Política

Llegar a Petare a juro para votar

Había una sola convicción entre los electores reubicados: “Así nos manden a la China vamos a votar”. Para ellos no valieron los llamados de abstención, tampoco importó que los colegios a los que los enviaron se ubicasen en las callejones más escondidos de Petare. Tomaron el bus que dispuso la Mesa de la Unidad Democrática y participaron

Fotografías: Antonio Hernández
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Poco antes de mediodía una ráfaga de disparos intentó cortar la paz. No se sabía de dónde provenían; lo único certero era que sonaron muy cerca del Colegio Fe y Alegría situado en el barrio Unión de Petare. En la fila que discurría junto a la pared del instituto más de uno pegó un brinco del susto, se tensaron los rostros, pero nadie se movió. En esa calle estrecha crecía sin parar la cola de los electores que fueron reubicados desde el Colegio Venezuela Nueva, ubicado en Macaracuay.

La lluvia tampoco derritió las voluntades. El aguacero empezó, varios sacaron sus paraguas y nadie abandonó su lugar. Rubí de Lander se apretujaba junto a otras dos mujeres debajo de una de esas sombrillas. Primero llegó al Venezuela Nueva y allí tomó uno de los autobuses dispuestos para trasladar a los electores hasta el impuesto centro electoral. Los petareños los veían hacer la cola para ejercer su derecho desde la acera de enfrente. Puertas abiertas y cervezas en mano. En Petare no saben de ley seca.

“A nosotros nos dijeron que no eran disparos”, afirmó Lander para justificar su quietud. Ella reconoce que se lo pensó. Que al enterarse de que la habían reubicado en Petare su primer instinto fue el de la abstención. “Si no hubiesen puesto los autobuses no veníamos, recapacité por Venezuela y por mis hijos. Así que nada de abstención. Todo lo contrario, vinimos para acá sin miedo”.

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César Lesme interrumpe el testimonio de Rubí y agrega: “Estamos muy agradecidos con Tibisay por este recorrido. Este es un recordatorio para la clase media. Para ver con nuestros propios ojos cómo la gente está pasando trabajo en el país. Aquí estamos. Nadie nos echa el cuento. Con la esperanza de que en 20 o 30 años la gente pueda llegar caminando hasta aquí. Así que muchas gracias por este tibi-tour”.

Mientras esa cola crecía, la de quienes originalmente sufragaban en ese Fe y Alegría no existía. Entraban y salían. Salvador Bolívar era uno de ellos. “Los tiros son de los saboteadores, los guarimberos; pero nosotros siempre hemos estado convencidos de participar. La abstención es de aquellos, no de los chavistas”.

Entonces una moto se acercó a Gladys Esquivel, una de las testigos de mesa principales en ese centro. “Hay que ir a amparar a la gente que está haciendo la cola para regresar a Macaracuay. Hace rato un par de chamos quería robar dentro del autobús”, le advirtió el motorizado. La mujer explicó que estaban allí desde las 5:00 am y el primer elector del Fe y Alegría pasó a las 7:06 am. “No fue igual con los del otro colegio. Había un sargento que decía que qué hacía ese montón de gente allí y los quería devolver a sus casas. Hubo que pararlos en seco y replicarles que ellos también estaban ejerciendo su derecho. Aquí han tratado de intimidarlos”.

Rosa Rosillo, testigo por el Venezuela Nueva, lo explica: “Nos citaron a las 5:00 am y a las 5:10 am ya estábamos todos aquí, en cambio los testigos del chavismo aparecieron a las 8:00 am, y la coordinadora del centro no nos dejaba instalar las mesas por su ausencia. Fluyó a partir de las 9:00 am, al principio fue todo caótico”. Y atiza: “Es mentira que la gente de las urbanizaciones le tiene miedo al barrio”.

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“A donde nos manden allá vamos a ir”, repetían unos y otros en las filas. “Así sea hasta la China”. Cecilia Ríos supo de su reubicación el viernes. Armó un grupo de cuatro, se subieron a los autobuses y llegaron hasta La Planada en Petare: “Todos los venezolanos somos iguales. Si estaban jugando a que no viniéramos a votar por eso, perdieron, porque la gente no va a dejar de participar”.

