Economía

Los cachitos van a la guerra

No se trata de una versión gastronómica de las peripecias de Mambrú narradas en la canción infantil española. Tampoco es una nueva edición de los paracachitos, uno de los desvaríos persecutorios del presidente Hugo Chávez, quien aseguró que un centenar de inocentes jóvenes colombianos disfrazados de militares y armados con cachitos y minilunches, estaban listos para matarlo y hacerse con el poder.

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Foto: Patrick Dolande | Archivo Bienmesabe

Esta vez los cachitos, esa maravilla de la culinaria caraqueña que causa revuelo en cualquier parte del mundo donde se degusta, van a una guerra de verdad. Ante sus hermanos los panes canilla y campesino, los cachitos buscarán su supervivencia como uno de los platos favoritos de los venezolanos a la hora de mitigar los rigores del hambre mañanera.

Resulta que por obra y gracia de un gobierno empeñado en ver guerras donde solo hay ineficiencia y corrupción, esos nobles panes rellenos de jamón se verán forzados a inmiscuirse en una guerra fratricida pues para remediar las largas colas que tres veces al día se instalan en cada panadería, las autoridades han decretado que la elaboración de cachitos y demás variedades pasteleras sean reducida al mínimo a favor del convencional pan.

Los argumentos son más que absurdos. Menry Fenández, flamante jefe de la Superintendencia Nacional de Gestión Agroalimentaria (Sunagro), dice que los panaderos utilizan los escasos insumos que el gobierno importa con el sacrificio de su frente para elaborar cachitos y tortas, una tesis que deja claro que hace mucho que el militar en cuestión (sí, es militar y varón) no pisa una panadería.

En una nueva táctica militar para acabar con el enemigo, el gobierno enfila su artillería nuevamente contra los panaderos, a quienes acusa de haberse pasado al bando de quienes le hacen la guerra económica, por lo que obligará que 90% de la materia prima se utilice en “hacer pan para el pueblo”.

Más que desatinada, la pretensión no toma en cuenta que hace dos años los despachos de trigo a Venezuela vienen en franco retroceso, al punto de que hoy recibe menos de la mitad del trigo que demanda una nación que 730 días atrás era la segunda mayor consumidora de pasta per cápita del mundo, y que hoy apenas ingiere una tercera parte de los espaguetis y tornillos que solíamos consumir.

Las muy cacareadas 63.000 toneladas de trigo (durum y panadero) que el ministro de Alimentación Rodolfo Marco Torres anunció estaban arribando a Puerto Cabello, apenas alcanzan para alimentar durante tres semanas los molinos de la industria productora de pasta y poco menos de un mes de los hornos de las 9.000 panaderías repartidas por toda la geografía nacional bajo el actual esquema de producción intermitente.

Como hijo de un ama de casa que devino en panadera accidental para levantar a su familia, sé por experiencia propia que la base de este negocio es el pan ‘salao’ y no las versiones dulcificadas, por lo que estoy convencido de que no es cierto que portugueses y españoles desvíen materia prima para elaborar dulces y tortas.

Les puedo asegurar que en las siete panaderías ubicadas a un kilómetro a la redonda de mi casa, hace ya más de cinco meses que no veo una tortica ni para satisfacer el más pobre de los antojos. Hace tres meses que en ‘La flor de Portugal’ –por mucho una de las mejores de estos lares de Los Dos Caminos- no he vuelto a ver los deliciosos panes rellenos de guayaba que de vez en cuando me atrevía a comer, so pena del aumento de colesterol en la sangre.

“No podemos hacer tortas porque la poca azúcar que conseguimos la usamos para pasta seca, que puede durar más”, advierte con nostalgia Fátima, la estoica lusitana que se empeña en abrir todos los días su local.

Obligados a producir pan solo tres veces al día pues les llega menos de la mitad de la harina que requieren, las vitrinas de los siete locales otrora llenas de dulces secos y mojados, almojábanas y lenguas de suegra, catalinas, bombas, panes azucarados, andinos y aliñados, solo exhiben alguna que otra intentando sobrevivir a una crisis que también le toca padecer.

Hasta ahora, lo que no falta en ninguna de ellas es el cachito, que junto a la empanada y el pastelito se disputan la preferencia del venezolano a la hora del desayuno, y que muy probablemente resulte herido de muerte en la fratricida guerra a la que el gobierno le obliga a entrar, pero que no conseguirá arrebatarle el título del rey de la panadería criolla.

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