Opinión

“Pa’ que aprenda”

Ha costado comprender en dos décadas el autoritarismo. Lo ocurrido entre un coronel de la Guardia Nacional y el presidente de la Asamblea Nacional es el reflejo del tipo de gobierno que pretenden los mandones: la sumisión. Pero la luz de la democracia ya fulgura

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Todos hemos aprendido mucho en estos años, que la historia registrará como el asombroso caso de un país que procuró su destrucción y encontró en un militar golpista el brazo que empuñara la mandarria.
Hemos adquirido pericias de todo orden. Muchos han aprendido a emigrar, esfuerzo del que no se creían capaces. Y, sin embargo, lo han hecho. Con esfuerzo, con dificultades pequeñas y grandes, con mucha añoranza, con días buenos y malos, pero lo han logrado. Y han conocido no solo partes del mundo que jamás creyeron parte de su destino, sino que han topado con habilidades, fortalezas y recovecos de fortaleza que ni sospechaban tener.
Otros más dejaron las carreras profesionales y las rutas que habían creído permanentes y torcieron a otros derroteros. Se reinventaron, como se dice ahora. Y con ello ganaron: nadie les quita lo bailado y ahora tienen nuevos talentos.
Desde luego, muchos venezolanos han aprendido el horror, la pérdida, la maldad infinita, la crueldad inmerecida, el desarraigo inconsolable, el luto. Y muchos no podrán reponerse. Los niños, por ejemplo, nacidos en la Venezuela de la negación de alimentos y atención médica correspondientes al recién nacido y al menor de cinco años, esos no recuperarán las oportunidades que les fueron arrebatadas desde el momento de su concepción. Esos tendrán la talla, las dificultades de aprendizaje y, en fin, las desventajas de haber llegado al mundo en tiempos de bolivarianismo.
Entre los aprendizajes más valiosos de los años de la desgracia está la comprensión de que sin libertad no hay justicia, ni prosperidad, ni futuro. Ahora sabemos que las libertades no funcionan solas. Forman un sistema. Y las hay todas o no hay ninguna. La libertad de expresión, por ejemplo, no es una rolinera suelta. Su existencia constituye un engranaje con la libertad de empresa, las libertades económicas y del libre tránsito por el territorio nacional, así como con el derecho al acceso a la información pública y el de las audiencias a estar informadas. La palmeta de la historia nos ha hecho interiorizar también la lección según la cual no puede haber privilegios para unos a costa de la mengua de los otros.
Con sangre nos ha entrado la letra que proclama que no hay dictadura buena, que el mandón que amenaza y se burla de alguien mientras tú ríes y aplaudes, mañana se volverá contra ti y arrasará tu mundo. Chávez mudaba de rostro según cambiaran los vientos: hoy doy un golpe de Estado; mañana busco los votos; ahora hago mil trampas para obtener unos votos que me mantendrán en el poder para cometer toda clase de tropelías; otro día, como no votaron por mí para cambiar la Constitución, digo que esa victoria en las urnas electorales es de mierda; mientras voten por mí, soy demócrata, pero cuando eso no ocurra, advierto que la revolución es armada. El chavismo siempre ha actuado así. Cree en los votos cuando le son favorables; si no es así, saca las armas y desata la represión. Esto quedó probado en diciembre de 2015, cuando el electorado le dijo no al chavismo y eligió una Asamblea Nacional de amplia mayoría opositora. Hasta ahí llegó “la democracia chavista”. A partir de ese momento, se desembozaron y ejercieron el autoritarismo sin hojas de parra.
Con el peor método, los venezolanos habían aprendido lo que ocurre cuando se entrega la autonomía a un mandón y se le permite hacer lo que le venga en gana. Y ese 6 de diciembre votaron para retirar la prenda de sumisión que habían entregado. Entonces, el tirano mostró la pezuña. Esos votos no valían nada, porque no le servían de coartada para gobernar con la tutoría de una dictadura extranjera, sin separación de poderes, sin contraloría, sin respeto a la disidencia y a los partidos políticos, con permanentes violaciones a la Constitución; y aún así, posar de demócrata.
Desde ese día ha pretendido obligarnos a repetir el caletre de su violencia, único código en el que el chavismo es sincero (no olvidar que nació en un amanecer de bala, fusil y de tanqueta). Es por eso que María Gabriela Chávez, hija del tirano muerto, se permitió difundir un tuit donde comenta el infame video en el que un gorila uniformado carajea y empuja a Julio Borges, presidente de la Asamblea Nacional, diciendo: “Pa’ que aprenda”.


La señora Chávez, quien en su momento avergonzó al país al ser nombrada embajadora en la ONU y decir que llegaba allí “a aprender”, puesto que carece de la formación, el conocimiento de lenguas, los estudios y los méritos que llevan a cualquier persona a un cargo semejante, postula que el presidente de la Asamblea Nacional, electo de manera legítima, debe aprender a doblegarse ante un milico abusador, agresivo, maltratador, soez… un retrato que corresponde con el del padre de la señora Chávez, pero que alude al coronel Lugo.
El tiempo ha pasado y la señora Chávez no ha aprendido nada en la ONU, como prueba su aberrante tuit. Pero puede estar segura de que el país sí ha aprendido mucho y está harto de violencia. Si en casi veinte años, de autoritarismo y corrupción chavista, los civiles no aprendimos a someternos a los militares, mucho menos lo aprenderemos ahora, cuando la luz de la democracia recobrada ya muestra sus rayos.]]>

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