Teatro

Luigi Sciamanna: “No puedo tener la arrogancia de dar un mensaje”

El dramaturgo, actor y director acaba de estrenar La Mamma, otro capítulo de la serie de obras que tienen a Italia como punto de partida. En ella, vuelve a indagar en el pasado para encontrar vínculos con la Venezuela en la que se estrena la pieza. Además de este proyecto, dirige Pequeñas infidelidades. Por los momentos, no prevé actuar, aunque evalúa algunos monólogos que le gustaría interpretar

texto: Humberto Sánchez Amaya | fotografías: Betania Ibarra
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Fueron cinco años los empleados por Luigi Sciamanna para escribir La Mamma, la historia de Adalgisa Dattoli Silvetti, una mujer que espera con fe a su hijo. El joven está en las trincheras, le dijeron que la guerra llevaría otra vez a Italia a los senderos de la gloria. Il Duce así lo prometió.

La historia está ambientada en una vieja casa ubicada en Abruzzo, donde la imagen de Mussolini cuelga sobre la pared de la sala, como un santo del que todavía se espera un milagro. Ella, fervientemente, le escribe para que permita el regreso del hijo, pero esas cartas, que seguramente se suman a miles, no tienen respuesta. Ella, además, asegura ser leal a Benito, aunque por dentro haya desmoronamiento de sentimientos y convicciones.

A Adalgisa, interpretada por Nattalie Cortez, la acompaña Splendora (Verónica Arellano), colaboradora de los partisanos en las montañas. Mujer humilde, pero con la contundencia del verbo de quien sabe que la vida no es un juego, y muchos menos en guerra. Su humor, además, suele ser el aliciente para tiempos de pesadumbre, escasez y falsas esperanzas. En un lugar donde tener café, arroz o leche es sospechoso. Son lujos en tiempos de carestía.

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La esperanza no solo reside en Adalgisa, sino también en la joven Leda (Larisa Gonzalez), quien fervientemente desea un hijo. No importa el padre, solo es relevante dejar constancia de futuro entre tanto augurio lúgubre.

El padre Amedeo (Djamil Jassir) suele visitar la casa. En él buscan la guía entre tanta precariedad, pero no siempre es acertado. El fascismo incluso confunde a los que esperan los designios de Dios para guiar al rebaño, aturdido aún más entre tanta falta de piedad.

Sciamanna escribe y dirige La Mamma, una propuesta de tres horas de duración, con breves escenas disruptivas que le guiñan a lo absurdo, así como referencias acertadas a la cultura italiana y su aporte a la cultura occidental, con claras alusiones a la realidad y el pensamiento de los ciudadanos de este lado del mundo.

“Fue un proceso largo, que comenzó con la escritura hace cinco años. El año pasado comenzamos el montaje: buscar los muebles, hacer los contactos, soñar con los actores, ver si les gustaba y querían hacer la obra. Para mí el proceso no se detiene. Hay que ver cómo recibe el público, que capta y que no. Una vez que empiezo a montar soy el director del texto, no el escritor. El escritor se queda en mi casa. No me tiembla el pulso cuando hay que cortar”, indica.

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Sciamanna es egresado de la Escuela de Artes de la Universidad Central de Venezuela. Ha actuado en obras como Escrito y sellado de Isaac Chocrón, El enfermo imaginario de Moliere, El jardín de los cerezos de Antón Chejov o Un informe sobre la banalidad del amor de Mario Diament. En el cine, ha formado parte del elenco de filmes como Elipsis de Eduardo Arias-Nath, Muerte en alto contraste de César Bolívar, Reverón de Diego Rísquez, Secreto de confesión de Henry Rivero y El abrazo de la serpiente de Ciro Guerra, largometraje colombiano nominado al Oscar como Mejor Película Extranjera en 2016.

Ahora, como escritor, La Mamma forma parte de la serie de obras que tiene como punto de partida a Italia, entre ellas La novia del gigante, El gigante de mármol, 400 sacos de arena y Monna Lisa. Piezas que buscan indagar, además de interpretar, legados como el de Miguel Ángel y su David, o aquel relato de un grupo de religiosas que protegen La última cena de Leonardo da Vinci durante un bombardeo. Siempre bajo la perspectiva de un creador que vive las circunstancias de Venezuela.

La Mamma se presentará hasta el 23 de junio en el Espacio Plural del Trasnocho Cultural.

-¿Cuál fue el detonante que lo llevó a escribir esta historia?

-Bueno, yo he escrito varias historias que transcurren en Italia. Este es otro capítulo, no un capítulo más en esa indagación, en la investigación que comenzó con La novia del gigante, 400 sacos de arena, otras que he hecho y no se han estrenado. En ellas hay una aproximación a la historia de Italia con la intención de encontrar esos vasos comunicantes con Venezuela. Pero no solamente por eso. Me parece un ejercicio extraordinario mirar el pasado para comprender lo que nos sucede en el presente.image-2019-06-11

-Los guiños se entienden inmediatamente, especialmente en un país con vínculos importantes con Italia

-Pero están ahí, yo no los forcé. Te recuerdo que esta historia la empecé a escribir hace cinco años.

