Crónica

Zoofilia en Caracas, placer en cuatro patas

Son tan variadas y subrepticias las parafilias que los más ingenuos las niegan. A veces corren como fábulas urbanas. Lo cierto es que la psique humana da para mucho y la zoofilia descuella entre todas. Un orgasmo puede terminar en ladrido, coces o arañazos. Aquí las historias de venezolanos que se esconden detrás de su placer animal

Texto: José Antonio Parra | Composición fotográfica: Andrea Tosta
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A veces las apariencias engañan y lo que es “normal” esconde tras de sí secretos insondables. Como por ejemplo prácticas sexuales y fantasías fuera de lo común. “Mary” es caraqueña. Está casada. Tiene 51 años e hijos. Trabaja desde Venezuela para un portal extranjero que publica contenidos periodísticos. Nadie cercano a “Mary”, ni su marido, podría jamás sospechar que esconde una fantasía secreta: tener sexo con perros y caballos.

La práctica de la zoofilia es tan vieja como diversa. Hay casos urbanos y rurales. Es emblemático el de Claudine de Culam, una joven de 16 años, quien en la Edad Media fue condenada a muerte acusada de cometer bestialismo con su perro, con quien además la joven había desarrollado un potente vínculo emocional. De igual forma, el emperador Calígula, en medio de su desquiciamiento histórico, nombró senador a su caballo, con quien se dice que también mantuvo un vínculo sexual. El siglo XX no fue la excepción y de modo subterráneo hubo mujeres que estuvieron vinculadas a la práctica. Verbigracia: la actriz porno danesa, Bodil Joensen (1944-1985), quien debe su apodo de “Reina del Bestialismo” por pulsiones hacia equinos. Ella protagonizó uno de los filmes más escandalosos y controversiales de todos los tiempos: Animal farm, una película que fue prohibida en su momento y que se convirtió de manera vertiginosa en fenómeno clandestino.

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El biotipo candoroso de la Joensen contribuyó a acentuar el tono singular de la cinta. Sus peculiaridades fueron muchas. Su infancia, por ejemplo, estuvo plagada de problemas familiares. En el ínterin dramático desarrolló una afinidad real y profunda por las bestias. Incluso tuvo una granja dedicada a la inseminación de animales. El negocio le duraría poco: las esposas de los granjeros vecinos, al enterarse de las prácticas inusuales dentro y fuera del lecho de Joensen, le montaron un boicot que no solo la llevó a la quiebra sino que también la empujó a empellones al porno zoo — además de desarrollar un potente alcoholismo que con el tiempo la mató. No hace mucho, saltó a la luz pública el documental Zoo, una película plena de preciosismo estético en cuanto a la fotografía y a la banda sonora. Los elementos ponen en relieve un mundo underground que afloró luego de que un hombre muriera teniendo sexo con un caballo en Estados Unidos.

Sin bochorno

La reconocida sexóloga venezolana Luznor Theis aclara: “La zoofilia es un tipo de parafilia en la cual una persona busca obtener placer a través de la actividad sexual —real o imaginaria— con animales”. En Venezuela también hay zoofílicos. Para efectos de la realización de este reportaje, se exploraron aspectos oscuros de la red. Entre ellos: grupos de Facebook, chats públicos y el portal Sexo sin tabú, un espacio donde aparecen de manera abierta —aunque bajo seudónimo—hombres y mujeres de Caracas y Maracaibo buscando similares para concretar prácticas grupales zoofílicas. De hecho, “Mary” es una de estas asiduas. Luego de conversar por chat concedió una entrevista vía Skype.

Sucumbió a la honestidad, siempre demoledora, y aseguró que una de sus fantasías es concretar una orgía entre hombres y animales. “Me excito con la idea de tener sexo con perros o caballos, pero también cuando veo a animales copulando”. “Mary”, de hecho, se vincula con otras personas de Caracas con quienes fantasea. Está planificando un encuentro con una muchacha y su perro, que además de ser su fiel guardián es también su amante. “Me importa mucho no solo la discreción sino también la higiene de la persona y la del animal”. Hasta el momento no ha logrado concretar el hecho.

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¿Es el bestialismo un estilo de vida o una patología? “La zoofilia es considerada un trastorno asociado al tipo de situación-estímulo que necesita la persona para excitarse. El origen de esta patología es aún desconocido. Sin embargo, un porcentaje importante de las personas que padecen de alguna parafilia presentan desordenes endocrinos, neurológicos o genéticos. También existen mecanismos socioculturales como fenómenos de aprendizaje que condicionan al individuo para la realización de actos sexuales poco convencionales”, discurre didáctica Luznor Theis.

