Crónica

Primeros Auxilios UCV, héroes en medio de la represión

Llevan cascos blancos con cruces verdes. Producen alegrías, emoción, ansias y también esperanza. En las marchas son más aclamados que los diputados opositores. Son estudiantes de Medicina y doctores especialistas. Juntos conforman Primeros Auxilios UCV. Con sus alivios y curas atienden a manifestantes lo mismo que a policías y guardias nacionales. Dentro y fuera de la línea de fuego, su misión es ayudar sin discriminar

Fotografías y video: Shakira Di Marzo | Edición: Pedro Agranitis
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“¿Todo el mundo tiene máscara? ¿Quién no tiene?”, grita Stephanie Palma poniendo orden. Aún falta una hora para que la manifestación opositora de este 19 de abril de 2017 —la “mamá de las marchas” como unos la bautizaron— salga de sus 26 puntos de concentración. Cinco compañeros de Stephanie levantan la mano para hacerse con una protección contra los gases lacrimógenos. Las máscaras cuelgan de sus morrales como si fueran llaveros; chocan con las botellas con atomizador que contienen un Malox diluido en agua. No son de los que lanzan piedras o bombas molotov contra la fuerza bruta de los cuerpos de seguridad del Estado. Tampoco forman parte del Movimiento Estudiantil —manos blancas pintadas. Sus uniformes los delatan: son estudiantes de Medicina de la Universidad Central de Venezuela (UCV) que, junto a 26 médicos ya graduados que los acompañan por primera vez, atienden al prójimo cuando la represión ahoga a las movilizaciones en Caracas.
También reparten cascos blancos marcados con una cruz hecha con papel contac verde. Los más de 60 voluntarios de Primeros Auxilios UCV amarran sus identificaciones a los morrales que, en días «normales», contienen sus útiles, lápices y libretas. Carnet de identificación que es casi tan importante como la propia integridad física. Ese día cargan insumos que muchos hospitales de Venezuela envidiarían: Bacitracina, Betametasona, Hidrocortisona, gotas para los ojos con solución salina, broncodilatadores, yelcos, vías, solución fisiológica, suturas, cánulas de mayo para respiración asistida, anestésicos, vendas, Furfuril para las quemaduras, antialérgicos, sales para hidratación oral, agua oxigenada, alcohol, guantes, tapabocas. Se reparten en kits, también a gritos, para asegurarse de que todos estén bien apertrechados de necesarios paliativos.
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Sin embargo, el Malox en sus botellas siempre lo tienen a mano, visible, como si fueran vaqueros de la salud. Las donaciones que recibieron dentro y fuera del país hicieron posible que se sumaran a las manifestaciones como lo que son: médicos. El propósito no es otro sino curar —como lo hicieron en la ola de protestas que rompió en febrero de 2014.
Con las pilas puestas
Daniella Liendo tiene 22 años. Es una de las primeras, junto a Federica Dávila y Carlos Sambrano, en el movimiento de la cruz verde. Forma parte del equipo que está en la línea de fuego, identificado internamente como Rojo, por tener la experiencia de las protestas de febrero de 2014. Además, Primeros Auxilios UCV se divide en equipos Naranja y Verde, el primero guarda una distancia prudencial del peligro inminente y remite a los afectados graves al Verde, que atiende in situ o envían a los afectados a un centro de salud cercano. Esa mañana del 19, como todas en las que le toca asumir la responsabilidad de su mono quirúrgico, Daniella rezó por ella, por su seguridad y la del país. Oraciones para paliar el temor que provoca la violencia. “Cada vez que salgo pienso en mis papás. Cuando participaba en la marchas como cualquier persona se preocupaban mucho. Ahora están más tranquilos sabiendo que estoy ayudando. Sí me da miedo, pero da más miedo que no podamos solucionar. Somos la otra cara de la protesta”. Su voz es inusualmente ronca: “Esto no se me quita desde la primera marcha a la que fuimos este mes”. Son los vestigios de los gases que inevitablemente se cuelan en su máscara antigases.
Aprendieron a no malgastar sus energías. En lugar de marchar con las multitudes desde un punto de concentración, esperan estratégicamente a que la movilización esté encaminada. Este 19 de abril lo hicieron cerca del mediodía, antes rezaron un Padre Nuestro, un Avemaría y una oración especial. Bajo el sol tórrido formaron su fila india rumbo al distribuidor Altamira. Allá iban los héroes de quienes traslucían sus ganas de disentir siempre atados al constitucional derecho de la protesta pacífica.
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“¡Valientes, valientes, valientes!”, “¡Son grandes!”, “¡Dios los cuide!”. Son muchas las consignas coreadas por quienes los veían pasar. Niños, jóvenes, madres y abuelos los recibían con aplausos prolongados, en intervalos menores a 10 minutos entre ola y ola. Los celebraban con igual o mayor ímpetu que a los diputados opositores de la Asamblea Nacional (AN). Son rockstars, pero humildes. Sencillos, cercanos al abrazo y no al autógrafo. Caminar junto a ellos eriza la piel de cualquiera. Casi sin inmutarse, sus caras veían hacia el frente… un horizonte teñido de tricolor y revuelto por miles de cabezas. Buscaban las humaredas de las bombas lacrimógenas para rescatar y asistir a las posibles víctimas a medida que se adentraban en la autopista Francisco Fajardo. “Deberíamos pegarnos con ellos, para que nos salven cualquier cosa”, le dice una mujer a su esposo, casi en broma.
