Sociedad

Satanás es insaciable: el hambre no se calma con curda ni droga

Es verdad que el alcohol, las drogas y el tabaco pueden anestesiar la sensación de dolor que llega a causar el hambre. En otras épocas, las sustancias eran el recurso de quienes no encontraban otro hábito que la calle. Pero en medio de una crisis humanitaria, que ha llevado a algunos a comer directamente de la basura, el país pendula entre la mesa culta de los restauradores y el drama del friganismo. Y más barato sale comer algo, entre tanta hiperinflación

Texto: Alejandro Ramírez Morón | Portada: Daniel Hernández
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Bíblico. Ganarás el pan con el sudor de tu frente. Con la manzana de Adán, nacen al menos dos cosas: el fashion y la gastronomía. Los linderos entre comer para saciar el hambre sanamente, hacerlo por el mero pecado de la gula, o sencillamente hacerlo de casualidad, a duras penas, pueden rozar el infierno de Dante y más allá.

Pdvsa llegó a ser la segunda petrolera a escala mundial, todo un paradigma de management en el sub continente. Éramos el segundo proveedor de petróleo de los Estados Unidos. Llevábamos directamente la gasolina desde nuestro subsuelo hasta los tanques de los magníficos autos yanquis. Sin ser Arabia Saudita, éramos una gran potencia petrolera. Eso le garantizó al venezolano, por años, el pan seguro sobre la mesa; y también cierta dosis de hedonismo, por qué no.

La encuesta Encovi 2017 contiene una sección estrictamente dedicada a la alimentación. Acá algunas de las conclusiones del estudio, que fue capitaneado por Maritza Landaeta-Jiménez (Fundación Bengoa), Marianella Herrera Cuenca (Fundación Bengoa, Cendes-UCV),  Guillermo Ramírez y Maura Vásquez (UCV):

-80% de los hogares se encuentran en inseguridad alimentaria.

-Aproximadamente 8,2 millones de venezolanos ingieren dos o menos comidas al día, y las comidas que consumen son de mala calidad.

-9 de cada 10 venezolanos no puede pagar su alimentación diaria.

hambreydrogascita5Hace al menos dos décadas, abundaban las nociones de que las drogas o el alcohol podían usarse para saciar el hambre. Los «niños de la calle», reportaba un estudio hecho para el Rotary Club Caracas a finales de la década de los 90, optaban por oler pega para soportar el frío y el hambre de las noches a la intempérie, aunque finalmente pudieran tomar bocado. La caña y las sustancias narcóticas calmaban la ansiedad de la soledad, del abandono, pero en la Venezuela hiperinflacionaria de hoy, distraer cualquier moneda en otra cosa que no sea comida es imposible. Aquí se come de la basura.

De la restauración a la indigencia

Edgar Leal ha sido reconocido por la prensa especializada como uno de nuestros mejores cocineros. Estudió en The Culinary Institute of America, considerado el Harvard de la gastronomía mundial. Estuvo al frente de la mejor época de ARA, montó en Miami un restaurante llamado Cacao (que fue rankeado entre los 10 mejores de Florida) y volvió a su terruño finalmente. Acá timonea con mano de hierro los restaurantes Leal y El Asador, ambos en Las Mercedes.

Dice que, para él, hay dos cosas sagradas en la vida: la comida y el amor. Leal representa el lado culto de la mesa, en medio de esta crisis humanitaria que ha generado incluso un problema severo de desnutrición infantil. Pero, ¿hay gente a esta hora calmando el hambre con alcohol y drogas? “Yo no creo que eso esté sucediendo. Yo tenía un amigo alcohólico, que tenía dinero para comprar comida, pero prefería beber alcohol. Es una cosa de preferencia, no de necesidad”, se va por la calle del medio.

hambreydrogascita4El friganismo es un fenómeno en el cual gente que tal vez no esté del todo en situación de calle, hurga en la basura para saciar el hambre, para entresacar alimentos, y cubrir la necesidad de comer. En Venezuela, luego de un boom petrolero que superó con creces al del primer gobierno del adeco Carlos Andrés Pérez, estamos teniendo desde hace tiempo casos de friganismo.

