Crónica

Maracaibo: la tierra del caos amada o despreciada

El 28 de enero se celebra el Día de la Zulianidad en conmemoración a la declaración de independencia de la región en 1821. Tras 195 años, Maracaibo, su capital, ya no se autoproclama como la ciudad más bella del Occidente. Lo admite hasta su propia alcaldesa. En ella se instalan tronos de basura, la oscurana, el hampa y el caos del bachaqueo diario. La crisis nacional y la mezquindad política mermaron su aspiración a ser urbe del primer mundo. Sus habitantes aún le rezan por soluciones a la Virgen de la Chiquinquirá

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Maracaibo siempre saca pecho. Se enorgullece de lo autóctono hasta el clímax, exhibiendo esa tendencia vanidosa muy propia de las ciudades petroleras. Tuvo hasta hace siete años un eslogan oficial que hacía alarde de ese atributo de municipio aventajado: “Somos la primera ciudad de Venezuela”. En esos tiempos, entre finales del siglo pasado y principios del corriente, lucía calles nuevas y parques adecentados; construía un Metro promisorio y estrenaba Policía. Sus gobernantes competían entre ellos para embellecerla. Ese aroma a tierra prometida —si en alguna vez estuvo cerca de serla— dio un giro como el que da una moneda en el aire. La crisis nacional hizo metástasis en ella. Un cáncer se empoderó de su alegría.

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A Ronald, un robusto obrero de 45 años, ya se le dificulta cantar con convicción aquella gaita que pintaba a Maracaibo como “la ciudad más bella que existe en el Occidente”. Hoy no basta solo con tener “Lago, China y Puente”. Él practica esa religión popular de autoproclamarse precursores de lo que sea, incluso del desatino socio-económico. “En Caracas y en otras ciudades las colas en los ‘súper’ comenzaron entre diciembre y enero. ¡Mi alma! Pero si acá tenemos tres años en esta lavativa”. Lo vocifera con dejo de orgullo, mientras se ubica en el puesto setenta y pico de una kilométrica fila de clientes a las puertas de un mercado de la avenida Doctor Portillo.

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Bajo el resguardo de un paraguas rojo que mitiga el efecto del sol, admite sin remordimiento que es un “bachaquero” más. Compra a precio regulado lo que encuentre —harina, leche, arroz, champú, desodorantes, jabones— y lo revende hasta en cinco o seis veces más que su costo original. Él es parte de la estadística que ha secuestrado de facto los comercios: seis de cada 10 compradores en Maracaibo se dedican al contrabando o a la reventa de productos. Y, muy orondo, lo justifica. “Tengo que darle de comer a mis dos muchachos. Hay que defenderse de alguna forma. Acá le damos la vuelta a todo”.

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La gobernación del estado calcula que en la capital operan al menos 40 mil “bachaqueros”. Son langostas que no dejan muñeco con cabeza. Jamás abandonan los supermercados y farmacias —incluso pernoctan en ellos. Ni siquiera la lluvia o el calor les espantan. Tampoco les asustan las máquinas “captahuellas”, la exigencia de una compra mínima de 500 bolívares para adquirir artículos regulados ni la amenaza de arresto.

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La ganancia les da coraje. Con ese modus vivendi Ronald y sus colegas —guajiros, amas de casas, estudiantes, gente pobre o de clase media— se embolsillan hasta 70 mil bolívares al mes revendiendo a sus cercanos o a mafias que se llevan el producto a Colombia. Sus “sueldos” pulverizan los de cualquier profesional universitario.

Desventura a la espera

Maracaibo se ha infestado de la eterna espera de ciudadanos como Ronald. Hay colas hasta en las estaciones de gasolina. Ese cuello de botella tiene una causa: el sistema automatizado de venta de combustible. Lo bautizaron oficialmente como TAG —Tarjeta de Abastecimiento de Gasolina—, pero el pueblo lo identifica en su argot como “el chip”. La activación del mecanismo causó en mayo tal colapso en las bombas que la gobernación la revirtió en al menos 15 gasolineras, dando un periodo de gracia para la instalación del dispositivo en los vehículos. Pero hasta la fecha solo 280 mil de 600 mil unidades en Zulia poseen el TAG.