El gas que nubla
“¿Tienes Malox? ¡Échame Malox!”. Frases como esta comenzaron a resonar a medida que las explosiones comenzaron a sentirse en la piel, en la garganta, en los oídos. En la Avenida Francisco Fajardo hacia la parroquia El Recreo, los caminos que pasaban se iban estrechando. Tanquetas blancas de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y decenas de funcionarios cortaron el paso de la movilización. Cerca de la una de la tarde, la represión se caldeó. Lamentablemente, lo saben hacer bien. Los primeros heridos comenzaron a caer. Allí estaban estos salvavidas ateniendo a un muchacho que recibió un impacto de bomba en la nariz, a una señora desmayada por el gas lacrimógeno, a los primeros asfixiados que pedían Malox como única vacuna. Sin miramientos ni vacilaciones, los jóvenes estudiantes de Medicina, junto a los 23 especialistas, agarraban sus botellas y rociaban sobre las caras de los afectados.
Ninguno puede explicar cómo guardan la compostura ante la desesperación colectiva. Simplemente la tienen. Es el talante del servidor. Incluso cuando la represión alcanzó niveles inenarrables para ellos. El peligro los obligó a retirarse de la autopista para alejarse del conflicto. No hubo señal que valiera ni manos que apuntaran en la dirección que debían tomar. “¡Pégate a la pared, a la pared!”, gritaba uno de ellos al líder de su grupo, mientras la masa de gente empujaba con fuerza y las bombas explotaban a pocos metros de sus pies. Otras volaban sobre sus cabezas y aterrizaban en el río Guaire.
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“¡Hijos de puta! ¡Son médicos, están ayudando!”, gritaba un señor a todo pulmón a los funcionarios de la GNB que estaban al otro lado del río. Una bomba lacrimógena estalló a pocos metros del grupo ya prácticamente unificado, que logró llegar a Bello Monte agarrados de los morrales de sus compañeros, con paso firme y cabezas gachas. Casi instintivamente, levantaron las manos enguantadas al aire, en silencio, indefensos mostrando sus atuendos de galenos, como lo hacen cuando los guardias arremeten. Socorrían a una muchacha asfixiada en un ligero estado de pánico. “Nosotros estamos en contacto previo con los funcionarios de seguridad de los municipios por donde va a pasar la marcha. Incluso, hablamos con los policías y los guardias antes, para que sepan que no vamos con ninguna consigna política”, explica Daniella.
Liendo no puede siquiera contabilizar cuántas personas han pasado por Primeros Auxilios UCV. “Nunca había sido así, con tantas bombas tan seguidas”. De acuerdo con Alfredo Romero, director de Foro Penal, la represión del 19 de abril generó 521 detenidos en toda Venezuela y tres muertos. Sin embargo, no todos los asistidos fueron marchistas. “Yo auxilié policías, por ejemplo. También se ha atendido a Guardias Nacionales que les afectan los gases. Uno no discrimina, esa no es nuestra labor. Nosotros tenemos que cumplir nuestro juramento”, afirma Rafael, odontólogo de 28 años graduado en 2015 de la misma Alma Máter. Rafael se está iniciando. Esta es su primera protesta como Cruz Verde. Estuvo allí para revisar las posibles heridas maxilofaciales. Como él, había traumatólogos, pediatras, médicos internistas ya graduados, de hospitales y clínicas privadas del país, que dejaron la comodidad de sus consultorios.
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Siguen el llamado de la vocación, figurativa y literalmente. Primeros Auxilios UCV se incorporó a la marcha en Altamira, llegó hasta El Recreo, se desvió a Bello Monte y terminó en Las Mercedes. Allí recargaron pilas y energías con agua y cambures para regresar a Altamira con apoyo de personas desconocidas —que prestaron su vehículo para transportarlos. Los voluntarios aseguran que la solidaridad es recurrente. Motorizados se prestan para trasladar a los heridos a los centros de salud más cercanos. En los últimos cuatro puntos atendieron a civiles, policías y Guardias Nacionales. El retorno sirvió para diagnosticar y tratar casos delicados como el traumatismo de cráneo encefálico de un chamo que fue agredido a punta de cachazos en la cabeza. Fue remitido al Hospital Dr. Domingo Luciani, lo llevó la sociedad civil. “Si tenemos que referir al pacientes, los mandamos al Luciani, Pérez Carreño y al Universitario de Caracas. Estos son los que están mejor dotados de insumos y allí tenemos residentes que nos dan una mano”, aclara Stephanie.
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Fueron cerca de 10 horas sin mayor descanso. Aproximadamente a las seis de la tarde culminaron su extenuante labor en la plaza Francia. “Lo ideal es siempre reunirnos en una casa después, pero hoy dijimos ‘vámonos’”, dice Daniella, con la voz aún más ronca. Deben descansar para la próxima manifestación convocada por Henrique Capriles este 20 de abril. Deben pulir estrategias, abrazar a sus padres. Son la mejor cara del sistema de salud del país. Con ellos hay futuro.

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