Dubraska Espinoza es nutricionista egresada de la UCV y relata cómo las drogas, el alcohol y el cigarrillo, sin ser alimentos –en rigor– poseen una carga calórica, que permite amordazar la sensación de hambre, pero nunca podrán hacer las veces de sucedáneo de la comida. “Las drogas, el alcohol y el cigarrillo pueden causar inapetencia, sí, salvo la marihuana que da hambre más bien, pero son sustancias hoy en día muy costosas, por lo cual no creo que nadie esté sustituyendo comida por drogas o alcohol”, despacha sin pelos en la lengua.

Un simple cálculo econométrico

En su trinchera, Armando J. Pernía es un curtido reportero de economía y negocios, y fue gerente editorial de la revista Gerente por casi 20 años. Pasó también por la mejor época de diarios emblema como Economía Hoy o El Diario de Caracas. Relata cómo la inflación en drogas o alcohol siempre debería tender a ser más baja que la de alimentos. “Históricamente la inflación de alimentos siempre ha sido la más alta en Venezuela”, espeta claro y raspado.

No encuentra razonable desde un punto de vista econométrico que en estos momentos la gente esté calmando el hambre con drogas, alcohol o cigarrillo. “Quien tiene hambre realmente, gasta el dinero en comida”, establece. “Es un dilema que no tiene sentido. No sustituye nadie la comida por alcohol, a menos que sea un alcohólico. No es un dilema real desde el punto de vista económico”, asevera Pernía.

“Es muy difícil obtener data sobre inflación de alcohol y cigarrillos, porque siempre se han agrupado como bienes de consumo. Además no hay una cifra oficial de inflación, y la data que se tiene es la de la Asamblea Nacional (AN), ente que no desagrega la cifra. En el caso de la droga la inflación es más alta por el factor riesgo del negocio, de allí la rentabilidad del negocio de las drogas”, se decanta por desmenuzar el asunto desde una óptica meramente técnica.

hambreydrogascita3Remarca que el consumo de drogas es socialmente transversal, o sea, se consume tanto en las clases populares como en los estratos de mayor ingreso. “Lo que cambia es el tipo de droga consumida. Vincular hambre con consumo de drogas es complejo y muy debatible. Consumo de drogas y alcohol no están determinados por la necesidad alimentaria del individuo. Puede estar vinculado a asuntos de depresión, pero hay un consumo festivo que siempre ha estado en Venezuela. Acá se consumía más whisky que pasta o cárnicos. En los 80’s Venezuela era el segundo consumidor de whisky del planeta”, ofrece un dato claro.

Explica que el venezolano puede eliminar categorías enteras de alimentos, como carne o pescado –verbigracia–, porque no las puede pagar. Pero el alcohol no lo suprime, sino que baja de categoría. Si antes tomaba whisky, ahora toma ron, y si no puede pagarlo “compra cualquier lava gallo”. El consumo de alcohol –dispara- sigue siendo alto, pero no porque haya más hambre, sino porque tenemos una población problematizada, con más casos de depresión, etcétera.

Lo que pasa “en el barrio”

El dueño de un Prolicor situado en la zona de El Marqués, quien pide escudarse en el off the record, confirma lo dicho por Armando J. Pernía. El comerciante dice que su venta de alcohol se ha disparado, pero no en bebidas de alta gama, como whisky Chivas Regal, ni Buchanans, sino –sobre todo– rones de bajo precio, y otras bebidas espirituosas similares. “Nadie calma el hambre con alcohol, ni drogas, pero sí es posible que ataques un problema de ansiedad, y al calmar la misma te olvidas un poco del hambre. Muchos obreros de la zona, o gente de Petare, vienen a comprar estas bebidas de bajo costo”.

Un malandro de la zona, quien también encarece mantener su nombre en la reserva, dice que muchos jóvenes del sector –cuando tienen dinero- resuelven la cosa comiendo un cachito de jamón, “y lo demás en droga y alcohol, porque son adictos”. Dice que lo que más se consume es cocaína, crack y creepy (una vertiente muy potente de la marihuana).

