Investigación

Ser mamá en tiempos de hambre, inseguridad y polarización

Dos madres, dos historias distintas, una cree en la revolución de Chávez y la otra la aborrece. Ambas, sin embargo, hablan de la maternidad en un país cuya crisis eclipsa cualquier alegría. Incluso la vida. Desde sus puestos e ideologías comparten sus sacrificios para mantener, sobre un hilo frágil, el hogar

Jóvenes chavistas
Composición fotográfica: Andrea Tosta
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El Día de las madres se festeja en distintas fechas alrededor del mundo, pero en Venezuela corresponde al segundo domingo de mayo, luego de que en 1914 el presidente Woodrow Wilson decretara en Estados Unidos esta fecha para celebrar la maternidad. El día en cuestión puede trascender su cariz sentimental —y comercial— de congratulaciones ensartadas en el lugar común, y abrir una brecha para las nunca suficientes reflexiones sobre esa omnipresencia que es la crisis actual, a través del testimonio de mujeres que ejercen este amoroso oficio, de cara a los desafíos que plantea un país signado por los embates de la polarización. Especialmente porque la llamada polarización guarda en los resquicios de sus bandos enfrentados más versiones de la realidad que buscan ser escuchadas.

Entre coincidencias y disconformidades, el ejercicio consistió en pasarle la página en blanco a dos madres venezolanas para que esbozaran una cartografía de lo real, que atraviesa asuntos como el desabastecimiento, la inseguridad y el deterioro de la fraternidad venezolana.

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Yani Arreaza es una viuda de medio siglo, habitante de Terrazas de Pozuelos, en Puerto la Cruz. Se declara, con evidente orgullo, madre de dos hijas y activista del partido oficial. De buena manera aceptó ser entrevistada porque le parece importante que se escuchen todas las opiniones que involucren la situación del país, especialmente si se trata de las madres, para quienes desea bienestar y la bendición de Dios. Su primogénita, Anaís, es mayor de edad, y la más joven, Mariannys, tiene doce años: una es técnico medio en Química, esperando su turno para optar por la licenciatura en la Universidad de Oriente; y la otra, de momento, sueña con recoger a todos los perros y gatos de la calle, luego de convertirse en veterinaria. Se les puede ver en una carcajada fácil, compartiendo fotos o vídeos en su Canaimita. “Para criar a mis hijas he seguido el gran ejemplo de mi madre, a quien felicito, un ejemplo de confianza y respeto a los valores y los buenos principios. Laboro como costurera y vendo artículos de limpieza, siempre me preocupé por trabajar desde la casa para estar pendiente de mis hijas. Soy activista del PSUV, apoyo el proceso para mantener nuestra ideología política. Formo parte del consejo comunal y del programa ‘Madres del barrio’: allí tenemos varios proyectos, entre ellos una panadería comunitaria, con la que elaboro panes y ponquecitos, aunque últimamente tenemos problemas con la distribución de materia prima”.

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―¿Problemas por qué?

―Todos nos hemos visto afectados con el desabastecimiento. Reconozco que sí ha cambiado mi forma de comer y de adquirir las cosas. Pero comida hay, a mí nadie me va a decir que comida no hay. Lo que hay es mucha corrupción y mala administración de parte de los encargados. Tampoco es que he dejado de comer, solo que se consume menos proporciones, pero además uno puede buscar alternativas, que son hasta más sanas. Yo, por ejemplo, aprendí a hacer mayonesa y salsa de tomate. Lo que pasa es que al venezolano le encanta comer muy artificial. Y bueno, si no se consigue la leche, uso frutas; si no hay pan, hago arepa.

―¿Consigues harina pan?

―Sí, yo consigo la harina pan, hago mi cola, para todo hay que hacer colas ahorita.

―¿Crees que hay más inseguridad ahora que en tus tiempos de juventud? ¿Temes por tus hijas en la calle?

