Historia

Quinta Anauco: la nobleza del pasado colonial

La visita a Venezuela del diplomático inglés Ker Porter para ver a Simón Bolívar en 1827 sirve de pretexto para pasear por una de las casas coloniales más viejas e imponentes del valle: la Quinta Anauco, hoy sede del Museo de Arte Colonial de Caracas

Publicidad

El 4 de enero de 1827, Simón Bolívar entró en Caracas acompañado de José Antonio Páez. Había llegado a Venezuela unos días antes, proveniente de Perú, entre otras cosas, para recibir la rendición del llanero, declarado en rebelión frente a la Gran Colombia, y concederle el título de jefe supremo de Venezuela. Sin embargo, El Libertador venía a gobernar personalmente el país, sumido en ese momento en una seria crisis.

Cuatro días después, el general Francisco Rodríguez del Toro, marqués del Toro, ofreció una cena bailable en honor a Bolívar en su casa de campo, que ya se conocía con el nombre de Quinta Anauco; y estaba exactamente donde se encuentra hoy en día, en la urbanización San Bernardino de Caracas.

El diplomático Ker Porter, cónsul y encargado de negocios de Gran Bretaña en La Guaira y Caracas, acudió esa noche a la Quinta Anauco y tomó nota de lo que vio allí. “Al llegar encontramos la casa llena de damas, oficiales y civiles. La guardia cívica mantenía fuera a la gente, que, por otra parte, colgaba de las ventanas. El baile estaba en pleno apogeo, y el humo de los cigarrillos era tal que la sala apenas era habitable para aquellos cuyas narices y ojos estaban habituados a tan abominable costumbre. Yo, por supuesto, después de ver al Marqués, pedí que se me condujera ante S.E. el Presidente y con mucha dificultad logré pasar a un cuarto más pequeño —el dormitorio del anfitrión— donde no había nadie más que el objeto de mi deseo, balanceándose en una hamaca”, escribió Ker Porter.

Esa noche de 1827 la Quinta Anauco se encontraba en una etapa de esplendor. El marqués del Toro se había esmerado en su cuidado, hasta el punto de que es posible que nunca como entonces la casona, enclavada en medio de un hermoso jardín, haya tenido tanto brillo y vitalidad.

5climax

Donada con una condición

En la última década del XVIII los dueños de terrenos vecinos del río Anauco y la quebrada de Gamboa, que era lo que hoy ocupa San Bernardino, construyeron allí “elegantes residencias campestres destinadas al recreo, al descanso, para la convalecencia, para huir de los grandes calores y, sobre todo, como refugio para evitar los contagios durantes las epidemias”. Esto lo afirma el experto en historia colonial de Venezuela, Carlos F. Duarte, quien añade que sería el capitán don Juan Javier Mijares de Solórzano y Pacheco, nieto del Conde de San Javier y biznieto del primer marqués de Mijares, quien hizo construir una lujosa casa en las riberas del Anauco, cuyas obras estuvieron terminadas en 1797. Al principio, la residencia se conoció con el nombre de “La casa de Solórzano”, y no fue sino hasta 1827, cuando cambió de dueño, que se la empezó a llamar como lo hacemos hoy: Quinta Anauco.

Anauco2climax

En 1825, el marqués del Toro alquila la casa y se instala en ella. En enero de 1826, el lugar pasa a ser propiedad del doctor Samuel Daular Forsyth, quien las obtuvo en pago de haberes y vales militares de la Comisión Principal de Repartimiento de Bienes Nacionales, establecida en Bogotá. Forsyth era norteamericano, agente vendedor de armamentos del ejército patriota, y tenía una compañía inmobiliaria llamada Lemmon, Forsyth y Beste. El marqués del Toro, quien era su amigo, se convirtió en inquilino de Forsyth hasta que le compró la casa, a finales de 1827. Hay constancia histórica de que el 20 de mayo de 1826, las puertas de Quinta Anauco se abrieron para recibir al general José Antonio Páez, huésped de lujo para el condumio del mediodía.

