Literatura

Un Nobel de Literatura para las postales del drama soviético

Svetlana Alexievich ha sido escogida como ganadora del Premio Nobel de Literatura 2015. Sus escritos, narraciones periodísticas de dramas humanos del socialismo real, la han convertivo en la retratista del drama soviético, de las consecuencias de las guerras y de la desnudez del totalitarismo

Fotografía: EFE
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Svetlana Alexievich se considera una hija del socialismo, integrante de una de las tantas generaciones de «homo sovieticus», la definición con la que agrupa a quienes heredaron el drama de una cultura, un sistema, unos mitos y unas esperanzas que fracasaron. Nacida hace 66 años en Ucrania, entonces aún parte de la Unión Soviética, en el prólogo de su libro El Tiempo de segunda mano. El final del hombre rojo, publicado en alemán y en ruso en 2014, declara que más allá de nacionalidades e idiomas -ruso, bielorruso, turcomano, ucraniano, kazajo- «somos inconfundibles, nos reconocen en seguida. Todos nosotros somos hijos del socialismo”, afirma, refiriéndose a quienes son sus «vecinos por la memoria». «El mundo ha cambiado completamente y no estábamos verdaderamente preparados”, también afirmó en una reciente entrevista a Le Monde al comentar su más reciente título cuyas reseñas de su edición en inglés haban del gran libro que retrata el después de, lo que ocurrió en la Unión Soviética cuando terminó la Gran Guerra Patriótica, cuando los alemanes volvieron hacia el oeste y se acabó el cerco.

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Sus retratos del socialismo real, crónicas desgarradoras sobre las realidades de gentes, han hecho merecedora a Alexievich este jueves 8 del Premio Nobel de Literatura 2015. El dictamen de la Academia sueca destaca «sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo». La escritora y periodista ha retratado en lengua rusa la realidad y el drama de gran parte de la población de la antigua URSS, así como de Chernóbil, la guerra de Afganistán y los conflictos del presente. Además, es muy crítica con el Gobierno bielorruso, país que considera suyo aunque pase la mayor parte de sus días en Alemania, y cuyo gobierno encabezado por Alexander Lukashenko ha prohibido publicar sus textos desde hace más de una década.

Allí nació su padre, un militar soviético, y allí estudió periodismo, en la Universidad de Minsk, cuando aquél se retiró de los cuarteles. Fue Bielorrusia su primer lugar de trabajo en los años 80, y también vivió allí su primera experiencia con la censura: en 1983 escribió La guerra no tiene rostro de mujer, una obra que solo vio la luz dos años después y en medio de las reformas de la perestroika, debido a cómo cuestionaba el heroísmo soviético. Una versión fue teatral fue estrenada en Moscú en 1985, como parte de la apertura iniciada por Mijáil Gorbachov.

En El País retratan a Alexievich como muy influida por el escritor Alés Adamóvich, al que considera su maestro, y una compromteida con la técnica de montaje documental. Su especialidad es dejar fluir las voces -monólogos y corales- en torno a las experiencias del «hombre rojo» o el «homo sovieticus» y también postsoviético. En sus escritos, la colectivización comunista se diluye en relatos personales, individualización de historias, destinos particulares y compartidos, amén de tragedias concretas. Lo hace a través del drama, de los dolores y de las muertes.

En español su obra es exigua. Apenas un libro ha sido traducido, Voces de Chernóbil, originalmente publicado en 1997 pero hecho disponible para lectores hispanoparlantes en 2006. En ese libro se recuerdan historias de físicos, bomberos, vecinos desamparados, políticos corruptos y aquellos famosos liquidadores que envenenaron su sangre construyendo casi con sus manos desnudas el gigantesco sarcófago que debía atrapar el terror radiactivo para siempre; además de las negligencias de antes y después del suceso que desoló una ciudad entera. «Cierra las ventanillas y acuéstate. Hay un incendio en la central. Vendré pronto», pero el bombero que acudía a sofocar el incendio desatado en la central nuclear nunca regresó. Así arranca una de las historias recogidas en esas páginas en un relato monumental en el que la voz narradora apenas se deja notar luego de 10 años visitando la zona y recopilando testimonios.

Antes, publicó en 1989 Los chicos de cinc, sobre la experiencia de la guerra en Afganistán; un texto escrito a partir de entrevistas hechas en ese país, durante largos recorridos, a madres de soldados que perecieron en la contienda. En 1993 salió al mercado Cautivados por la muerte, sobre los suicidios de quienes no habían podido sobrevivir al fin de la idea socialista.

Entrevistada por Ana Lucic en 2005 sobre Voces de Chernóbil, Svetlana Alexievich afirmó que en Bielorrusia y en Rusia «la versión oficial tiene muy poco que ver con cómo la gente ordinaria ve las cosas. ¿Cuál es el principal objetivo de las autoridades? Siempre tratan de protegerse a sí mismos». Contó que en aquellos días «las autoridades totalitarias lo demostraron: temían al pánico, temían a la verdad. La mayoría de la gente tenía muy poco entendimiento de lo que estaba sucediendo. En su intento de autopreservación las autoridades engañaron a la población. Le aseguraron a la gente que todo estaba bajo control, que no había peligro». Una gran mentira entonces, y una gran verdad ahora: los gobiernos totalitarios no cambian su actuar.

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