Economía

Una moneda de arandela, vía a la hiperinflación

Cuando ya se pensaba que la hiperinflación había sido superada en el mundo, Venezuela pone a prueba a algunas teorías económicas. Con el propósito de concientizar a sus lectores de la realidad venezolana, El Interés presenta el testimonio de un profesional peruano que vivió el período de hiperinflación en su país a finales de los años 80.

Publicidad
dolares

Corría 1989 y para entonces yo era analista de política económica en el “think tank” para asuntos de economía y empresa más importante de Perú. Alan García Pérez había sido elegido presidente en 1985 luego del retorno de la democracia al país con la presidencia de Fernando Belaúnde Terry (1980-1985).

La presidencia de García, que había sido recibida con júbilo por la juventud, inteligencia y vitalidad del candidato a la cabeza del Partido Aprista Peruano, estaba en pleno declive y yo empezaba a darme cuenta que en mis bolsillos, así como en el de los todos los peruanos, ya no habían monedas.

García encontró un país en crisis económica y convulsionado por la insurgencia de Sendero Luminoso. Durante el gobierno de Belaúnde se desató la “Crisis de la Deuda Externa Latinoamericana”, que comenzó con la moratoria unilateral de la deuda mexicana en 1982 y en 1980 se había iniciado la rebelión senderista en 1980. Para colmo de males, en 1983 el fenómeno climático “El Niño” había sumergido al país en una recesión que contrajo al Producto Interno Bruto del país en 10,4%.

Alan García tenía 36 años cuando llegó a la presidencia. Decidió confiscar los ahorros domésticos en dólares, limitar los pagos de deuda externa al 10% de las exportaciones e impulsar el consumo interno aliándose con los líderes del sector privado para promover el crecimiento reactivando la economía en 1985, 1986 y 1987.

Cuando el modelo se empezó agotar por falta de recursos externos García generó una confrontación con organismos multilaterales y con el mismo sector privado con el que se había aliado, provocando la “inelegibilidad” del país por parte del Fondo Monetario Internacional para recibir créditos externos e intentando estatizar la banca privada.

A fin de continuar con su plan de expansión económica y bajo el argumento de que “el déficit fiscal no era inflacionario”, García promovió la sujeción del Banco Central de Reserva del Perú al Ejecutivo y emprendió una serie de estímulos monetarios que llevaron la inflación de 158% en 1985 a 7.650% en 1990. Esta última implicó la liberación de la inflación reprimida producto del ajuste económico de Alberto Fujimori. Al cabo de cinco años, la inflación promedio acumulada producto del gobierno de García fue de 1.854.423% para una inflación interanual acumulada de 4.167.447%.

Entonces desaparecieron las monedas. Su valor nominal era tan irrelevante, que los talleres de mecánica las usaban como “washers” (arandelas), haciéndoles un agujero en el medio, en la medida que las originales eran demasiado caras. El papel moneda se ajaba y deterioraba tan rápido como el toallín.

En pocos meses profesionales y amas de casa se transformaron, todos, en especuladores en la medida que producir y trabajar era más o menos inútil en función de la compensación monetaria real. En la compañía, recibíamos nuestros salarios en “ladrillos” de efectivo en sobres de papel manila que cambiábamos rápidamente a dólares en las esquinas (donde los “cambistas” ejercían su rol de gestores del “mercado negro”) para luego “reventar” los límites de las tarjetas de crédito en los primeros días del mes comprando cuanto bien de consumo pudiésemos. La escasez en esos años era crítica. Al fin de mes cambiábamos los dólares por soles/intis, pagábamos el saldo de las tarjetas y realizábamos ganancias especulativas, repitiendo el ciclo cada mes.

El absurdo era de tal magnitud que la gente pagaba sus meriendas antes de comerlas porque si esperaban a terminarlas la cuenta podía subir en el lapso de media hora, en la medida que la inflación diaria había llegado a 4%.

En una ocasión, al tomar un taxi en el centro de Lima hacia Miraflores, una carrera de 20 minutos, pregunté por el tipo de cambio “negro” a un “cambista”. Al bajarme del taxi volvía preguntar. En esos 20 minutos, en dólares, la “carrera” me había costado la mitad, por lo que imaginé que si seguía en el taxi al infinito, eventualmente el traslado me hubiera salido gratis.

Al Perú le tomaría década y media recuperarse de los efectos hiperinflacionarios que no solo devastaron las finanzas del país sino que, por sobre todo, empobrecieron aún más a los sectores de menores ingresos contraviniendo los principios del Partido Aprista y las proclamas políticas de García.

Si, como dicen los estadounidenses, money makes money (el dinero hace dinero), en hiperinflación el dinero, hace dinero y hace dinero proveyendo a los que más tienen de mayores ingresos y empobreciendo a los que menos tienen.

La inflación es el impuesto de los asalariados que confisca no solo el tiempo de sus existencias, la labor de su esfuerzo, sino, en muchos casos, su propia dignidad al sumirlos en la miseria.

Por José Gonzáles | @JOSEG333

El autor es managing partner en GCG Advisors, una firma de banca de inversión con presencia en Caracas, New York y Panamá. Es analista de política económica internacional y ha sido periodista. Es comentarista financiero en distintos medios en Estados Unidos, América Latina y Europa.

Publicidad
Publicidad