Economía

Venderlo todo para huir de Maduro

Emigrar no solo supone dejar atrás costumbres, familiares, amigos y empleo, sino también el patrimonio adquirido a lo largo de muchos años de trabajo. La compra de divisas subsidiadas es un mito. Una mentira más del chavismo. Por consiguiente, muchos venezolanos optan por deshacerse de sus pertenencias, comprar un boleto y partir antes de quedarse en esta tierra… que ya no es de gracia ni ganancia

Texto: Pierina Sora | Fotografía de portada: Noticiasx7
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Los artículos de segunda mano son tendencia de compra del país. Los “mercados de las pulgas” o “de los corotos” son una alternativa para proporcionar los bolívares que pagarán las lechugas americanas. Las invitaciones a través de las redes sociales a estos espacios son abundantes. Se puede encontrar una amplia gama de objetos usados. Algunos están en la red de Facebook con nombres al estilo “Vende todo lo que ya no uses”, “Garage Venezuela”, y “Mercado de los Corotos I y II”. Al igual que en Whatssap los grupos de compra y venta también se multiplican. Las cadenas con las fotos y precios de los enseres por parte de los vendedores llueven en la mensajería instantánea.
A fines de 2015 y principios de 2016 no ha habido ninguna información oficial acerca la liquidez de divisas para los viajeros por parte del Centro Nacional de Comercio Exterior (Cencoex). Al preguntársele a un empleado de una entidad bancaria sobre los procesos de recepción de recaudos para este tipo de operaciones asegura que “están paralizado”. Por consiguiente, hay que ingeniárselas si se quiere salir de estas fronteras. Por ejemplo: vender cama, juego de muebles, televisores, comedor, cocina, ollas y un larguísimo etcétera. El bote final va a una aerolínea. Un boleto de avión a Chile, actualmente, cuesta entre 700 y 800 dólares, desdorando aquella época de gloria en la que se conseguía por menos de 20 mil bolívares.
Hace tres años Vanesa pudo comprarlo en 14.000 bolívares. Esta chef de profesión emigró sacrificando todo su patrimonio. Vendió su restaurante en 450.000 bolívares, el carro en 240.000 y su casa en 2.500.000. Asegura que no le dolió lo material, sino el esfuerzo de su vida. A sus metas cumplidas les tuvo que poner fin con unos precios injustos. Con su pequeñita fortuna compró dólares en el mercado negro. Tomó solo mil para vivir los dos primeros meses. El resto lo guardó para sacar a sus padres de Venezuela ocho meses después. Y así lo hizo.
De cómo compró todo lo que vendió en Venezuela indica que el carro familiar fue a crédito por un precio de 57.000 bolívares para pagarlo durante cinco años, mientras que la casa fue con ahorros de varios años por sus padres y el restaurante con una propiedad que adquirió como inversión en otro estado del país. “No me costó despegarme de estas cosas materiales porque estaba volviéndome loca con el tema de la inseguridad. Dejé de salir, casi no dormía. Mi hermano pasó por un secuestro express y mi mejor amiga también. Creo que el bien más preciado, al que tuve que renunciar, es la familia y los amigos… Eso sí que duele”, confiesa Vanesa. Valió la pena. En sólo tres años ya se instaló. Adquirió una nueva rutina que alterna con su juego de sala, comedor, camas, televisores, estufas para el invierno y una lavadora. Este 2017, espera tener la visa de residencia y el próximo año adquirir una vivienda propia.
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Luisa*, aunque no vendió su casa, se despojó del resto para saltar el charco. Una nevera de dos puertas marca Mabe en 300.000 bolívares, una cocina de cuatro hornillas más regulador con dos bombonas en 700.000, un Perko de 100 litros en 250.000, la cama de ella y de su hija y un juego de comedor en 300.000. Todo esto lo hizo para tomar el autobús que la llevó, junto a su primogénita y dos nietos, hasta  Barranquilla. Salió el 18 de diciembre de 2016, cuando la frontera se encontraba cerrada. Le tocó lidiar con la Guardia Nacional y con los Guajiros. “Nos fuimos por la trocha porque por la frontera no había acceso. Me tocó pagar 200.000 bolívares en vacunas y todo esto sin contar con los pasajes. Pasar la frontera terrestre ha sido una de las peores experiencias de mi vida”, cuenta la señora de 54 años de edad.
