Crónica

Mi vida con el CLAP: ¿A eso le llaman leche?

Dicen que es leche, pero parece otra cosa. El sabor la delata aunque no es el principal problema. Su constitución sí: un líquido blancuzco, un fondo grumoso, una contextura que pareciera no alimentar. Y luego la confirmación. Clímax presenta una serie dedicada a la cotidianidad impuesta a través de la entrega de comida de los CLAP

ILUSTRACIÓN: DANIEL HERNÁNDEZ
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Yo tenía muchísimos meses sin saber lo que era comer cereales. En mi casa no los consumimos tan seguido y desde que los productos comenzaron a escasear o a aumentar desproporcionadamente de precio, hace unos cuantos meses, la leche no entraba en la lista de nuestras prioridades. Cosa mala, ya lo sé, pero la plata no alcanzaba para todo. Así que la olvidamos por un buen tiempo.

La olvidamos hasta que el producto empezó a llegarnos en las bolsas CLAP. Qué maravilla. Volvimos a los café con leche, los cereales, los dulces. Al principio entregaban una leche bastante decente, mi mamá aseguraba que era nacional y por eso sabía tan bien. La verdad es que no estaba nada mal.

Pero la alegría duró poco. Al tiempo dejaron de enviar leche en las bolsas. Más nunca la vimos, así que volvimos a la escasez. Mi mamá necesitaba tomar leche regularmente, debido a una osteoporosis que le jodió los huesos del cuerpo. Así que aplicamos la que muchos hacen últimamente: el trueque. Mi tía nos daba uno o dos paquetes de leche a cambio de un paquete de azúcar. Mejor eso que nada, decía uno. Mi mamá era la que más consumía la leche, cada mañana en el desayuno. Yo de vez en cuando, pero su sabor me molestaba el paladar. Pero el sabor no era el problema.

Todo estaba bien hasta que leímos un trabajo que nos tumbó todas las posibles alegrías: la leche de los CLAP no es más que agua blanca, sin nutrientes, ni calcio, ni proteínas, ni todas las cosas buenas que debería tener el líquido. Una leche fraude, una mala leche. Mi mamá no ha hecho más que tomar agua blanquecina, nada que realmente le haga bien a sus huesos desgastados.

Hace días lo comprobé. Mi mamá llegó a la casa con una caja de cereales. No sabía lo mucho que los extrañaba hasta que los vi nuevamente. Lo primero que hice, evidentemente, fue prepararme un plato. Primero vinieron los cereales, luego la leche. Qué fraude: el líquido blanquecino era exageradamente transparente, con pequeños cúmulos del polvo bailando de un lado a otro. No tenía consistencia. La leche parecía agua sucia.

La emoción de volver a comer cereales no duró ni 15 minutos. Después de ese fiasco, me prometí a mí misma que cuando pudiera y tuviera el dinero, compraría una verdadera leche para disfrutarme los cereales. ¿Qué “comida” nos está dando esta gente?

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