamos quedado callados respondimos lo mismo: como la suma de tantas voces sería un estruendo colosal, a lo mejor no iba a notarse si yo hacía o no silencio, y creyendo que mi propio grito no era importante, callamos todos”. ¿Qué decimos cuando hacemos silencio? ¿Mejor gritar? ¿Cómo comunicarnos cuando la neolengua es una manera ensordecedora de dominación?

Alegato a favor de la democracia, de la civilidad, de la convivencia, su libro, editado por la UCAB en la colección Letraviva, es una suculenta reflexión sobre temas tan espinosos —quién lo diría— como la paz y el perdón. El filósofo, catedrático, estudioso de las artes visuales, defensor de las democracia y de toda forma de inclusión, y autor de fundamentales textos de cabecera que nutren seseras, es un creyente a pies juntillas en las formas pacíficas de tejido, no en la imposición, no en el desconocimiento del otro, y siempre desde el poder que entraña la política. “Los conceptos capital social, culturas sinérgicas, transdisciplinariedad, metarrealización, humanismo integral, ventajas comparativas e interdependencia revelan significados de integración a partir de las diferencias en función de la preservación de las mismas. Ello nos lleva a pensar que el espíritu de los tiempos no apunta en dirección contraria a los esfuerzos de reconciliación y convivencia; y la aceptación de esta tendencia nos lleva a la sentencia de Jacques Maritain: apartarse de la historia es buscar la muerte”.

cita-3-RC

Términos que perseveran a favor de tales contenidos, se enfrentan a brazo partido contra años de neolengua y su violencia (lacayos del imperio, pitiyanquis, apátridas, esto es una guerra económica liderada por la derecha oligarca), posverdad –es decir, mentiras (las marchas nunca existieron, es falsa la muerte de los más de cien jóvenes)–, gritos, susurros, cadenas y hegemonía comunicacional.

El periodismo, arrinconado, toma partido por la democracia, porque es su oxígeno, sin ella no subsiste, es una sensata línea editorial; la poesía —según la premiada poeta Yolanda Pantin— no salva, pero acaso es boya; y a la palabra, humillada, se le obliga a escabullirse de su significado, se le vacía, se le distrae a la vez que se usa como dardo; para el poeta Cheikon Chaaps, vale como molotov: cierta poesía, la metáfora vaya adelante, podría serlo.

Parcelados, rotos, luego de años de una exacerbada dicotomía que se suma a las de los prejuicios y diferencias sociales, aun cuando la reducción es imposible a blanco y negro, rojo y azul, persiste la dinámica reduccionista del pendular trastorno bipolar, que es tensión y tentación activa, y que propuso oficialmente el gobierno desde que se entronizó: o están conmigo o están contra mí.

cita-4-RC

“El tejido que se establece entre tolerancia, perdón, justicia y equidad desemboca necesariamente en el tema de la reconciliación”, alienta Guédez. Ahí podría estar la esperanza, no en endurecer los bloques enteros y sólidos, establecidos, que animan la aniquilación del otro. Tejer los derritiría, sucumbirían porque son en realidad de material poroso. “Para alcanzar los objetivos comunes tenemos que buscar mecanismos no solo para construir los acuerdos sino también donde se expresen las diferencias. La democracia no es un régimen militar, por el contrario, en cada organización hay tendencias de cómo pensar y ejercer la práctica política”, sostiene el filósofo Jonatan Alzuru, concordando con Guédez. Pero ¿es factible  el centro como posible lugar de encuentro, como lugar común, como intersección que conecte los extremos? ¿Puede considerarse como blandenguería, tibieza y una forma de ser niní? El medio no es miedo, tampoco guabina. Pero ¿es hoy por hoy una quimera conciliar? ¿Y cuándo sucede? ¿Antes, durante, después?

Meses atrás, la escritora Gisela Kozak escribía en las redes que conciliar no es cosa que pueda desdeñar nadie pero el problema, claro, es el cómo, porque si una de las partes no parece tener pizca de interés, es más, se burla del adversario, resulta imposible. La democracia debe tener, sin embargo, formas de defensa que no sean la violencia para aplicarlas como respuesta al caos que la debilita pero ¿de qué manera? ¿Desde las bases? ¿Desde el poder? ¿Se pacta con la nariz tapada?

Nadie refutó a Rafael Cadenas cuando semanas atrás dijo que “tenemos que unirnos por encima de las diferencias políticas (…) si no lo hacemos, la situación se agravará y no sabemos en qué puede terminar”. Las palabras del genial poeta, siempre luminosas, serían tomadas como una sabía advertencia sobre el nebuloso futuro, jamás como una contradicción del autor del honroso verso que dice “¿Qué hace aquí colgado de un látigo la palabra amor?”.

cita-5-RC

Pero quien sí recibió respingos fue Jonatan Alzuru, cuando tras la muerte de Ramón Palomares, ocurrida el pasado 4 de marzo, decidió publicar en las redes una reverencia para despedir al poeta rojo. Se alborotó el avispero, algo por demás placentero para Alzuru, autor que apuesta a la paz, y que, justamente por ello, se asume como devoto del disenso; ese caldo de cultivo donde asegura la democracia se robustece.

