Entrevista

Tomás Straka tiene de musiú sólo el apellido

Descendiente de una minoría étnica ya extinta, estudió toda su vida en instituciones públicas y se considera uno de los defensores de la educación gratuita. Señala que la situación económica que hoy atraviesa Venezuela empezó en los años setenta, cuando no se supieron digerir los cambios de modelo de desarrollo que exigía la nación

FOTOGRAFÍAS: ALEJANDRO CREMADES
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Por su apellido muchos se lo imaginan como un musiú, pero Tomás Straka tiene de rubio lo que sabe de chino, solfeo o informática. Mide casi dos metros y él mismo se considera “un mulato bastante criollo”. El historiador asegura que cuando la gente lee o escucha su apellido se imaginan otra cosa. “Eso les impresiona un poco. También estoy acostumbrado a que en cada lugar donde piden mi nombre, no lo digo y ya, sólo lo deletreo, entonces soy Tomás S-T-R-A-K-A y así resuelvo el asunto. Eso nos pasa a todos los que tenemos apellidos extranjeros que aparentemente no son fáciles de escribir”, comenta.

Ese rasgo se lo debe a su padre, Hellmuth Straka, un expatriado de la extinta Checoslovaquia nacido en 1922 y quien formaba parte de una minoría étnica: la de los alemanes de Bohemia; aunque una rama de la familia sí era checa y, de hecho, Straka es un apellido checo. Después de la Segunda Guerra Mundial hubo una limpieza étnica, un democidio: todos los alemanes étnicos de la región fueron expulsados. La mayor parte se fue a Alemania o a Austria, incluyendo su familia. Ya los últimos alemanes de Bohemia y Moravia están muriendo, pronto no quedará ninguno. “Eso de ser hijo de un hombre de una etnia desaparecida,podría ser un input para mi profesión de historiador, no todo el mundo puede afanarse de ser hijo de una minoría étnica que desapareció”.

Straka (padre) llegó a Venezuela en 1952, en plena dictadura perezjimenista, cuando la embajada venezolana en Italia buscaba emigrantes europeos para, entre otras cosas, mejorar la raza, una práctica profundamente racista, según el propio testimonio de los Straka. “A mi papá, que combatió en la Segunda Guerra Mundial en el frente ruso y fue nada menos que uno de los pocos sobrevivientes de Stalingrado, lo contratan para trabajar con el ejército, pero eso no se dio porque cuando llega a Venezuela se da cuenta de que quien lo había contratado estaba preso por una conspiración contra Marcos Pérez Jiménez. Ya en La Guaira, sin nada de plata, se encuentra a un alemán que se lo trae a Caracas”.

Tomás Straka-cita4Después de haber sobrevivido a la guerra, de haber sido expulsado de su tierra y de recorrer Europa trabajando en diferentes oficios, entre ellos limpiando elefantes en un circo, don Hellmuth consigue en Venezuela la gran oportunidad de su vida. “Un país muy rico, donde los extranjeros no tenían competencia y donde la sociedad tampoco tenía problemas con lo foráneo, sino que tiene endoracismo y está fascinada con ello. Casi todos estaban agradecidos, aunque tal vez en algunos desarrollaron cierto sentimiento de superioridad que el venezolano alimentaba, pese a que la emigración es característica de las sociedades en desgracia”.

Más temprano que tarde, el viejo Straka se interesa por la geografía venezolana y en sus ratos libres desarrolla diferentes investigaciones: desde excavaciones arqueológicas y defensa de los indígenas de la Guajira, pasando por estudios sobre petroglifos y trabajos en espeleología, de cuya sección fue miembro en la Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales,hasta en la modernización de algunas redes y compañías telefónicas, primero Siemens en Maracaibo y luego la Cantv en Caracas. En la capital conoce a María Luisa Medina, una barloventeña de origen humilde, con quien se casa.

