Gente

Panabús, cuatro ruedas de solidaridad

En un momento en el que la crisis del sector transporte hace que las camioneticas brillen por su ausencia, aparece en Caracas una Encava que quiere iluminar con su presencia. Equipada con ducha, baño, consultorio, equipos médicos y voluntarios, atienden por algunas horas a quienes han quedado al margen de la sociedad. La dignificación se mueve sobre cuatro ruedas con el Panabús

Texto: Dane Uzcátegui | Fotografías: Felipe Rotjes
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El ambiente navideño comienza a contagiar la ciudad –aunque sea poco a poco en medio de las complicaciones económicas. Los “amigos secretos” se regalan las pocas chucherías que aún el bolsillo pueda comprar mientras 10 amigos aprovechan las fechas para sacar del closet un traje de Santa Claus, confeccionado por la bisabuela de uno de ellos, y salir a las calles a repartir regalos a indigentes. Así nació Santa en las Calles hace una década y, como si se tratara de un acto de magia de los talleres del Polo Norte, permanece vigente luego de 11 años, con réplicas en 25 ciudades del mundo donde cada año unos 1.300 duendes toman el asfalto para ofrecer ropa, comida y cobijo a personas en situación de calle.

Uno de los 10 amigos fundadores, Carlos De Veer, quiso ir más allá ante la necesidad de una población vulnerable cuya precariedad no se evidencia solo en época decembrina. Con ese impulso, y luego de 2 años de planificación, este 2017 lograron encender los motores del Panabús, un vehículo Encava convertido en una unidad asistencial. En su interior cuenta con ducha y sanitario individual, área de peluquería, espacio de atención médica primaria y un comedor recreacional.

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“Nuestro objetivo es dignificar a las personas en situación de calle que, por alguna razón cayeron al margen de la sociedad y se les hace muy difícil acceder a este tipo de atención”, comenta Carlos. Refiere a la desigualdad de oportunidades que existe en comparación con el  ciudadano común que, en alguna medida, cuenta con centros asistenciales que no están al alcance de las personas que viven en indigencia.

El primer viaje arrancó el 8 de noviembre y en tres semanas de recorridos ya suman más de 150 pasajeros asistidos de forma individual, en jornadas continuas de lunes a viernes, que se extienden hasta atender un promedio diario de 6 personas. En el proceso participa un equipo multidisciplinario que incluye al chofer, personal de mantenimiento, nueve médicos que se turnan por parejas y un grupo de voluntarios que se encarga de atender a los “huéspedes” y documentar la historia personal de cada uno.

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El colector

La tripulación del autobús incluye un equipo de enlace, conformado por individuos que vivieron en indigencia y han logrado reinsertarse en la sociedad. Isabella Bermúdez, coordinadora del proyecto, asegura que ese personal garantiza en gran medida el éxito del Panabús, pues “hablan el mismo lenguaje, conocen los riesgos y reconocen los síntomas de intoxicación”; son quienes generan confianza no solo para la población atendida, que se identifica con ellos, sino para el equipo de voluntariado, que se deja guiar y aprende las maneras más efectivas de realizar el acercamiento.

Jesús en uno de los enlaces que más ha asistido a las jornadas en estas primeras semanas. Su historia no deja de sorprender, pues luego de 25 años en situación de calle y adicción, logró rehabilitarse a través del Núcleo Endógeno Simón Bolívar, un programa de reinserción social que ha accedido a colaborar con la iniciativa del Panabús.

“Agradezco la invitación y la confianza, me siento contento de estar aquí para tratar de ayudar a las personas que están en situación de calle y brindarles apoyo para que salgan del mundo en el que se encuentran”, narra Jesús en un testimonio difundido en las redes sociales de la fundación. Además reconoce la importancia de la labor y rescata el impulso que puede generar la asistencia que brindan a quienes se encuentran marginados y, muchas veces en silencio, claman por oportunidades que reaviven la esperanza que el hambre, la adicción, el rechazo y el suelo frío les han robado.

La puerta de atrás es el baño  

En un espacio que no alcanza los 6 metros cuadrados, al final de la unidad, se encuentra el baño, que se ha convertido en el atractivo principal, incluso por encima de la comida que se ofrece. Una ducha con agua fría, un lavamanos y un sanitario están a disposición de quienes abordan el autobús, y les permite un momento de intimidad y aseo personal que es determinante en el proceso.

“¡Gracias, gracias, Dios me escuchó! Tenía un mes diciéndole que me quería bañar”, exclama Nelson, un pasajero que asegura saber lo que se siente ser un animal, porque “los perros no pueden bañarse cuando quieren, o usar una poceta”. En la misma línea se confiesa asombrado de que los voluntarios “se atrevan a hacer esto con gente como nosotros, que estamos hasta ‘jediondos’”.

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La primacía del baño no se la dan solo quienes son beneficiados, el equipo de Santa en las Calles también reconoce que es el elemento medular. Parten del ejemplo de Lava Mae, una ducha móvil para los indigentes de San Francisco, en Estados Unidos, que en 2013 figuró finalista del “Desafío de Impacto Global” de Google y contó con un financiamiento inicial de U$100.000, según recoge la BBC.

Indigentes hay en todas los rincones del mundo, incluso en lugares donde muchos no se explican que exista miseria, como la Ciudad de Vaticano, donde el Santo Pontífice también ha puesto especial esfuerzo para brindarles a los sin techo acceso a duchas y sanitarios. El portal Aciprensa reseña la iniciativa del papa Francisco, que en 2014 “ordenó instalar duchas para que la gente sin hogar de los suburbios de Roma pueda asearse”. Las primeras fueron ubicadas en la columnata de Bernini, en la Plaza de San Pedro, y hasta la fecha decenas de parroquias romanas han replicado el proyecto.