El poeta Harry Almela, el primero, tomó lanzas anticoloradas: “Déjense de trucos, no traten de sorprenderme. Un poeta, antes de serlo, es un ciudadano. Un ciudadano, como lo es un médico, un chichero, un panadero. Así que un poeta cómplice de los asesinos, es simplemente eso: un poeta cómplice de los asesinos”. “Estimado Harry”, respondió Alzuru, “tu argumento es una copia exacta, pero en sentido inverso, de aquella proposición soviética de que el arte era arte cuando era comprometido con la clase obrera y, de no ser así, era una producción individualista reflejo de una ideología cómplice con el imperialismo yanqui; indigna de leerse; porque al fin y al cabo, eran poetas, pintores, escultores o cineastas amigos de los asesinos que mataron a millones de personas en Nagasaki e Hiroshima o en las invasiones realizadas a trocha y mocha en África y en América Latina”.

A la miel del debate, se aproximaron más intelectuales, pensadores y escritores, para hablar sobre si el juicio estético está disociado del ámbito de las ideologías o de las prácticas. Alzuru proseguiría: “Ese pensamiento de automatismo, entre creador y lo creado, funciona para el propio artista que a veces cree, como Fedor Dostoievski, que iba hacer o hizo una denuncia social del alcoholismo y, no se imaginó, ni siquiera pudo intuir que su obra sería un pilar para la indagación del alma humana. En la historia de occidente es inmensa la lista de poetas, artistas, filósofos que apoyaron regímenes totalitarios; pero que seríamos incapaces de mutilar su pensamiento, porque implicaría negar instrumentos profundos de la comprensión”.

cita-1-RC

Buen jaleo. No pocos autores marcaron distancia de quien exaltó a Chávez, tras ir al cuartel de la montaña a hacerle zalemas.

Almela, en una de sus últimas apariciones públicas -murió el 24 de octubre de 2017- ripostó: “Arendt escribió un bello texto, Heidegger, octogenario, pero también uno titulado Heidegger, el zorro. El filósofo alemán, a quien hay que leer, no se salvó de la chamusquina, hay que leerlo, sí, pero sin olvidar su esvástica”. Juan Carlos Chirinos renegó de Palomares y “sus ridículos pajaritos que llegan tan cansados” y lo llamó poeta vagabundo. El poeta Alberto Hernández puntualizó: “El bien no se instala en el poema y mucho menos en el poeta. El bien y el mal son sólo eso, el bien y el mal”. Y no pocos se preguntaron: ¿hasta dónde el pensamiento del artista lo condena, cuándo duele leerlo o provoca dejar de hacerlo?

Entonces el genial Armando Rojas Guardia aseguró que bajo la sombra de la tabla rasa, si echamos al pajón del olvido a un artista por sus pensamientos, no podríamos disfrutar estéticamente de la obra de Pound, de Celine, de Borges, y no podríamos valorar positivamente la obra de Juan Calzadilla. Almela respondió: “Armando, por ahora sólo puedo decirte que no creo en valores intrínsecamente estéticos”. “En efecto, el cultivo de las humanidades no garantiza, por desgracia, salud moral, ni en el creador ni en el receptor”, añadiría Rojas Guardia, “pero el valor intrínsecamente estético de una obra no depende de eso”.

Otro libro podría venir a colación: Rebelión en la granja, de George Orwell, crítico de la revolución rusa, en tiempos de alianzas y guerras mundiales. Su divulgación fue saboteada durante varios años por razones políticas. Un editor que estuvo a punto de hacerlo, envió primero el manuscrito al ministerio de información inglés y de seguidas se retractó no más comprendió “cuán peligrosa sería su publicación, porque, si la fábula estuviera dedicada a todos los dictadores y a todas las dictaduras en general, su publicación no estaría mal vista, pero la trama sigue tan fielmente el curso histórico de la Rusia de los Soviets y de sus dos dictadores que sólo puede aplicarse a aquel país”.

Orwell repondió —y así lo suscribe en el prólogo de su obra— que esta conspiración nacional para adular a nuestro aliado se producirá “a pesar de unos probados antecedentes de tolerancia intelectual muy arraigados entre nosotros” y que “así vemos, paradójicamente, que no se permite criticar al gobierno soviético, mientras se es libre de hacerlo con el nuestro: será raro que alguien pueda publicar un ataque contra Stalin, pero es muy común atacar a Churchill”.

cita-2-RC

“Los buenos dirigentes en una política de alianza se comportan como Churchill y desestiman opiniones como la de Orwell; porque allí la prioridad era ganar la guerra. Regla práctica: determinar la prioridad. No comprender que la unidad es la garantía para conmover a favor de la causa democrática, que es el ABC de la política, que la unidad en la diversidad no solo es un asunto de estrategia sino la condición elemental para la lucha me luce increíble”, remata Alzuru. Vía twitter, mandó este mensaje a García: “La clave no está en cuál de las posibles soluciones a esta crisis es mejor que otra; sino en el grado de articulación de todos”.

Porque un país no se reconstruye, simplemente, por un cambio de gobierno, el asunto es más complejo, porque implica asumir cada uno, desde su lugar la responsabilidad que le compete. “Hacerse responsable ante sí mismo y frente a la otredad”, añade Alzuru. “Apuesto a la diferencia, lo que no supone, hacerse de la vista gorda con quien tiene la responsabilidad de la administración de la cosa pública; allí hay otros procedimientos”.

El periodista y editor Segio Dahbar recordaría, al presentar Ética, política y reconciliación, que el momento actual le recordaba la película Mandarinas, cuando dos archienemigos son recibidos por un amigo común que los recibe con miedo en su casa, en la Rusia comunista. “No quería nunca dejarlos solos, temiendo a cada instante lo peor, hasta que notó, de pronto, que habían comenzado a conversar”. La paz es posible, por lo que hay que buscarla hasta debajo de las piedras. La muerte no es opción.

Publicidad
Publicidad