varados en cuarentena

Jorge Fagúndez, una visita a su familia en Bogotá se transformó en intempestiva convivencia

Jorge Fagúndez, de 26 años, nunca ha querido irse de Venezuela. Pero el cierre de las fronteras aéreas lo dejó atrapado en Bogotá, viviendo un exilio forzado. Aunque asegura que estar cerca de su familia le "alegra un poco el corazón" y que puede teletrabajar, la situación le provoca un fuerte desgaste físico y emocional

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Jorge Fagúndez

El 5 de marzo, Jorge Fagúndez estaba contento. Empezaba sus vacaciones de 15 días, con un viaje que lo emocionaba. Primero iría a Paraguay, y de allí a Colombia. La idea era ver un par de juegos de fútbol en La Asunción y Medellín y visitar a amigos y familiares en Bogotá. Según planificó, el 20 de marzo estaría ya de regreso en Venezuela, listo para reiniciar la rutina.

Pero esa cotidianidad no llegó. Para Jorge, de 26 años, la semana de visita a sus tías y a su mamá en Bogotá se transformaron en una convivencia obligada de seis meses. La pandemia por coronavirus y el repentino cierre de fronteras aéreas en Venezuela, el 12 de marzo, sin plan para los que se encontraban fuera, lo dejó atrapado en Colombia.

En circunstancias normales, Bogotá queda a tan solo una hora de vuelo de Caracas. Hay aerolíneas que cubren la ruta. Pero ahora, Bogotá está tan lejos de Caracas como Marte. Jorge no encuentra manera de regresar porque, aunque muchos países han reabierto sus cielos, Venezuela prolongó la prohibición de vuelos privados hasta, al menos, el 12 de octubre.

Lo paradójico es que, contrario a muchos de los venezolanos de su edad, Jorge nunca ha querido irse de su país. A él le gusta vivir en Caracas pero esta situación lo ha dejado anclado en Colombia, el país con más cantidad de venezolanos inmigrantes, cerca de 1.500.000.

Invitado a «arrimarse»

La zozobra, recuerda Jorge a la distancia, comenzó cuando estaba en Paraguay y empezaron a suspender actividades públicas. Los vuelos comerciales aún no habían sufrido cambios y logró llegar a Colombia. Sin embargo, no pudo disfrutar del juego en Medellón porque ya se habían suspendido todos los eventos deportivos y culturales. Estaba en Bogotá cuando se enteró del intempestivo cierre de las fronteras aéreas en Venezuela, el 12 de marzo de 2020.

«Cuando se me comunicó que no podría volar en la fecha prevista, empecé a buscar desesperadamente un pasaje para poder regresar. Tras evaluar las pocas alternativas, y sus elevadísimos costos, o las dificultades para regresar por tierra, no quedó más remedio que resignarme a no volver», contó.

Jorge tuvo la suerte que no tienen muchos: su tía, que es la dueña del apartamento donde está, lo invitó a quedarse «el tiempo que sea necesario». En Venezuela se le llama «arrimarse». Pero, claro, nadie había pensado que otra persona se sumaría al hogar durante seis meses y hubo que acondicionar su estadía, poco a poco.

«Desde ahí empezó el largo encierro siempre en el mismo lugar durante meses. Dormí en muebles, colchones inflables y ahora en una cama. Trato de colaborar económicamente con las compras necesarias, pero tengo limitadas posibilidades porque no tengo ingresos en pesos colombianos, ni formas de pago en esa moneda», cuenta, preocupado por no poder aportar más.

Esta es la cama que la familia de Jorge le acondicionó

Jorge continúa teletrabajando desde Bogotá para la empresa venezolana en la que labora desde hace algunos años, pero «la desigualdad económica y salarial entre el país en que se genera y en el que se efectúan los gastos lo dificulta todo».

«Acá vivo de mi trabajo en Caracas, tal como hacía allá. Me desempeño en una agencia de comunicaciones y relaciones públicas que me ha brindado apoyo y esta oportunidad. Mis compañeros trabajan de forma remota como yo, por lo que, en cierto punto, sentirse en igualdad de condiciones da cierta tranquilidad. A pesar de esto, la falta de equipos propios, y de un área adecuada para trabajar es un constante agobio y complicación. Sin duda hay un condicionamiento que en lo personal siento me afecta en lo laboral», resume Jorge Fagúndez.

Extrañar Caracas

Aunque insiste en que estar con su familia le «alegra un poco el corazón», Jorge extraña su ciudad por muchas razones. Primero, por los afectos. Luego porque le preocupan «las pocas posesiones» que tiene y que, sabe, hasta han sido objeto de delincuencia.

«Yo nunca he querido irme de Caracas. He viajado, sí, pero no con la intención de emigrar. Lo material no es todo, pero sí es complejo tener las pocas propiedades lejos, sin ningún control ni manera de velar por ellas y enterarme de situaciones de vandalismo sufridas y solo poder esperar a volver para resolverlas», cuenta.

Subraya que, en su caso, lo emocional es lo más importante. Dice vivir la necesidad real de estar con algunas personas.

«Así como mi trabajo se ve afectado, también en lo personal, emocional y mental hay un claro desgaste. El cúmulo de situaciones y emociones producidas por estar fuera de casa tanto tiempo de una forma totalmente impuesta, lleva a una debacle constante», apunta Jorge Fagúndez.

Está consciente que esta experiencia traumática es un hecho aislado, y sigue amando a Bogotá como el primer día.

«Nunca dudaría en regresar. A Bogotá le tengo enorme agradecimiento por todas las veces que me ha recibido, que han sido muchas y en diferentes circunstancias», expresa.

Sin noticias del consulado

Todos los días, Jorge piensa en Caracas y quiere volver. Pero la desconfianza en los entes políticos del gobierno de Maduro puede más.

«Yo quiero volver por la vía comercial, que fue como salí. No tengo interés en tomar un vuelo humanitario, ni hablar con el consulado. Por otra parte, tampoco he recibido ninguna información de los diplomáticos venezolanos en Bogotá, ni la mera intención de solucionar algo a sus compatriotas», asegura.

Jorge Fagúndez

Algunos venezolanos que quedaron varados en otros países lograron volver a Venezuela por su propia organización y presionando a las autoridades consulares. Sin embargo, han sufrido muchas irregularidades y hasta injusticias. La mayoría ha podido volver después de seis meses de inacción oficial. Ese es el caso de los varados en República Dominicana (una centena sigue allá) y en Panamá, que apenas pudieron volar el lunes 21 de septiembre y se encuentran cumpliendo cuarentena en hoteles cercanos al aeropuerto de Maiquetía.

Mientras tanto, Jorge lleva seis meses con sus tías. Ha cambiado de look y se ha acostumbrado a tener siempre cerca una chaqueta para hacer frente a los repentinos cambios de clima de Bogotá. Pero sigue esperando, con ansias,  que reabran los cielos venezolanos para regresar a su verdadera vida.

Jorge Fagúndez es comunicador social egresado de la Universidad Católica Andrés Bello, en Caracas. Tiene cuatro años de experiencia en el ámbito de las comunicaciones digital y corporativa. Conoce a fondo el área de las relaciones públicas y de su  desarrollo de pensamiento estratégico y tácticas. Entiende el mundo digital, es capaz de liderar equipos de trabajo y cuenta con nociones de producción. 

Con la historia de Jorge Fagúndez damos inicio a una serie de testimonios de personas varadas en otros países debido a la pandemia, para conocer esas voces de quienes ansían por regresar y no pueden. 

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