Crónica

Sin luz, sin vida, sin rutinas: los apagones trastocan la vida en Zulia

Maracaibo es reconocida como una de las ciudades más calientes de Venezuela. Enclavada en una región que se presumía rica en recursos naturales, ahora sufre lo que toda la región. La falta de electricidad ha transformado la cotidianidad y las promesas de soluciones nunca llegan. Así se vive cuando la luz es un lujo

PORTADA: AFP FEDERICO PARRA | Fotos en el texto: AFP, Marianni Tinaure, Gustavo Ocando Alex
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El quirófano quedó a oscuras segundos luego de sus primeros lloridos. Manuel David Mosquera, el primero de los varones gemelos de Ana, nació a las 6:30 de la tarde del lunes 22 de febrero en el hospital Doctor Adolfo D’Empaire de Cabimas, durante un apagón general que afectó al occidente de Venezuela.

El generador eléctrico del sanatorio está dañado desde hace meses por falta de repuestos y mantenimiento. El antídoto contra la oscurana fueron las luces de los teléfonos celulares de las enfermeras, quienes alumbraron sobre el recién nacido para que los doctores pudieran cortar su cordón umbilical y asearlo. El bebé, de solo seis meses de gestación, murió tres horas y 50 minutos después dentro de una máquina incubadora que colapsó por una nueva falla eléctrica.

Su doctora, Luzmary Esparza, certificó como causas directas de su deceso una “parada cardio respiratoria” y que era un “recién nacido pretérmino 24 semanas”. El acta de defunción no menciona apagones ni máquinas extinguidas.

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Hubo dos cortes absolutos del servicio de luz y el doble de fluctuaciones en cuatro municipios zulianos aquella noche cuando Manuel David perdió la vida, según el Comité de Afectados por los Apagones. Esa asociación civil monitorea las fallas del sector en toda Venezuela y sus cálculos concluyeron que, solo el año pasado, hubo 18.221 interrupciones eléctricas en las 24 regiones.

El estado Zulia es, por lejos, el estado más perjudicado desde enero.

“Se pudo haber salvado”

Ana Mosquera Valbuena está incrédula. Manuel David respiraba, había gritado, se había movido. Le colocaron sobre su pecho y, ante ella, hasta abrió los ojos. “Se pudo haber salvado si hubiese habido luz”, dice, sentada en el patio de su humilde casa, ubicada en la parroquia Pedro Urribarí del municipio Santa Rita, una región árida e insegura, rica en petróleo, pero millonaria en pobreza.

La treintañera, madre de una niña de 11 años y un varón de ocho, administra apuestas de carreras de caballos junto a su esposo, Daniel Mosquera. El patio de su hogar, que no tiene perímetros ni paredes, es su sitio de negocios. Ante un pizarrón donde aún estaban escritas las jugadas del día anterior, cuenta en detalle lo ocurrido un mes atrás. Le acompaña Denniel, su hijo menor, aficionado al béisbol –“nadie corre más que yo”, jura con orgullo–.

Dilan David, el segundo de sus gemelos, nació sin signos vitales. Ana indica que se ahogó dentro de su vientre mientras en el quirófano aún persistían las interrupciones del servicio eléctrico. En apenas minutos, la ingresaron y egresaron cuatro veces del sitio de parto por las fallas de luz.

Ana admite que en los primeros tres meses de su embarazo, cuando desconocía su estado, ingirió hierbas caseras y medicinas contraindicadas para tratarse dolores en sus riñones. Pero duda que ello o los partos prematuros hayan causado la muerte de sus bebés. “Todo estaba perfecto hasta el parto. Culpo al apagón de la muerte de mi primer hijo y también a los médicos. Ellos tenían que haberme dicho si venía con problemas. Tenían que comunicarme que no había incubadoras”.

Maracaibocita4Afirma que aquella noche de febrero corrió entre pasillos la noticia de que seis bebés murieron en el retén del hospital de Cabimas: sus niños, dos gemelos sietemesinos, y un par de neonatos dados a luz a perfecto término.

Ana se aferra a las dos actas de defunción que sostiene en sus manos. “Esto es horrible. Todos los días lloro”.

Sin luz, sin gas, sin nada

Zulia es el estado de mayor densidad poblacional de Venezuela y pulmón de la alicaída industria petrolera nacional. Ese porte de región vigorosa y pujante ha quedado hecho añicos desde hace siete meses. La entidad ha recibido dardos en forma de apagones que han mermado la animosidad de sus cuatro millones de habitantes y su empuje económico, de antemano socavado por la crisis nacional.

Desde diciembre de 2017, no hay día en el que no se reporten decenas de sectores en sus 21 municipios sin servicio eléctrico. Hay quienes advierten que, desde agosto, bajones e interrupciones de la luz se concretaban de manera esporádica, pero, en verdad, la crisis no se inyectó esteroides sino hasta finales del año pasado.