Siempre en cuatro

En los anales sexuales de Caracas se esconde un referente de zoofilia. En los años ochenta, se proyectó por más de un año en el cine Macaracuay una producción brasileña titulada: Experiencias sexuales de un caballo. La cartelera del cine se veía desde la propia avenida principal, de modo que el título estaba a la vista de cualquier viandante. Asimismo, por esa época había una suerte de mito urbano. Según corrillos, un hombre en Altamira promocionaba y vendía las entradas para un particular show: los gemidos de una mujer que se incendiaba con los ladridos de un semental canino. Había otros chismes corriendo: como el de mujeres que llegaban a clínicas engarzadas en lujurioso lazo a animales. Una doctora, que prefirió velar su identidad, lo confirma. En 1989, a un hospital de la Gran Caracas, en el que trabaja, llegó una joven con un pingajo sanguinolento en sus partes divinas. Una tarde, mientras la muchacha ejercía sus deberes de niñera, sus patrones salieron. La oportunidad picó el deseo. Ella decidió copular con el gran danés de la casa. Los señores entraron en escena intempestivamente y, en el apuro por zafarse de la embarazosa situación, aún sudorosa, cortó el pene del animal con un cuchillo. Ante la urgencia, miembro adentro, tuvo que ser traslada a la clínica.

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Entre los anuncios de Sexo sin tabú está el caso de un matrimonio residente en el Este de Caracas que busca otras parejas para reuniones de sexo grupal con animales. Hombres de la comunidad gay también suben anuncios invitando a curiosos o mal entretenidos. La condición: ejemplares macho. “Hay que diferenciar la zoofilia de la ‘experiencia zoofilica’, la cual es regularmente observada durante la adolescencia cuando el individuo vive en haciendas o granjas. Para diagnosticar la zoofilia, la presencia de la misma debe ser persistente, recurrente y tener un desarrollo mínimo de seis meses a un año”.

“David” es maracucho. Y, aunque no lo grita a los cuatro vientos y con su cédula en mano, ha tenido desde los 16 contacto animal. A los 21 años asevera su heterosexualidad, sin quiebres. En Sexo sin tabú se siente libre, en su hábitat. Sin señalamientos. Refiere que su primera experiencia con bestias le gustó tanto como con una mujer. Enmarcado en un ambiente bucólico, jura que la práctica es tan común entre llaneros como los toros coleados. Ergo, ha tenido sexo con chivas, burras y becerras. “Además, uno de los factores que hace tan placentera la práctica es el calor de la vagina del animal”, se hace aguas. Una de las razones para que “David” se dejara entrevistar fue la posibilidad de darle más visibilidad a la parafilia —tamaña contradicción porque su novia desconoce de sus goces campestres. “Claro, estos pacientes temen la reacción de los otros, de ser rechazados y se pueden sentir culpables. Pueden desarrollar una sintomatología depresiva o paranoide. También su habilidad para involucrarse en una relación de pareja se vería afectada, ya que pueden ser emocionalmente poco asertivos”, apunta Luznor Theis. “David” hace chito.

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Tratamiento o paliativo

Uno de los factores que determina la prescripción de un tratamiento son los riesgos a la salud. Este tipo de fornicación se asocia gérmenes e infecciones. La más común es la zoonosis, amén de las lesiones físicas y desgarramientos. Sin contar las complicaciones mentales y psíquicas. “El tratamiento a seguir dependerá mucho de las características individuales. El protocolo de atención contempla psicoterapia, para trabajar el trastorno en sí y los conflictos asociados al mismo, al igual que la intervención farmacológica”. Por último, hay una dimensión emocional en algunos zoofílicos. “Es más probable que la zoofilia se manifieste en personas que viven solas, solteras, viudas o divorciadas y que comparten su soledad con una mascota. Por lo tanto, en la mayoría de los casos, existe entre ellos la vinculación emocional independientemente de la connotación sexual”.

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Los abogados también juzgan. La parafilia entraña sus complicaciones legales. El debate ocurre en torno a la incapacidad que tienen los animales de dar su anuencia. El consentimiento, el pacto entre dos o tres, dependiendo del fetiche. Los que hondean apologías se resguardan en el no tan débil argumento de que los animales tampoco dan su aquiescencia para matarlos por fines alimenticios o por pruebas médicas, entre otros. Pareciera que todo el entretejido discursivo en cuanto a la ética de esta práctica tiene que ver con el hecho de que es una actividad profundamente tabú y que despierta en la gran mayoría repulsión y escándalo. El gurú de la sexualidad, Kinsey, sostuvo en uno de sus tantos estudios que el 8% de los varones y el 4% de las hembras reportaron haber tenido experiencias sexuales con animales.

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