Arte

Réquiem desde las colas

He aquí un ejercicio poético, catarsis ciudadana, juego, diálogo con la lectura del libro Réquiem, de la poeta rusa Anna Ajmátova, escrito en otras colas y otras difíciles circunstancias. Goldberg admite su publicación con plena conciencia de cuán oscuros son los pasadizos que conducen de la realidad al panfleto, de la actualidad al vacío

Composición fotográfica: Mercedes Rojas Páez-Pumar
Publicidad

EN LUGAR DE PREFACIO

No soy poeta rusa. No estoy en Leningrado. No hago cola ante la cárcel para saber si mi único hijo ha sido fusilado o llevado a Siberia. Son tiempos de oscuranas, de hartazgos sin nieve. Nadie sabe quién soy en una cola para comprar comida o medicinas. Nadie me reconoce ni espera un poema. La escritura no añade, no salva. La palabra es el dardo por el que me desangro cada vez más lejos de mi.

Tras una cola en el automercado, vuelvo a casa disuelta en llanto. Pregunto al esposo:

—Y esto, ¿podré describirlo?

—Puedes.

Una mueca me toma el rostro. La náusea se aproxima. No hay sonrisa como la de Anna Ajmátova. Tampoco dolor comparable al de su libro Réquiem (1935-1940). Mi decir calumnia proezas y catástrofes. La copio. La plagio. Sigo su orden. No temo al panfleto. El día me ennegrece. Vendrán palabras dañinas. Lo sé. Pero me doy a ellas. Las necesito para seguir en pie, en las colas que somos, que nos toman como animales venenosos, raíces, arterias enfermas.

1 de abril de 2015

Caracas

dedicatoria

Ante tanta maldición se inclina el Ávila

y el río Guaire es cadáver que no fluye.

Recriminan que somos corderos,

que permitimos cifras en nuestros brazos,

que no luchamos, no gritamos, no protestamos.

El llamado de la comida se ha vuelto sacro:

latigazo antes de la condena definitiva.

Para algunos no hay filas acusadoras.

La brisa los pilla en felices faenas.

Nosotras no sabemos,

somos las mismas por todas partes

y solo oímos el chillido de bolsas de papel,

pasos de soldados que cuidan la desesperanza.

Nos levantamos temprano,

bañadas, perfumadas, los labios retocados.

Vamos a la cola de cada día,

la que se forja por lo que ha de venir.

No importa si arrecia el calor,

si hemos perdido dignidad.

La esperanza canta siempre a lo lejos.

Aunque sea puñal mentiroso,

corazón de lodazal,

un no saber la espina que nos talla.

Tengo amigas a la fuerza, las de colas y carencias,

las de solidaridad virtual.

¿Dónde van con sus bolsas llenas de inútil gratitud?

¿Qué escalinata recibe su mínimo triunfo?

¿Qué viaje añoran para multiplicar sus panes?

A ellas envío mi saludo de despedida.

prologo

Lo que cuento sucede a diario.

En el este, el sur, oeste adentro.

En todas las ciudades.

Aún de noche.

Somos las asfixiadas, las condenadas.

La ya nada inocente patria se retuerce

bajo unas botas manchadas de sangre

y bajo las ruedas de los negros furgones.

 1.

Carmen porta un trozo de papel con el número 1210.

Está frente a un hipermercado en La Yaguara.

No le alcanzará el día

para barrotes de otros asuntos.

«No se justifica:

¡esto es una humillación!»

 2.

Mariannys permanece

desde las cinco de la mañana en cola.

Con su bebé desmayado entre brazos.

Solo el cuerpecito sudado

prueba su necesidad de un poco de leche.

Sin el bebé no le creen que padece.

«He perdido toda la mañana.

Debo dejar de atender a mi otra hija

porque nadie puede venir por mi»

 3.

Asesinan a una mujer

bajo el puente de la Avenida Fuerzas Armadas.

Iba por alimentos.

Pude ser yo.

No hay linterna para tanto pozo.

La certeza se ha vuelto suciedad, leyenda.

Queda el ruido de estómagos vacíos,

casas desmembradas,

anhelos empeñados.

 4.

No todas lloran en las colas.

El humor es venganza contra el régimen.

Se ríe, se cuentan historias.

Somos las mismas por todas partes.

Tenemos sed y maridos ocupados,

una canción pendiente,

un automóvil detenido,

una tía solterona,

una revista que no leímos.

Caben piernas en esta desembocadura.

Elogios de ajeno altar.

Vieja es la sangre,

el olmo que ignoramos.

 5.

Hace tanto que grito.

No distingo la ralladura de los hombres,

el humo, los pies hinchados.

Una mujer me mira fijamente:

«Tú no eres de por aquí»

Me siento culpable.

No soy de las colas y el abatimiento.

Compro frutas en el camión de la esquina,

quesos y pescado

en el mercado oneroso pero expedito.

Ya no consumo carne, pollo, tomate limpio.

No soy de andares tumultuosos.

Prefiero no comer,

no pertenecer.

