Íconos

Oswaldo Vigas: la entrevista prohibida

Su pintura, para expertos y coleccionistas, glorifica los secretos de América. Su obra se desprende del ayer y del mañana. Es decir, de lo temporal. Por añadidura, sumerge al espectador en lo insólito y extraordinario. Vigas fue, sin rechistes, uno de los artistas criollos más apreciados y cotizados. Con medio siglo en la palestra pública, de vida plástica, el hacedor de las hechiceras y crucifixiones le dio a Clímax una última entrevista antes de su muerte ocurrida el 22 de abril de 2014

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Era tres de agosto, víspera de su cumpleaños. Aun cuando ha soplado las velitas 89 veces, nunca se ha desanimado a celebrarlo. Ese día, Oswaldo veía cómo los bañistas de las trincheras de Valencia se remansaban en esa naturaleza barroca, mestiza y caribeña que, desde muy temprana edad, lo ha esclavizado, sojuzgado. Mientras las aguas termales cabrilleaban bajo el cielo carabobeño, el mismo que contempló su alumbramiento en 1923, ocurrió el milagro: la ya consabida posesión. No tocó la puerta. Tampoco presentó aspavientos de anunciación. Sólo entró en su cuerpo y lo dominó. Entonces su mirada se extraviaba en lontananza y la mano, su infatigable mano, cobró vida. Bien provista de marcador, zangoloteaba, se estremecía, vibraba. Con cada movimiento, con cada trazo, aparecían, en el papel blanco que tenía al frente, hombres y animales de mundos fantásticos. No paró ni con un embrujo. Cuando al fin la energía o “el duende” lo hubo desasido, más de 20 dibujos reposaban sobre la mesa. “Es mi niño interno. Es la parte creativa que vive en mí, que alimento pintando y escribiendo. Está ahí siempre. No necesito de un exorcismo para que venga en auxilio. Nunca me abandona. Me persigue. Se oculta, quizá, sólo a veces, para seguirme la corriente”, cuenta ya manumiso Oswaldo Vigas, el hombre que hace doblegar lienzos y pinceles, el que en 1952 devino gran “vedette de la peinture” por su primera retrospectiva en el Museo de Bellas Artes de Caracas y por haberse arrogado los reconocimientos más importantes del momento: Premio de Arte Nacional, Premio Arturo Michelena y Premio Alfredo Boulton.

“Desde entonces no he dejado de pintar; porque estoy consciente de que la presencia a través del arte no muere. El artista se queda en el pasado, pero la obra trasciende por encima de uno. Se perpetúa eterna”, filosofa acerca de conceptos complejos: belleza y alma. “Mi primer acercamiento a ellos fue en la logia Francomasónica. Mi papá era miembro y, pese a que yo estaba muy chiquito, entendí que el espíritu, al igual que la pintura, se eleva”, como sus manchas abstractas en la Arcadia de los laureados. Nunca ha transitado con veleidad, ni cuando estudiaba medicina: se graduó en 1951. Vigas es hombre que se consagra, que se empecina y no traiciona. En Francia, en 1958, lo había suscrito: “Je n’ai jamais été rigoureusement abstrait ni rigoureusement figuratif ce que j’ai toujours tenté d’être c’est rigoureusement Vigas”1 . Fiel a sí mismo, no trastabilla ante elucubraciones pretenciosas ni se detiene en las tonterías que dicen críticos y aficionados. “No me gustan. Sus palabras son suposiciones que terminan en invento. Cuando hablan o escriben de mí, me persuado de cuán lejos están de descubrirme”, se burla de aduladores con tesituras de erudición. “Nunca he dudado de cuál es mi rol en la sociedad. Confrontar a través del arte y, pese a que no mejora, hace reflexionar ante la nada”.

Nosotros, los artistas e intelectuales, somos estimuladores de la conciencia, indispensables para todos los procesos de la transformación que, a través de la historia, mejoraron la condición humana”.

