Opinión

Vivir en Caracas es para gente que toma Coca Cola normal

Quedarse en Caracas se ha convertido en lo extraordinario, lo anormal, lo que necesita explicación. Pero el mundo sigue girando, buscando la normalidad, o normalizando el caos. Explicarlo, nunca es fácil

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Cuando viajo fuera de Venezuela la pregunta más frecuente que me hacen es que cuándo me largo. Siempre contesto: “¡Pero si acabo de llegar!” Toda mi vida he estado de acuerdo con aquella frase que dice que un huésped es como el queso que comienza a oler después de unos días y quizás mis anfitriones ya andan hartos de mí. Pero esa no es la intención de la pregunta, por supuesto. Ya estoy acostumbrado a que a donde quiera que vaya se me pregunte que cuándo me largo de Venezuela.
He llegado a la conclusión de que una mentira blanca siempre ha sido la mejor respuesta. Siempre contesto: “Tengo pensado irme a España el año que viene”. No es verdad y no estoy totalmente seguro de que la gente se lo crea, pero por lo menos les alivia la respuesta. Verán, decir que no tengo planes inmediatos para salir de mi casa no solo causa alarma, sino también preocupación, asombro y descontento. No está de moda decir que uno se queda porque aquí es donde vive.
Yo comparo todo esto con la llegada de la Coca Cola Light a nuestras vidas. Cuando llegó el refresco sin azúcar no se llamaba así. Se le conocía simplemente como “Coca Cola de dieta”. Fue un fenómeno porque la gente en la onda fit (y el gordito consciente) todavía podían darse el gustazo de un refresco mientras contaba sus calorías. El marketing se aprovechó de ello, le cambió el nombre a algo más sexy como “Light” y se encargó de que la lata se montara cual Tongolele en el sitial de honor y destronara a la Coca Cola de toda la vida.
¿Qué sucedió? Que a quienes tomábamos Coca Cola nos comenzaron a fastidiar la vida. Los mesoneros se vieron obligados a preguntarnos: “¿light o normal?” y nosotros a contestar que queríamos la “normal”, la de la gente gordita pues. El fenómeno de lo “light” fue tal que a nadie se le ocurrió que lo normal era llevar la Coca Cola con sabor original a la mesa y lo extraordinario era el dietético. Tal fue el éxito, que un día sencillamente dejaron de preguntar y simplemente asumieron que toda persona adulta siempre, siempre, siempre se tomaría una Coca Cola Light.
Si alguien no ha tomado refresco en su vida y no entiende esta referencia, sustituya “Coca Cola” por “gluten”. Es lo mismo.
Así ha ocurrido con el Plan B de la emigración en Venezuela. Ya que todo el mundo se fue, se asume que los que se quedan se van en algún momento. Cuando todas las noticias que salen de acá son fatídicas, lo anormal es quedarse. Por eso mi analogía con la Coca Cola Light. ¿En qué momento lo normal se convirtió en lo extraordinario?
Ahora, ¿por qué miento? ¿Por qué creo que es mejor decir que me voy a España? Pues, porque no es fácil explicar que uno se quede inmóvil en un mundo que no es light. Cierto, vivo muerto de miedo, no sé cuándo será mi próximo asalto, voy al mercado a comprar mayonesa y no Mavesa y ya perdí la cuenta de a cuántos restaurantes no puedo ir porque no puedo costeármelos. La señal de Internet es una sugerencia, la luz va y viene y hoy el filtro de la nevera se dañó y sale agua amarilla. Mi cuenta bancaria es un chiste, mis proyecciones de vida dejaron de ser de seis meses y pasaron a ser de seis horas, y estoy más que seguro de que si a mí me dan la banda presidencial, yo haría cien veces mejor el trabajo de Nicolás Maduro.
¿Es horrible vivir en Caracas? Depende. No es fácil ver tu ciudad en llamas, ni manejar por un lugar donde hace apenas un par de horas asesinaron a un estudiante. No da gusto tener que salir a la calle a protestar y devolverte porque te bombardearon. Es triste sentirse aturdido por un silencio nocturno en una ciudad que siempre se caracterizó por ser bulliciosa. Pero no quiere decir que sea anormal vivir aquí. De hecho, es más normal de lo que se piensa. En toda guerra la gente nace, se gradúa y se casa. Caracas no ha dejado ni dejará de existir porque el chavismo la mató.
Un día normal en mi vida no tiene nada de extraordinario. Todas las mañanas me despierto y me hago un café. Miro al Ávila y a las guacamayas volar. A los periquitos les pongo cambur en el balcón, el cual no se comen porque debe ser que yo soy un nuevo inquilino y todavía no me tienen confianza. Observo los pocos carros que transitan y me pregunto cuál de ellos anda en una de carpool karaoke y cuál otro está de mal humor. Me baño, me visto y me siento en mi oficina a escribir o, cuando debo, me voy a la radio. Almuerzo, duermo siesta. Pienso que debería subir el cerro, pero recuerdo que soy un flojo. Escribo un poco más, pienso en un chiste para Instagram, hablo con mis amigos en WhatsApp, me tomo una copa de vino blanco y veo la tarde caer. Si no me lo pienso mucho, salgo a un restaurante y si es viernes me voy a mi bar favorito. Me tomo mis traguitos y regreso a casa a dormir.
Y eso es lo que no me entienden afuera. Existe una normalidad tácita dentro del caos que suscitó todas las protestas y dentro de la escasez y la anti política. La gente sale. “No, Toto déjate de vainas, en Caracas no sale nadie”, me pueden decir. Es cierto, pero primero hay que definir “salir”. Si por salir significa hacer lo que yo hacía antes que me podía pasar por tres discotecas, terminar en un antro flamenco y después salir a la playa, mira pues no. Y tampoco estoy interesado en hacerlo. Se llama temor al ratón producido por la vejez. Algo que seguramente comparto con mucha gente de mi edad que vive afuera. Ahora, si por salir significa sentarse en un café a comerse un cachito o ir al cine a distraerse, mira sí. La gente así sale. Algo que también comparto con mucha gente de mi edad que vive afuera… mentira, afuera no hay buenos cachitos.
Claro, a todo eso hay que añadirle el pandemonio del bachaqueo, la ruta de la seda para buscar medicinas, la histeria que causa una cadena nacional cuando estás oyendo tu programa de radio favorito y el descenso a Mordor que significa entrar a Twitter. Eso es vivir en Caracas. Aquí se juega a ser normales, pero en realidad estamos todos locos. Y explicar eso es tan difícil como decirle a alguien que la Coca Cola Light no es lo mismo que la Coca Cola normal. Por más que te refuten diciendo que sabe igualito, uno sabe que eso no es verdad.
Pero bueno, así que España ¿no?]]>

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