Crónica

Pedigüeños en el Metro: de colostomías a chupetas

A pesar de que la mendicidad y la buhonería están expresamente prohibidas en el sistema de transporte masivo de Caracas, las colaboraciones para enfermedades y las promociones de golosinas, con sus respectivos discursos prefabricados, forman parte habitual del maltrecho pacto de civilidad subterránea

fotografía: Fabiola Ferrero
Publicidad

Tiene una mochila de Piolín, cabello negro largo, gorra y el aspecto de un joven delgado y saludable, con la excepción de unos zapatones sucios y desgastados. Es probable que lo vean montarse a eso de las 4:00 de la tarde en alguna de las estaciones comprendidas entre Agua Salud y Plaza Sucre. Como los envíos de un pitcher de beisbol, ha trabajado una y otra vez en la rutina de una teatralidad claramente audible entre chirridos de rieles, calculadamente sufrida y mecánicamente repetible en cada vagón, lanzada a las grietas en la monolítica indiferencia de los pasajeros. Tiene la voz metálica de un androide que se está quedando sin baterías

—Muy buenas tardes, señores usuarios. Muchas gracias por su atención. Me detectaron VIH positivo. Gracias a Dios, cuento todos los medicamentos y retrovirales, que me han suministrado en el Hospital Vargas. Pero se me dificulta bastante conseguir trabajo debido a la enfermedad que tengo y actualmente me encuentro en situación de calle —pausa y sollozo. Cualquier ayuda, sea un bolívar, un alimento, lo que Dios le ponga en su corazón.

foto1

¿Cuánto hay de espontaneidad, cuánto de sinceridad en su discurso? ¿Qué significa exactamente encontrarse en “situación de calle”? Probablemente jamás se sabrá. El joven de la mochila de Piolín forma parte del paisaje de pedigüeños y vendedores ambulantes que día a día desafían una de las normas del Metro de Caracas expelidas por los altavoces: “La práctica de la mendicidad y la buhonería desmejoran el servicio”.

cita4

Junto a los usuarios que ponen salsa erótica a volumen alto en sus teléfonos celulares, se sirven arroz chino, fingen roncar ante las viejitas de pie, entran sin dejar salir o ingresan al sistema de transporte con paquetes voluminosos —incluidas las bolsas de compras de productos regulados en el Abasto Bicentenario de la Zona Rental: aquel martes vendieron Mazeite, jabón de panela Las Llaves e insecticida—, horadan una cultura que se inauguró en 1983 con la pretensión de recomenzar bajo tierra la convivencia que ya no era posible encima de ella, y que ha derivado en treintona prematuramente canosa e internada en clínica de rehabilitación.

Una muestra tomada en cuatro traslados aleatorios en un par de días de mediados de octubre de 2015 —dependiendo del retraso del sistema, el desplazamiento entre las estaciones terminales de la línea 1, de Propatria hasta Palo Verde o viceversa, toma entre 40 y 60 minutos— reflejó un promedio de aproximadamente seis mendicantes o vendedores por viaje/vagón en su particular hora pico, que no es la misma hora pico del Metro de Caracas.

En este caso, mayor mercado no equivale necesariamente a mayor potencial de ingresos: un pedigüeño-buhonero necesita espacio para deshilvanar su discurso después de que el cierre de puertas propicia una audiencia cautiva. No puede hacerlo en esos momentos de la jornada como: mediodía, comienzo y fin del horario de oficina en que las emanaciones corporales se condensan en los cristales y los titulares del diario Últimas Noticias rezan: “Oposición ha entrado en fase de locura. Se estrellan contra las narices, los cuerpos promiscuos anhelan prescindir temporalmente de penes o tetas y las preñadas claman contra la brutalidad masculina del hay que entrar como sea. Es más probable encontrarlos, por ejemplo, entre 9:00 y 12:00 en la mañana y entre 1:00 y 4:00 en la tarde, en los vagones finales —o iniciales, según se vea—; y en los tramos entre estaciones con menor flujo.

cita3

La muestra —que incluyó, por cierto, una emergencia y posterior tumulto por un presunto atraco con pistola dentro de un vagón en Chacao a las 2:00 pm— arrojó los siguientes productos en venta.

  • Chicles Trident. Un paquete por 50 bolívares..
  • Palmeritas: dos por 50 bolívares
  • Gomitas azucaradas: cuatro por 20 bolívares.
  • Chocolate Samba: dos por 100 bolívares.
  • Chupetas rellenas con chicle bomba: 4 por 100 bolívares.

Y las siguientes enfermedades:

  • Un joven que presuntamente oculta una colostomía bajo la camisa, en la estación Bellas Artes. “Buenos días tengan todos ustedes. No sé si ya los habrán incomodado. Debido a un accidente que sufrí, hago mis necesidades en una bolsa desechable. Cada bolsa me cuesta 50 bolívares. Hace poco tuve que quitarme la bolsa de colostomía porque ya estaba demasiado llena y se iban a regar los excrementos. No tengo apoyo de una familia. ¿Será posible que ustedes me hagan el favor? Se los suplico como seres humanos que somos, en vez de mirarme con cara de asco. Amén”.
  • Una joven de anteojos y aspecto hombruno en Parque Carabobo que pide colaboración para una compañera con “cáncer en útero, vejiga y sangre” y se admite como problema. “Sabemos que esto es sumamente fastidioso, pero nos tomamos el atrevimiento. Que Dios le multiplique a todos su dinero y salud”.
  • Un hombre en franelilla con vendaje en Sabana Grande que recurre a la intimación directa. “Pido una ayuda para medicina para esta pierna, en ella tengo infección. El tratamiento me cuesta 2.000 bolívares. Caballero, hijo, señora, con mucho respeto. Gracias, varón”.
  • Un anciano con un muñón al final de la pierna en Agua Salud que apela a la estrategia de la honestidad. No les voy a mentir diciendo que es para medicina. “Tuve un accidente y perdí un pie. La persona que no pueda ayudar, igual que Dios la bendiga. ¿Quién me ofrece una ayuda? ¿Quién ayuda al abuelo?”.

