Cine

Las orgías de Pedro Almodóvar

Es el cineasta más aplaudido y admirado de la península ibérica después de Luis Buñuel. Con su mirada irreverente y humor trágico supo llevar al celuloide dramas en apariencia banales. Sin embargo, crueles y profundos. Es que sus personajes y situaciones denudaron a la España contemporánea

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En Qué he hecho yo para merecer esto, Gloria, rol principal interpretado por Carmen Maura, una ama de casa de los suburbios de Madrid, aborrece y anatemiza su vida de carencias y sometimiento. Su esposo, taxista y machista, amén del mal olor de sus pies, la maltrata hasta la humillación. Harta hasta el ahíto de la esclavitud del matrimonio, de los gritos de quien la desposó, del oprobio y escasez de la clase media, decide matarlo con una pata de jamón. Sabiéndose sola y apocada, le confiesa a la policía haber cometido el homicidio. Su crimen devenido acto libertario. La manumisión de su pena. Mala suerte, los agentes de placa y pistola, creyéndola enferma de insania, hicieron caso omiso de su declaración. Que era escapatoria y efugio. En la cinta Entre tinieblas, un grupito de monjas consagra sus pulsos y jaculatorias para sacar del abandono y del vagabundeo en soledad a putas, proxenetas, drogadictos y chulos. Sor Rata del Callejón, interpretada por la fantástica Chus Lampreave; Sor Estiércol, Marisa Paredes; Sor Perdida, Carmen Maura; y Sor Víbora, papel encarnado por la actriz Lina Canalejas, le restriegan al público las perversiones, placeres mundanos e hipocresías que gustan y abundan en una sociedad cualquiera —incluidas santas congregaciones. Ellas hacen el paripé pero también se drogan, escriben literatura erótica y aman a muchos otros —no sólo a Cristo— en tanto ruge un tigre perdido.

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Estos son apenas cinco personajes de la constelación que ha garrapateado, diseñado e iluminado, en su cielo estrellado, Pedro Almodóvar en más de veinte años de carrera cinematográfica. El amo y maestro de El deseo, la productora que, en 1985, fundara junto a su hermano Agustín y firma cada uno de sus rodajes, puede ufanarse de haber hecho lo que le ha dado la gana: escribir guiones y novelas, verbigracia: Fuego en las entrañas; ensayar parlamentos de teatro —en las tablas se estrechó a Carmen Maura, su íntima—; travestirse y hasta gorjear espantosas y desafinadas rimas en un dúo “punk glam” con Fabio McNamara, artífices del error sonoro “Gran Ganga”. Pedrito aquilata, como el joyero al diamante, sus veintitantos films, hoy considerados patrimonio y acervo de la cultura pop española. A través de ellos ha desmenuzado y glosado la sociedad castellana que se chamusca en las limitaciones del proletariado. Esa que se aqueja o se deja aquejar por la expoliación, la pobreza, el abuso y la religión —que somete y sojuzga sin derecho a réplica o crítica. Sin predicamentos y falsas alabanzas, este hombre nacido el 25 de septiembre de 1951, rumia en su obra sus frustraciones lo mismo que aficiones. Homosexuales desgarrados y echados en la acera de enfrente. Marginados por sus sodomíticas compulsiones lo mismo que por sus surreales prohibiciones. Nunca a la zaga faltan las marujas en cuyas cabezas orbitan las costumbres y folclore heredados y las picardías y hábitos por legar. Tampoco el sexo que libera y somete. Que concilia y duele —no se puede ignorar que Almodóvar fue testigo y testimonio de la aparición del sida cuando nadie lo barruntaba.

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La estela o sombra de Luis Buñuel aletea en sus largometrajes. Transgresor per sé, no vaciló en poner a Rossy de Palma, por ejemplo, musa y diva, en la gran pantalla y derrumbar con ella y por ella, con el peculiar rostro y nariz de la actriz de marras, cánones y estereotipos de bellezas de masas. También empuñó su desprecio, por decir lo menos, al credo de Roma y al papado por las nefandas perversiones de los vicarios o representantes de la Iglesia Católica. Esos que, en el confesionario, son intermediarios entre Dios y los hombres mortales. Los que, en su mutismo, han apoyado la pederastia y violación. Siempre ver La mala educación. En su mismo juego de avanzada, de desvelar lo cutre y trágico, criticó o exaltó el corte y costura, pero con sutura y bisturí. En La piel que habito, cinta que nació del petit roman, Tarántula, de Thierry Jonquet, hace apología y denuesto a la cirugía plástica. Aprovechó, por supuesto, de dialogar con lo transgénero. Sin arrojar en un hueco frío a las filias y parafilias. La locura y la venganza departen y se arrellanan en las butacas o quirófanos mientras los personajes se enzarzan en una relación enfermiza que, por enfermiza, se hace adictiva, al menos para el cirujano.

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El pináculo de la gloria, que hace guiños al cielo, que acaricia nubes y egos, lo obtendría con el Oscar a la mejor película extranjera por Todo sobre mi madre —aunque en 1988 Mujeres al borde de un ataque de nervios fue el primer contacto de Pedro con los premios de la Academia. Algo de autobiográfico e íntimo traslucen sus escenas que, “pese a ciertos momentos absurdos y paradójicos, sostienen y enarbolan valores de familia” —tal como alguna vez dijera el célebre crítico francés Rogert Ebert. Todo sobre mi madre sumerge al espectador en temas complejos: la donación de órganos, el transexualismo, la prostitución, el VIH y, por supuesto, a las mujeres del director. “A Bette Davis, Gena Rowland, Romy Scheneider… A todas las actrices que han hecho de actrices. A todas las mujeres que actúan. A los hombres que actúan y se convierten en mujeres. A todas las personas que quieren ser madres. A mi madre”, su dedicatoria. Almodóvar  no amagó en el intento de ocultar su devoción y admiración a las mujeres. Desde muy temprana edad aprendió en su pueblo, Calzada de Calatrava, que son dueñas del histrión, engaño y afectación. Que fermentan, desde sus vientres, una intrínseca habilidad para doblegar, muñir y domesticar voluntades. Queda claro en la escena en la que Nina, Candela Peña, víctima de una sobredosis, no puede actuar esa noche en Un tranvía llamado deseo. Ella hace las veces de Stella. Huma Rojo, protagonizada por Marisa Paredes, está consternada porque no cree que se lleve a cabo la función. Entonces Manuela, Cecilia Roth, se ofrece a sustituir a Nina. Huma le pregunta a Manuela si es actriz. Ella responde: “sé mentir muy bien. Estoy acostumbrada a improvisar”. Lo que prueba, casi de manera científica, que mujer y actuación son la misma cosa.

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Si sus historias revuelven o no el estómago poco le importa a este hombre de sangre castiza y amor calé. Puso a España en la boca de todos. Alcanzó la fama pese a sus miedos y paranoias. Irrefutables y bien merecidos los galardones que lo bañan de púrpura: dos Oscar; dos Globos de Oro, por mejor película no inglesa, Todo sobre mi madre y Habla con ella; cinco BAFTA y dos Canes, entre otros muchos. Pareciera no agotarse y sorprende cada vez que se expone en una nueva propuesta. Él que hace chito muchas veces, que se renueva en silencio y que sólo sus almohadas y amantes conocen sus trastornos e interrogantes. Que sienta a la reflexión y da cachetas luego de la gran pantalla. Sus ideas son como el vómito, siempre presente, en la enfermedad.

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