Comenta que en este proceso confluyen todos los estratos, y hay muchachos que roban a la madre, por ejemplo, para poder drogarse o emborracharse. Hay un sector de jóvenes de clase alta –expone el entrevistado– que gastan sus días en estimular los sentidos con drogas y alcohol, “y acostarse con los mejores culitos”, echa mano de un coloquialismo ralamente caraqueño.

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Un par de vigilantes de Los Chorros acceden a conversar sobre el precio de la cocaína, que es la droga que más suele calmar el hambre: una dosis de alta calidad puede rebasar los 500 mil bolívares, pero se puede conseguir cocaína de baja calidad en 150 bolívares, más o menos. Vista así la cosa, queda claro que quien está enfrentado el dolor de un nudo de hambre real en el estómago, siempre se decantará por gastar lo mucho o poco que tenga en el bolsillo, más bien en comida. No hace falta ser un genio para entenderlo.

“En 75.446.014,83 se ubicó la Canasta Básica Familiar en Venezuela en marzo, por lo que se necesitan 58 salarios mínimos para poder adquirir la totalidad de los productos que la integran, de acuerdo con el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas – FVM)”, se lee en un despacho del matutino El Nacional, fechado el 17 de abril de este año. A esa fecha un kilo de carne de novillo estaba en 212.166,67 BsF y el kilo de carne de vaca en 164.705,88 BsF.

Impecablemente trajeado con su indumentaria nívea de chef, Leal echa mano del smartphone para sustentar su declaración: “yo compro la cerveza en lata, a precio de mayorista, a 55 bolívares, y la vendo a 150 bolívares. Hay rones de alto nivel que pueden costar incluso más que un whisky. No veo probable que nadie calme el hambre con drogas o alcohol. El que lo hace no es por necesidad, sino porque quiere gastar su dinero en eso”, vuelve sobre el resplandor de su laptop, y da un sorbo corto a su café con leche.

Venezuela según Shakespeare

Mikhael Iglesias es psicólogo del Parque Social de la UCAB. Enfatiza que estudios recientes adelantados por él mismo revelan cómo en la población hay signos de depresión y estrés post traumático que derivan en el consumo de sustancias, pero pone en claro que –más allá de mitigar tal vez la ansiedad– las drogas y el alcohol no pueden plantar cara “al dolor físico” que, incluso, puede llegar a causar el hambre. El país entero está bajo la presión de una crisis cada vez más severa, en todos los ámbitos. Pero Iglesias dice que su equipo en la UCAB más bien ha verificado una disminución del uso de sustancias, salvo en casos de adictos que ya lo eran antes de esta debacle. Se trata de una minoría de adictos conspicuos.

hambreydrogascita1Llevó a efecto en 2017 –pero no la ha publicado todavía– la investigación Relación entre el IMC, Inseguridad Alimentaria, Diversidad Alimentaria y Variables Psicológicas en Jóvenes de Caracas. Iglesias pone el caso de los niños mal nutridos que se verifican hoy en Venezuela. Dice que hay una cosa de afecto acá. “Es un niño que no logra satisfacer sus necesidades, una madre que no satisface sus necesidades, y es un niño que crece sin saciar no solo su hambre, sino sus necesidades afectivas”. Allí está la almendra de este asunto.

Lo ha dicho al principio de estos párrafos Edgar Leal. Hay dos cosas esenciales en la vida de un ser humano: el amor y la comida. En un escenario de odio puro y duro como el que tenemos en Venezuela, nos han comenzado a faltar ambas cosas. Dicen que “barriga llena, corazón contento”. Por desgracia, ni el corazón ni la barriga se pueden llenar con alcohol, drogas o tabaco.

“Hay algo de evasión de la realidad acá”, opina Iglesias. Se trata, en todo caso, de olvidarse por un rato de esta tragedia nacional. De ver para otro lado. Dopar la conciencia para olvidar que a Venezuela le viene perfecto lo dicho por Shakespeare: “El infierno está vacío. Todos los diablos están acá”. C’est fini.

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