Jamás admito reclamos.

Hago lo que puedo.

 6.

Pasan pronto las semanas.

Y así vendrán meses.

Nosotras sin claudicar.

O claudicando al pie de la ducha.

Jadear es ennegrecer un poco.

Nos vigila una botella.

Se encienden basureros.

Las palabras son jengibre de los malvados.

Necesitamos un verso,

lavarnos el cabello,

un poco de café con leche.

 7.

lasentancia

Y acribilla la medianoche

con su indisposición al futuro.

Las sábanas pesan sobre las caderas.

No importa.

Sabía que este día habría de llegar,

que el hartazgo me mordería la frente.

Hoy tengo que hacer muchas cosas:

Hay que matar la memoria,

Hay que petrificar el alma,

Hay que aprender de nuevo a vivir.

Hasta la lluvia se burla.

No llega, pero huele, es animal gris.

Nunca presiento catástrofes,

la belleza me destierra.

8.

alamuerte

Si has de venir ¿por qué no ahora?

Estoy lista.

Podrían pasar días antes del próximo bocado.

No hay pájaro que me arranque la lámpara.

Poco puedo prometer al hijo

que cuelga de mi optimismo ficticio.

Prefiero escapes sin tersura,

la nuca perfumada,

la dignidad de los remiendos.

Irrumpe como granada arrojada.

O a mansalva, con un tuit de quien me espera afuera.

O con una sartén de cristales rojos.

Recuérdame otras formas del miedo,

cómo caer de rodillas, por ejemplo.

Viérteme de sol a sol.

Comienzan a faltarme mis pastillas.

Veo el túnel, la luz al final:

el camión repleto de excrementos que se aproxima.

 9.

Ya la locura cubre

Con su ala la multitud de mi alma,

Y le ofrece su vino de fuego,

Y la imanta hacia el negro valle.

 

No cabe más amargor.

Ceder es admitir que no puedo con mis hábitos,

que la casa enmudece

con cada ventana que no restriego.

Y no me dejará ella

mudarme sin el hijo,

tragar más píldoras de la cuenta,

dedicarme jugos de berro y alcanfor.

Ni las obscenas palabras de la patria,

ni los suelos dentados,

ni las promesas del fango,

ni los días que apertrecharse de alma,

ni los concilios forjadas en ultramar,

ni el lejano y ligero sonido

de las últimas palabras de consuelo.

10.

cruxi 

No llores por mi, Madre.

Estoy en el sepulcro.

 1.

Un réquiem lejano

me hace olvidar que estoy en casa, a salvo.

2.

En las colas suena todo:

tacones, música difícil, el pavimento en ruinas.

Donde no cabe silencio,

hay una pérdida.

La mirada no es cobertizo.

1.

epilogo

Ahora se cómo se desvanecen los rostros,

cómo apuñala el exilio ajeno,

cómo huele el pan rancio.

He vertido un poco de aceite

esperando el milagro.

Y llega, cada día,

con ojos de albahaca

y promesas de dolor pospuesto.

Cae el hijo de las ramas blandas

de esta mujer que viajó sola al desierto

pero no sabe ir al mercado sin gemir.

He llorado colas que no hago,

las que no haré por que soy floja.

Rezo por quienes siempre pueden mas que yo,

en los mediodías de junio

y domingos del agosto que vendrá,

bajo el muro rojo y ciego.

 2.

De nuevo los periódicos,

las voces movedizas de mi madre, mi suegra,

la amiga, la prima,

que vienen y van,

que a veces no vuelven,

que crujen de rabia en anaqueles sin latas.

Las veo de reojo.

No soy Ajmátova,

no estoy a orillas del Neva,

la cárcel me pesa por otras razones,

no sabría tejer un sudario.

En realidad no tengo hambre sino rabia.

No tengo miedo sino rabia.

Tanta enfermante rabia.

En las colas hay mujeres con verrugas,

secretarias que optaron por la sal,

señoras urgidas de vinagre,

muchachas bellas

que pronto habrán olvidado la belleza.

También hay humillaciones a quemarropa:

«Tres mujeres, un bebé de seis meses de nacido

y dos hombres resultaron lesionados

durante una balacera

que se registró en el Supermercado Santo Tomé II,

ubicado en Unare, estado Bolívar.

Se cree que pudo tratarse

de un lío entre revendedores».

Cada quien ruega lo que cree merecer.

Por lo pronto necesito pastillas de calcio,

recorro docenas de farmacias.

Mis huesos amenazan con dejarme a ras

antes de que sean plagiados otoños,

antes de que el hijo aprenda a hacer el amor.

El calcio arrullará mis calambres,

por unos días escribiré

con nudillos amarillentos.

Ojalá que de mis clavículas

crezcan vocablos menos sumisos,

que el cine vuelva a su medianoche,

que la calle sea un instante.

Ojala pueda escribir

los felices horrores que nadie husmea

y se me diga silencio

y se me conceda la paz

de ciertos viernes en la tarde.

Publicidad
Publicidad