Los zulianos celebraron su Nochebuena a oscuras, entre velas, alumbrados por teléfonos de última generación. Sí, celebramos, dimos abrazos, brindamos, pero en un ambiente indigno, atípico, que nos ha servido de compañía eterna desde entonces. El verdadero campanazo fue esa falla, alfa y omega de una crisis que todavía las autoridades no explican con claridad ni solucionan con eficiencia.

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No importa si es de madrugada, de día o de noche. El silencio y la ausencia de luz se materializan en cualquier momento, sin previo aviso. Corpoelec y la gobernación chavista del estado Zulia, liderada por el socialista Omar Prieto, liberaron a diario, pero apenas durante unas poquísimas semanas, unos esquemas de racionamiento para avisar en qué circuito y a qué hora se iría la electricidad. Ahora el misistro Motta Domínguez anuncia que habrá cortes de cuatro, seis, ocho horas diaria, «o las que haga falta». Lo dijo en julio de 2018, cuando admitió que en el estado apenas se producen 350 MW para atender una demanda de 2.000 MW.

La sorpresa de quedar a oscuras es un evento diario, ante el cual no hay antídoto. Ni siquiera las áreas consideradas “estratégicas” por el gobierno nacional, como aquellas con hospitales, estaciones de servicio o dependencias oficiales, escapan. “Ayer solo tuve cuatro horas de electricidad. Tampoco tengo gas”, me escribió Belkys, una periodista en el retiro, residente en la avenida La Limpia, cercana al Mercado Periférico y a dos centros clínicos.

La respuesta de las autoridades ha rayado en lo inverosímil. Luis Motta Domínguez, ministro de Energía Eléctrica, ha atribuido los apagones en Zulia a razones variopintas que se pasean entre la sequía en los embalses de Táchira y los presuntos saboteos en zonas –supuestamente- protegidas por el Estado para robar material metálico.

El Gobierno adoptó en marzo un plan formal de racionamiento eléctrico en seis estados del país, incluido Zulia, y prometió solventar la crisis en solo 15 días. Un mes luego, suspendió los cortes en cinco de las regiones afectadas.

Maracaibocita3La causa es más técnica que política o delincuencial. Simplemente, no hay suficiente generación local de energía y la falta de mantenimiento de las líneas de transmisión del sistema nacional provoca fallas múltiples y constantes, explican fuentes de Corpoelec e ingenieros eléctricos.

El presidente Nicolás Maduro, en su único acto de campaña en el estado, celebrado en Cabimas, prometió construir dos nuevas subestaciones eléctricas para la región. El problema es que las que ya están instaladas están medianamente operativas.

La visita del ministro Motta Domínguez a Maracaibo, el 24 de abril, en el marco de un apagón que se extendió hasta 19 horas en algunos sectores de Maracaibo, San Francisco y la Costa Oriental del Lago, también incluyó una contradicción penosa. El funcionario afirmó ante la prensa local que seis subestaciones eléctricas del estado Zulia experimentaron “sabotajes” y por ello ocurrió el apagón general. A su lado, Prieto escuchaba en silencio.

El gobernador había manifestado la víspera que el colapso de las subestaciones Veritas y Cuatricentenario, incluidas en la lista que mencionaba Motta Domínguez, se debía a la caída de dos árboles y a un fenómeno climático común en instalaciones de ese tipo, en el que una nube de polvo provoca una falla técnica en las líneas de transmisión. Entonces: ¿fue casualidad o sabotaje?

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Fue el mismo Prieto quien, ante las preguntas de la prensa sobre los efectos de la crisis eléctrica en los alimentos y electrodomésticos de los zulianos, contestó con sorna: “Nosotros esperamos 80 años que los adecos y los copeyanos se fueran para tener patria. Ahora podemos esperar un mes, hasta muchos años, ¿verdad?”.

Vivir con la oscuridad

–¿Dónde vamos a ver el juego del Madrid y el Bayern?
–En tu casa, guón, ¿dónde más?
–La pinga… en la casa seguro se va la luz.

El diálogo pertenece a la confianza entre compadres. Es fácilmente adaptable, eso sí, a cualquier dupla o grupo de fanáticos del fútbol en el estado Zulia, donde la gente migra de sectores, brincando a casa de amigos y familiares, para sortear la desventura del apagón y poder seguir viviendo.

Robert Louis Stevenson, escritor británico, propuso en el siglo XVII que vale más vivir y morir de una vez, que no languidecer cada día en nuestras habitaciones bajo el pretexto de preservarnos. Zulia es un estado donde miles deshojan la margarita debatiéndose entre preservar o no sus rutinas –por no decir sus vidas, en casos de riesgo–.

Maracaibocita2Miles de zulianos hoy procuran preservar sus tradiciones entre el hastío y la duda de cuándo y por cuánto tiempo les quitarán la luz. Ya no se sabe cuándo podrás garantizar el frío del aire acondicionado en una ciudad cuyos niveles de humedad superan el 70% en pleno mayo; o esquivar la necesidad de subir 10 pisos en sus edificios por tener sus ascensores inactivos; o el solo hecho de poder entretenerse con alguna novela o serie favorita en la televisión.

