Opinión

Si esto es un apátrida

¿Por qué es tan peligroso un hombre desnudo frente a un piquete de militares armados de pies a cabeza? Es prueba de que no esconde nada, ni armas ni las intenciones retorcidas que el régimen le atribuye a la oposición

Fotografía: AFP
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Escribo a una semana del 20 de abril, día de la inmensa marcha opositora en cuyo curso el joven Hans Wuerich se desnudó para dirigirse a una tanqueta de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), subirse a ella y rogar el cese de la represión violenta. Hago esta apuntación para subrayar lo obvio: analizo un hecho del que distan siete días, periodo perfectamente natural para una columna semanal, pero que en Venezuela parece un año dado el alud de acontecimientos de impacto y violencia creciente. Hasta el editor de esta revista, Manuel Gerardo Sánchez, insospechable de insensibilidad y cortedad de miras, comentó el riesgo de escribir sobre algo de lo que ya nos separan “tantos días” y sobre «el que se ha acumulado un sinnúmero de injusticias y francos crímenes¨.
Es así. Después de que Wuerich caminó desnudo por la autopista Francisco Fajardo —y recibió una ráfaga de perdigonazos que dejó su cuerpo marcado por la viruela militarista cuyo vector es el esbirro—, las fuerzas armadas y su cómplice, los colectivos/paramilitares, han asesinado estudiantes, golpeado ciudadanos a mansalva, irrumpido en la propiedad privada para robar y amedrentar… en suma, la dictadura ha persistido en su determinación de perpetuarse por la vía del terror. Pero el caso del joven es el único, en este historial reciente de crímenes, que ha sido registrado por Nicolás Maduro y comentado varias veces en sus alocuciones audiovisuales.
La acción de protesta de Wuerich llamó la atención fuera de Venezuela, donde ya había causado una fuerte impresión, debido al miedo que infunden los uniformados, especialmente la Guardia Nacional, que ha aceptado con destellos de sicopatía el encargo del régimen de disuadir a plomo la determinación opositora. Vestido solo con zapatos y medias, con pequeño un bolso de tela terciado en el magro pecho, y un libro en las manos, el muchacho se acercó a los militares, quienes le manoteaban y gritaban que dejara “el show”, se encaramó en la tanqueta y luego se sentó en el asfalto. Entonces recibió la lluvia de perdigones. ¿Por qué lo rociaron con munición? ¿Por qué es tan peligroso un hombre desnudo frente a un piquete de militares armados de pies a cabeza? No ha faltado quien observe que lo más peligroso de la imagen de Wuerich era el libro, piedra radioactiva para un régimen autoritario encabezado por un triunvirato de ignorancia colosal.
La verdad es que todo en el manifestante desnudo era peligroso para el régimen desfalleciente. Su delgadez extrema, estampa del venezolano pobre, víctima de la emaciación impuesta por la falta de alimentos que el culpable glosa entre risas como “la dieta de Maduro”; la desnudez misma, prueba de que no esconde nada, que no esconde armas ni las intenciones retorcidas que el régimen le atribuye a la oposición, en franco ejercicio de proyección —atribuirle al otro lo que está en nuestro ánimo y psicología—; la valentía de quien ha sido llevado a la desesperación, y en esto el muchacho sin ropas es símbolo de un país castigado con tal saña que solo le ha quedado la ira y el coraje. El propio Wuerich dijo a la prensa que se había organizado, y que lo había hecho por la impotencia que experimenta y la frustración que siente «porque Venezuela va mal. Cada vez que salgo veo miseria, pobreza, mendigos de un lado, de otro, mujeres con niños recién nacidos pidiendo limosna. No me importó si me mataban, quería hacer sentir ante el mundo la tragedia humanitaria que se vive acá».
El hombre demacrado y desvestido desnudó al régimen en su proceder implacable; y, como si fuera poco, al no poder taparse, el mundo le vio las marcas del innecesario tormento. La delgadez morbosa, la inexplicable crueldad de que fue objeto, nos recordaron a Franklin Brito, el agricultor empeñado en reclamar justicia que se declaró en huelga de hambre y que en su lecho de muerte era blanco de las burlas y los insultos de Chávez y sus colaboradores, quienes decían que Franklin Brito era  “suicida” y “desequilibrado mental”. Pocos meses antes de su muerte, la defensora del pueblo, Gabriela del Mar Ramírez, aseguró que acusaría a la familia de Brito de “inducción al suicidio” y declaró que el huelguista de hambre, que entonces ya no era más que piel y huesos, “no reunía las condiciones mentales para hacer valer sus exigencias”.
Con idénticos reflejos, Nicolás Maduro replicó la iniciativa de Wuerich con chistes festejados por Ernesto Villegas Poljak, ministro de propaganda, y el relleno que tenían ese día en el estudio de grabación. Como ha ocurrido tantas veces, cuando alude a la oposición, Maduro hizo explícita una fantasía homoerótica. “Menos mal que no se le cayó un jabón porque hubiese sido detestable esa foto. Horrorosa. ‘Recoge el jabón mijo, pa’ la foto’ (…) horrible hubiera sido”, dijo el presidente chavista.
El audio del video que recogió la acción de Wuerich permite escuchar con toda claridad al joven pidiendo que cesara el maltrato a los manifestantes. Y las fotografías lo muestra cosido a perdigonazos. Todo el cuerpo arrasado por la brutalidad de la dictadura. Y frente a eso Maduro verbaliza evidente una fantasía de penetración anal, disfrazada de amenaza.
La jornada terminó con Maduro bailando en televisión. Un show de aficionados, pues. En espacio acondicionado como estudio de televisión. Fuera de la realidad. A buen resguardo de ella. Librado solo a los recursos histriónicos aprendidos de Chávez —y este, de Fidel Castro. En el ejercicio de un gobierno que prescinde del equipo de gobierno, porque solo se apoya en sus muletas de represión.
Wuerich explicó que llevaba una Biblia no solo porque es creyente porque «es más que la Constitución”. Pero la verdad es que hasta la Gaceta Hípica es hoy más que la Constitución; y eso, que es un hecho incontestable, deja a Maduro desnudo. Claro que al dictador no se le ven las costillas.
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