Al morir el marqués del Toro, en 1851, legó en su testamento muy claras disposiciones con respecto a la residencia. “Dejaba establecido el otorgante que se donase a sus legítimos hermanos, doña Gertrudis Toro de León y Diego Toro, la habitación baja de la quinta de Anauco y la mitad de su jardín; y a los hijos de sus hermanas Teresa y Ana Teresa, mujeres que fueron de los señores Martín Herrera y Vicente Ibarra, la habitación del alto y la mitad del jardín”, dice la historiadora Inés Quintero en su libro El último marqués (Fundación Bigott, 2005).

Anauco3climax

“De acuerdo con la enumeración de sus bienes y servidumbre y de las disposiciones y erogaciones de su testamento, no queda la menor duda de que Francisco Rodríguez del Toro gozaba de una posición bastante acomodada. Podría afirmarse que, para el estándar de vida de un venezolano de su tiempo, el marqués del Toro era un hombre rico: vivía en la Quinta de Anauco, una casa de varias habitaciones, mobiliario de primera calidad, patios, jardines ornamentales, un amplio terreno y rodeado de sirvientes, aproximadamente quince personas entre los criados y los hijos de éstos, quienes estaban al servicio de su persona y atendían el aseo y manutención de la casa y los jardines”, sigue Quintero.

El 7 de mayo de 1851, luego de recibir los santos óleos, el marqués falleció en su cama, en Quinta Anauco. Le faltaba poco para cumplir 90 años. En 1860, la casa fue vendida a don Domingo Eraso, cuya familia conservó la propiedad por casi un siglo, hasta que en el 25 de junio de 1958, los nietos de Domingo, doña Cecilia Eraso de Ceballos, doña Mercedes Eraso de Rodríguez Landaeta y don Henrique Eraso, decidieron donarla a la Nación con la cláusula documental de que «siempre sirva como sede del Museo de Arte Colonial y bajo la custodia de la Asociación Venezolana Amigos del Arte Colonial».

4climax

El 12 de octubre de 1961, la casa abrió al público, ya convertida en Museo de Arte Colonial de Caracas.

El pasado en un jardín

El Museo de Arte Colonial de Caracas fue fundado en 1942, por Alfredo Machado Hernández. De hecho, la Quinta Anauco es su segunda sede, puesto que en sus inicios funcionó en un caserón ubicado en la esquina de Yaguno, contigua al Colegio Cháves. Según afirma Carlos F. Duarte, director del Museo, esa era la esquina más bonita de Caracas y las dos grandes casas eran emblema de la arquitectura venezolana. Ambas fueron arrasadas en 1953, por la demolición decretada para hacer la avenida Urdaneta. La colección del Museo de Arte Colonial reposaría en un galpón hasta que el Ministerio de Obras Públicas terminó los trabajos de restauración de la Quinta y el Museo pudo reanudar sus actividades.

La colección del Museo se compone de pinturas, esculturas y tallas, muebles, textiles, hierro, bronce y platería, así como objetos de la vida cotidiana de la Colonia. No todas las obras de arte y objetos valiosos que allí se exponen pertenecían a la casa. Más bien, son una minoría las piezas que originalmente se encontraban en ese recinto.

Anauco4climax

Tras recorrer el camino empedrado que conduce a la casa y disfrutar del encantador jardín que la circunda, el visitante encontrará una importante muestra de arte colonial, pinturas de grandes artistas, figuras religiosas —algunas verdaderamente conmovedoras—, muebles de la Escuela de Marquetería de Caracas, lámparas, oratorios, escaparates, mesas y escritorios, camas, platería, porcelana; además de la reconstrucción de habitaciones de la época, como los dormitorios, el baño y la cocina.

Especialmente interesante resulta el Baño de la Marquesa, que carece de lavamanos y de otros servicios sanitarios imprescindibles en la rutina contemporánea. Lo que puede verse aquí es un par de «banquetas de descanso», una caja de madera con tapa y asiento acolchado, que tiene en el centro un hueco en cuyo interior solía haber un bacín que era desocupado por los esclavos después de que los señores lo usaban, por lo general en sus habitaciones. La gran atracción de esta sala es la bañera de piedra, labrada en el piso y dispuesta de manera que la atravesaran las aguas de la quebrada Gamboa o el río Anauco. Desde luego, para tomar su baño semanal de inmersión, las damas mandaban a calentar en un tobo las heladas aguas que bajaban de la montaña. En una vitrina se guarda un vestido de la segunda mitad del siglo XVIII, que perteneció a la Condesa de San Javier, así como dos trajes que pertenecieron a Teresa Arguindequi, esposa del general José Antonio Anzoátegui, a comienzos del siglo XIX. Y unos zapatos de señora del siglo XVIII.

