Crónica

Quilombos urbanos, la resistencia de los esclavos

La historia de la esclavitud en Brasil no puede contarse sin otra paralela: la de los quilombos. Centros de resistencia y convivencia de personas esclavizadas que huyeron o se liberaron hasta el siglo XIX, algunas de esas comunidades existen hasta hoy

Fotografías: Mauro Pimentel | AFP
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Muchas comunidades de esclavos prófugos, o quilombos, perduraron en zonas remotas de Brasil tras el fin de la esclavitud en 1888, pero tres de ellas mantienen vivo el espíritu rebelde de sus ancestros en pleno Rio de Janeiro, donde resisten a la feroz especulación inmobiliaria.

El quilombo de Sacopá, originariamente un enorme terreno de bosque atlántico, está rodeado ahora por las mansiones y lujosos edificios del barrio de la Lagoa Rodrigo de Freitas, lindante con las ‘zonas nobles’ de Ipanema y Leblón. En el siglo XIX se instaló allí una familia de esclavos que había huido de Macaé (200 km al noreste). El grupo fue creciendo, al igual que la ciudad.

«Si todavía estamos aquí es porque fui muy obstinado. Ya lo intentaron todo para tomar esta tierra, pero ella es nuestra por derecho», afirma Luiz Sacopá, de 74 años, el descendiente más viejo de los fundadores.

Dice que ya perdió la cuenta de todas las veces que intentaron expulsarles de esta área de 18.000 metros cuadrados. Desde el vecino que intentó plantar marihuana para incriminarles, pasando por los tres días que estuvieron vigilados por la policía, el peor revés llegó con la prohibición de la Justicia para realizar actividades culturales, alegando que hacían ruido de madrugada.

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«Fue un golpe muy duro porque vivíamos de esos eventos, feijoadas, clases de capoeira. Éramos muy cuidadosos, todo terminaba a las ocho o las nueve», asegura José Claudio Torres Freitas, sobrino de Luiz, durante un evento del Día de la Conciencia Negra. «Es el único día en que podemos hacer alguna cosa. No serían capaces de prohibirlo, ¿no?», ironiza.

La resistencia de Sacopa y de otros quilombos ganó fuerza en 2003, cuando el entonces presidente Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010) emitió un decreto regulando la demarcación y titulación de las tierras de los descendientes de los esclavos que fundaron esas comunidades, las «quilombolas».

El proceso, sin embargo, es burocráticamente complejo y, tras ser reconocidos, los tres quilombos de Rio aguardan aún la segunda fase del trámite.

Engullidos por la ciudad

El quilombo de Pedra do Sal, enclavado en el centro de Rio, cerca del puerto, acogió a muchos esclavos recién llegados de África. Este punto posee, además, un gran simbolismo al ser uno de los primeros terreiros de candomblé, culto afrobrasileño todavía muy vivo.

«La zona no era lo que es hoy, estaba muy aislada. Pero fue invadida, engullida por la ciudad», cuenta Damiao Braga, líder quilombola local. Desde entonces, se produjeron muchas disputas, incluyendo una con la Iglesia Católica, que ganó en la Justicia la propiedad de varias casas del barrio.

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Las dificultades han hecho que muy pocas de las 25 familias descendientes de la comunidad de Pedra do Sal vivan hoy allí. Y ni siquiera el reconocimiento del vecino Muelle de Valongo -puerta de entrada de casi un millón de esclavos llegados de África- como Patrimonio Mundial de la Unesco el pasado julio, ha mejorado la situación. «Hoy tenemos apoyo internacional, pero quedan conflictos. Edificios vacíos fueron ocupados y no es sencillo tomarlos de vuelta», explica Braga.

Destrucción olímpica

En la zona oeste de Rio, que acogió gran parte de los Juegos Olímpicos de 2016, Adilson Almeida cuenta orgulloso la historia de sus antepasados, esclavos que huyeron en el siglo XVI y fundaron el quilombo Camorim. En esta zona apartada de los barrios más concurridos, las 20 familias de quilombolas vivían pacíficamente hasta que un día de 2014 despertaron con parte de su bosque destruido y obras comenzando: sus tierras históricas iban a servir para levantar el edificio que hospedaría a los árbitros de los Juegos de Rio.

En este caso, el quilombo todavía no había concluido la primera etapa del proceso de registro para obtener protección legal y las tierras nunca fueron devueltas a la comunidad.

Pero Almeida aún mantiene la esperanza. Una investigación arqueológica localizó el año pasado más de 7.000 fragmentos de artefactos de los siglos XVI y XVII en la zona, que pasó a ser clasificada como sitio arqueológico por el Instituto del Patrimonio Histórico y Artístico Nacional (Iphan). «Con eso, tenemos una sólida base jurídica. Es difícil que ocurra de nuevo algo como la invasión de 2014», explica.

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