El enfrentamiento

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Siempre de pantalón y camisa —que no abotona al final para no sentirse ahogado, libre es— en su taller de la Rue Dauphine, París, Oswaldo abjuraría del influjo que, en la década de los 50 hasta hoy, arrastraría a sus colegas venezolanos; ese que, a trompicones, los empujaría a deslastrase de sus raíces por la pretensión de hacer un arte moderno e innovador. “El puñado que hoy conocemos como cinéticos, Soto, Cruz-Diez, Varela, entre otros, al llegar a Europa, formó un grupo llamado ‘Los disidentes’. Ellos pretendían cortar con su pasado. Luego se inscribirían en el movimiento fundado por Vasarely y Pillet: L’Academie d’art abstrait. Yo me mantuve al margen, además venía del ‘Taller de arte libre’, cuyas premisas contrariaban lo que ellos justamente propugnaban: el suelo, la patria. A mi manera de ver, muchos de mis contemporáneos sacrificaron su talento en búsqueda de un idilio o reconocimiento internacional. Alejandro Otero, por ejemplo, el único con un lenguaje propio, en su ambiente antes del cinetismo, era un gran artista y se convirtió en decorador”, afila su verbo y continúa: “Cuando pasaban por mi atelier, más de uno me llegó a decir: ‘Vigas, tú vives en la prehistoria’”. Y cierto es. “Porque es lo más importante del ser humano. Allí nacen la conciencia y las formas”, se justifica. Sus telas, lo mismo que su cerámica y esculturas, abigarran la selva indómita; serpentean como los ríos del Amazonas; discurren, tumultuosos, como los caudales del Orinoco con sus mitos y sirenas; narran la prosa Gallegos. Son Doña Bárbara y Canaima. Lo que una vez, en 1993, el crítico Dan Haulica pontificara: “Historia mágica y natural”. Arte que perora de ancestros, tótems y sortilegios, de pasiones bárbaras como las sabanas y angustias insondables como un aguacero en los llanos. Huele y ensordece como el rugido de una leona en celo. A veces trágica, a veces alegre es Trópico que rompe en llanto y jamás envejece.

“No soy quién para decir si mi trabajo sirve o no para engrandecer el espíritu. En cambio, puedo aseverar que un cuadro mío cuenta cuentos. Como los murales de Ciudad Universitaria, incluido el que fue recientemente destruido. Son humanos. No extraterrestres. Composiciones que nos acercan. No alejan. Expresiones que salen del ser, aunque sean supuestamente abstractas. Personajes que marchan en cadencia propia”, preludia para llegar a su tema, a su leitmotiv, convertidos en diatriba: “Por eso no me interesó el cinetismo. Porque prescinde del elemento humano. Puede que se haga algo con él, de acuerdo al talento del creador, pero nunca vaciles de que es una fórmula. La abstracción cinética es arte menor. No trasciende. No inventa nada. Es técnica y decoración. Lo irónico es que ha estado de moda por mucho tiempo. Quizá porque alcanza a las masas que no piensan y se conforman con efectos. Y, no obstante, goza en Estados Unidos de gran aceptación. Está más buscado que nunca y aprecios estratosféricos”, cierra su invectiva.

“¿Cómo? ¿Que mis obras valen también altas sumas? Entiendo que las compran para exhibirlas en sus casas o en otros espacios como adornos Eso no eso no me mortifica. El problema del artista es otro: crear y recrear el universo. Por consiguiente, a ellos no tengo nada que decirles sino que me sigan comprando. Además, así acicatean mi ego, que lo tengo”, se infla y pone los puntos sobre las íes quien en su casa guarda más de 70 réplicas. Falsos Vigas que denotan el interés del mercado por sus figuras y pigmentos. “No los rompo. Tampoco los boto. Aún no he descubierto quién es mi falsificador y es bueno”, se ríe irónico.