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No es poca cosa la importancia que tiene en el individuo el aseo personal. Según Carlos Martín, coordinador de la Escuela de Antropología de la Universidad Central de Venezuela, el venezolano pone especial cuidado en mantenerse aseado, pues es un elemento de socialización. “Se trata de una combinación de razones culturales, con la respuesta que le da el hombre al medio ambiente, que en nuestro país se ve afectado por el clima tropical y genera en las personas la necesidad de refrescarse”. El antropólogo reconoce que labores como las del Panabús dignifican al individuo, a pesar de que “para muchas personas quizás un baño no significa nada, para quien carece de un bien y es tomado en cuenta, la experiencia le permite sentirse importante en la dinámica social”.

En este punto también coincide Carlos De Veer y señala, orgulloso, que han logrado rescatar el sentido humano que, por diversas razones, se ha desvanecido. “Estas poblaciones se encuentran al margen, pero no tienen por qué ser marginados, porque cada uno tiene sentimientos, sueños y metas; son seres humanos al igual que nosotros”.

Isabella también resalta el cambio que genera en las personas el aseo personal y cuenta cómo la actitud y el humor mejora una vez que se duchan y son atendidos en el área de peluquería. “Cuando salen del baño comienzan a levantar la mirada y aparecen las primeras sonrisas. Aquí empieza el trabajo de acercamiento, con el que logramos conocerlos con más detalle”. En esta interacción se consigue el reconocimiento de los propios errores y, en la mayoría de los casos, se expresa la intención de buscar mecanismos para salir de la calle.

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Los pasajeros

La intimidad que se consigue en el Panabús permite que las historias personales sean expresadas, documentadas y difundidas a través de la cuenta en Instagram de la fundación. Al revisarlas no solo se aprecia el cambio de imagen, sino se conocen dramas particulares que se repiten y se agravan conforme van subiendo los pasajeros. Por allí han pasado niños cuya única familia son otros menores de edad, clanes de supervivencia. Se cuidan, se apoyan, comparten lo que consiguen. Pero también se enfrentan a la violencia del asfalto.

Miriam, por su parte, tiene 22 años y hace menos de un lustro empezó a sufrir de cólicos nefríticos. Su novio de entonces le ofreció una alternativa que le ayudaría a desaparecer los dolores y ella acudió con ingenuidad mortal, producto de la ignorancia de quienes han vivido en extrema pobreza y carecen de la educación mínima. Los dolores no desaparecieron y ahora están acompañados de múltiples marcas en los brazos y el abdomen de Miriam, causadas por las inyecciones de heroína que, lejos de curarla, le abrieron las puertas de la indigencia.

Su familia es de Maracay, pero ella vive en las calles de Caracas, porque, según cuenta, la droga se consigue a menor costo. Mientras tanto la madre cuida de su hijo de 4 años y confía en que la joven busca trabajo en la capital.

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Algunos dejan a sus pequeños al cuidado de familiares y otros deben cargar con ellos y hacer lo posible por darles cobijo en las aceras. Es el caso de Alejandra y Jhudiel, una pareja que fue desalojada de su residencia cuando ella quedó embarazada y vive en las calles desde entonces. Afortunadamente la joven dio a luz en un centro de salud, pero a los pocos días volvió a las calles con su hijo recién nacido en brazos. Con esa situación abordó el Panabús junto a su pareja y el bebé de 22 días, inmediatamente los esfuerzos se duplicaron para ayudarlos a conseguir una residencia e insumos para el cuidado del recién nacido.

De Veer hace hincapié en cada caso para insistir en que la ayuda debe ser desinteresada y advertir que es inútil intentar juzgar las experiencias del otro: “no tiene sentido ayudar desde el juicio”.

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En la parada, por favor

La ruta tiene un final y tanto Carlos como el equipo reconocen que no es del todo satisfactorio. Sucede lo que es común en los programas de solidaridad: el desenlace no encaja en la narrativa de novela rosa. Los pasajeros, luego de un par de horas, bajan del autobús y vuelven a las calles y las adicciones. Hasta el momento no se ha logrado desarrollar alianzas concretas que abran paso a un proceso de desintoxicación y reinserción social completo, a excepción de un par de casos puntuales que están siendo atendidos en el Núcleo Endógeno Simón Bolívar.

El trago amargo es inevitable para los voluntarios, pero no logra desanimarlos. De Veer deja muy claro que la intención es “desarrollar plataformas para unir esfuerzos y promover valores básicos y fundamentales para el ser humano, como la sensibilidad, la transparencia, el trabajo en equipo y la motivación al logro”.

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Se buscan repuestos

Cada pasajero del Panabús es dotado con cepillo dental, artículos de higiene personal, ropa nueva y recibe un plato de comida. Junto a los insumos de limpieza y atención médica, son recursos que a diario se agotan y solo pueden ser repuestos gracias a las donaciones de algunas empresas privadas y muchos entusiastas de la iniciativa.

Isabella y Carlos, como líderes del grupo, invitan a todo el que quiera y pueda aportar, a recargar de gasolina al Panabús, para que pueda seguir recorriendo las calles de Caracas.

A través de sus redes sociales atienden dudas y direccionan las ofertas de donativos. Para quien busque acercamiento directo, comparten varios números de teléfonos que no han parado de sonar desde el primer día: 0414-1742816 y 0412-3146075.

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