Economía

Cuando Venezuela perdió el rumbo

A veces, la historia nos juega irónicas partidas. Años después del inicio de un shock petrolero que cambiaría la historia de este y muchos otros países, volvemos a atravesar un milagro adverso, contra toda lógica. Las sociedades, como las personas, también se pueden tropezar dos veces con la misma piedra.

Publicidad
Brújula
Foto: Pixabay.com

A comienzos de los años 90, la Fundación Cavendes editó un libro hoy raro que debía ser de lectura obligatoria para todos los que quisieran entender la historia económica de Venezuela y el estado al que ha llegado.

“Cuando Venezuela perdió el rumbo” coordinado por el economista Julio César Funes, ya fallecido, era un compendio revelador de datos que ilustraban los éxitos y el drama de un país que lo tuvo todo y aprovechó poco.

“Venezuela es acaso el único país del mundo que hizo un milagro al revés: cuando estuvo a punto de dar el salto al primer mundo, hizo exactamente lo contrario”, recuerdo que afirmaba Funes en una de las entrevistas que le hicimos, poco después del lanzamiento del libro, allá por el año 93.

Funes era argentino, de la provincia de Tucumán (norte) pero llevaba años afincado en Venezuela, donde estableció una familia. Era uno de estos sabios humildes, estudiosos, lleno de una lucidez abrumadora. Su casa era frecuentada hasta por ministros y presidentes de países de América Central y del Sur, en busca de asesoría para intentar armas estrategias que enderezaran sus economías.

En su  libro los investigadores demostraban con datos irrefutables cómo en apenas 25 años Venezuela había dado un enorme salto cuantitativo y cualitativo, para pasar de ser una enorme provincia agraria hasta convertirse en uno de los más modernos y pujantes de América Latina.

Su economía tuvo un crecimiento mediano pero sostenido, sus campañas sanitarias lograron abatir enfermedades endémicas y epidémicas, como la malaria y el sarampión, el mal de Chagas y la bilharzia; su sistema educativo, que logró escolarizar a millones de niños y adultos, fue tan exitoso que fue copiado por la ONU para ser llevado a otros países.

Gracias a la nueva riqueza del petróleo, el país había tejido una red de infraestructuras y servicios, desde agua potable hasta electricidad y carreteras, de los más modernos de América Latina, y había logrado uno de los índices más rápidos de disminución de la pobreza en todo el continente.

La gran clave de todo esto, recuerdo de las conversaciones con Funes, era que el país fue avanzando de la mano de líderes colectivos más que de caudillos mesiánicos que creyeran sabérselas todas.

Figuras nobles como el maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa en Educación, Arnoldo Gabaldón en Salud y saneamiento y Juan Pablo Pérez Alfonzo en Economía, por ejemplo, cada uno por su lado hizo su parte. Eran hombres ilustres y preparados dirigiendo sus propios equipos para transformar un país para bien.

Gabaldón, con todos sus doctorados en Alemania y Estados Unidos, iba él mismo al frente de cuadrillas de peones, a lomo de mula y con un equipo de fumigar a sus espaldas, para esparcir insecticidas por esos campos y combatir zancudos y chipos.

Hasta esas casitas “rurales” del Banco Obrero, tan comunes en el Centro y Oriente del país, son herencia suya, en su propósito de mejorar las condiciones de vida de la gente más pobre y acabar con techos de paja que anidaban alimañas, y de fomentar servicios sanitarios con pozos sépticos en lugar de letrinas o descargas al aire libre.

El Producto Interno Bruto (PIB) de Venezuela, la suma de riqueza, pues, crecía de forma sostenida, pese a que el petróleo se vendía muy barato por aquellos tiempos. Nuestra moneda era una de las más sólidas del mundo y esta tierra de gracia y de la esperanza era un polo que atraía como la luz a miles de inmigrantes de Europa (especialmente España, Italia y Portugal), del Medio Oriente y de toda América (principalmente Colombia y Perú).

Hubo una transformación urbana sin parangón en la región, surgían nuevas ciudades como champiñones, inversiones masivas, grandes obras industriales y los dirigentes buscan formas de reducir la dependencia del petróleo, antes de que llegara tan lejos.

Se construyeron represas como Guri, para generar la electricidad que respaldara la industrialización y la urbanización, se sumaron miles de hectáreas a sistemas de irrigación para no depender de las lluvias; se fundaron las hoy quebradas industrias básicas de la Corporación Venezolana de Guayana; se fue forjando una política y una empresa de hidrocarburos propia que se coronaría con la nacionalización del petróleo y el nacimiento de Pdvsa, y se invirtió masivamente en educación pública.

