Crónica

Una clase de dibujo en medio del apagón

Hay un país que, pese a la escasez, delincuencia y racionamientos de todo tipo, luz incluida, resiste y persiste con tozudez. Un país que quiere trabajar y construirse, formarse, soñar. Esta crónica, en medio de la umbría, ilumina la esperanza

Fotografía: Fabiola Ferrero
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Poco después de las cinco de la tarde vienen a pedirnos que desocupemos las mesas. “No hay agua ni luz, así que tenemos que cerrar”, nos dice la muchacha que atiende en el café de la plaza de Los Palos Grandes, mientras aguarda a que recojamos nuestros bolsos.

Es el lunes 22 de febrero. El municipio Chacao se ha quedado sin energía eléctrica desde las nueve de la mañana. El servicio no regresará hasta pasadas las ocho de la noche. Y habrá algunas zonas que no vendrán a recuperarla sino al mediodía del martes. Pero en ese momento no podemos saber cuándo retornará el fluido. Nadie nos lo ha dicho. No lo saben o no quieren decirlo para no indignar más a una población abrumada por el racionamiento, el acoso del hampa y las burlas de un Gobierno que responde al caos con consignas regurgitadas. Lo que sí sabemos es que Caracas ha recibido una porción de lo que el interior del país padece de forma consuetudinaria.

Debo, pues, suspender la entrevista con la escritora hispano-venezolana Lena Yau, quien está en el país por unos días y contempla con asombro la realidad que sigue con angustia en los periódicos.

En otra mesa, también afanada recogiendo papeles, está la artista Rosana Faría. Mientras esperaba a que Lena se desocupara de una cita anterior, observé los movimientos de Rosana. Era evidente que hacía comentarios a los dibujos que dos muchachas iba superponiendo para ofrecerlos a su vista.

Rosana Faría estudió dibujo y pintura con los artistas plásticos Edgar Sánchez y Víctor Valera en la Escuela Cristóbal Rojas entre 1981 y 83. Luego se graduó de Diseño Gráfico en el Instituto de Diseño de la Fundación Neumann. Y desde 1989 se dedica casi exclusivamente a ilustrar libros infantiles con talento y sensibilidad extraordinarios. Ha trabajado con editoriales en Venezuela, Brasil, España y México. Sus libros Niña bonita y El Libro Negro de los colores han ganado premios internacionales.

De la mesa que han debido desalojar, Rosana y las dos jóvenes se trasladan a las escaleras de la plaza de Los Palos Grandes. Quedan unos minutos de luz natural y la maestra está decidida a aprovecharlas. Las muchachas, que resultan ser alumnas del curso de Ilustración Editorial, que Rosana dicta en la Asociación Pro Diseño en alianza con la Biblioteca Los Palos Grandes, se sientan en un escalón y en el siguiente disponen las cartulinas. Allí puede verse cómo las estudiantes han cumplido con el ejercicio de hacer visible —con sus bocetos— la progresión narrativa de un amanecer.

Llenas de entusiasmo y a pedido de su maestra, las ilustradoras en formación me muestran su trabajo. Es maravilloso. Una de ellas comenta que su dibujo debería contar con el soporte de un solo papel, largo, pero como “no se encuentra”, bueno, ahí está, en tres pedazos. Rosana toma y deja las cartulinas paradas frente a los escalones donde se sientan las muchachas. La clase avanza. Nadie menciona el hecho de que están en la calle, rodeadas de mascotas y cornetazos. El punto es que tienen talento, quieren aprender y han conseguido una maestra.

Dos de los libros ilustrados por Rosana Faría, El Adivino y El Libro de los Cochinitos fueron incluidos en el Plan Nacional de Lectura de la Secretaría de Educación Pública de México y en la lista White Ravens de la Biblioteca de la Juventud de Munich.

Al rato llega una tercera estudiante. El cierre del Metro por el apagón la ha hecho rezagar. Pone el morral en el escalón de la plaza y se da prisa en sacar sus bocetos. Rosana los examina y le muestra un detalle. La aprendiza es bióloga y no está acostumbrada a dibujar figuras distintas a las de los animales.

Cuando la oscuridad dificulta el examen de los dibujos, Rosana saca su teléfono celular para usarlo de linterna. Y la clase avanza.

Me despido. Tengo miedo de caminar por calles sin alumbrado público —como en efecto deberé hacerlo. Las dejo allí. Mi admiración y respeto por Rosana Faría, que ya eran inmensos, se multiplica.

Llego a casa, un nido de tinieblas que solo alumbra la voz amada, con la sensación de haberme asomado a lo extraordinario: la mística sostiene a Venezuela. Aún en circunstancias tan difíciles hay un país determinado a persistir. Un país de maestros y de alumnos, de gente comprometida con su vocación y su deseo de producir.

Al día siguiente, al contarle esto al artista plástico, fotógrafo y docente irreductible, Nelson Garrido, concluye: “El país se hace hoy. Cada día. Desde luego que estamos en la brega para que nadie tenga que dar una clase en plena calle, pero no podemos sentarnos a esperar que las cosas cambien para hacer lo que nos toca. Hay que hacerlo hoy. Con aspiración de excelencia y en la certeza de que mañana esos muchachos harán un país muy distinto”. Suscribo.

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