“Mi papá y mi mamá tuvieron una relación particular: venían de dos universos generacionales aparentemente distintos, pero, a pesar de que tenían todo en contra, llevaron una vida armónica, eran un matrimonio muy bien avenido y la cosa funcionó”. Su hermana, Úrsula Straka, se convirtió en una reconocida activista por los derechos humanos, mientras que él decidió dedicarse al estudio del pasado, un oficio del que se enamoró desde niño, cuando comenzó a conocer los nombres de Mario Sanoja, Erika Wagner y José María Cruxent, que eran amigos de su padre.

–Nació en 1972, cuando comenzaba la Gran Venezuela, ¿cómo se vivió ese derroche en su casa?

–No soy un hombre de la Gran Venezuela. Nací en 1972 y cuando vino el Viernes Negro tenía 9 años.  Es decir, no tuve conciencia de la bonanza.  Claro, ahora me doy cuenta que al cotejar la Venezuela actual con la de los años ochenta o noventa, vivíamos en un país con notable calidad de vida, para los estándares de Latinoamérica. En mi casa no se vivió ese país de boato, pero durante mi infancia se viajó dos veces a Europa y nunca nos faltó nada de lo esencial. Aunque me crié en un mundo rodeado de musiúes por la parte de mi papá, tenía un cable en tierra porque la familia de mi mamá es de Barlovento y eso me da una vinculación con el mundo venezolano.

La familia se crió en el centro, yo asocio eso con una Caracas que no existe más, que es aquella tradicional que estaba muriendo. Asistimos a su agonía, con una infancia todavía bastante libre. Esa Caracas de dos patios, aquella en la que uno podía ir a la ópera del Teatro Municipal e irse caminando de noche al Hospital Vargas que era por donde yo vivía. Estamos hablando a finales de los setenta y principios de los ochenta.  Pero hubo entonces un proceso de renovación fallido: se expropiaron muchas casas pero no las demuelen porque viene el Viernes Negro. Así, el Foro Libertador queda por la mitad y esos espacios son invadidos, sobre todo por inmigrantes de zonas muy pobres de América Latina. Entonces, un área que era en general de clase media comenzó a marginalizarse y surge el problema de la delincuencia que antes no había, empieza el cambio. Buena parte de los que vivíamos allí, nos fuimos.Climax-TomasStraka-AlejandroCremades-1

–¿Por qué decantarse por las humanidades en un país que viene del Viernes Negro y cuya crisis económica es evidente en los años ochenta, lo que demanda oficios más prácticos?

–Yo estudié toda mi vida en planteles públicos, por eso soy un gran defensor de la educación pública, como pasó con la mayoría de mi generación en casi todos los niveles económicos. Estudié en una escuelita municipal, pequeña, y tal vez eso ya era una especie de vaticinio, porque se llamaba José Gil Fortoul, que quedaba en una vieja casona crespista en Altagracia; casona que no resistió una temporada de lluvias especialmente fuerte, por la que tuvieron que construirnos una nueva sede en la avenida Boyacá, donde está todavía. También estudié en el liceo Fernando de Peñalver y después en el Gustavo Herrera, donde tuve una radiografía de toda Venezuela, porque aquello era el sueño del policlasismo, de la democracia donde en un aula alternaban hijos de parlamentarios con hijos de obreros, aunque tendencialmente era de clase media.  Y era una clase media bastante sifrina y creída con la que tuve muchos cortocircuitos entonces. Siempre, desde niño, me interesó la historia y ya en el Peñalver decidí seguir ese camino. Primero, opté por humanidades y es de los grandes aciertos de mi vida, me hizo muy feliz. Mamá nunca se opuso al desarrollo de mi vocación, más bien la alimentó. Ella es una mujer culta que tiene una gran apertura hacia el arte, hacia la música.

–Pero lo hizo desde la docencia, ¿por qué estudiar para ser maestro de historia en lugar de estudiar para ser historiador?

