Economía

Aumentos y controles por decreto: más lágrimas bajo la lluvia

Una de las formas de la locura es hacer las cosas de la misma forma pero esperar resultados diferentes, sentencia una frase famosa que algunos atribuyen equivocadamente a Albert Einstein.

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Billetes de 100
Foto: Archivo | Andrea Hernández | El Estímulo

En realidad no hay que ser un genio para saber que las cosas no funcionan bien en base a la repetición y a la terquedad, sino que responden a leyes tan absolutas como la de la gravedad o la de la oferta y la demanda.
Así, pretender que la inflación más alta del mundo se vaya a detener con nuevos y más radicales controles es tan iluso como esperar que llueva para arriba.
En la historia de la Humanidad, desde los griegos y romanos, hasta la Venezuela del socialismo pollo con chicle, pasando por la Unión Soviética y los países de su entorno, siempre alguien quiso alguna vez controlar los precios para frenar la inflación, y los resultados fueron desastrosos.
No hay razones para pensar que esta vez será diferente en Venezuela con la nueva (y reciclada) tanda de medidas anunciadas por el gobierno el jueves por la noche.
Ya a estas alturas del partido muchas amas de casa, trabajadores por cuenta propia, asalariados fijos, economistas, analistas y estudiantes de cuarto grado han sacado las mismas cuentas: el nuevo aumento de sueldo, decretado con bombos, platillos y vuvuzelas, vendido como la gran salvación a los males del estómago hambriento de las familias venezolanas, alcanza para comprar una empanada al día (hasta el viernes).
El nuevo salario mínimo integral (que en Venezuela es también el salario promedio de los trabajadores fijos) pasa así a 325.544 bolívares mensuales, es decir, Bs 81.386 por semana, Bs 10.851 por día.
Un obrero, secretaria, o maestro tendría que trabajar todo un día para tener derecho a comerse un café y un cachito por día en la panadería de la esquina. Allí se le iría toda la plata sudada en ocho horas de trabajo.
En realidad, desde hace tiempo la vasta mayoría de los venezolanos trabajan solo para comer, para medio comer, mejor dicho. Esto nos acerca mucho al nivel de esclavitud salarial, pues como se sabe antiguamente a los esclavos, los trabajadores domésticos, a los inmigrantes alojados en las haciendas de toda América y los explotados en las fábricas al inicio de la Revolución Industrial apenas se les pagaba con comida, con lo que el futuro era como el viento que nunca se alcanza.
– La piedra de Sísifo –
Sísifo -ya lo hemos contado en otra columna- estaba condenado por los dioses a empujar una enorme roca hasta lo alto de una montaña sólo para ver cómo la mole descendía otra vez rodando hasta el fondo del barranco. De este modo el anti héroe que había osado desafiar a los dioses debía comenzar su tarea de nuevo por toda la eternidad.
En esta eternidad que dura el trabajo de una persona común, algo así pasa en Venezuela y seguirá pasando mientras duren las políticas equivocadas, probadamente fracasadas en otros países, que se siguen aplicando aquí como si el tiempo no hubiera pasado y la humanidad no hubiera evolucionado.
Con los sucesivos aumentos salariales por decreto la evidencia es clara: ¿la gente gana más, puede comprar más, vive mejor que antes? La respuesta es NO. Todo el mundo lo puede constatar echando memoria, o repasando los papelitos de pago de los puntos de venta del año pasado. Esos aumentos se pierden como las lágrimas bajo la lluvia y no deja ni para el despecho de una cerveza.
Solamente en lo que va de 2017 el llamado salario integral, el que incluye los “cesta ticket” ha subido 258%. Pero la inflación medida por la Asamblea Nacional es de 366% hasta agosto. Esta cuenta significa que en realidad el salario en promedio compra un tercio menos que en enero. Es decir el trabajador no ha recibido ningún aumento real, sino un recorte feroz de su poder adquisitivo.
Y ojo, que la inflación no se queda ahí. Esa es una cifra conservadora, pues en todo lo que tiene componente importado los precios se han disparado muchísimo más: desde los huevos de gallina hasta las chuletas de cochino y las latas de sardina (los alimentos concentrados para los animales son en esencia importados, como lo es la hojalata para los envases).
En diciembre del año pasado, por ejemplo, un cochino de 70 kilos valía en pie Bs 63.000, según pequeños productores del campo. Este año, ya en septiembre el mismo animal vale unos 840.000 bolívares a puerta de matadero. Es decir, 13 veces más, lo que supone una inflación del 1.200%.
