Investigación

Argentina y Venezuela: no tan diferentes

Por romanticismo o desespero, Buenos Aires desborda paisanos que, como todo el que abandona su tierra, salen cargado de buenas intenciones. Poco a poco, la realidad extranjera se asemeja demasiado a la criolla. Tristes y lindos como un tango, testimonios de porteños prestados, desertores e insistentes, cuyo paso por la “ciudad de la furia” marcó un antes y un después en la ardua tarea de encontrar su rincón en el mundo

Composición fotográfica: Mercedes Rojas Páez-Pumar
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«En Buenos Aires falta guita pero sobran
corazones condenados a latir.
En Buenos Aires amanezco, resucito,
me defiendo a gritos, quiero ser feliz.
En Buenos Aires cuando hablamos de la luna
solo hay una: la del Luna Park.
En Buenos Aires he perdido mil batallas
pero hay una guerra que pienso ganar»

Fito Paéz – Buenos Aires

Buenos Aires carga en sus hombros la colosal analogía de ser “la Europa de América Latina”. Ciudad cosmopolita por excelencia: cuna de escritores, periodistas y músicos universales, resulta la promesa del cielo y el infierno para locales y extranjeros. Desde la librería El Ateneo en la avenida Santa Fe, otrora escenario donde Gardel cantaba para un público que aún se pelea con su vecino Uruguay y los franceses de Toulouse por su origen, hasta la fachada del instituto Fleni donde por cuatro años se congregaron almas fanáticas de Gustavo Cerati, la capital Argentina confirma que todo eso existe, late y existirá por los siglos de los siglos amen. Bastaba cruzar la aduana del Aeropuerto Internacional de Ezeiza y salir al descampado de la fría noche para sumergirse en esa ciudad revuelta cuya historia aún se sigue escribiendo, como todas.

Enrique llegó a Buenos Aires en marzo de 2011 a estudiar una maestría en literatura en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y la segunda semana conoció a tres venezolanos, compañeros de facultad. Uno calificaba el fenómeno migratorio como “exilio”, otro de “autoexilio” y, el más avezado, lo llamó ‘la diáspora venezolana del siglo XXI’. Sea como fuere, llegó a Buenos Aires con ánimos de hacerse escritor y todos esos hipertextos sobre el hecho de ser extranjero le confirmaron que aquella ciudad y su condición de extranjero no se acabarían nunca.

La ventaja de no pertenecer

Conoció la avenida 9 de Julio y Corrientes el 24 de marzo en la noche. A la altura del Obelisco habría un concierto gratuito de Plácido Domingo. “Aquí siempre hay conciertos -recitales- gratis”, le dijo Juancho, amigo venezolano, mientras caminaban entre el ovillo de gente. Enrique miraba hacia arriba las luces de los edificios y a lo lejos el tan mentado Obelisco. “Fíjate, uno se nutre de esta vaina. Yo nunca he escuchado a Plácido Domínguez e igual voy pa’ver la cosa…”, agregó Juancho sacando un cigarrillo del bolsillo de su camisa. Enrique lo miró de reojo y sonrió sin ánimo alguno de corregirlo. La ciudad lo hacía feliz.

Esa noche fue su primera salida después de haber conseguido un departamento en la avenida Libertador, muy cerca de la estación de Retiro y la Plaza San Martín. Su primer mercado había costado 500 pesos —500Bs al cambio oficial para ese entonces—, su Documento Nacional de Identidad (DNI) ya estaba en trámite y en un mes se presentarían Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat en el Luna Park.

—Si Buenos Aires empieza así que no se acabe —dijo Enrique del brazo de su novia saliendo del concierto.

—Mi cartera está más ligera… —contestó ella nerviosa metiendo torpemente ambas manos en el bolso.

¡Me sacaron el monedero!