–Yo quería estudiar historia pero muy rápido aprendí que hay que tener los pies sobre la tierra. Hay que perseguir una vocación, no hacerlo es terrible para cualquier persona, pero esa misma libertad para escoger tu destino te obliga a la responsabilidad de hacer que eso funciones, de saber que habrá consecuencias, malas o buenas, que debes afrontar. Papá se muere de un cáncer que se lo come en el año 1987 y pasamos ciertos descalabros económicos. Mi mamá se monta a mi hermana y a mí en el hombro. Comenzó a trabajar en casas de familia, luego tuvimos un quiosco de periódicos. Yo tenía que buscar revistas, entenderme con los distribuidores, comprar mercancía. No podía chuparme el dedo. Entonces, comprendí que una forma de conciliar la historia con algo que me pudiera dar para vivir era el Instituto Pedagógico de Caracas, de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL). Ser un educador en aquel momento ya sonaba como un disparate para mis compañeros del Gustavo Herrera, todos soñando con ser médicos o ingenieros, pero no era un mal destino en los años ochenta. La vida de mis profesores del liceo era algo más que digna. Además, en general, eran señoras y señores muy respetables y cultos. Ser como ellos no era mal plan.

En el Pedagógico, si bien te formas como profesor, también recibes mucha formación para la investigación. Nunca perdí de vista el deseo de ser historiador, pero allí aprendí que amo la docencia, yo me siento educador. Cuando me preguntan qué soy, digo que soy educador y mis años dando clase en secundaria fueron muy felices. El Pedagógico fue otra de las mejores decisiones de mi vida. De forma paralela a la docencia, que inicié en el tercer semestre del Pedagógico, fui contratado por uno de mis profesores como asistente de investigación para una tesis que dirigía nada menos que Federico Brito Figueroa, que entonces tenía un gran liderazgo académico. Así descubro el mundo de los posgrados en historia y abandono la idea de ir a la Escuela de Historia. Habían dos opciones: la Universidad Central de Venezuela y la Universidad Católica Andrés Bello. Ya metido en el mundo historiográfico, Arístides Medina Rubio me invitó a la revista Tierra Firme y entré al consejo editorial. Era muy feliz allí, porque me reunía con grandes historiadores. Medina también me impulsó a la Maestría en Historia de la UCV, una cosa que le agradezco mucho.Tomás Straka-cita3–Pero decidió dedicarse a la UCAB, donde es uno de los directores del posgrado y de donde han salido la mayoría de sus publicaciones.

–En la UCAB he hecho carrera, soy profesor a tiempo completo y he conseguido oportunidades. Recuerdo que me gradué en julio en el Pedagógico y en noviembre ya estaba entrando a dar clases allí por una suplencia. Fui profesor de bachillerato por 12 años, empecé cuando estaba en tercer semestre del profesorado, como Instructor de Materias Teóricas en el INCE (es decir, castellano, historia, geografía…). También fui profesor del Colegio Teresiano, lo cual influyó mucho en mi vida; di clases en otros colegios, como el Santiago de León de Caracas, en el Claret, en liceos públicos, hasta en una especie de liceo obrero que había en el Pedagógico los domingos. Y di clases en la Universidad Simón Bolívar por un lustro, en Sartenejas y en el Litoral. La Universidad Católica me ha apoyado muchísimo, yo empecé en 1996 como suplente y me convertí en investigador como en el 2001. Y esto ha sido una base de operaciones fundamental para hacer mis cosas. Llegó un momento en el que la UCAB se convirtió en la espina dorsal de mi vida profesional.

–¿Y qué le pareció la UCV?

–Hice el posgrado en la UCV y agradezco haberlo hecho, porque tiene muy buena calidad académica. La universidad sí me pareció desordenada, en términos administrativos, y eso es muy significativo porque yo venía de haber estudiado en liceos públicos, venía de dar clases en ellos, en el Ministerio de Educación, no venía de Suiza, y aun así en la UCV vi cosas que nunca antes había visto y que nunca pensé que podía ver. ¿Por qué no di clase? Porque nunca surgió la oportunidad, ya daba en la UCAB y en la USB. Aunque por mucho tiempo di clases en el doctorado de Ciencias Políticas yen la maestría y el doctorado de Historia.