3climax

¿Ha visto usted al general Bolívar?

En su biografía de Simón Bolívar, el inglés John Lynch dice que en esa estadía del Libertador en Caracas, que se extendería desde enero hasta comienzos de julio de 1827, estaría “intentando contener las oleadas de pobreza y desesperación que amenazaban con desintegrar el país. Venezuela estaba en la bancarrota, al ejército no se le pagaba, los soldados estaban alborotados y los funcionarios morían de inanición.”

anauco6climax

Quizá por eso, porque tenía ante sí un lúgubre panorama, aquella noche de la cena ofrecida por el marqués del Toro, a pocos días de pisar suelo venezolano, el general Bolívar tuvo dificultades para incorporarse al sarao. Prueba de ello es que Ker Porter hubo de repartir empujones para cruzar el atestado lugar hasta encontrarlo en el dormitorio del noble, donde ya colgaba la inevitable hamaca de Bolívar.

Para llegar hasta donde se encontraba el presidente de la Gran Colombia, Ker Porter debió entrar a la Quinta Anauco por el Corredor /Patio Interior, “donde los sirvientes en librea atendían al visitante, tomando sus sombreros, capas y bastones; o le abrían la puerta de la silla de mano ayudándolo a bajar de ella. Las sillas de mano estaban forradas por fuera con vaqueta de Moscovia teñida de negro, claveteada con tachuelas doradas. Otras estaban forradas con un lienzo fino encolado, pintado al óleo y barnizado, a veces con dorados y pinturas decorativas o con el escudo nobiliario de la familia. La parte interior estaba lujosamente forrada de damasco, raso o terciopelo, con cortinas y el asiento también forrado con géneros semejantes. En todas las casas de campo o haciendas había una campana, como la que cuelga de la viga, que servía para llamar a la servidumbre o a la esclavitud a la hora de los rezos diarios del rosario o para avisar las horas de las comidas”.

Habrá pasado de allí al Gran Salón Principal, que en la actualidad atesora, entre otras cosas, tres butacas, “diseño original de los ebanistas criollos que se caracterizan por su respaldo y asiento inclinados, inspirados en asientos indígenas. Es de notar el interior de las ventanas con dos asientos formados por el espesor de las paredes, llamados poyos«.

anauco7climax

Es probable que haya avanzado por el corredor exterior, que cubre la entrada principal de la casa y permite la entrada independiente a la sala, escritorio y oratorio. Se usaba solo en ocasiones de grandes fiestas o recibimientos y para el uso de quienes asistían al escritorio o de quienes oían misa en el oratorio. Y, de seguro, fue retenido más tiempo del que deseaba en la Sala Principal, “la habitación más grande y lujosa de la casa. Durante el siglo XVIII fue el lugar de recibo protocolar, de gran formalidad. Las molduras del techo se pintaban y doraban de acuerdo al color de las cenefas de las cortinas y del color de los florones de donde colgaban las arañas”.

“Las paredes pintadas de blanco estaban cubiertas parcialmente con un zócalo de tela de damasco, papel o cuero repujado. A fines del siglo XVIII se pintarían estarcidos de colores, llamados cintas a imitación del papel francés. De los muros colgaban innumerables retratos de familia, láminas, espejos y cuadros religiosos; todo colocado de manera simétrica. Todos los asientos se adosaban a las paredes, para dejar el paso libre a las señoras con sus amplios vestidos. Al momento de sentarse los sirvientes acercarían las sillas al lugar escogido para la conversación”, suscribe el material informativo de la página web del Museo.