La biografía del hambre

En tanto contempla los brillos y claroscuros, pinceladas y estructuras que conforman su colección personal —Narváez, Lam, Carvallo, Toledo, Soto y Poleo, sin contar a Miró, Picasso y Goya, por nombrar algunos— destapa el frasco de su memoria. Desamarra esas remembranzas que lo trasportan a su infancia, a los cuartos humildes —tallados por los cinceles de la carestía— donde aprendería, gracias los bríos de su madre, no sólo a luchar hasta alcanzar propósitos, sino también a apreciar el valor del dolor y de la necesidad. “El espíritu humano busca el confort. Estar bien. Pero a mí no preocupa lo contrario. Las adversidades impulsan a superar los sinsabores. Me gusta lo negativo y abyecto del ser. Es necesario que exista. En sus profundidades, en su umbría, se residencian la belleza y creación. Yo me enfrento a los problemas. Eso hago: superarlo. ¿Has notado que hasta hablar me cuesta?”, aclara la garganta para dejar evidencia que no esconde sus padecimientos.

Fue víctima de un ACV y, sin embargo, su talante y determinación no renquean. “Levántate y anda”. Y, camina, sí, con los mismo zapatos negros que los calzan desde hace doce años. “Para algunas cosas soy muy sencillo. No me gustan las poses ni las afectaciones. Una vez, para cenar en un restaurante de postín, le recomendé a un amigo anudarse la cortaba y planchar el paltó. Refistolero, me preguntó que porqué yo no llevaría chaqueta. ‘Porque soy Oswaldo Vigas’, respondí”, desempolva de su grueso anecdotario. El mismo que aquilata las visitas que hacía a Léger en su casa de Rue Chaumière; la generosidad de Carlos Raúl Villanueva; la pichirrería de su íntimo amigo Wifredo Lam; los almuerzos con Marx Ernst, que terminaban en una siesta tomada por su esposa, Dorothea Tanning, en la cama de Vigas; el barroquismo de Alejo Carpentier y la arrogancia y bravuconadas de su tocayo Guayasamín. “Mira… ese retrato lo hizo él. Un día me dijo: ‘te voy a pintar porque tú yo somos los mejores de Latinoamérica”.

Y en ese mismo frasco, que pareciera no tener fondo, como un abismo inescrutable, el aleteo de los ojos claros de Janine, su esposa, chispea. Una constelación, pléyades incluidas, titila siempre en su pecho. Mientras su musical acento galo, con el trueno de las “eres” francesas que despiertan del encanto, Janine esculpida Afrodita es el gran amor de su vida. Su infatigable compañera; sombra y custodio de sus pasos; matrona del hogar que alzó. Madre de su único hijo, Lorenzo, pero lo más importante, es garante de su constancia y propulsor de la carrera a la que ella le ha escamoteado obstáculos. “Vamos, Oswaldo salta”, “Recuerda papi, graba”, “sí, sí, lo veo es tu genio”, canta Janine, canta.

Famélico de palabras y triunfos —“Me gusta comer de todo. Pero prefiero detenerme cuando aún tengo hambre. Pasar un poco de hambre es muy positivo”— Oswaldo persigue otros horizontes a sus 90 años. Que no se confunda con avaricia. No se sacia. Sus tripas siempre suenan. Acaso por eso, el 2014 se avizora promisorio. Su primera exposición itinerante conquistará tierras suramericanas. En julio pisará Bogotá y en septiembre Lima. “Y en marzo, estaré en Nueva York con una muestra de los 70. Entre noviembre y diciembre, inauguraré una individual en la galería de Antonio Ascanio, con piezas de 1958 hasta 1963. Las últimas realizadas en París. La mayoría no forma parte de colecciones privadas ni de museos. Me pertenece. Nunca he vendido todo. Lo más resaltante lo conservo. Tengo tableaux de todas mis épocas hasta de 1942”, sus pinitos. Que todo es esfuerzo y nada es gratuito. No espera por designios ni deidades. “No rezo. ¡Chico! Es que soy ateo por la gracia de Dios. No creo en nada, sólo en el hombre. Pero a veces hasta dudo de él. Creo que tiene los días contados. Lo que comienza ha de terminar. Si viviera ese final sería un privilegio y si muero antes quedan mis dibujos, mis cuadros y las frases que dije, aunque sean locuras”. Las suyas.

1. Nunca he sido rigurosamente abstracto ni rigurosamente figurativo, lo que he intentado ser es rigurosamente Vigas.

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Fotos: Anastasia Camargo

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