Ya en aquellos tempranos años de comienzos de los 70, esta sociedad tenía enormes desigualdades, y elevados índices de pobreza. Pero se había avanzado mucho en poco tiempo y las expectativas eran favorables.

Recuerdo que por aquél entonces la educación pública de alta calidad era el principal bastión de esta cruzada, como esperanza y mecanismo de noble ascenso social.

– La caída –

Un día, el 16 de octubre de 1973, para ser exactos, los países árabes afiliados a la OPEP (organización que Venezuela ayudó a fundar, con Pérez Alfonzo) decidió tomar represalias contra Estados Unidos y otras potencias occidentales que habían apoyado a Israel en la Guerra de Yom Kipur, que había comenzado el día 6, cuando Egipto y Siria atacaron a Israel en represalia por otra guerra, la de los Seis Días, perdida en 1967.

Los países petroleros –Venezuela estuvo entre los pocos que no se sumaron- hicieron efectivo un embargo de las ventas de crudo a Occidente y aumentaron los precios del barril unilateralmente hasta cerca de 4 dólares. De ahí en adelante las cotizaciones se dispararían hasta niveles nunca antes vistos, provocando una enorme crisis económica con recesión e inflación en las potencias occidentales. Fue el tercer gran shock petrolero para esos grandes consumidores.

En menos de seis meses los precios treparían hasta $11,90 por barril, más de 300%. Para Venezuela, fue como si a un empleado lo llamaran un día a la oficina del jefe para decirle que le habían quintuplicado el sueldo. Pero en vez de actuar de manera racional, e invertir esos recursos de manera eficiente para el bien de su familia, se volvió loco, recuerdo que nos ilustraba Funes.

Para él, ese fue el momento en el que Venezuela perdió el rumbo y dio un salto atrás. Con ese episodio recuerdo a “Condorito”, un vecino de la urbanización La Segundera, de Cagua, que un día se ganó la lotería, como medio millón de entonces, pero nunca salió de la pobreza. Se compró una camioneta Wagoneer, casi nueva, que terminaría chocada, invitaba a la gente en los restaurantes y bares donde llegaba, habrá prestado o auxiliado a parientes. Pero no pasó mucho más de ahí…lo que fácil llega fácil se va. Como Venezuela.

Después de ese golpe de suerte de finales del 73, vendría un endeudamiento desmesurado, dilapidación de recursos, sonados casos de corrupción y profundización de un modelo rentista que ha llegado a sus extremos desde 1999, con una economía que depende al máximo posible de un solo recurso, el oro negro.

La historia suele ser cíclica. Hay películas en economía que ya hemos visto antes, como aquellas de vaqueros que repetían hasta el cansancio en la TV por aquellos años 70 y 80.

Al presidente Carlos Andrés y su promesa de “La Gran Venezuela” le sucederían Luis Herrera Campins, Jaime Lusinchi (este gobierno de Maduro se parece por cierto mucho al de Lusinchi) y más tarde otra vez Pérez, derrocado por un golpe de Estado del Congreso que completó la tarea iniciada por Chávez aquél 4 de febrero de 1992.

“Carlos Andrés Pérez fundamentó la campaña que libró contra el doctor Eduardo Fernández, presidente de Copei, en el ofrecimiento tácito y a veces explícito, de que al salir electo el país disfrutaría nuevamente de la bonanza que experimentó durante su primer gobierno y estuvo apoyado por la política de expansión del gasto público y de la oferta monetaria y por los aumentos compulsivos de sueldos y salarios que instrumentó Lusinchi en los últimos años de su gobierno”, dice un pasaje del libro coordinado por Funes.

Hoy la historia se repite, pero potenciada: más aumentos de sueldos compulsivos que no resuelven nada, más escasez que cuando Lusinchi, más endeudamiento, más gasto público desmesurado e ineficiente, sólo para favorecer el clientelismo electoral.

Desde que Chávez estaba vivo, la política populista del chavismo se basa en prometer hasta lo que no hay y de hacerle creer a algunos que la bonanza y el derroche viene de la mano del clientelismo político. Y mucho peor. En los últimos años este nuevo milagro adverso fue más abominable: con un petróleo en $88 en 2014; en $98 en 2013 y en $102 en 2012, el país no fue capaz de ahorrar nada, de disminuir su dependencia del crudo y de las importaciones hasta de comida, mucho menos de sembrar un desarrollo sostenible a largo plazo.

Más bien volvió a perder el rumbo, dando otra vuelta ciega en el mismo laberinto, en una historia que se repite…es el mismo perro peinado para otro lado.

Publicidad
Publicidad