Siglo XXI, cambalache, problemático y febril

—Aquí lo máximo que podía pasar era eso, que un carterista te robara. Pero quien viene de Caracas está entrenado para evitar que algo así le pase —cuenta Érika, licenciada en Letras de la Universidad Central de Venezuela (UCV) desde su apartamento en el barrio Recoleta.

Llegó a Buenos Aires a principios de 2012 a cursar estudios de maestría en la Universidad de La Plata y, sabiéndose humanista, entendió, desde su llegada, que para vivir sin necesidades tendría que dedicarse a algo ajeno a su carrera. Dos meses después estaba atendiendo mesas en el restaurante Casa Bar, en la calle Rodríguez Peña 1151. De su sueldo pudo mantenerse sola sin el cotizado subsidio de la Comisión de Administración de Divisas —ahora Centro Nacional de Comercio Exterior.

—¿No fue muy riesgoso llegar a Argentina sin ningún cupo Cadivi?

—Cadivi es una atadura con Venezuela. Yo me fui de Venezuela, con todo lo que ello implica. El fulano cupo es un dolor de cabeza—contesta Érika tajante y continúa: Enrique se fue de Argentina cuando pasaron más de tres meses en los que no le aprobaron el dinero y tuvo que regresarse. Yo no quería eso para mí.
Érika llegó poco tiempo después de la reelección de Cristina Kirchner y las coincidencias en el ámbito político no le sorprendieron. “Los argentinos con los que me crucé en los primeros meses identificaban el sistema político del país como seguidor del modelo chavista”.

—Los paralelismos, además del político, entre Caracas y Buenos Aires son obvios: ambos comparten cierta “viveza criolla” propia del latinoamericano. Sin embargo, los mismos argentinos se saben distintos y no congenian con el hecho de un modelo político tan largo como el que vive Venezuela.

—Cuando llegaste la inflación era una y hoy es otra. ¿Cómo manejas eso?

—Los precios han incrementado mucho desde que llegué. El dólar subió exponencialmente y he tenido que ajustar mis ingresos a esta situación. Cuando desespero, pienso en cómo está la economía en Venezuela y agradezco el hecho de haberme ido. Aquí puedo mantenerme sola.

—¿Y la inseguridad antes y después?

—Es un tema. Los carteristas siempre han estado y estarán. Hoy en día es más riesgoso sacar el celular por las noches. Ves gente rara deambulando en las calles y hay zonas por las que de plano no puedes pasar. Pero no llega al nivel de Venezuela. Aquí todavía puedo tomar un colectivo a las tres de la mañana. Cuidándome, pero puedo —replica Érika haciendo gala del callo porteño de los pocos e intensos años de su argentinidad.

—¿Qué te dice la frase que reza “Buenos Aires está entre la barbarie y los modales europeos”?

—Lo mismo que podría decirme que Venezuela está entre el piso 5 del Tolón y las colas por Harina Pan en el supermercado; entre el mirador de Valle Arriba y el saqueo a Daka.

La ciudad de los pibes sin calma

Acorde a los datos aportados por la Dirección General de Migraciones, entre 2004 y 2012, un aproximado de 1.579.000 extranjeros solicitó la residencia argentina. “Cuántos venezolanos hay en Argentina es una pregunta difícil de contestar. Lo que sí es seguro que de cada 10, ocho llegaron a estudiar pregrado o postgrado”. Casos como el de Enrique y Érika están a pedir de boca pero, como toda experiencia extranjera, tiene sus excepciones.

Juan Carlos es contador egresado de la UCAB y sus últimos años en Venezuela trabajó para la transnacional Deloitte que no dudó en trasladarlo a sus oficinas en Buenos Aires, ubicadas en la calle Florida. Desde 2011, vive en el barrio Belgrano, entre Cabildo y Juramento, poco después de Santa Fe. Sin embargo, no dudó en hacer también una maestría en la Universidad de Belgrano.

—La oferta de estudio es muy amplia y la laboral muy reducida. Carreras, como marketing, medicina, veterinaria, ingeniería tienen gran demanda y año tras año salen a la calle profesionales argentinos que eligen antes que profesionales foráneos.