Por eso decimos que este diciembre usted va extrañar las Navidad de 2016, con todo y lo dura que ella fue.
Pero esto no se detiene aquí. La semana pasada, en la última subasta de dólares a tasa Dicom, el gobierno le vendió –aunque todavía el viernes no los había entregado- la divisa en Bs 11.401 a las personas naturales, individuos, y en Bs 3.445 a las empresas.
Estos números han significado otra macro devaluación del bolívar, una moneda que más bien parece un perro muerto en la carretera.
Desde mayo (con la tasa Simadi a Bs 727 por dólar) para acá ese dólar oficial para las empresas ha subido cinco veces y para las personas 16 veces.
Volviendo al cochino y a los huevos, esa tasa para las empresas es la referencia mínima (la máxima es el dólar paralelo) que usan los productores para pagar importaciones de maíz, soya, melaza vitaminas y otros componentes de los alimentos concentrados para animales.
Cuando usted fríe un huevo o muerde un pedazo de chicharrón, está tragando grueso el impacto del dólar en un país que ya no produce casi nada a gran escala y con un gobierno que prefiere importar masivamente los productos agrícolas en vez de combatir la delincuencia en el campo (que ha provocado el abandono de granjas avícolas y porcinas, fincas enteras y desplazamientos de familias damnificadas).
En todo el país es necesario aprovechar el potencial del campo para combatir el hambre fomentando la producción nacional. Es necesario además mejorar las vías de penetración, darle asistencia médica y técnica a las familias de campesinos y productores agrícolas para fomentar la producción nacional, establecer precios mínimos racionales de mercado, que hagan rentable la agricultura y la cría.
– Kaos vs Control –
No hay que ser el viejo Agente 86 para darse cuenta de que los controles de precios fomentan más caos: ya todos sabemos que el mercado negro –bautizado en Venezuela como bachaqueo- prospera como la verdolaga enriqueciendo a muchos en una cadena que comienza con las importaciones controladas por el gobierno, pasa por empresarios privados vinculados a civiles y militares, y que se extiende hasta algunos consejos comunales encargados de vender la comida racionada en cajitas Clap.
Al momento de escribir esta columna no sabíamos cuáles son los 50 productos hiper que serán controlados y vigilados por civiles y militares para que sus precios no se escapen.
Pero es fácil imaginar que son los básicos, los de siempre, los que ya se consiguen en el mercado negro a precios superiores en al menos 10 veces el oficial.
Como está empeñada la palabra del gobierno en esta cruzada, es previsible que esta vez la fiscalización va a ser más dura. Pero será como intentar recoger agua con un colador de pasta.
Ya esta fórmula está probadamente fracasada. Tal vez ustedes recuerden, pero desde al menos 2003 Venezuela vive bajo un control de cambio, de precios, de tarifas, de producción, de importaciones, de ventas, de transporte de materias primas y productos finales.
Y aun así tenemos la única hiperinflación del mundo. También ostentamos el peor resultado de cualquier economía del mundo, en tiempos de paz o de guerra, con un derrumbe superior a un tercio en la generación de riqueza total (el PIB) en apenas tres años.
Desde 1999 los presidentes de este país han gobernado con los poderes más absolutos desde la época de los capitanes generales españoles. Chávez y Maduro asumieron para sí mismos el manejo de la economía y en el carrusel de ministros de esos asuntos nadie es capaz de recordar el nombre de ningún otro funcionario en especial.
Además de los poderes absolutos para legislar en materia económica y gobernar por decreto que ostenta Maduro y que antes tuvo Chávez, el padre de la criatura, el chavismo ha tenido desde 2009 una Ley del Indepabis; en 2011 una Ley de Costos y desde 2013 una Ley de Precios.
Pero nunca han atacado las causas reales de la inflación, sólo sus consecuencias, con pañitos calientes y con aumentos salariales que se evaporan, se van como las lágrimas bajo la lluvia.
Esta nueva ley que le pide Maduro a la constituyente chavista para controlar el abastecimiento y los Clap será otro esfuerzo vano por ordenarle a los precios que se paren firmes y a discreción, que no se muevan más hacia arriba, que se tiren el piso a hacer planchas y flexiones.
Pero todos sabemos que se escaparán, seguirán su marcha triunfante y luminosa camino a la hiperinflación, acaso la única certeza que tienen hoy los venezolanos sobre el futuro de su bolsillo y de sus estómagos.]]>

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