Opinión

¿Por qué se acabó el pan de piquito en Venezuela?

Por estos días las crónicas económicas de este siglo 21 - que son también las de finales de un ciclo histórico- le traen a uno el recuerdo del pan recién horneado por la mañana.

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Panadería Escasez
Foto: Archivo | Andrea Hernández

Uno podía oler y encontrar a cualquier hora, en nuestra panadería de confianza, pan canilla, francés, gallego, campesino, sobado, redondo, de banquete, alemán, de perros calientes, hamburguesas, y hasta el de piquito, “caliente el pan, cómprame casera que ya me voy…”.

Todo sin colas –no me lo crean a mí pero hubo una época en la que en este país se podía comprar sin hacer cola- y sin tener que dejar el pellejo de un día de trabajo para pagarse un pan con mortadela.

Hoy, comprar una canilla o un pancito francés para comer con lengua se ha convertido en una hazaña para mucha gente que simplemente amortigua el hambre para seguir en pie.

Algunos cabezas de caja, para consolar la escasez, insisten en que el pan de trigo no es un alimento endógeno, sino una imposición cultural. Pretenden olvidar que somos una mezcla de americanos, africanos y europeos, algo que se ve más allá de la piel y de los ojos, en los hábitos alimenticios de los pueblos.

Igual, arepa tampoco hay, ni aceite con qué freír buñuelos.

– Pasados de horno –

Algunos dirigentes hablan de estas cosas como si hubieran comenzado ayer, cuando en realidad la supuesta “guerra del pan” comenzó hace tiempo y es un asunto de macroeconomía, de malas políticas económicas contra la gente común.

Es simple ineficiencia e irresponsabilidad de quienes manejan la economía y las divisas para pagar las importaciones de casi todo lo que consumimos, especialmente el trigo, que es 100% importado (salvo en algunas estrechas laderas de Los Andes, en los Valles de Aragua, durante la Colonia, esta tierra nunca ha producido ese limpio grano).

Datos sobran para demostrar que la tal «guerra del pan» es otra engañifa de generales y civiles para marear a la gente, en vez de admitir su responsabilidad en un más grande problema de seguridad alimentaria.

En los últimos años todos los reportes de la industria especializada y de los exportadores –conocidos por el gobierno nacional- advertían una fuerte escasez de materia prima: de trigo en grano y harina, que agravan la falta de pasta y de pan.

Estamos al tanto que hay escasez de todo en el país mientras las reservas de dólares están en su nivel más bajo en 20 años, y como sabemos, esa es la alcancía con la que se pagan esas importaciones.

La mayor parte del trigo que se consume por aquí proviene de Estados Unidos y de Canadá, aunque en los últimos años de la era Kirchner, el chavismo hizo negocios obligatorios trayendo además el cereal de Argentina.

Datos del Departamento (ministerio) de Agricultura de Estados Unidos (que registran todos los negocios con todo el mundo, por si acaso) explican que el negocio de importación de trigo en Venezuela consume por año unos 500 millones de dólares (apenas una fracción de lo que paga Maduro cada año en intereses de la deuda externa).

El consumo anual venezolano del trigo cayó desde 1,750 millones de toneladas entre los años 2014 y 2015 hasta 1,5 millones de toneladas en 2015 y 2016 y se ha quedado así estancado entre 2016 y 2017 (el año para esta industria comienza en julio), según informes de EEUU.

El trigo que se come en esta era supone apenas 200 mil toneladas anuales más que en el promedio histórico de 1998-1999 y 2002-2003, cuando con casi 10 millones de habitantes menos consumíamos 1,3 millones de toneladas de trigo por año.

– Ya no hay pan para tanta gente –

En ocasiones el consumidor se adapta a los precios y condiciones de mercado, porque necesita los productos, o porque no tiene sustitutos.

El problema es que la arepa hace tiempo también desapareció de la mesa por razones aún más complejas que lo que ocurre con el pan de trigo.

Sardina y espagueti. O con salsa de tomate y queso blanco rayado. Hubo un tiempo en que este era el plato popular en millones de hogares más pobres del país. Pero ahora esa combinación es inalcanzable porque entre el kilo de queso a 10 mil, la salsa en 3.000, la sardina en 3.000 y la pasta en 8.000, pagar ese almuercito para cinco personas debe salir en unos 18.000 bolívares, por lo bajito. O sea unos cuatro días de trabajo a salario mínimo con cesta ticket y todo.