Hasta las 11:45 am, Jorge Fernández, de 18 años de edad, contaba que habían llegado hasta allí 23 autobuses –con 32 puestos en promedio–, todos llenos. Jorge nunca ha votado. Acaba de cumplir la mayoría de edad, así que esa fue la forma que halló de colaborar.

Pasado el mediodía la fila para regresar a Macaracuay zigzagueaba; desde allí y después de haber votado –aunque sin mancharse el meñique de morado– Cecilia Orozco reclamaba la falta de respeto: “En Macaracuay votan puras personas de la tercera edad, este es un sacrificio, habiendo tanto colegio por allá cerca, vienen y nos mandan a esta odisea. Fue un reto, pero nos estimuló a venir”.

En el Fe y Alegría confluyeron también los electores del Colegio Macaracuay, a quienes primero habían reubicado en el Venezuela Nueva. Al final todos pararon en Petare.

Amuñuñados entre PJ y el PSUV

Ni Primero Justicia (PJ) ni el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) fueron respetuosos de la norma electoral. Los 200 metros de distancia que deben separar los centros electorales de los puntos rojos y amarillos eran inexistentes. Aquello en cambio parecía una guerra de minitecas. Eso sí, la contaminación sónica no la producía alguna canción alusiva a la campaña, sino la salsa, el merengue o el reguetón de moda.

Las caras de Carlos Ocariz y de Héctor Rodríguez, más las del segundo que las del primero, sonreían desde las calles llenas de huecos del barrio más grande de Latinoamérica. En una de esas callejuelas estrechas se encuentra la Unidad Educativa Municipal Luis Correa, en el sector La Cruz del Barrio Unión, hasta allá mudaron a quienes votaban en el Instituto San Lucas, ubicado en El Llanito.

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Vista la guachafa con las reubicaciones, Daly Corneo no revisó su centro electoral hasta el sábado en la noche. Fue entonces que supo que debía sufragar en un lugar desconocido; y como preguntando se llega a Roma y no estaba enterada de los autobuses dispuestos por la MUD para movilizar a los electores llegó a pie hasta el Luis Correa. “Se supone que si uno se cambia de centro es por comodidad, pero ahora es por la conveniencia de ellos. Esto es un desastre. Son unos tramposos, pasamos de votar en una avenida principal a una calle escondida. Todo para que la gente se desanime y no venga”. Un par de mujeres ubicadas delante de Daly en la fila anunciaron que ellas supieron de su reubicación esa misma mañana al llegar al San Lucas. Norkis Martínez añade: “Yo me enteré anoche y desde anoche le estoy mentando madre a Maduro”.

En esa zona ni siquiera hay aceras, los electores del San Lucas debían hacer la fila en el trocito de calle que les dejaban los vehículos ya de por sí apretujados que circulan en un par de canales –uno para bajar y otro para subir– en el sector. “Juegan al desgaste. La cola que hay es la del San Lucas, pero de aquí no nos vamos a ir”.

Dentro del bus

A sus 68 años de edad Blanca de Barone se sentía viviendo una aventura. Del Colegio Francia, en Campo Claro, la mandaron al Colegio Eugenia Ravasco en Los Chorros.

–¿Va a votar? Aborde la unidad–, le preguntaron al llegar al colegio de Campo Claro en el que sufraga desde que tenía 18 años. Iban ella, su cuñada de 90 años y otro par de señoras de la tercera edad.

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Una vez que el autobús estuvo lleno, antes de arrancar, recibieron una nueva instrucción: “Después de que voten, estén pendientes del bus para que los bajen de nuevo para acá”.

Blanca las arrastró a todas. Insiste en que para ella se trata de una aventura y en que está “feliz”, pese a que entre los miembros de su familia hubo una “guerra por Whatsapp espantosa” entre quienes defendían que había que votar y los abstencionistas.

“Yo voto para que la comunidad internacional sepa, que vean los atropellos y los desenmascaren. Ya nosotros los conocemos”, alegó.

De pie en el autobús, también iba Antonio Constantini, junto con toda su familia. Él se enteró de la mudanza de su centro el viernes, cuando un carro pasó con un megáfono anunciándolo por su calle. “Es una sirvengüenzura del Gobierno pero ya se sabe quiénes son. Así que al final eso me motivó. Al ver que la gente se está moviendo y yendo a votar, yo creo que la gente saldrá”.

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