Investigación

Vivir en los Valles del Tuy: entre el coraje y la amenaza

El progreso prometido sobre vías férreas para los Valles del Tuy no llegó, pero el tren sí impulsó el crecimiento poblacional de esa zona de la periferia de la capital. Vecinos antiguos o nuevos que, sin distingo, se convirtieron en carnada para el hampa, los verdaderos jeques de las ciudades aún dormitorio donde abunda la sangre y la muerte. El miedo viaja en “ferro”, en autobús, en carro. Los agresores, en moto

Composición fotográfica: Mercedes Rojas Páez-Pumar
Publicidad

Sonia Castillo vive aterrada. No es para menos, sabiendo que a su lado se sientan hampones anónimos. La han asaltado dos veces en su ínterin de sortear los incordios de la cotidianidad cuando va en autobús desde Santa Teresa a Caracas a trabajar. Es secretaria en un laboratorio de Chacaíto. Sus compañeros de trabajo han tenido que prestarle dinero para cubrir parte de sus necesidades básicas: pasaje y comida. Las dos veces que la han robado, además de la cartera, le quitaron su vianda de comida.

Jean Carlos Torres no se aleja de la realidad de Sonia. Aunque vive en Ocumare del Tuy, comparte las mismas penas, el susto. “Muchos dicen que debo ser valiente por ser hombre, pero en estos momentos  de coyuntura no hay valiente que valga”. Y tiene razón, ha sido víctima del hampa en tres oportunidades: dos en camionetica por puesto y una llegando a su casa.

Los habitantes de los Valles del Tuy se las ven negras todos los días. Se montan en el cuadrilátero que significa ser parte del patio trasero de Caracas, hervidero de delincuentes, cueva de muchos, una trinchera para la fechoría. Deben pelear a diario con las adversidades, la falta de servicios públicos, seguridad y tranquilidad. “Somos unos héroes porque vivimos aquí”, escupe Jean Carlos. Al final, pierden cada pelea cuando la realidad golpea fuerte.

cita3

El de Ocumare cuenta cómo un hermano fue asesinado en octubre del año pasado durante una fiesta. Sujetos armados llegaron a cobrar factura a enemigos y él estaba atravesado. “Mi hermano perdió en la batalla”. En el Tuy no existe discriminación, matan a cualquiera. No en vano las cifras de homicidios son dantescas. Durante 2014, el número de homicidio cerró en 753, según datos ofrecidos por fuentes policiales. En tanto los primeros seis meses de 2015, los números revelaron 520. Y siguen subiendo.

“Hierven las ollas”

Los seis municipios del valle de Miranda tienen espacios predilectos para el hampa. Muchos son los delincuentes que cometen fechorías en Caracas y el Área Metropolitana y luego se enconchan en el Tuy. “Una olla de presión hirviendo. Aquí tenemos malandros locales e importados. Es como si vieran una región acomodada para sus placeres”, refiere Orlando Gutiérrez, vecino de Santa Teresa. Los únicos que disfrutan son las bandas armadas, quienes someten a sus anchas y no les importa nada ni nadie. Al final no hay control absoluto de las fuerzas de seguridad del Estado.

Solo en Ocumare del Tuy, municipio Tomás Lander, este año la parrilla de funcionarios policiales exhibe 80 hombres, y no todos están patrullando al mismo tiempo. Hace cuatro ese número era de 230. ¿Hay seguridad para el pueblo? De acuerdo a fuentes oficiales, el número de funcionaros en todo Valles del Tuy no llega a 1.500 —cuando lo ideal es tener 2.600 uniformados, según los parámetros internacionales. O sea: cuatro policías por cada mil habitantes. La cifra de habitantes hasta el año pasado era de 765 mil personas, según censo que maneja la policía del estado Miranda.

La actividad comercial acaba todos los días a las 5:30 de la tarde. Es una regla impuesta por la inseguridad. Así que no hay distracción alguna que acaricie con manos de seda a los vecinos. No hay parques, plazas o espacios para compartir, a pesar de la infraestructura. Solo calles desoladas y motorizados que causan terror. Dos veces este año el gremio de comerciantes se ha visto amenazado por bandas armadas. Ha sido obligado a cerrar y plegarse a un paro laboral. “Los malandros dan la sensación de que comerciantes y transportistas los apoyan. Quien no haga caso es atacado”, revelan habitantes de Ocumare.

Bregar, ese es el verbo que deben tener claro los tuyeros.