―Sí, claro, la inseguridad ha aumentado. Pero eso no debe ser limitante para que nuestros hijos salgan a la calle a desempeñar el rol que les corresponde, bien sea estudiando y trabajando. Además, esté bien o mal el país, al final uno siempre tiene que estar pendiente de los hijos, uno es el que puede corregirlos o guiarlos. Claro que tenemos bastante inseguridad, ha aumentado con los años, pero todos tenemos que enfrentarnos a ese monstruo, yo le digo a mis hijas que se cuiden en la calle, que busquen la forma de acompañarse cuando van por ahí regresando a la casa, que no hablen con gente desconocida, que no se vayan a montar en el carro de cualquiera.

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Además del desabastecimiento, siente responsables a “los que tienen el poder”, considera que otro mal a erradicar urgentemente es al bachaqueo, célebre apelativo adoptado desde la neolengua oficial: “Yo no estoy de acuerdo con el llamado bachaqueo, que debería ser sancionado. ¿Cómo tú vas a comprar una harina en 20 bolívares y la vas a revender en 800? Eso es una pérdida de valores y de sensibilidad, porque hasta con los medicamentos se han puesto así. No quiero ofender a nadie, pero a mí me parece que eso es ser un estafador. Gracias a Dios, mis hijas y yo somos sanitas y las medicinas que necesitamos las hemos encontrado, pero sé de gente que no, y los bachaqueros hasta se aprovechan de eso.”

―Pero, ¿por qué faltan algunos medicamentos?

―Vuelvo y te repito, es por la mala administración.

Los cortes de energía eléctrica son otro tópico ineludible, especialmente en una ciudad de la provincia donde arrecian más allá del cronograma establecido. “Sí, los apagones me han afectado. Hubo una noche que me estresé tanto con el calor que se me bajó la tensión y tuve que ir al CDI. Por eso ahora trato de mentalizarme, uno tiene ahorita que mentalizarse para todo y tener paciencia, cuando viene el corte, yo me echo un baño, me pongo ropa fresca o abro las ventanas. Uno tiene que cuidarse la salud, cuando yo me siento mal así en lo primero que pienso es en mis hijas. Yo tengo que estar bien para cuidarlas.”

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Y precisamente por sus hijas es que Yani concluye con una honda preocupación sobre la salud del país entero. “Estamos en un período crítico por la política que nos afecta a todos. Espero que eso cambie. Todos deberíamos poner nuestro granito de arena, para nadie es un secreto que ahorita están mandando los dos bandos. Nuestros gobernantes deberían tomar en cuenta nuestras necesidades. Y yo sí, soy muy autocrítica, como lo recomendó el presidente Hugo Chávez en una ocasión. Aquí hay cosas que se deben mejorar y estoy segura de que van a mejorar, porque yo tengo confianza en este proceso. Lo malo que veo es que la paz está muy amenazada. Yo soy una persona de paz, de estar en mi casa tranquila con mis hijas, y yo quisiera que eso mejorara. El venezolano no ve más allá de las diferencia de bando político y todo es una peleadera, una falta de respeto, hay mucha violencia. Hay que trabajar juntos.”

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***

Lisbeth García tiene cuatro décadas de vida, dieciocho años de casada, dos hijos y cuatro perros. Vive en Sierra Maestra, en una casa que adquirió hace cinco años y que todavía no ha logrado remodelar como esperaba. Es educadora, mientras que su esposo se desempeña en el área química. Sus hijos, Michelle de 16 años y Enzo de 9, comparten con su madre el gusto por el baile y asisten a una academia. “Las cosas han cambiado muchísimo ―explica Lisbeth, mientras le pide a uno de sus poodles que haga silencio―. La infancia de Enzo ha sido muy distinta a la de Michelle. Lo que uno trabaja no alcanza para nada, para llevar la vida que uno tenía. La tarjeta alimentaria es de 19.000 bolívares y el último pollo que compré en el mercado municipal me costó 5.100. Saca la cuenta, nosotros somos cuatro y tenemos que repartir ese dinero para un mes, además de pagar dos matriculas escolares privadas, la academia de danza, las tareas dirigidas, la ropa, los medicamentos, el cuidado de las mascotas, el cable, la renta de los celulares, los servicios, y así. Este mes me tocó tomar decisiones: dejé al gimnasio que era mi único entretenimiento y decidí buscarle nuevo hogar a dos de mis perritos, porque la perrarina todos los meses viene aumentada. Uno de los perros que se queda toma Fenobarbital y aquello es un sufrimiento, porque tampoco hay, como tampoco encuentro los medicamentos de mis muchachos. Entonces uno hace sus sacrificios, porque la prioridad son los hijos”.

