Crónica

La vejez que no pesa en las marchas

Con protestas u opinión, abuelitos venezolanos enfrentan la represión enarbolando la consigna pacífica. Están conscientes de sus capacidades y limitaciones. No son los mismos jóvenes que combatieron la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Pero su espíritu libertario no desmaya, menos sus anhelos de recuperar lo perdido en 18 años de chavismo. Sueltan el bastón para toman las calles de Caracas en busca de la democracia perdida

Portada: Shakira Di Marzo | Retratos: Andrea Tosta y El Universal (Américo Martín)
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Los achaques de la tercera edad no son impedimento cuando la libertad de expresión apremia. Ni el paso lento de la vejez, ni la respiración que se interrumpe cuando las bombas lacrimógenas ahogan sin misericordia. Existe una generación de abuelos que defiende sus derechos y los de su descendencia. Se valen de la calle, la opinión pública y el civismo. Repasan lo vivido: el horror de la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez siempre está en la mente. Es la sombra que los persigue, pero también la que impele la perseverancia y resistencia. La búsqueda de luz, o sea la democracia —tal como la encontraron el 23 de enero de 1958. Lo saben posible, por eso rechazan el actual gobierno de Nicolás Maduro con sus bastones, canas y su espíritu luchador intacto.
Así lo hizo Eduardo Guinand, arquitecto venezolano de 80 años. El 4 de abril se plantó en la avenida Libertador de Caracas mientras la fuerza bruta reprimía sin mirar a quien. Todo transcurrió con una rapidez inusitada, que sus reflejos no lograron registrar. Su ceja derecha comenzó a sangrar y su ojo a hincharse sin control. “En un primer momento, creí que el golpazo que me habían dado era una concha de bomba, pero no pude distinguir qué era. No sabía qué había pasado, solo sabía que estaba vivo gracias a Dios”, dice. Los vestigios morados que le quedan en su rostro lo convierten en sobreviviente de aquel día. Su herida es casi un rasguño comparado con el herido de bala y los siete más por politraumatismo que generó la represión a la marcha opositora.


