Opinión

Maduro: el gran perdedor

El actual Presidente atraviesa una honda crisis política luego de la derrota oficialista en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre. Sin popularidad, escasez a tope, inflación de tres dígitos y con facciones rotas dentro del chavismo, su actitud muestra la malcriadez un hombre que no sabe perder

Fotografía: AVN
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Al bajar del avión, había una joven morena, de traje ejecutivo, sosteniendo un cartel con las siglas “CNE” La razón de mi viaje hizo que me acercara a ella sin pensarlo. Como si me estuviera esperando para llevarme directo a votar. “¿Por dónde es la salida?”, le pregunté. Antes de que la muchacha pudiera responder, una señora mayor contestó: “¡Abajo y a la izquierda!”.

Mientras salía del Aeropuerto Simón Bolívar noté algo curioso. En el trayecto entre el avión y el carro solamente encontré un afiche (gigante) de Hugo Chávez, y ninguno del Presidente Nicolás Maduro. A pesar de su extrema impopularidad, la elección parlamentaria del 6 de diciembre se planteó como la relegitimación de la administración Maduro —como heredero del legado político de Chávez. De esto no hay duda. Luego de la demoledora victoria del bloque opositor, el mismo presidente, en su infame mensaje del 8 de diciembre lo admitió: “yo quería construir 500 mil viviendas el próximo año… pero yo ahorita lo estoy dudando. Pero no porque no pueda construir, yo puedo construirlo… pero yo te pedí tu apoyo, y no me lo diste”.

Maduro ni siquiera trató de esconder el haber hecho campaña ilegal, pues está prohibido que el Presidente de la República participe en campaña política mientras se encuentre en el cargo, sino que más bien lo reafirma. Y claro que lo hizo: buscaba su propia relegitimación.

En una sabrosa conversación con Inés Quintero, por allá en aquellos tiempos del petróleo a 100, luego de la elección de Nicolás Maduro, tratamos de dilucidar si había un referente histórico que pudiéramos utilizar para entender al recién electo presidente. En esa entrevista, Inés lanzó una frase devastadora: “Nicolás Maduro es un político que vive un gran drama al no tener gobierno anterior, ni manera de romper con el pasado”.

Al cabo de dos años, la percepción ha cambiado. Y podemos decir que Maduro sí tiene gobierno anterior… el chavismo ya no se identifica con él. “Chávez no habría dejado que esto pasara”, es algo que se oye regularmente en la calle. Pero el gobierno de Maduro, desde el principio, parecía estar destinado a ser el buffer del chavismo frente al caos que vive el país. Quizás su salvador.

Nicolás Maduro se dice caraqueño de El Valle, pese a su acento cubanizado y que algunos de sus adversarios le endilguen nacionalidad extranjera. Manejó un autobús y fue sindicalista del Metro de Caracas. Acompañó a Chávez en sus años post golpe, y cuando el golpista llegó a la Presidencia, Maduro fue constituyente, y luego asambleísta. De sus cualidades como diputado, algunos de sus adversarios lo recuerdan, junto a Calixto Ortega, como uno de los oficialistas con quien se podía razonar —o al menos con quien uno se podía tomar un whisky. Fue por esto, quizás, que en 2002, el presidente Chávez lo designó para dirigir la mesa de negociación con la Coordinadora Democrática —que igual terminó por ser un fracaso.

Llegó a Presidente de la Asamblea Nacional, y luego renunció —dejando a su actual esposa a cargo— para convertirse en Canciller de la República. Ejerció el cargo por seis años hasta que Hugo Chávez, previendo su muerte, lo designó Vicepresidente, y lo ungió como quien sería su reemplazo.

Mucho se ha especulado sobre las razones por las cuales Chávez eligió a Maduro para que llevara la batuta de la revolución. Una corriente fatalista opina que el actual Presidente es una ficha de los Castro de Cuba. Que era, de quienes estaban en el círculo íntimo de Chávez, el que más se identificaba con la izquierda cubana, y que ellos lo designaron directamente para poder mantener el control de Venezuela.

Quizás haya algo de cierto en que, ideológicamente, Chávez pensó en Maduro como alguien que podría conservar su legado. Pero quizás la elección haya sido más sencilla, más básica. Quizás el actual Presidente era, entre los colaboradores de Chávez, quien tenía el récord más limpio. Era un tipo bonachón, y no tenía fama de corrupto. A diferencia de su actual esposa, “la primera combatiente”, Cilia Flores.

Pero Chávez le dejó un país ingobernable que, inmediatamente, después de su muerte, se dividió en distintas parcelas de poder casi impenetrables. Además, la propia torpeza de Nicolás en el manejo de políticas públicas y su carencia de liderazgo han llevado al país a una recesión sin precedentes en la historia de Venezuela. Hay colas para comprar comida, los sueldos se disuelven ante una inflación de tres dígitos. Hay hambre.

Y ahí se encontraba el Presidente, la cara reconocible del desastre, pidiendo al “pueblo” que en las elecciones parlamentarias votaran por él, que votaran por Chávez. El resultado, ya se sabe, fue aplastante para el chavismo. O, mejor dicho, para el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Si algo ha dejado la presidencia de Nicolás Maduro es un claro rompimiento de un gran grupo de seguidores de Chávez con el oficialismo. El “legado” abandona al “proceso”.

Maduro se va quedando solo, y en muy mala compañía.

Pero cuando se le ve hablar por televisión, enredarse con su propia lengua, tropezar con tonterías, proferir insultos y chantajes como un niño malcriado, amenazar con buscar alternativas para neutralizar a la nueva Asamblea Nacional (AN) ignorando la voluntad de la mayoría, arengar a los seguidores del PSUV, no queda más que preguntarse: ¿terminará su período presidencial? Es difícil imaginarlo. Duda uno de su entereza para afrontar lo que viene, y de su estabilidad mental.

Chávez, a través de las reformas constitucionales que forzó, terminó por dejar a su sucesor la paquidérmica tarea de enfrentarse a un interminable período presidencial de seis años. De acuerdo a la Constitución, si el Presidente se retira antes de cuatro años del período, se debe llamar una nueva elección presidencial. En cambio, si Maduro cruza la línea de los 4 años —sentiría un gran alivio— podrá pasar el bastón a otro político chavista, su Vicepresidente, que podría terminar los 2 años restantes de período.

Mientras abordaba el avión para regresar a casa, reconocí algunas caras del vuelo anterior. Ahí estaba la señora jocosa, tristona, con lágrimas en los ojos. Esta vez, me dijo, no lloraba porque se iba, sino porque no se quedaría. Antes de partir, revisé una vez más el terminal internacional, verifiqué que no había afiches del actual Presidente, y recordé la frase de Inés Quintero: “Nicolás Maduro es un político que vive un gran drama al no tener gobierno anterior, ni manera de romper con el pasado.”

“Como Maduro no tiene forma de romper con el pasado, el pasado rompe con él”, pensé.

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