-Durante el rodaje de El abrazo de la serpiente usted leía Confesiones de San Agustín. ¿Qué leyó durante estos últimos cinco años en el proceso creativo de esta obra?

-¡Imagínate tú! Historia italiana, biografías, conversaciones con los miembros más viejos de mi familia, especialmente con mis tías para tener más detalles de la vida cotidiana. Quería entender la rutina del período de la guerra y de la posguerra.

-En aquella película usted interpretó a un monje atormentado en medio de una selva. ¿Qué buscaba en esas lecturas?

Las Confesiones tratan, de alguna manera, sobre el proceso de encuentro de San Agustín con su fe. Tampoco pretendo resumir con esta frase esa maravillosa obra, que amo. Pero me parecía que era la lectura del momento. No sé si del personaje, pero me dio mucha tranquilidad durante esa semana de rodaje. Yo sentía que ese personaje estaba muy solo, me golpeaba su soledad.

-Y ahora en La Mamma nos presenta a una madre que espera a su hijo. Tiene el apoyo de una amiga, pero en el fondo está sola, devastada por la ausencia del ser querido. Además, la incertidumbre de no saber si volverá. También podemos hablar de la soledad de la guerra, la soledad de los pueblos que están en conflicto.

-Sí. Acá vemos a todos los desclasados, a los desplazados. Ellos no van a la guerra. Es la gente menor. Ellos son los personajes de esta obra: la muchacha que quiere tener un hijo, la otra que espera que el hijo regrese, otra que se siente como un perro hambriento, un sacerdote que tiene unas ideas políticas pero no pelea y un fascista en decadencia porque no funciona aquello en lo que creyó. También vemos a esta mujer barbuda que es otra desclasada.

-¿También teatro del absurdo?

-No lo sé. Eso tiene que decirlo la gente. Prefiero que me lo digan otros. Me parece perfecto así. No puedo afirmarlo o negarlo porque sé que puede haber guiños en alguna escena. La escena de la mujer barbuda sin dudas es de ruptura estética. Está vestida de otra época con un carrito de mercado. Es otra cosa.

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-¿Podemos hablar de una crónica sobre la actualidad a partir de un hecho histórico si tomamos en cuenta el momento en el que se estrena?

-Una vez un crítico me preguntó hasta cuándo yo iba a escribir dramaturgia europea. Le respondí que aceptaba que llamara a esas obras dramaturgia europea si en esas piezas que refería no encontraba alguna vinculación con la realidad venezolana.

-Hay quienes dicen que el teatro ha sido la expresión artística más directaen los años recientes en Venezuela

-El teatro muchas veces ha mirado al pasado para hablar de su presente. Shakespeare escribió muy pocas obras que ocurrían en Inglaterra. No me estoy comparando, pero es uno de mis santos patronos.

-No busca una interpretación única de la obra. ¿Pero hay algún mensaje que no quiere que pase inadvertido?

-No hay un solo mensaje. La obra tiene muchas capas: la soledad, lo política, la familia, Italia, la tragedia del fascismo. Que cada quien agarre lo que pueda, incluso lo que no entienda, se lo lleve como una pregunta, que encuentre una respuesta en la noche o al día siguiente

-O la responde la persona con la que vio la obra

-También. Yo no tengo un mensaje porque solo trato de comprender, por lo tanto no puedo tener la arrogancia de dar un mensaje. Solo quiero entender mi pasado y mi presente.

-¿Algún temor en estos tiempos?

-No, porque yo estoy hablando de Italia.

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-Estamos en la mitad de 2019. ¿Qué otros proyectos de usted podremos ver en lo que queda de año?

-Dirijo una obra al año. Esta es la primera vez en muchos años que llevo dos porque me ofrecieron Pequeñas infidelidades, que es un texto de Mario Diament, un autor que he trabajado. Acepté porque pedí que se estrenara antes de empezar los ensayos de La Mamma. Afortunadamente se pudo estrenar antes. Pero hasta el año que viene no presento algo nuevo. Esto es muy agotador.

-¿Y como actor?

-No tengo ninguna oferta.

-¿Y el cine? Bueno, hablar de cine ahorita en el país es casi hablar de utopía.

-Sí. Si quiero actuar voy a tener que darme trabajo. Hay dos monólogos que me encantaría hacer.

-¿Escritos por usted?

-Para nada. Me encantaría hacer El juicio del siglo, que es un texto de mi maestro Fernando Gómez, quien lo hizo durante cincuenta años. También está El diario de un loco de Nikolai Gogol. Lo empecé a estudiar hace unos años, pero lo guardé. Me encantan.

-¿Por qué los quiere hacer?

El juicio del siglo habla de tantas cosas: la educación, el ser humano, la justicia, la pena de muerte. Y de El diario de un loco me encanta ese viaje de un personaje, ese pequeño burócrata comido por el sistema. Me encantan.

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