Internacional

Trump o Hillary, el ganador se lo lleva todo

La recta final de la elección presidencial en Estados Unidos es con dos candidatos de imagen cuestionada y aprobación similar. El voto del país norteamericano se debate entre las opciones más inesperadas por las propias bases partidistas y, aunque el resultado parecía cantado a favor de Hillary Clinton, el impacto de Donald Trump traerá cola

Texto: José de Bastos (Washington) | Composición fotográfica: Víctor Amaya
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A pesar de las dudas surgidas en los últimos días con el cambio de tendencia en las encuestas, Hillary Clinton sigue siendo favorita para ser electa la próxima presidente de Estados Unidos este martes 8 de noviembre. Las últimas encuestas a dos días de las elecciones en Estados Unidos del martes dan a la candidata presidencial demócrata, Hillary Clinton, una ventaja de entre 3 y 5 sobre el republicano Donald Trump.

Pese al recorte considerable de la ventaja que Clinton disfrutaba hace algo más de una semana, Trump sigue sin ser capaz de superar su techo, evidenciando que el magnate no logra conquistar el voto indeciso. Una encuesta publicada realizada entre los días 1 y 4 de noviembre para el Washington Post y ABC News da a Trump un 43% de intención de voto, frente al 48% de Clinton. Por su parte, Político y la consultora Morning Consult sitúan el apoyo republicano en 42 puntos y el de la demócrata en 45% a escala nacional, según un sondeo conjunto realizado el viernes y sábado.

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Otra encuesta publicada el domingo 6 y realizada conjuntamente para el Wall Street Journal y NBC News muestra un apoyo a nivel nacional del 44% para Clinton y el 40% para Trump. La media de las principales encuestas realizada por RealClearPolitic, que tiene en cuenta a los candidatos de los partidos minoritarios de los Libertarios y Verdes, sitúa el apoyo a a la exprimera dama en 44.9% y el del millonario en 42.7%.

De entrada, Hillary Clinton posee una base más amplia de potenciales votantes que Trump, puesto que más gente se declara demócrata que republicana, ha liderado casi la totalidad de los sondeos nacionales durante los últimos tres meses, y el panorama en los territorios más peleados, los que realmente deciden esta elección que no es nacional sino la suma de 50 estados y el Distrito de Columbia sigue favoreciéndole: Trump tiene que arrasar en sitios complicados como Florida, Pensilvania, Carolina del Norte, New Hampshire y Nevada para superarla en la cifra del “colegio electoral”.

La “gran” América

Estados Unidos se transforma cada vez más en un país diverso, lo cual ya favoreció a Barack Obama en 2008 y 2012, y está inclinando la balanza en favor de la ex Secretaria de Estado. De 1965 a 2015, el porcentaje de negros, latinos, asiáticos y miembros de otros grupos raciales y étnicos pasó de 16% a 38% del total de la población estadounidense. En 50 años se calcula que la cifra llegue a 54%, según registros poblacionales oficiales.

Esa transformación también ha alimentado la sorpresiva y exitosa candidatura de Donald Trump. Buena parte del país quiere aferrarse al antiguo Estados Unidos, más conservador, más homogéneo, y donde la religión y las armas están presentes en cada hogar. Hoy ese país no se reconoce en la televisión, no se reconoce en sus élites y no se reconoce en Washington. Según el Pew Research Center, apenas 13% de los republicanos tiene confianza en el gobierno y sólo 14%, de acuerdo a Gallup, confía en los medios de comunicación.

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Quizás tampoco se reconozcan en un multimillonario de Nueva York casado tres veces, con poco historial de fe, pero sí se reconocen en su discurso: uno agresivo, que no cuida sentimientos ajenos ni detalles científicos. Una arenga sobre la grandeza americana y sobre cómo recuperar lo que de ella se ha perdido.

Ese país que respalda a Trump vive en una nación similar al que dibuja el candidato. Por eso, se espera la principal división que deje esta elección será aquella entre el voto demócrata en las grandes ciudades, y el voto republicano en los pueblos y zonas rurales, esa “América profunda”. Se trata de un Estados Unidos seducido por el empresario que sigue siendo ampliamente blanco, cristiano y conservador. Es también un Estados Unidos que no es “políticamente correcto”, poco interesado en el resto del mundo, y con niveles más bajos de educación formal.

Es difícil imaginar lo que ocurriría en una presidencia de Trump, pero es fácil vislumbrar las “dos Américas” a las que se tendría que enfrentar Clinton si resulta la ganadora. Obama no la tuvo fácil, y las brechas que enfrentó sólo se han ampliado en sus ocho años de gobierno.