–¿Nunca pensó en ser político? Usted es cercano a la Fundación Rómulo Betancourt y la mayoría de los intelectuales termina afiliándose a un partido…

–No, nunca he sido militante de Acción Democrática, por mucho que me sienta identificado con la mayor parte de sus grandes banderas democratizadoras; yo me vinculé con la Fundación Rómulo Betancourt por la vía académica. Hoy en Venezuela estamos en una reivindicación del partido Acción Democrática y, sobre todo, de la figura de Rómulo Betancourt. No puede ser de otra manera si queremos rescatar nuestra tradición democrática e impulsarla al porvenir. Acabo de terminar una larga investigación sobre Leoni, una figura que tiene mucho que decirnos el día de hoy. Llevo tiempo escribiendo en Nueva Sociedad. Siempre me ha gustado, imposible negarlo, la política, pero es una relación de amor y odio. Yo no tengo vocación de militante o de líder, aunque paradójicamente toda la vida fui un delegado o representante de algo en el liceo y en el Pedagógico.Climax-TomasStraka-AlejandroCremades-3

Cuando se le pregunta acerca de la situación actual, le atribuye un papel importante al petróleo y a la Venezuela saudita comogénesis de este caos, ¿por qué? ¿Acaso los antecedentes no podrían ser otros: el militarismo y el personalismo, sobre todo?

–Por sentido histórico. Si bien hay otras raíces, o estas se prolongan bastante más atrás, muchas de estas tendencias han llegado hasta aquí porque no fueron superadas cuando debieron haberse superado. Venezuela entra en una gran crisis en la década de los setenta. El modelo de desarrollo que venía impulsándose desde la década de los veinte llega a su punto más alto alrededor de los años 1974 y 1975. Se debió haber planteado un segundo momento, una segunda fase. Pero ese proyecto no aparece nunca. El boom petrolero retarda el descalabro, porque entramos en una gran borrachera que nos permitió seguir sin aparentemente necesidad de hacer modificaciones. Así, en 1978, la crisis económica empieza a manifestarse junto a la crisis de institucionalidad, con los primeros escándalos de corrupción. Si bien gana Luis Herrera Campins e intenta unas primeras reformas de liberalización, no hay un incentivo real para transformar las cosas. El nuevo incremento de los precios del crudo por la Guerra Irán-Irak hace olvidar la propuesta. El lusinchismo al principio trata también de reformar aquello ysus primeros dos años de gobierno fueron de medidas muy interesantes. Se trata de hacer ajustes y logran estabilizar la economía pero luego se desploman los precios del petróleo, bajan a 13 dólares por aquello que dijo Ronald Reagan “de poner de rodillas a la OPEP”. En resumen, se quieren hacer reformas pero no se dan. El resultado es el Viernes Negro de 1983.

Paralelamente, en el gobierno de Lusinchi, la relación con el partido es tan profunda, tan estrecha, que impide hacer modificaciones. Venezuela llega casi en bancarrota al año 1989 y la población vota por Carlos Andrés Pérez con la esperanza de volver a los años setenta. No dice lo contrario hasta ganar la presidencia y el paquete resulta extraordinariamente traumático. Optamos por oponernos al cambio. Defenestramos a CAP y votamos por Rafael Caldera que plantea moderar esos cambios y echar algunos para atrás, pero no puede, hay un proceso de empobrecimiento muy grande. El colofón es que harta por el empobrecimiento, pero renuente a asumir los cambios, la población votó por Hugo Chávez, cuya principal promesa es que podemos vivir como en los setenta. Claro, él no lo dice con esas palabras pero no hay que llamarse perro si te silban y te dan un hueso.Tomás Straka-cita2–En 1993 se le abrió un juicio a un presidente, ¿no podría ser eso entendido como la máxima demostración de institucionalidad republicana?

–Hubo un sólo hombre, del que yo tengo noticias, ya que pudieron haber otros, que dijo en aquel momento “se va a acabar la democracia”. Ese fue Elías Pino Iturrieta. Toda su vida ha tenido posturas muy valientes y las defiende, aunque por eso le lancen tomatazos y huevos, pero él no tiene problema con eso, o si los tiene, también los controla. En 1993 yo también me equivoqué en la clave de tu pregunta, es decir, también creí que la institucionalidad republicana era tal que se pudo destituir a un presidente siguiendo los canales regulares. Pero en realidad estábamos en los prolegómenos del desmontaje del Estado democrático, consciente o inconscientemente. Ahora, cuando yo digo que no se pudo digerir el boom petrolero me refiero a las instituciones del Estado y buena parte de las empresas privadas, las cosas como son.  Hablo de algo más amplio y estructural.