Un amigo me lanzó un chiste avispado el mes pasado, tras una falla general que dejó a todo el estado sin luz durante una noche y toda una madrugada. “Parecemos actores de The Walking Dead”, serie apocalíptica de la productora AMC. Así vamos a la escuela, trabajamos, compartimos, comemos, por culpa de los apagones: como zombies.

Gabriel Chávez, periodista zuliano con predilección por los deportes, me contó recientemente que los apagones, de tandas diarias de hasta tres veces en su sector, en la avenida Guajira, fueron las razones principales de su reciente mudanza. “Gabo” es de los tantos que drenan en su cuenta de Twitter cualquier cantidad de epítetos e insultos al Presidente, al ministro de Energía y a la revolución bolivariana con la etiqueta #SinLuz.

Amanda, mi ahijada, tuvo que recibir hace pocas noches a los invitados a su fiesta de 15 años entre sudores, ropas frescas y pelo sucio. Un corte de luz de cuatro horas coincidió con la llegada de familiares y amigos. No había podido ni siquiera bañarse para alistarse, secarse el pelo quizá, o maquillarse con tranquilidad.

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Ella, un tanto obstinada, les estampaba un beso en la mejilla al recibirlos a la luz de la luna. Al final de la noche, escuché a algún familiar adulto agradecerle a Dios que la interrupción del servicio ocurriera antes de comenzar la rumba.

Hay quienes buscan soluciones para el aburrimiento. Un amigo cercano me contó que mantiene cargado su teléfono a todo tiempo, con un par de baterías alternas y varios miles de bolívares en “datos” del servicio móvil para poder chequear páginas web o ver videos en YouTube durante los apagones.

Hubo un filósofo grecolatino, llamado Epicteto de Frigia, que plasmó entre sus pensamientos un consejo para la vida: “elige la mejor manera de vivir; la costumbre te la hará agradable”. Zulia es un estado cuyos hábitos conviven a diario con los apagones. Y el resultado de su “costumbre” corriente está lejos de ser placentero.

Ánimo de hierro

Pensé que María Eva estaba hecha de hierro. A sus cinco meses, mi primogénita es un roble, pensaba. Su sonrisa difícilmente se borra. Su motricidad está fina, como aplauden los pedagogos. “Está durita”, me dicen los amigos cuando la cargan en brazos. Su doctor le otorga “20 puntos” a su salud en cada cita. “No llora”, comentan otros. Risueña, juguetona, piel de porcelana. Es una belleza, la verdad.

Gaby, mi esposa, siempre acota en chanza: “es la Bella Despierta”. No ha querido apodarle correctamente como el personaje del famoso cuento de hadas de Disney, porque aún lucha por dormirse y sus siestas son cortísimas. Digo siempre que es una “santa niña”. Casi siempre, en realidad.

Hay momentos cuando María Eva no es ella. Se transfigura. No tiene, gracias a Dios, ninguna complicación física, psicológica ni emocional. Es un caso curioso: los apagones han sido para ella como la luna para un hombre lobo.

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La ausencia de electricidad lo cambió todo desde diciembre. Sin luz, María Eva juguetea en la oscuridad hasta que suda, hasta que su piel blanquecina se llena de brotes rojos y sarpullidos. A medida que crece, su incomodidad es notoria. Y eso, como padres, nos liquida por dentro.

Anoche, durante un corte eléctrico de cuatro horas que el Gobierno se empeña en llamar “administración de carga”, lo comprobé. Ni siquiera “Jirafito”, su juguete favorito, un animal anaranjado con patas de tela multicolor brillante, calmó su ansiedad. La luz del celular fallaba en alumbrar lo suficiente. Minuto a minuto, se fue desesperando.

Sudaba. Lloraba. Mi hombro no era el templo de calma que generalmente es. Lloraba aún más. Solo el instinto me llevó a comprender lo que me decía sin palabras. El calor, húmedo como tantas noches en la Maracaibo de los mil sofocos, la estaba minando a cuentagotas.

Recordé con amargura que había gastado hace poco una millonada al comprar las ocho pilas “de las gordas” para el ventiladorcito modesto que mi suegra había adquirido años atrás. Las benditas baterías, marca tapa amarilla –unas pilas “de mierda”, quizá las apodaría Hugo Chávez–, sirvieron por apenas unos 15 días.

En pañales, la bebé lloraba a rabiar cerca de mi oído. Un abanico fue el remedio. Lo agité y lo zarandeé con todas mis fuerzas. Ignoré el dolor de mis brazos –ella en uno y el aventador en otro– gracias al bálsamo que fue verla calmarse.

Ella sufría por el calor. “Gracias, Corpoelec”, pensé, frustrado, también bañado en sudor por la angustia y el esfuerzo. María Eva volvió, poco a poco, a ser de hierro. Sonrió otra vez, aunque lo hizo, de nuevo, en la oscurana.

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