Ahora, ese país de Trump se siente más acorralado, más abandonado y más pobre que nunca, con algo de razón. Un reciente estudio, publicado en la revista The Atlantic, determinó que, en 2014, por primera vez en la historia, los “blancos cristianos” pasaron a ser menos de la mitad de la población estadounidense. Una investigación de los economistas Angus Deaton y Anne Case en 2015, mostró que, a diferencia de los demás grupos raciales o de edad, los hombres blancos de entre 45 y 54 años, sin estudios universitarios, habían visto aumentar su tasa de mortalidad entre 1999 y 2014.

No es casualidad entonces que en las encuestas, la intención de voto a Trump duplique la de Clinton entre hombre blancos sin título universitario.

El 9 de noviembre

Tal panorama no surgió de la nada. La base del partido republicano, la que en definitiva elige a sus candidatos en las primarias, se ha estado moviendo progresivamente hacia la extrema derecha en temas sociales, hacia el proteccionismo económico y el aislacionismo internacional. No se trata simplemente de respaldar políticas que reduzcan los impuestos o las regulaciones, sino de intentar impedir, y revertir, los cambios que ha sufrido el status quo. De salvar a la nación. De hacerla grande otra vez.

Los éxitos -directos o indirectos- de Obama durante su gobierno, desde la reforma de salud hasta la legalización del matrimonio homosexual, representan, para la base republicana, un fracaso del liderazgo del partido, una traición de las élites, y los poderosos grupos económicos que no lograron parar los avances del demócrata.

De hecho, el nivel de aprobación del presidente Barack Obama se sitúa en 55% según una encuesta de CNN y ORC divulgada el 7 de octubre, cifra que marca el nivel más alto de su segundo mandato, coincidiendo con su mejor marca desde su primer año en la Casa Blanca. Pero entre los republicanos su imagen sigue con una simpatía mínima, 13%.

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De allí que se considera que Donald Trump supo ponerle altoparlantes a esos sentimientos, y sumar nuevas teorías de conspiración internacional para llegar a una conclusión simple: el sistema está amañado, los medios mienten, los inmigrantes nos invaden y nos matan, los políticos son estúpidos y permiten que China o México se lleven nuestros empleos, y ser políticamente correctos está acabando con nuestra cultura. Por si fuera poco, la retórica incluye a Clinton, la “corrupta Hillary”, quien a decir del magnate se robará la elección, nos quitará nuestras armas y abrirá las puertas a cientos de miles de refugiados sirios.

Irónicamente, esa base republicana que dice ser defensora de la grandeza americana está quitándole importancia a las simpatías de Trump por Rusia, y se alía a Julian Assange y Wikileaks para torpedear las instituciones más preciadas de Estados Unidos.

De convertirse en presidenta, Clinton deberá juntar no a dos partidos, sino a dos países. Los millones de votantes de Trump, legitimados durante esta larga campaña, pondrán sus ojos en figuras republicanas más moderadas e institucionales, como Paul Ryan y John Kasich, a quienes señalarán por la derrota, y aumentarán la presión sobre el partido para ser aún menos colaborativo con el Ejecutivo nacional. Ya con Obama hubo fuertes trabas a la acción de gobierno desde el Congreso.

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Hillary Clinton, que de ganar sería la Presidente electa menos popular en la historia moderna –una encuesta de ABC con el Washington Post publicada 3l 2 de noviembre señala que 60% de los entrevistados tiene una opinión desfavorable de ella-, y se enfrentaría a una dura oposición sin dirección clara. Por un lado, estarán los republicanos con su mayoría en la Cámara de Representantes (y quizás también en el Senado), y por otro, estarán los fanáticos de Trump, comandados quizás por el nuevo imperio de medios de la “alt-right”, con el sitio web Breitbart al frente; sin contar con los simpatizantes de Bernie Sanders que aún levantan las banderas anti sistema.

Trump pasó de ser el hijo de un empresario de mediano nivel en Queens, a ser un magnate de Manhattan, sin importar todas las ruinas y bancarrotas que dejó en el camino. También pasó de ser un chiste al anunciar su candidatura frente a otros 16 dirigentes, a dominar el partido de Lincoln, Reagan y los Bush, sin importar el desorden que está dejando en la democracia estadounidense. Clinton puede ganar la elección, pero Trump ya ganó la carrera.

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