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Ese “permiso” sigue vigente mientras decenas de transportistas están de plantón. A muchos de ellos, generalmente choferes del transporte público, les conviene aguardar el tiempo que sea en las gasolineras que no exigen “chip” ni límites para verter. “Bachaquean” la máxima capacidad de sus tanques —entre 60 y 90 litros— hasta ciudades fronterizas con Colombia, donde les compran esa cantidad de combustible hasta en dos mil bolívares. Y realizan entre dos y tres viajes al día.

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Esa pasión por el contrabando ha complicado al sistema de transporte. Cientos de pasajeros toleran hora y media de espera en horas pico para abordar una unidad que los lleve a sus trabajos o sitios de estudio. Da igual el punto cardinal en el que se hallen. Carmen, señora de servicio de una familia del norte de Maracaibo, de raza wayuu y madre de tres hijos de 4, 7 y 15 años, sufre el karma de lunes a sábado en La Curva de Molina. El lugar es la garganta más profunda del desorden del oeste citadino. Tarantines, suciedad, irrespeto a las luces del semáforo, vehículos a toda velocidad, buses con gente “guindando” por fuera de sus puertas, aguas negras desbordadas. “Casi todos los choferes de por puesto se dedican a ‘bachaquear’ gasolina y hay poquitos para los pasajeros. Las colas son bestiales y hay ‘pasaos’ que se meten sin hacer cola. Llego tarde a mi trabajo siempre por eso. Los carritos vienen full”, comenta indignada.

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Es la desventura derivada de una Maracaibo donde todo es “bachaqueable” y, por ende, escasea. Los alimentos, las medicinas, la gasolina, el transporte y hasta los billetes en cajeros automáticos —en la frontera con Colombia compran los de máxima denominación hasta en 50 por ciento más. La ciudad se afea con colas perpetuas y también con pésimos servicios. El gas falla cada mediodía en decenas de sectores y el racionamiento de agua en las residencias es oficial desde hace 20 años —hay servicio durante día y medio y luego se interrumpe por 72 horas. Los desechos sólidos se acumulan en las urbanizaciones; la delincuencia ataca a toda hora; y el alumbrado público falla hasta en 70 por ciento, según cálculos de la Alcaldía, incluyendo corredores viales de primer orden, como 5 de Julio, Bella Vista y La Limpia.

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La ciudad “espejo”

Oscar, chofer de un periódico de circulación regional, está perplejo ante el deterioro de la calidad de vida. Nunca en sus 48 años, reflexiona, había experimentado un aprieto similar. “Chico, yo estoy asombrado. Jamás había visto a la ciudad tan oscura”, se lamenta, mientras conduce su Nissan Sentra del año 2000 por la avenida Universidad. Cruza tres semáforos a las 8:20 de la noche y dos de ellos no funcionan. Tampoco los bombillos de las cinco cuadras que transita. “Es lo que digo. Ya la gente tiene miedo de caminar y hasta de conducir. ¡Con razón! ¿Quién camina en esta oscuridad?”.

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“Maracaibo es una ciudad ‘espejo’. Refleja el deterioro de la nación que la acuña”, según explica Ángel Lombardi, historiador, rector de la Universidad Cecilio Acosta y una de las mentes más respetadas del estado Zulia. “La conducta colectiva, más que ciudadana, siempre ha sido la misma: el maracucho es lo que es hasta que la educación y las leyes logren incidir en su conducta urbana, básicamente individualista, aquello de ‘hago lo que me dé la gana’”.

Juan Romero, historiador, analista político y profesor de la Universidad del Zulia, celebra la evolución demográfica de Maracaibo en los últimos años, especialmente hacia zonas que tradicionalmente no había consolidado, como el noroeste. Pero comparte con Lombardi la escasa formación de la ciudadanía en espacios “profundamente descuidados y hasta privatizados”.