El golpe no lo amilana. Guinand conoce los riesgos y está dispuesto a seguir asumiéndolos en la calle. Desde el 4 de abril de 2017 —cuando fue una víctima más de la represión— hasta este el lunes 24, el Foro Penal Venezolano ha registrado 1426 arrestos en todo el país, 636 de ellos aún detenidos y 59 formalmente detenidos. Son incontables los heridos que la brutalidad militar y policial produce, en conjunto con los desmanes de los colectivos armados. Casos que erizan la piel reseñan los medios de comunicación, como el del asesinato de Carlos Moreno, joven de 17 años que recibió un disparo en la cabeza el 19 de abril en la plaza La Estrella de San Bernardino, en Caracas. Se contabilizan 21 fallecidos durante las manifestaciones del último mes en Venezuela, según declaraciones del Defensor del Pueblo, Tarek William Saab, y 437 personas lesionadas, tal como informó la Fiscal General, Luisa Ortega Díaz, en una rueda de prensa del 25 de abril.
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Tenemos que sobreponernos al miedo. Hay que dejarlo a un lado y luchar por el país, por su libertad. Con todas las fallas de los años anteriores hay que ver lo que fue para el país ese período de los 40 años antes del chavismo. Hay que recuperar la democracia que perdimos”, explica Guinand. Es de los que marcha desde que el fallecido expresidente Hugo Chávez llegó al poder con políticas de corte comunista. Desde el 2003, se recuerda en las multitudinarias movilizaciones opositoras en contra del modelo que propugnaba el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). “Todo lo que es contrario a la libertad de expresión es condenable. Hoy y siempre. Eso motivaba a luchar y salir en contra de lo que se estaba imponiendo, a buscar una democracia como afortunadamente la obtuvimos el 23 de enero del 58”.
El efecto búmeran
Américo Martín ha vivido en carne propia los embates de la dictadura. Una vida le basta para comparar los dos regímenes dictatoriales más recientes del país. “Es muy doloroso. Creí que más nunca en mi vida iba a vivir algo así”, dice, mientras la figura del general Marcos Pérez Jiménez ennegrece su mente. Su mandato marcó su juventud, cuando estudiaba Arquitectura en la Universidad Central de Venezuela (UCV). “Salíamos a manifestaciones que eran reprimidas. Era una lucha constante que vivíamos en aquel momento con el movimiento estudiantil. Pero no tiene nada que ver con los muertos que se han generado en este período”, confiesa. Con 21 años vivió la caída de un pensamiento único que no daba cabida al disentimiento. Y lo celebró. Décadas después, se lamenta de verlo regresar y fortalecerse con el gobierno de Nicolás Maduro.
Los tratos inhumanos de la Seguridad Nacional a las voces disidentes se impusieron con fuerza en la última dictadura del siglo XX. Se usaron técnicas de tortura que el país desconocía. Sus marcas no han cicatrizado en el cuerpo y mente de quienes las sufrieron. Américo Martín, político venezolano, no puede borrarlas, incluso a sus 79 años. Prefiere no hablar de ellas, sino desde la generalidad: “Eran procedimientos que se habían hecho clásicos en la Seguridad Nacional. Golpes y electricidad en el vientre. Estaba desnudo y esposado todo el tiempo, pero afortunadamente la dictadura cayó y salí en libertad por los acontecimientos”.
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Desde su perspectiva, la Seguridad Nacional era un instrumento “antipartido” que se enfocaba en perseguir, apresar, incluso torturar a dirigentes de las pocas organizaciones políticas que había en la Venezuela de mediados de siglo pasado. La disidencia estaba en el ojo del huracán policial del momento. Más de 50 años después, Martín percibe un modus operandi similar en la Guardia Nacional Bolivariana, que ha arremetido contra manifestantes, periodistas, incluso diputados de la Asamblea Nacional, con mayor fuerza en 2017. Sin embargo, el político parte la torta de la represión en tres: “En la actualidad, las funciones que estaban centralizadas con Pérez Jiménez están dispersas en varios instrumentos: los colectivos, la actual Policía Nacional Bolivariana y la Guardia Nacional, dirigidos por Néstor Reverol. La gente no sentía propiamente la presencia de la Seguridad Nacional en la forma como se sienten los paramilitares hoy, por ejemplo”.
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Ya no hace el activismo. Se manifiesta contra las políticas gubernamentales de Maduro desde la palabra. Sus artículos de opinión aparecen en prensa nacional, como TalCual, e internacional, como el ABC de España. Con casi 80 décadas cumplidas, es consciente de sus capacidades, que distan del dinamismo que lo caracterizaba en los años 50. Era un joven militante del partido Acción Democrática (AD), para entonces prohibido y proscrito a la clandestinidad. Recuerda cómo en 1952 “Pérez Jiménez asumió de forma personal la dictadura. El país entró en franco reflujo, con una represión brutal. La Seguridad Nacional alcanzó extremos muy grandes de represión y tortura. No quedó movimiento político con cabeza significativo”. Sus contemporáneos hicieron lo propio desde liceos y universidades con manifestaciones pacíficas, a la que se sumaron trabajadores y sindicatos. “La juventud tuvo un papel muy grande como se está viendo ahora otra vez”, confiesa.
En pie de lucha
Entre muchachos con ansias de libertad, Eva Guarate marcha cuando la oposición convoca una movilización, como lo hecho desde inicios del 2000. Lo dice con aplomo: “Yo salgo por mi libertad, porque sí creo que la podemos recuperar”. Se enfrenta a los kilómetros que deba recorrer, sin importarle cuánto le duelan sus rodillas o cuántas veces deba detenerse para recuperar el aliento. Ese jueves 13 de abril caminó desde Montalbán hasta la iglesia San Pedro en Los Chaguaramos.
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No necesita más que su koala, su gorra, su botella de agua, su teléfono celular y su bandera colgada del cuello para defender sus derechos. Sus 77 años no son impedimento para ella, tampoco su aparente fragilidad corpórea, menos los piquetes de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB). “Ya yo he tragado bastante bomba y he corrido bastante. Me he escondido en hoteles de Los Chaguaramos y en estacionamientos para huir de los gases lacrimógenos. Yo hasta llegué a Puente Llaguno el 11 de abril de 2002 y estuve encerrada en unas escaleras de por ahí. No tengo miedo”, afirma con cara seria.
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Declara no aguantar más el hambre —sus devaluados ahorros se esfumaron— y se niega a ser una emigrante más solo por una dieta un poco más balanceada. Al coro de reproches y quejas económicas se suma Justo Salazar. Tiene 76 años y sus bolsillos también han hecho aguas. No ve materializarse el inicio de una nueva economía ni de un nuevo poder económico popular, tal como afirmó Maduro en relación a los CLAP en enero de este año. Explica que por estar residenciado en Montalbán, no tiene acceso a la dádiva comestible del gobierno. “Toda la comida es más costosa o simplemente no la hay. Tampoco puedo estar comprando bachaqueado porque no me alcanza la plata. Estamos en una situación caótica”, indica.
Salazar marcha, asimismo, porque Montalbán ha cambiado, se ha deteriorado como el resto del país. Ha vivido en aquel rincón del oeste de Caracas por más de 40 años. Siente la desmejora a diario. Sus calles dejaron de ser amables y transitables. “Ya a las 6:30 de la tarde tengo que estar metido en mi casa por la inseguridad. Montalbán me la quitaron. Quiero libertad, quiero poder decir o gritar lo que no me gusta de este gobierno sin que me repriman”. Sabe de represión: llegó a desmayarse en una manifestación opositora en 2003 con los efectos del “gas del bueno”. “Yo participo en la forma en la que pueda aportar. Siempre que hay elecciones, salgo a votar. Y vengo a marchas, siempre con mis previsiones, evitando a los guardias porque sé que no voy a poder correr si lanzan bombas. Pero ahí estoy, y aquí sigo”.
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El optimismo se contagia de la cara sonriente de Berta Hernández. A sus 73 años sale a marchar acompañada de su hijo, que deslumbra con la misma mirada profética. “Estoy harta de tener que esperar a que sea mi día de la semana para poder comprar el producto regulado que se consiga en los supermercados. No puede ser que no me vendan lo que quiera por no ser mi número de cédula. No puede ser”, se queja. Libertad, paz, empleo, seguridad, alimentos, medicinas… la lista de deseos, que no son deseos sino derechos constitucionales, es larga. Por eso toma las calles caraqueñas con paso lento, pero firme. Los gases lacrimógenos le han picado los ojos, la piel, incluso el alma. Pero se mantiene de cara al cañón. “Yo seguiré acá hasta que se vaya este señor. Queremos nuevas elecciones para hacer valer nuestros derechos. Si todo el mundo sale y ves personas que les pegan y los meten presos ¿Cómo no voy a salir yo?”.]]>

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