Cine

Tres símbolos femeninos que cambiaron el canon de la mujer en el cine

No es sencillo ser una mujer - símbolo en Hollywood, esas extraordinarias idealizaciones del amor, el dolor, la esperanza y en ocasiones la maldad, que forman parte del imaginario colectivo. En primer lugar, se trata de una metáfora sobre cómo la época mira a lo femenino y también, en qué forma encarna esa abstracción llamada “la mujer real”

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Una mujer de verdad (cualquiera sea la acepción de ese término para el cine o la literatura), debe encajar en algún lado. Brindar rostro a quién sabe qué obsesión colectiva o, mejor dicho, encuadrar una serie de ideas complejas dentro de la percepción cultural del bien y el mal.

Quizás por eso, Jenny Curran de la película Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994) es el epítome moderno de la mala mujer. O, mejor dicho, de la mujer inclasificable a la que se le señala y se le estigmatiza por comportarse fuera del canon habitual de un estereotipo de la cultura popular. Desde el libro del escritor Winston Groom a su encarnación en la pantalla grande (con el rostro de Robin Wright), el personaje muestra un tipo de mujer que rara vez llega al cine: la que no se atiene a ninguna línea romántica. Por supuesto, al final Jenny termina siendo esposa y madre  —no tiene otro remedio —pero antes de eso, fue también símbolo de su época, de la búsqueda de ideales y, al final, de la caída en la desesperanza de una década idílica como fue la de los años sesenta.

Entonces, ¿por qué se le considera mala a Jenny?

Es una pregunta complicada, sobre todo porque Jenny  — como fue concebida por Groom —  es una mujer libre cuyo principal atributo es justo la libertad. Suena a un juego de palabras, pero en realidad es algo más complejo: la Jenny literaria recorre la Norteamérica juvenil y reaccionaria de una década de cambios en busca de identidad. Lo hace con una optimista fortaleza y de vez en cuando, se recuerda a sí misma a través de este ídolo de la simplicidad encantadora y emocional como lo es Forrest Gump.

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En la película homónima, Jenny recibió un tratamiento más duro: abusada desde niña, se convierte en una mujer conflictiva y destrozada por sus malas decisiones, que termina sufriendo “las consecuencias” — una visión muy poco amable sobre la independencia femenina —de lo que la película deja muy claro, es un comportamiento desordenado y peligroso. Forrest, la idealización de la bondad y el amor, forma parte de la periferia de la vida de Jenny. Una pieza suelta que no logra encajar en su rápido y doloroso recorrido hacia el desastre.

Jenny amaba a Forrest pero jamás de una manera romántica. O es lo que la película deja claro, cuando muestra a Jenny capaz de abandonar a Forrest una y otra vez, para ir en busca de “problemas”, durante una corta vida en la que acaba siendo la esposa de su eterno amante y madre de su hijo. No hay un buen destino para las rebeldes, ¿no es así?

Es el mensaje claro que deja claro toda la larga narración de Jenny en la película: Mientras Forrest se convierte en un símbolo de la fe y la esperanza a pesar de sus limitaciones (pero siempre cumpliendo lo que se espera de él), Jenny atraviesa el argumento desde la periferia y, al final, eso no es suficiente para satisfacer las expectativas de la audiencia. Como personaje femenino, Jenny no ama como debería, tampoco se comporta como debería. Y mientras en el libro eso le lleva a convertirse en una mujer que comprende su pasado y lo elabora como una mirada asombrada sobre su historia, en la película la conduce a una muerte prematura en los brazos del único hombre que no abusó de ella. ¿Eso es justo para Jenny? Al menos, la moraleja es suficiente para esa percepción cultural que levanta a las mujeres a un altar y las arroja de él, si no encajan en ese sutil mecanismo del prejuicio.

Francesca en busca de la redención

El libro Los puentes de Madison County del escritor Robert James Waller es una historia que trae aparejada una amarga encrucijada para una mujer adulta, madre de dos y esposa exhausta. ¿Abandonar a sus hijos  — familia, estabilidad, historia —  o seguir lo que melodramáticamente suele llamarse “los impulsos del corazón”? Al final, todos sabemos lo que el personaje de Francesca decide y las razones por lo que lo hace: permanece como esposa fiel y madre devota, abandonando el gran amor de su vida por una serie de complejisimas razones que a decir del dicho popular, sólo “el corazón de una mujer comprende”.

La novela transita ese difícil trayecto del deber moral, la noción de la fidelidad y lo que es aún más tramposo, el hecho que una mujer en ocasiones debe tomar decisiones, no tanto para su satisfacción, sino para proteger el bienestar de su familia. De manera que la historia termina con una gran moraleja sobre el amor marchito pero nunca muerto y la memoria de Francesca, flotando agridulce en medio de su gran sacrificio familiar.

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Libro y película  — esa bella adaptación de 1995—  han conmovido a generaciones enteras, sobre todo luego que Meryl Streep y Clint Eastwood convirtieran al filme en un clásico del amor maduro. No obstante, el duro argumento abre un abanico de preguntas que atraviesan ese antiguo sentido del sacrificio que se le achaca a la mujer. ¿Por qué Francesca había tenido que decidir entre su bienestar emocional y el de sus hijos sin otra opción que sacrificar el suyo? ¿Habría ocurrido de la misma manera de ser un hombre el que estuviera a mitad del conflicto?