–Ingresó bastante temprano a la Academia Nacional de la Historia, la culminación profesional del historiador. ¿Esperaba eso?

–Inicialmente no. Lo vi como una posibilidad a largo plazo, pero si me hubieses dicho eso durante mi etapa en Tierra Firme, lo hubiera visto raro o lo hubiese considerado como algo para mucho después de lo que fue. Porque lo veía como algo del ocaso de la vida, con una obra dilatada. En el Pedagógico habían dos numerarios: el profesor Virgilio Tosta y Ramón Tovar. También estaba la referencia de Guillermo Morón, otro ipecista, quien también ingresó muy temprano a la Academia. Llegar allí, pues, era una posibilidad pero sólo después de mucho tiempo. Haber llegado relativamente joven es un reconocimiento que agradezco, pero sobre todo una responsabilidad ciudadana que asumo.  Los Individuos de Número somos, sobre todo, servidores públicos, servidores de la república.

¿Qué opina el Centro Nacional de la Historia y su visión insurgente del pasado?

–El Centro Nacional de la Historia está teniendo todos los pecados que abandonó la Academia Nacional de la Historia hace ya muchos años. Es decir, la Academia fue creada en el siglo XIX como un órgano que escribía la historia oficial con contenido ideológico, como instrumento ideológico del Estado. A partir de los años sesenta, la Academia fue abandonando ese rol para adoptar uno más académico, más comprometido con la ciencia que con la política. Por eso cuando el Estado chavista necesitó un ente que se encargara de la memoria histórica en clave de su proyecto, creó el Centro Nacional de Historia. El resultado es muy parecido a la Academia de los días del gomecismo: una mezcla de algunas obras importantes, de indudable valor académico, con mucho de propaganda y con discurso político. Yo considero que el propósito, o despropósito, de administrar la memoria de la sociedad con fines partidistas es antiético. La Academia debe dar herramientas para que los ciudadanos lleguen a sus propias conclusiones y vivan libremente, lo que es muy distinto a que el trabajo sólo sea ideologizar con “verdades” absolutas e irrefutables.

–¿Una época que le hubiese gustado vivir?

–Soy un hombre enraizado en mi tiempo.Tomás Straka-cita1–¿Escucha música?

–Muchísimo, soy melómano. Todo el tiempo estoy escribiendo y oyendo música. Soy muy salsero. A algunos sorprende la cantidad de tangos y boleros que me sé. Para leer y escribir, prefiero el jazz y la música académica. Amo la ópera.

–¿Cuáles películas le gustan?

–Muchas, me gusta mucho el cine, pero no soy un cinéfilo erudito. Me gustan películas que logren narrar una historia que te seduzca y te haga pensar.  Me propuse una vez ver todo Stanley Kubrick. Casi lo he logrado. Bergman también fue objeto de un afán similar. Casi todo lo que Clint Eastwood ha dirigido me ha sorprendido para bien.

–¿Una lectura que lo haya marcado?

–Yo amo la literatura, a pesar de que leo mucha historia. Desde muchacho me gusta la literatura latinoamericana. Si en algún momento quise dejar la historia, fue para irme a Castellano y Literatura en el Pedagógico. Estuve muy cerca de hacerlo.  Yo hice por el 91 el Taller de Narrativa del Celarg, que entonces era muy importante. Era, tal vez, el peor de la clase, pero aprendí mucho. He dicho que la docencia y la investigación histórica son mis dos pasiones, pero en realidad lo mío es un menáge á trois… escribir es la argamasa que integra todo. Creo que hoy, fundamentalmente soy escribidor. Más horas que las que dedico a las clases o la investigación, son las que escribo, cada vez más para la prensa.  La gran literatura latinoamericana del boom, Borges, Cortázar, son los más persistentes de mis amores del Gustavo Herrera.

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