Economía

El peso de la hiperinflación baja las santamarías del país

Industrias y empresas en Venezuela no han encontrado otro remedio que bajar las santamarias dentro de un proceso hiperinflacionario que según estimaciones de la Comisión de Finanzas de la Asamblea Nacional (AN) alcanzará al cierre de este año 4.292.102%. Pese a la tormenta que avecinan, todavía quedan los que se niegan a clausurar sus puertas sin que eso les haga menos empinado el camino

Publicidad
FOTOGRAFÍA: ARCHIVO EL ESTÍMULO

David Lovera tiene 51 años y más de 13 atendiendo su kiosko frente a la torre de Parque Cristal en Caracas. Para él no es solamente un negocio sino una tradición familiar. Su papá lo tenía antes de la existencia de la torre y cuando la construyeron, recuerda nostálgico cómo ambos repartían los periódicos a quienes trabajaban dentro del colosal edificio.

Por ahora solo trabaja en su kiosko, pero lo que gana con eso no le alcanza para mucho. Come con lo que recibe de las cajas que distribuye los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) o de lo que sus familiares en Caricuao le envían. Asegura que antes, solamente una mañana, se podían parar “200 personas a comprarme algo” y ahora son las 10 de la mañana de un día a mediados de octubre y solamente cuenta tres cigarros detallados y un Cocosette como la mercancía vendida del día.

En la puerta de su negocio hay un cartel que lee “no hay punto”, palabras que para muchos potenciales compradores se convierten en la decisión de no comprarle nada. No tienen cómo. No les alcanza el efectivo, si es que tienen. “Antes no hacía falta esto del punto, a uno se lo ofrecían y yo me negaba pero con la desaparición de la moneda, tuve que buscarlo”.

David trabajó antes en una compañía minera durante 13 años y en el Centro Simón Bolívar durante nueve y ni un solo día dejó de atender el negocio de la familia. “Si entraba a las 8 venía desde las 4 de la mañana y vendía. Después se quedaba mi papá. Eso era así antes, uno llegaba a las 4 de la mañana y se iba a las 7 de la noche, ahora cuando son las 4 ya es tarde”.

“Venezuela perdió en los últimos 20 años casi el 60 % de sus empresas”. Esas fueron las palabras del presidente de Fedecámaras, Carlos Larrazabal para junio de este año. Cinco meses después, Juan Pablo Olalquiaga, presidente de la Confederación Venezolana de Industriales (Conindustria), afirmó que en lo que va de 2018, 22% de las empresas han cerrado.

Ya no importa cuál sea el rubro, tamaño de la empresa o el tiempo de experiencia. Todos los empresarios corren los mismos riegos en un suelo económico tan inestable como el que pisan en Venezuela. El economista y profesor Jesús Casique explicó en octubre que en el país caribeño los precios se duplican cada “17 días”, información que anteriormente había sido reiterada por la Comisión de Finanzas de la AN.

Ese escenario se completa con elementos como la falta de efectivo, el difícil acceso a puntos de ventas y un consumidor que necesita 25 salarios mínimos para adquirir la canasta básica alimentaria, según el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas-FVM) para el mes de septiembre de este año. Quienes quieran mantener su negocio tienen que aferrarse a la fe y aprender a hacer malabares.

Ángel Iwarka nunca ha pensado en cerrar sus tiendas de venta de celulares, repuestos y líneas liberadas de Movilnet y Movistar en Barlovento. Incluso su abuela le ha preguntado por qué insiste en mantener sus puertas abiertas y para él, la pregunta se responde sola y las palabras le salen en automático: “yo espero que esto mejore. Si yo cierro mis santamarias no voy a poder volver a abrir nunca más. El éxito el comerciante es la perseverancia”.

Con 48 años y cuatro hijos a su cargo, lo que gana en sus tiendas no es suficiente para vivir en un país como Venezuela y por eso tiene que buscar más de un trabajo. Además de dueño de tiendas, Ángel también vende apartamentos en Higuerote y junto a su socio, Pedro, inició la venta al mayor de teléfonos celulares.

Su negocio empezó en 2005 con Movilnet y para 2013 hizo lo mismo con Movistar. “Por Movilnet teníamos seis centros autorizados. Yo manejaba entre 600 y 700 cuentas mensuales. Hoy en día, en Movistar tengo 220-230 líneas y en Movilnet, 180. Antes lográbamos vender 2.000 equipos en un mes y ahora es uno o dos mensuales. Y son teléfonos de baja rama, no son androides ni nada de eso sino los que la gente llama perolitos”.

Ángel no sabe cómo decirles a sus clientes los precios de los teléfonos porque varían de un día para otro. Cuando regresan dispuestos a pagar el primer monto que les dijo, ya el dinero no les alcanza. En octubre de este año, podía vender un teléfono a Bs.S 1.000; pero ahora en noviembre, tan solo un mes después, el precio aumentó a Bs.S 4.000.

“Hay días buenos, malos y muy malos. Este proceso hiperinflacionario nos perjudica, no podemos hacer proyección. Lo que se gana en un día hay que gastarlo porque a lo mejor al siguiente ya no es nada. En mi negocio a veces se nos va el internet, perdemos días, hay falta de efectivo. Incluso tuve que poner una computadora afuera para que mis clientes me hagan la transferencia directamente”.

Se muestra esperanzado de que algún día la situación económica mejorará, pero tampoco es ajeno al otro escenario: que no lo haga. “Hasta ahora no he tenido que poner de mi capital para mantener mis tiendas pero cuando me toque, no me quedará de otra que cerrar”.

Publicidad
Publicidad