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Entonces, ¿Trump está enfermo de covid-19 o es puro cuento?

El presidente ha tenido en ascuas a los medios desde el viernes, tuiteando videos que buscan demostrar su batalla ganadora contra el virus, según Brooking. Desde su aparición supuestamente trabajando en un escritorio del hospital el sábado hasta su regreso triunfal a la Casa Blanca el lunes, filmado "como el avance de una película", pasando por su desfile en camioneta delante de sus simpatizantes el domingo.

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¿Cuál es realmente el estado de salud de Donald Trump? Las informaciones oficiales desde que anunció haber contraído el virus confirmaron que la salud del ocupante de la Casa Blanca sigue siendo un secreto bien guardado, objeto incluso de avezadas puestas en escena en la era de las redes sociales.

Desde que el presidente anunció el viernes pasado que había contraído el virus, las declaraciones de su médico, Sean Conley, fueron muchas veces confusas, parciales y a veces hasta contradichas por el jefe de gabinete del presidente.

De hecho, nada obliga a los presidentes estadounidenses a comunicar su estado de salud, subraya Matthew Algeo, que ha escrito sobre las mentiras recurrentes de los presidentes estadounidenses en su libro «The president is a sick man» (El presidente es un hombre enfermo).

«Esto se basa en la honestidad, y depende completamente de lo que quieran decirnos», añade.

Los presidentes en general no tienen ningún interés en revelar la gravedad potencial de sus problemas de salud.

«Los presidentes detestan parecer débiles, harían cualquier cosa para evitar eso», explica el experto.

Sobre todo a menos de un mes de la elección en la cual Trump busca la reelección pero se encuentra detrás de su rival demócrata, Joe Biden, en los sondeos.

La elección del médico del presidente, en general un militar, como el doctor Conley, que sirvió en la Armada, es «estructuralmente» fuente de conflictos de interés, subraya Rose McDermott, especialista en la salud de los presidentes estadounidenses de la Universidad de Brown.

«Es médico del presidente y el presidente es su comandante en jefe: si al presidente no le gusta lo que dice, puede no solo despedirlo sino también suprimir su jubilación», dice. «Podemos pensar que protege la confidencialidad de su paciente, pero también está en juego su carrera y su situación financiera».

Mentiras a repetición

De hecho, la historia de Estados Unidos está llena de mentiras sobre la salud de los presidentes, subrayan los expertos.

El presidente Woodrow Wilson tuvo en el otoño boreal de 1919 un ataque cerebral del cual nadie habló públicamente hasta febrero de 1920. Gravemente afectado, parcialmente paralizado, fue su segunda esposa, Edith Wilson, quien tomó las riendas hasta el fin de su mandato en 1921, sin que el público conociese su influencia.

Dwight Eisenhower minimizó la gravedad de la crisis cardíaca que sufrió en 1955, y John F. Kennedy no dijo nada de su enfermedad de Addison, una insuficiencia hormonal.

El asesinato de JFK en 1963 condujo no obstante a la adopción en 1967 de la 25ª enmienda de la Constitución estadounidense, que prevé la transferencia del poder presidencial al vicepresidente en caso de muerte o de incapacidad del jefe de Estado.

Sin embargo, a excepción de una herida grave como la que tuvo Ronald Reagan cuando fue herido de bala en 1981, y sus poderes fueron entonces transferidos a su vicepresidente, George Bush, las circunstancias en las cuales el Congreso puede declarar a un presidente incapaz de ejercer sus funciones no están definidas con precisión, dice Algeo.

Como el avance de una película

Los expertos creen que la llegada de una sociedad ultramediatizada y las redes sociales no han favorecido la transparencia, aunque hoy ningún presidente podría permanecer cuatro meses guardando un gran secreto médico como lo hizo Wilson.

Trump, exestrella de la telerrealidad y tuitero desenfrenado, sabe sacarle jugo a la situación, subraya Emerson Brooking, del centro de análisis Atlantic Council.

El presidente ha tenido en ascuas a los medios desde el viernes, tuiteando videos que buscan demostrar su batalla ganadora contra el virus, según Brooking. Desde su aparición supuestamente trabajando en un escritorio del hospital el sábado hasta su regreso triunfal a la Casa Blanca el lunes, filmado «como el avance de una película», pasando por su desfile en camioneta delante de sus simpatizantes el domingo.

«Mientras los medios comentan o critican estos videos, no hacen preguntas sobre su gestión del covid-19 o la 25ª enmienda», dice Brooking.

Frente a esta opacidad presidencial, algunos llaman a crear una comisión médica independiente para verificar las capacidades de los presidentes, peticiones que han ganado fuerza debido a la edad avanzada de Trump, con 74 años el presidente más viejo en la historia del país, y de su rival Biden, de 77.

«No se darían todos los detalles al público, pero este comité confirmaría que la persona está en forma», explica McDermott.

Pero hasta ahora los llamados a una información objetiva han quedado en el aire, tanto en Estados Unidos como en otros países occidentales.

No solo en Estados Unidos la salud de los gobernantes sigue siendo tabú, subraya McDermott. Los países de régimen autoritario son ejemplo evidente de ello, pero en otros países democráticos la ciudadanía también a veces se ve obligada a especular.

Incluso la canciller alemana, Angela Merkel, admirada por muchos por su gestión de la pandemia, dio pocas explicaciones sobre los temblores que padeció en ceremonias públicas en 2019.

«No veo a nadie que sea ejemplar», considera McDermott.

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