—¿Es posible vivir como extranjero haciendo lo que te gusta?

—Es una pregunta complicada. Soy contador por necesidad, no vocación. No me veo toda la vida dedicado a los números, pero es una herramienta que me ha labrado experiencia para administrar un negocio propio que acabo de iniciar.

Pet Point es el nombre de su establecimiento ubicado en el barrio Palermo en la calle José A. Cabrera 4013.

—¿Tienes amigos venezolanos que se hayan regresado a Venezuela?

—Sí. La gran mayoría terminó sus estudios y no consiguió trabajo.

—¿Qué tanto se parece Argentina a Venezuela?

—Hace tres años podía darte una respuesta muy distinta a la de hoy. Cuando me fui buscaba mejoras y a veces siento miedo al ver el parecido con Venezuela. No obstante, son idiosincrasias distintas; historias distintas; gobiernos distintos. Aquí tengo casa y negocio propio, cosa que en Venezuela desde hace años no podía ni imaginar.

En Venezuela se conoce como dólar negro y en Argentina como dólar blue. Para la publicación de esta nota, el primero está a 175, 03Bs y el segundo en 13 pesos.

Latinoamérica, más arregladita

Así define el escritor venezolano Gustavo Valle a Argentina. Llegó hace ocho años a Buenos Aires, más por curiosidad que por razones políticas. “En algún lugar de mi inconciencia tenía ganas de vivir en esta ciudad. Me di cuenta de que migré después de haberlo hecho. Con cierto grado de irresponsabilidad”, confiesa desde su apartamento en Belgrano donde organiza talleres de escritura, hace libros por encargo y colabora para la prensa porteña y venezolana.

—¿Son países cultos Argentina y Venezuela?

—Tristemente debo decir que en términos generales se respira un nivel cultural más alto en Argentina que en Venezuela. De todos modos es una afirmación muy discutible. Quizás habría que empezar por preguntarse ¿Qué es un país culto?

Valle ha recorrido el mundo y escrito sobre ello y en su calidad de escritor es increpado constantemente sobre los parecidos entre Argentina y Venezuela. Él sopesa cada respuesta y, con voz pausada, arroja una afirmación que bien podría explicarlo todo o ser una calle ciega: “Los parecidos entre ambos países son también discutibles. Incluso, donde más se parecen, que es en sus proyectos políticos, veo infinidad de divergencias. Creo que esto de comparar países es una forma bastante inexacta de hacerse una idea de la complejidad que vive la región”.

—Pero, ¿te ha afectado el tema político?

Gustavo piensa mesuradamente y dispara:

—Lo sigo de cerca, lo discuto, polemizo. Soy crítico de muchos aspectos del gobierno de Cristina y también rescato otros. Estoy en desacuerdo con muchas cosas, pero lo que ocurre acá no se compara con el descalabro y el irresponsable sinsentido del gobierno venezolano.

Ciudad de pobres corazones

En una escena de El lado oscuro del corazón (1992), el protagonista Oliverio habla con el canadiense Erik qué lo había llevado a esa tierra tan lejana de la suya. Erik le dice que allá —su país— la vida estaba escrita y la fecha de muerte fijada.

—Me gusta mucho este manicomio. Yo soñaba con conocer el país de Cortázar, Borges, Bioy Casares. Era una obsesión, porque con otras literaturas es más fácil imaginarse el país, pero ¿imaginarse esto? No es fácil. Es un caos que tú no sabes adónde te va a llevar. Es la promesa del cielo y el infierno al mismo tiempo.

Fascinante. Además, ¿sabes una cosa? Allá está todo previsto, tabulado. Allá está prevista mi muerte. Acá todavía puedo soñarme varias vidas posibles. Lindo país éste… Y tiene mucho futuro. Bueno, solo le falta saber cómo sobrevivir al presente.

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