Venezuela era el principal mercado individual de trigo de alta calidad durum (el usado para la pasta, con alto contenido de proteínas) en América Latina, según datos de la industria.

También habrá quien diga que no somos italianos para andar comiendo tanta pasta y que más autóctono es la yuquita frita o el topocho sancochado como contorno.

Pero aparte de que somos uno de los países del mundo con mayor migración italiana en comparación a la población total, la verdad es que los obreros de ese país que llegaron en los años 40 y 50 a meter el hombro en grandes y pequeñas obras de ingeniería civil, nos trajeron ese valioso plato calórico “que llena” y es tan bueno para un obrero que va a batir mezcla, o un campesino que jala escardilla.

Volviendo a las causas de la escasez real, los retardos en la entrega de los permisos de importación y en la aprobación de divisas para importaciones de trigo, tienen un severo impacto en el flujo normal de los embarques del grano, lo que genera severos desafíos mes a mes para mantener los inventarios locales, señala el más reciente informe “Grain and Feed Annual”, hecho por técnicos del Departamento de Agricultura del “imperio mesmo”, cuyos servicios e inteligencia de mercado recopilan testimonios y datos de la industria, tal como los de la OPEP hacen con el negocio petrolero.

Ya desde el año pasado se advertía que las importaciones se habían estancado y los inventarios de trigo en Venezuela caerían por estos meses de 2017 a su nivel más bajo en los últimos 10 años, hasta 77.000 toneladas métricas, “lo que cubre cerca de dos semanas de consumo”, debido a estos problemas de pagos y divisas.

En julio de 2013, esos inventarios alcanzaban para 13 semanas.

Estos problemas no comenzaron este 2017 con el petróleo en torno a $45 el barril, datan de cuando las cosas estaban mejor. Aunque el petróleo venezolano estuvo en $88 por barril en 2014 y en $98 en 2013, y en $103 en 2012, ya habían comenzado a caer las importaciones del trigo y por ende los inventarios.

Entre julio de 2012 y julio de 2013, esas compras ya habían bajado desde 1,7 millones de toneladas a 1,685 millones de toneladas.

– Menos trigo para tu molino –

En 2013 había en Venezuela 10 grandes compañías molineras con capacidad para procesar 1,9 millones de toneladas del trigo importado. Cargill de Venezuela (con casa matriz en EEUU) es la principal, con capacidad para 2.210 toneladas por día (es decir 2,2 millones de kilos de harina por día, imagine cuántas tortas).

La segunda era Monaca con 1.360 toneladas diarias; seguidas por Mocasa, Mosaca, Molvenca, Mochica y Colguana (habrá que investigar qué pasó con todas ellas).

Había también 17 plantas manufactureras de pasta capaces de producir más de 430.000 toneladas por año de espaguetis, macarrones, plumitas, canelones, tornillos y pastina para la sopita del bebé.

Esto equivalía a casi 1,2 millones de kilos por día, a toda máquina, o sea, 14 kilos por año por cada uno de los 30 millones de habitantes del país. Es como comerse un kilo de pasta completo cada 26 días, uno de los consumos por persona más altos para cualquier país del mundo.

También había en 2013 en el país 6.832 panaderías no industriales, como esas del barrio, las del portugués Pepe, que ahora están en la mira de los comités de racionamiento y de los militares para atacar la escasez justo donde no está.

El pan regulado desaparece por una razón económica: está por debajo de los costos de producción. Los dulces son los que dan el margen de ganancia para operar la empresa.

Otras 17 panaderías industriales y 13 grandes fábricas de galletas completan según el chavismo, las filas del enemigo interno en esta fulana «guerra del pan» y del trigo.

Para aclarar: aquí no se importa, ni se distribuye ni se vende (a precio controlado o dolarizado) ni un kilo de trigo o harina sin que alguien del gobierno firme un papel o lo sepa. Nada más la red Mercal responde directamente por un tercio de cada kilo de pasta que llega o no a las mesas de los venezolanos.

“Los importadores han reportado problemas con los permisos de importación y para obtener autorizaciones de dólares a la tasa oficial de Cadivi”, decía en 2013 un informe anual del Departamento de Agricultura de Estados Unidos.

“Los retardos en obtener las aprobaciones pueden ser un problema para los importadores, lo que algunas veces impide la liquidación a tiempo de los pagos a los suplidores. Esta situación ha derivado en retraso en las importaciones de materia prima, lo que termina afectando la disponibilidad de productos de trigo en los anaqueles y los inventarios”, remataba hace cuatro años, cuando estas colas apenas comenzaban.

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