Opinión

Niños "mártires" y el olvido de los hipócritas

Se acumulan los nombres de muchachitos asesinados en protestas, 22 según Cecodap. Vidas que se desparramaron en el asfalto de la lucha contra desalmados. Homenajes se suceden y frases hechas se vociferan, pero esconden una realidad: son niños que mueren, más que mártires o héroes

Fotografía de portada : Andrea Hernández | Foto interna: Valeria Pedicini
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Una pregunta para quienes hablan de los “guerreros”, los “libertadores” y los “chamos cuyo sacrificio no será olvidado jamás”: diga el nombre completo de tres niños muertos en las protestas de Venezuela. Le pedimos tres. Ya. Dígalos de corrido, sin echar mano a su teléfono para buscarlos en Internet.
Muy pocos responden con aplomo. La inmensa mayoría, incluso de quienes se proclaman fanáticos de los muchachitos con escudos de cartón, son incapaces de recitar los nombres de tres adolescentes asesinados por la represión. Y, según la ONG Cecodap, hasta este jueves 3 de agosto, ya se habían registrado 22 muertes violentas de adolescentes.
Bryan David Jiménez Principal, de 14 años. Cayó el 11 de abril, en la urbanización Alí Primera, Barquisimeto.
Carlos José Moreno Barón, de 17. Herido fatalmente en la cabeza con arma de fuego durante una manifestación en San Bernardino, Caracas. El 19 de abril.
Albert Alejandro Rodríguez, de 16 . Murió asfixiado con gas lacrimógeno, en El Valle, Caracas. El 20 de abril.
Yorgeiber Rafael Barrena Bolívar, de 15. Sucumbió a una descarga eléctrica en una panadería en El Valle, Caracas. También el 20 de abril.
Jackson Enrique Hernández H., de 16. Lo mató una bala en Capacho Nuevo, Táchira. El 25 de abril.
Armando Cañizález, de 17. Su vida fue segada por trauma penetrante en el cuello, en Las Mercedes, Caracas. El 3 de mayo.
Jesús Armando Alonzo Valera, de 15. Recibió un disparo en la cabeza cuando miraba a sus vecinos robando mercancía de una carnicería, en Carabobo. El 4 de mayo.
Luis Alviárez, de 17. Una metra le destrozó el pecho. En Táchira, el 15 de mayo.
Yeison Nathanael Mora Cordero, de 16. Lo hirieron para matarlo, en Pedraza, Barinas. El 16 de mayo.
José Francisco Guerrero, de 15. Lo mataron de un balazo, la noche del 16 de mayo.
Daniel Rodríguez, de 17. Otra bala apuntada a la cabeza. En Santa Ana, Táchira.
El 18 de mayo. Neomar Alejandro Lander Armas, de 17. Alguien calculó cómo meterle un proyectil en el pecho. Lo mataron en Chacao, Caracas.
El 7 de junio. Fabián Alfonso Urbina Barrios, de 17. Otra bala certeramente enviada al tórax. Estaba en una manifestación en la autopista Francisco Fajardo, Caracas.
Rubén Darío González Jiménez tenía 16 años cuando una bala lo mató.
Oswaldo Rafael Britt fue arrollado por un camión de Hidrobolívar, en Ciudad Bolívar, a sus 17 años.
A Jean Luis Camarillo de Luque la vida se le fue por una tronera en el pecho, cuando manifestaba en La Pomona, Zulia Tenía 15 años.
Jean Carlos Aponte cayó a los 16, en Petare.
Glimber Terán fue asesinado mientras caminaba cerca de una protesta en El Paraíso, el 26 de julio, cuando tenía 16 años.
Luis Ortiz cayó en el Táchira a los 17 años.
A Adrián Rodríguez le dieron un tiro en la cabeza, a los 13 años, también en Táchira.
Daniela de Jesús Salomón Machado fue asesinada en San Cristóbal, el 31 de julio, a la edad en que las muchachitas celebran fiestas de 15 años.
El alto porcentaje de disparos a la cabeza y al pecho despejan toda duda: fueron asesinatos perpetrados con cálculo y por asesinos fríos muy bien entrenados. ¿Sabían estos niños a lo que se enfrentaban? ¿Están conscientes los menores, y quienes deben orientarlos, de que se enfrentan a un adversario terriblemente peligroso y sanguinario?, ante quien ninguna precaución es poca.
interna
Más de dos decenas de niños muertos en tres meses tienen que constituir una advertencia muy seria, sobre todo para quienes teatralmente hablan de heroísmo, de víctimas propiciatorias, de memoria eterna para estos adolescentes. La verdad es, como dijimos, que a pocas semanas de estos horribles asesinatos muy pocos recuerdan sus nombres y sus caras de niñitos. Pero cierta propaganda frívola sigue urdiendo un mito según el cual a mayor cantidad de muertos más cerca estará la salida de la crisis en Venezuela. Una mentira vil.
Muchos de estos muchachos, por no decir que todos, fueron a la muerte sin sospecharla. Sabían, naturalmente, que corrían un gran riesgo. Precisamente por eso se expusieron, porque el peligro les resulta excitante a los adolescentes, mucho más cuando están en grupo. Está científicamente comprobado que, cuando los adolescentes están con sus amigos, su sistema de recompensas se aviva todavía más. Comprenden el riesgo, pero encuentran muy gratificante impresionar a sus compañeros. No por nada, los adolescentes tienen cuatro veces más probabilidades de verse involucrados en un accidente de tránsito y de todo tipo, en realidad (con excepción de los laborales); y los conductores de 17 a 25 años tienen una tasa de accidentes que supera más tres veces la de aquellos con más experiencia.
Tienen, además, un sentimiento de omnipotencia capaz de dominar sus cuerpos, en pleno asalto hormonal. Son cambiantes, impulsivos, temperamentales, se meten en problemas y, lo más graves, están convencidos de que la muerte no es para ellos. Eso es para los ancianos de 28 años, pero no para ellos. “La adolescencia –dice el doctor Steinberg, investigador del cerebro adolescente– se caracteriza por una sensibilidad máxima del cerebro a la dopamina, un neurotransmisor que activa los circuitos de gratificación e interviene en el aprendizaje de pautas y la toma de decisiones. Esto explica la rapidez de aprendizaje de los jóvenes y su extraordinaria receptividad a la recompensa, así como sus reacciones intensas y a veces melodramáticas ante la victoria y la derrota”.
Es evidente que, al fracasar las negociaciones, el país se encuentra a las puertas de un recrudecimiento de la violencia y la represión. El propio Maduro ha vociferado su intención de radicalizar las causas que tienen al país protestando en las calles. Y tenemos razones para pensar que las fuerzas represivas no tienen límites en su crueldad, en la voracidad con que roban y la facilidad con que asesinan. Tenemos, pues, que pensar en métodos de protesta y “de calle” que disminuyan todo lo posible los peligros fatales, que son muchos. Y, definitivamente, no se debe seguir atizando la ficción que atrae a los adolescentes a una muerte que ni han calculado ni tendrá ninguna utilidad, ni será recordada por nadie, salvo sus padres. ]]>

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