Por los cuatro ejes

En todo el Tuy, por donde se metan, hay bandas organizadas que atacan con saña, ponzoña. En Ocumare mandan Los Orejones. Son más de treinta sujetos con hierros que tienen poder. Lograron el cierre del módulo de Polilander en el sector Aragüita 2 tras un ataque a tiros y granadas. En Cartanal —Santa Teresa— y Altos de Soapire —Santa Lucía— el control lo tiene la banda de “El Koala”. Y en Yare, mandan los súbditos de “Carlos Capa”.

cita2

El robo de vehículos es predominante. Los maleantes se dedican a este delito para pedir rescate a los propietarios. La cantidad de dinero varía de acuerdo al modelo. Es la misma modalidad heredada de las cárceles. “Existen muchos factores que corrompen la calidad de vida de los habitantes. Desde la complicidad de las policías con las bandas —no les queda otra opción— hasta la costumbre de las personas de convivir con la violencia”, refiere el experto en seguridad Luis Granados.

Torres de paz

La Gran Misión Vivienda Venezuela llegó al Tuy para quedarse. Con ella la importación de más delincuentes y delitos. No en vano, los números rojos han aumentado. Al menos diez urbanismos fueron erigidos en la región. Ciudad Betania y La Guadalupe —en Ocumare— han sido los de mayor controversia. Ambos han sido visitados varias veces por comandos policiales y de la Guardia Nacional Bolivariana. La masacre en La Guadalupe, el pasado 26 de abril, dejó diez muertos y marcó el inicio de una serie de ataques del Estado. Luego, hubo cinco fallecidos más en un enfrentamiento con policías. “Hay que ver con mucha preocupación cómo el levantamiento de estas torres, que luego declaran como Zonas de Paz, han servido para el incremento de los delitos. El Estado tiene mucha responsabilidad, porque ha sido permisivo con estas familias que son desplazadas desde barrios. La convivencia se hace difícil por la falta de cultura”, destaca Granados.

En este punto de las cartografías no hay otra opción que encomendarse a Dios. Persignarse es un ademán más que repetido mientras miles hacen colas para obtener los productos básicos. Encerrarse temprano en sus casas es costumbre, lo mismo que la piel de gallina en las camioneticas. Un rugido, el de las motos, hace languidecer piernas recorridas. Sí, así se vive en los Valles del Tuy…

Poco espacio

Lucía Jiménez le reprocha a su zona no tener espacios para compartir. Como todos los jóvenes, gusta salir de fiesta con sus amigos, comer helados, tomar cervezas y hasta ir a bailar. Tiene 25 años. Es universitaria. Pero su vida no la hace en el Tuy porque no tiene cómo. Para ella no es más que una ciudad dormitorio, el lugar donde reposar la cabeza al terminar el día de actividades en Caracas. De querer distraerse cerca de su casa no le quedaría sino acudir a los dos únicos centros comerciales del valle mirandino, de esos que apenas están naciendo, que no tienen lujos. Pocas tiendas que venden lo básico. El C.C. La Vanessa, en Charallave, es el más novedoso. El otro es el llamado Paseo Tuy, en Santa Teresa. Ambos son pequeños y cómodos. De los comercios de comida rápida, solo dos marcas reconocidas hacen vida en la región: Mc Donald’s y Arturo’s. Cada uno tiene dos locales. Tampoco hay cines. Puro toque técnico. Cero paseo.

cita1

Hace más de ocho años nació en la zona de Ocumare un espacio para recibir a las familias de otras regiones: el parque de atracciones Ciudad Picapiedra. No ha tenido mucha aceptación por dos factores: la inseguridad y lo alejado. Está en la vía Mendoza-Cúa. “Es un peligro ir para ese sitio por la carretera. Han robado a muchas personas que van para allá. El dilema siempre han sido los motorizados”, destaca Alirio, habitante de Ocumare.

La crisis de salud también es evidente. Dos hospitales reciben a los pacientes y los envían a otros centros. Caracas es la ciudad que adopta el 95% de los heridos del Tuy. Los ambulatorios en Cúa y Ocumare solo quedaron en nombres. Son espacios para ofrecer primeros auxilios y remitir a los grandes hospitales de la capital. Además hay cuatro en Charallave, Santa Teresa, Santa Lucía y Yare. Trabajan a medias. “Enfermarse es una calamidad, los familiares de los pacientes deben comprar hasta las curitas”, refiere María Hurtado, quien alquila teléfonos en las afueras del hospital Osío de Cúa. Ella es testigo del sufrimiento diario de quienes acuden a buscar remedio para sus achaques, y de quienes la violencia los obliga a ser parte de la estadística que reposa en la sala de emergencia.

Aún el crecimiento de Charallave, en el municipio Cristóbal Rojas, es paulatino. El “ferro” –como llaman al ferrocarril- ha servido como factor de impulso local, como acicate al caos, pero su impacto aún es modesto. “La falta de cultura y mantenimiento también hace de las suyas. La gente se mata por usar el tren, fallan los servicios básicos en las estaciones y muchos destrozan las instalaciones. Todo eso afea y mancha lo poco bueno que tenemos”, relata Anastasia Machado.

Publicidad