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Entre los académicos y expertos de gestión pública hay quienes añoran la época en que los gobernantes empeñaban fondos y esfuerzos para concretar mejores obras que sus némesis políticas. Egno Chavez, sociólogo, encuestador y miembro del consejo directivo de la ONG Azul Ambientalista, recuerda cómo la capital se benefició de ese pulso que duró 12 años continuos.“La ciudad vivió un momento espectacular de avance y desarrollo entre 1996 y 2008. Primero hubo una competencia entre el alcalde Manuel Rosales y el gobernador Francisco Arias Cárdenas. Se hicieron valer las competencias municipales. Se mejoró el ornato, la red de gas doméstico, la recolección de basura”.

Hubo entonces un acuerdo entre Enelvén y la alcaldía para cobrar los impuestos de los servicios a través de la factura del servicio eléctrico, permitiendo contar con un volumen importante de recursos para reinvertir en el alumbrado público. “Luego ocurrió la misma competencia con Rosales cuando asumió la gobernación y Gian Carlo Di Martino. Hubo un ambiente diferente, fluyeron las inversiones, se mejoraron las redes de hotelería, se interesaron por la cultura. ¡Maracaibo hasta fue sede de la Copa América!”.

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La capital zuliana se encaminaba a ser una ciudad de primer mundo. Lo palpaban tanto los oriundos como los visitantes. Pero entonces, advierte Chávez, sobrevinieron los desaciertos con una pizca de bajezas de naturaleza política. Se eliminaron los recursos municipales por vía de la Ley de Asignaciones Económicas Especiales y el Fondo Intergubernamental para la Descentralización. Además, hubo el quiebre de Enelvén con la Alcaldía en 2009 para el cobro conjunto de los servicios. Una receta para el rezago.

Urbe tachada

La metrópoli entró en una espiral de involución. Lo admite, incluso, su máxima autoridad. Eveling Trejo de Rosales, alcaldesa desde 2011, reconoce que Maracaibo ha dado un cambio desfavorable. “Sería una falta de respeto decir que aún sigue esa ciudad bonita y bella que construyó Manuel Rosales (su esposo, actualmente en el exilio en Panamá). Esa Maracaibo amigable y saludable se ha borrado”. Atribuye el estancamiento a la crisis. También lo endilga a los problemas ambientales —“sin lluvia no hay agua para los parques y las áreas verdes”—, a la “entrampada política de Enelvén” y a la ausencia de rellenos nuevos para eliminar los desechos.

Su despacho reportó en agosto que desconocidos cometieron actos vandálicos contra 130 paradas de autobuses, 43 intersecciones de semáforos y decenas de cerraduras de estaciones de gas. Los ataques, precisaron voceros de la Alcaldía, representan una pérdida de 40 millones de bolívares. Trejo de Rosales culpa al “problema estructural que hay en Venezuela” de la suerte marabina. “Estoy trabajando con las uñas”, lamenta.

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No pierde la esperanza de que la suerte de su ciudad cambie. Recita de memoria un listado de obras y presupuestos que, recalca, le hacen tener “esperanza”: ha asfaltado y reasfaltado ocho mil 150 calles con una inversión de 450 millones de bolívares; ha instalado y reparado semáforos con controladores digitales gracias a 50 millones de bolívares; y ha dispuesto siete canchas de fútbol de grama artificial. La Gobernación también adelanta trabajos de construcción de la nueva plaza Bolívar y refacciona el palacete de Loyola como espacio de cultura, entre otros proyectos.

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Pero mientras el futuro es promesa, la crisis no despoja a los marabinos de a pie de ese efluvio de jactancia. Lo adaptan a lo peyorativo, eso sí. ¿Inseguridad? No hay ciudad con una delincuencia “más depravada”. ¿Apagones? Ocurren “a cada rato y sin avisar”; tan solo un chaparrón causó a principios de agosto fallas eléctricas en al menos 95 sectores. ¿Basura? Hay toneladas sin recoger a tiempo en las calles “para regalar”. ¿Colas? Miden hasta dos kilómetros y forman espirales en las fachadas de mercados y farmacias “desde mucho antes” que en el resto de Venezuela. ¿Sequía? Dos millones y medio de personas solo tienen reservas de agua potable para 30 días.

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