Después de tragar un montón de humo, Porter habrá logrado deslizarse hasta la alcoba que, “como en todas las casas del Período Hispánico, se encontraba al lado de la sala principal como una prolongación de ésta. Su única división es un simple arco con el fin de que los invitados pudiesen observar la gran ‘Cama de Parada’ de dosel, con colgaduras, cenefas y cortinas, emblema de la hospitalidad y riqueza de los propietarios. Esta habitación se asociaba a los hechos más importantes de la vida que tenían lugar en ella: el nacer y el morir. Allí, acostada, la señora de la casa recibía las visitas después del alumbramiento, se colocaban los regalos encima del lecho el día de Santo, o se velaba el cadáver de algún miembro de la familia. En este último caso, el ropaje del mueble se cambiaba por telas negras bordadas en plata y se enlutaban los espejos y arañas de cristal”.

El arreglo de esta habitación pertenece al período rococó de la segunda mitad del siglo XVIII y exhibe una rara colección de muebles pintados y dorados.

anauco8climax

Finalmente, Porter llegó al aposento que hoy se llama Dormitorio I. El cuarto del marqués, donde estaba Bolívar meciéndose suavemente en su hamaca. “En la casa, fuera de la alcoba de parada, naturalmente existían otros dormitorios para el resto de la familia. Estas habitaciones estaban arregladas con menos pomposidad y tenían otros tipos de muebles de mayor uso y comodidad. Así se encuentran cómodas, escaparates, mesas y una butaca”.

“El mobiliario que compone este dormitorio es producto de la llamada Escuela de Marquetería de Caracas de fines del siglo XVIII cuyo abanderado fue el ebanista Serafín Antonio Almeida. Los muebles, de diseño neoclásico, fueron hechos de cedro enchapado con gateado y con incrustaciones de carreto cuya madera amarilla se quemaba en los bordes para crear la sensación de sombras. Caso aparte y muestra de la artesanía ingeniosa de la región de El Tocuyo es el florón del techo hecho con cortezas del fruto del totumo, policromadas y doradas”.

Quién sabe si antes de lograr su objetivo se habría extraviado por el Comedor, “espacioso y provisto de alacenas empotradas en los muros y debajo de las ventanas para guardar vajillas, mantelería, cristalería y cubiertos”; o por el  Cuarto de Escaparates, destinado a la lencería y a tal fin provisto de varios escaparates y arcas o cajas habaneras, como se las llamaba, que servían para guardar todo género de telas de uso dentro del hogar.

2climax

Nadie ha visto a la señora

En su recorrido por la Quinta, Ker Porter tropezó con mucha gente, pero no llegó a ver la Marquesa. Nadie la vio porque no asistió al convite. Habrá estado en Caracas o se habrá quedado en sus habitaciones, ubicadas en el primer piso y bastante alejadas del resto de la residencia.

Según dice Inés Quintero, por el testamento del marqués “sabemos que no tuvo descendencia, ni dentro ni fuera de la casa. Según se decía en la ciudad, doña Socorro Berroterán, la esposa del marqués por mas de cincuenta años, había decidido mantenerse pura y casa para regresar al Señor tal como había venido al mundo, sin mancha ni pecado carnal, de manera que no le permitió al marqués hacer vida marital con ella”.

anauco10climax

Por su parte, Carlos F. Duarte concede que “muy seguramente, este matrimonio no se llevaba bien, ya que ella como hija del marqués del Valle de Santiago, debía ser realista; y allí es donde posiblemente esté la explicación del por qué el Libertador no la nombre en sus cartas dirigidas a su esposo y del silencio de los periódicos locales al momento de su fallecimiento. A causa de todo esto, se han tejido muchas leyendas sobre su comportamiento. Doña María del Socorro murió en Caracas, el 28 de mayo de 1842”.

Pese a todo, en el arranque de la escalera que conduce al Pabellón de la Marquesa, una especie de apartamento con entrada independiente, está el escudo del marqués, que muestra el perfil de un toro.

1climax

Cuando faltaban cuatro días para abandonar el país, Bolívar se mudó a la Quinta Anauco. Allí durmió la última noche que pasaría en Caracas. Y de allí salió la mañana del 6 de julio de 1827, rumbo a La Guaira, donde tomó un barco con destino a Cartagena. No regresaría con vida.

Publicidad
Publicidad