Más allá del ideal insistente, están las Francesca del mundo. Las de verdad y las que el libro y la película muestran con una dureza preocupante. Las que asumen que amar era sufrir, que la familia era una obligación y el matrimonio una especie de martirio social que había que padecer con cierta dignidad. ¿Qué ocurría cuando la historia no terminaba bien? ¿Qué pasaba cuando el amor no era tan resistente? ¿Cómo podía curarse la herida de lo cotidiano cuando el amor es siempre ideal?

Por supuesto, no todo siempre es tan sencillo: la mujer emocionalmente independiente fue durante mucho tiempo una idea desconcertante y, la mayoría de las veces, mal comprendida. ¿Qué ocurre cuando no eres una Santa, ni tampoco una virginal doncella al borde del sacrificio ritual? ¿Cuando no estás dispuesta a darlo el todo por el todo sin esperar nada a cambio? ¿Cuando decides ser egoísta o lo que la sociedad asume es serlo?

No es una idea que se digiere fácil y lo que resulta aún más sorprendente, incluso para el público femenino, que suele alabar la decisión de Francesca desde la abnegación: ¿qué ocurre con la mujer que decidió castrarse emocionalmente para cumplir el ideal de la madre y la esposa? Ni el libro ni la película lo aclaran, y eso es quizás la lección más dura que el rostro de Francesca encarna.

El poder llega sobre stilettos 

Elle Woods es el prototipo de la Barbie con que todas las mujeres hemos crecido, para bien o para mal. La mujer inalcanzable, extraordinaria y triunfadora que deformaba el estereotipo de lo femenino formal hasta crear algo tan superficial que resultaba doloroso. La película Legally Blonde (Robert Luketic,  2001) usó el estereotipo más obvio sobre la mujer objeto y, después, lo transformó en otra cosa. Porque el personaje es mucho más que eso. De hecho, su emblemático aspecto es una trampa sutil hábilmente armada para dialogar sobre los temas que a la mayoría de las mujeres no les gusta hablar.

Elle Woods, rubia y esbelta, llevando trajes de diseñador de un rosa chillón, dejaba muy claro esa percepción sobre la mujer que debía debatir el sentido de su propia identidad frente a otras mujeres e, incluso, percepciones sobre lo moral y lo ético, elaborados bajo la concepción de un menosprecio directo contra la mujer que no encajaba en ciertas ideas sobre la mujer que batalla por sus ideas. La película y el personaje, de hecho, no dejan de burlarse de la idea de la “rubia tonta” para después, convertir la idea en algo mucho más poderoso y firme. Una concepción sobre la inteligencia femenina sutil y sensitiva que se sostiene sobre una percepción emocional del género.

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Claro está, vivimos en un mundo hipócrita. En uno en el que a menudo se considera que una mujer “demasiado femenina” en ocasiones es menos inteligente o tiene menos legítimos derechos de convalidar sus ideas, por el mero hecho de cómo luce. Y Elle Woods, que llegó a Harvard casi sin quererlo, que batalló por ser tomada en serio en un grupo árido que la estigmatizó de inmediato, es el símbolo de esa lucha singular que toda mujer lleva a cabo antes o después en su vida.

El personaje, además, convalida las tradicionales cualidades femeninas —la lealtad, la generosidad, la disposición a comprometerse, el apoyo moral e intelectual a otras mujeres —  y las transformó en fortalezas, en un entorno dominado por hombres que precisamente las considera debilidades. Cuando casi nadie hablaba sobre sororidad, apoyo emocional y sobre todo el poder de la mujer traducido como una forma de comprensión del mundo desde lo femenino, Elle Woods lo elaboró como un sistema de valores y percepciones de enorme valor argumental.

Claro está, Legally Blonde no es un manifiesto feminista perfecto ni tampoco pretende serlo, que es uno de sus triunfos. Elle Woods está rodeada de todo tipo de privilegios: desde la belleza, su posición económica, ser blanca y cis en un mundo que justamente valora esa uniformidad al momento de analizar lo que somos y creemos a partir de ideas más o menos elementales.

Pero Elle está consciente que ese privilegio es parte de su relación con el mundo, no un limitante ni tampoco una percepción que le haga analizar su capacidad para comprender hechos morales más complejos. La búsqueda de justicia de Elle es del todo sincera, pero también fundamentada en una idea profunda y elocuente: cree con franqueza en la necesidad de construir una percepción sobre el mundo a la medida de su ideal.

Además, Elle Woods debe lidiar no sólo con los prejuicios femeninos — que saltan a la vista y que encarna por completo el personaje de la actriz Selma Blair — sino además, comprender que para los hombres su aspecto físico construye un versión de la realidad que la simplifica y la convierte en una estereotipo banal. Una “rubia tonta” con una ambición extraordinaria parece ser la manera más fácil de destruir una simplificación semejante. Una mirada hacia lo que la mujer puede ser  — a pesar —  del estereotipo.

No, no es nada sencillo ser mujer y símbolo en una época como la nuestra. Pero algunas reinvenciones del estereotipo, no sólo son el vehículo para un renovado debate sobre los mensajes del cine y la televisión sobre el poder, sino una forma singular de encontrar sentido a ideas muy viejas. Y quizás, ese sea su mayor triunfo.

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