Ya cumplió un mes en Barranquilla y, según cuenta, llegó a la buena de Dios. Conoció a un matrimonio en el autobús de Maicao hasta su destino. Los dos, buenos samaritanos, le dieron a ella y a sus acompañantes alojamiento por unos días y la ayudaron a conseguir un arriendo. Con lo reunido de sus ventas le sirvió para llevarse unos 500.000 bolívares y comprar pesos colombianos para los gastos de vivienda y comida. Sin embargo, Luisa comenta que sus otros dos hijos en Estados Unidos les transfirieron con el que se mantuvo hasta conseguir un empleo. Explica que las razones de su huida obedecen a la falta de comida y de medicinas para uno de sus nietos, que nació con columna bífida y parálisis muscular de la pierna derecha.
Juan José, ingeniero de computación, comenzó a vender sus pertenencias a principios de 2016, dice que lo que más le dolió fue su carro Mitsubishi. “Me acuerdo que lo pagué en 970.000 bolívares. Comencé financiando celulares en el Zulia y con eso hice un capital para la cuota inicial. Luego, vendí mercancía que importaba de Estados Unidos y en el primer trimestre del año 2015 lo pude comprar”. El joven puso en venta su televisor y su juego de cuarto para un fondo que le permitió comprar un boleto aéreo para huir con destino a Buenos Aires. Le costó 324.000 bolívares. Con lo restante compró mil dólares a precio de Dólar Today —entonces 1.000 bolívares por unidad— y mil pesos para vivir los primeros meses.
Los compradores de los entrevistados de este reportaje informan que esto es una manera de ayudarse. “No todo el mundo puede comprar un artículo nuevo”. Prefieren optar por objetos de segunda mano en buen estado. “Es muy difícil que una persona pueda ir al mercado primario para un comprar un televisor nuevo, por ejemplo. También hay quienes, aunque no necesiten un bien determinado, prefieren adquirirlo antes de mantener el dinero en el banco. Ya saben de la depreciación de la moneda”, destaca el economista Willians Ruiz.
Disección del drama
Según el sondeo de la Asociación Internacional de Ciencias Policiales y el Instituto para la Economía y la Paz publicado en 2016, Venezuela es el país latinoamericano peor posicionado en el Índice Internacional de Seguridad y Policía, es por ello que hay quienes optan por “librarse” de sus pertenencias antes de que se las roben. Con una inflación de 2000% proyectada para el 2017, por el Fondo Monetario Internacional, hay compatriotas que prefieren comprar un bien a tener los bolívares en el banco y optan por guardarlo en su casa y luego revenderlo a un precio más alto. Norte: sacarle ganancia.
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De acuerdo con las afirmaciones de Willians Ruiz, la venta de los activos por parte de quienes deseen emigrar responde a la situación política y económica que se vive en Venezuela. También, apunta que hay quienes se protegen de la inflación. “La gente no tiene ahorros líquidos. Es decir, dinero en cuentas bancarias. Aquí los activos no pierden valor más bien ganan valor con la inflación. Compras un carro hoy a un precio y, gracias al crecimiento de la inflación, puede valer mucho más en términos nominales en el siguiente año. La moneda se deteriora”.
Con el deseo de mejor calidad de vida, Gustavo*, ingeniero electrónico de profesión, emigró hace tres meses a Santiago de Chile. Su propósito no era otro más que salvar a su esposa e hijos. Realizó la venta de su apartamento, carro y enseres de la casa por Mercado Libre. “Vendí prácticamente todo y otras cosas las regalé a familiares que las necesitaban. No todo lo vendí junto. Fue un proceso largo”. Cansado de la inseguridad y de la escasez de alimentos, Gustavo, de 35 años, pudo llevarse diez mil dólares. Ahora, jura estar tranquilo en un lugar que le parece “bueno”. “Aquí todo funciona como debería ser. Además, la amabilidad de las personas que tienen los chilenos hacia los otros me parece muy buena y el desarrollo de la infraestructura también. Y lo más importante es que andas tranquilo. La libertad tiene un precio y hay que pagarlo”. Así suponga adioses y muchas lágrimas.
*Los nombres fueron cambiados por solicitud de los entrevistados]]>

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