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Visiblemente conmovida, rememoró una conversación que hace poco sostuvo con su hija, una adolescente que a menudo interroga a sus mayores sobre cómo es la vida en otros países. “El otro día me dio mucho dolor, porque Michelle dijo que ella extrañaba cuando era pequeña y en la nevera teníamos de todo aquello que ahora no se consigue o está muy caro. Ya casi no salimos los fines de semana y son menos las películas que vemos en el cine. Todo eso me deprime, ya nada es como lo recuerdo. Se supone que uno se esfuerza y trabaja para estar bien, a mí me criaron así; en mi familia nunca fuimos adinerados, pero yo no recuerdo haber vivido una situación como esta. De paso, vivo asustada en mi casa, esta zona se ha puesto muy peligrosa. Hace poco atracaron a un compañerito de Michelle que estaba entrando a su edificio y también le hicieron un secuestro a unos vecinos, por aquí a dos casas: los agarraron de madrugada, los amarraron, los golpearon, les quitaron electrodomésticos, celulares, computadoras, ropa, comida, hasta las cosas del baño. Yo medio escucho un ruido en el patio y pego un brinco. ¿Quién puede dormir así? Bueno, y para no ir más lejos, el año pasado mi esposo dejó el carro un momento frente a la casa porque íbamos a salir de nuevo y en ese ratico le sacaron la batería al carro. No hay respiro”.

―Como madre, ¿qué piensas de la escasez de métodos anticonceptivos?

―Imagínate. Uno tiene que hablarle claro a los hijos sobre cómo hacer las cosas bien y seguras, pero el país no da facilidades para que la juventud se proteja.

―¿A quiénes consideras responsables de estas situaciones?

―Al mal gobierno. Desde el principio. No es solo Maduro.

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Su lectura final es que el sufrimiento del venezolano lo está empujando a escenarios peligrosos, quizás a un aprendizaje necesario pero no por ello menos arduo y absurdo. “Me he dado cuenta por algunas reuniones en el colegio de que muchos adolescentes están desatados, particularmente inquietos, porque en su casa la están pasando muy mal. Y los muchachos hablan, se cuentan las cosas entre ellos: pareciera que la clase media está desapareciendo, aquí todo el mundo está viviendo cosas que no había vivido antes. Ja-ja, no hay un manual de instrucciones para vivir en socialismo, ¿verdad? El venezolano está desesperado, rabioso, asustado, uno lo ve en la calle, en cualquier cola, a veces entre la familia. Si todo el mundo anda triste y asustado, ¿cómo consolar a los otros? No es solo la violencia de los malandros o el discurso del gobierno, es la gente que uno ve por ahí, vuelta loca tratando de no hundirse. A mí me da miedo lo que pueda pasar, eso de los saqueos y los linchamientos, para donde tú veas hay un peligro esperándote. Ayer leí en el periódico que la gente dizque anda comiendo gatos y palomas. Bueno, lo de las palomas ya lo había escuchado por aquí. ¿Ese es el logro de la revolución? ¿Que la gente se coma las palomas? Es un chinazo, si quieres, pero también es una tragedia.”

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Feliz día a las madres, sin embargo. Vale aprovechar la tierna efeméride para que el colectivo reflexione sobre la polarización, que no solo consiste en esos dos bandos enfrentados sino también en la pugna de cada uno consigo mismo, mientras ejerce su carácter ciudadano y busca soluciones a sus problemas.

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