foto4

Hacia comienzos de la actual década, la tendencia en el Metro era la de los músicos ambulantes, probablemente más detectables por las autoridades debido a sus instrumentos. Se dio el caso de un joven, José Gómez, condenado a 80 horas de trabajo comunitario luego de ser arrestado in fraganti en Capitolio en marzo de 2012. Cantar se volvió peligroso. En esta muestra recogida en octubre de 2015, sólo se detectó un genuino artista: un adulto afrodescendiente de edad mediana al que le falta una pierna derecha y que, con un gañote digno de Marvin Gaye, entona melodías de alabanza a capela en su tránsito en muletas de vagón a vagón, facilitado por el nuevo modelo de tren de la empresa española CAF, que desde 2010 eliminó la separación entre las vértebras de la culebra subterránea antes multicolor y ahora roja revolución. Se presenta a sí mismo como: “su servidor Jimmy, un trabajador que vive de las cuerdas vocales” y arranca aplausos en la audiencia absorta. Un espectáculo que ya no es tan usual en el transporte masivo subsidiado a 4 bolívares por boleto —el sempiterno cartoncito amarillo con banda magnética que ha resistido intentos de golpe de Estado de innovaciones como la tarjeta recargable.: “Por Cristo, el Señor, que sostiene mi corazón / porque inclina sus oídos a mi clamor / echa fuera todas las ambiciones / me liberas del dolor / porque para siempre tu misericordia a mi lado estará”.

cita2

Por la repetición de ciertas interjecciones universales como “mira” —pronunciada casi sin la coma de separación imaginaria— y la estructura de la fórmula de saludo, queda la impresión de que existe algún tipo de agremiación entre los vendedores de azúcares, aunque se les escuche en extremos opuestos de la ciudad.

  • Chupetas en Caño Amarillo: “primero que todo una Venezuela amable y educada que me conteste las buenas tardes. ¡Buenas tardes! Todo al alcance de su mano. Aprovecha esta ganga, Venezuela, mira, para que te endulces la vida y te deleites el paladar. Dos por cincuenta y cuatro por cien. ¡Mira! ¿Quién más dijo yo por acá?”
  • Sambas en California: “mira, ¿a quién le gustaría llevarse una Samba rica hoy? Mira, ¿quién se deleita? Mira, la rica Samba que te motiva, te alegra, dos por cien, aprovecha la promoción. Súper económica, la que te vale ochenta en los kioscos. Fecha de vencimiento marzo 2016, ¡pero esa sabemos que no te va a llegar a marzo!”
  • Trident en Altamira, a lo kamikaze en vagón lleno en hora pico: “voy pasando por la calle del medio, mira, mi gente, mira, para que te vayas refrescando y deleitando por el camino, mira, la promoción, pa’l que se anime, pa’l que lo desee, mira”.
  • Caramelos en La Hoyada: “una gente educada que me dé los buenos días. ¡Buenos días! Mira, para que le lleve al niño, la niña, mi gente, mira, para que no llegue con las manos vacías. Voy de paso, mi gente, para el que pueda. Cuatro por veinte”.

foto3

Hace 32 años, cuando las excentricidades del presidente de turno consistían en usar trajes safari, decir refranes y comer Torontos, el Metro inauguró “una gran solución para Caracas” cuyo corpus reglamentario era visible, entre otros aspectos, por una sólida campaña de imagen: las normas del buen usuario Metro, bordadas en los tonos del arcoíris. Es uno de los vacíos que más se extraña en los túneles de la lombriz que ahora vomita ingentes masas humanas en Los Teques o el Poliedro y en futuro lo hará en Las Mercedes o Guarenas. Entre los pisotones de la expansión demográfica, sin embargo, todavía es posible atisbar el milagro en el deslumbrante baño de luz solar, casas multicolores y Ávila que se cuela en el fugaz tramo destapado entre Caño Amarillo y Gato Negro; en una mujer que todavía teje; en una pasajero que todavía lee en un libro; en el acto de estar en un centro comercial pasado de moda en Propatria y, con suerte, salir 40 minutos después en otro viejo centro comercial vuelto leña y reliquia kitsch en Palo Verde. Los pedigüeños y vendedores perturban ese pacto tácito que se estableció en 1983 por una ciudad en movimiento más vivible, aunque perfectamente pudieran alegar que aportan algo de humanidad entre el silencio del aislamiento mutuo.

cita1

Exactamente una semana después de entregar el texto anterior, el redactor presenció una escena escalofriante un jueves aproximadamente a las 3:00 de la tarde, entre las estaciones de Petare y La California: una guerra territorial. Dos jóvenes vendedores de galletas Susy y otras golosinas avistaron a un hombre discapacitado —infección en una pierna— que pedía limosna, y, ante la mirada atónita de los pasajeros, le conminaron de manera violenta a abandonar el vagón en la siguiente estación: “Bájate. Aquí no queremos pedigüeños (sic), aquí solo trabajamos los vendedores. Vete para una camionetica en la calle o para al otro extremo del tren, pero no te queremos volver a ver más en nuestra zona”. La guinda que le faltaba a la mendicidad en la otrora gran solución para Caracas.

Publicidad
Publicidad