Opinión

Por eso y muchas cosas más, hablemos de muerte esta Navidad

Un tweet de Josemith Bermúdez, artista y paciente de cáncer, estremeció las redes este diciembre. ¿Un grito de desesperación o un show para llamar la atención? No soy psicólogo ni psiquiatra, pero desde el lado del paciente, diría que hay que estar pendiente de todo llamado de auxilio. Enfrentarse de nuevo a la vida, como decía Enmanuel, y a la certidumbre de que la perderemos

Publicidad

¿Muere más gente en diciembre? Esa teoría se la escuché a un periodista veterano con el que compartía una guardia en una redacción solitaria de periódico en la semana de Navidad, y nos llegó la noticia de que había fallecido el actor Tomás Henríquez (24 de diciembre de 2002), o alguien así. Su explicación era que la gente, sobre todo los adultos mayores, se sentía más sola y triste durante la principal festividad occidental, y perdía las ganas de vivir. No lo sé, Rick, pero…

La respuesta corta es: en Venezuela, estadísticamente, sí muere más gente en diciembre. El chavismo ha pasado 20 años ocultando cifras oficiales, sobre todo durante el gobierno de Maduro, pero hay una base de datos de la ONU con números de mortalidad por mes en nuestro país (y los otros). Faltan muchos años, pero en una muestra de 9 años entre 2005 y 2017, diciembre es el mes del año que sale ganando en muertes, con una ventaja de unos 0,5 puntos porcentuales sobre el promedio.

Por supuesto, esto puede tener varias razones (lamentablemente no tenemos los fallecimientos discriminados por causa, y aquí sí nos gana la opacidad venezolana), no solo la tristeza. Diciembre es un mes de alta movilidad, y por tanto, de más accidentes de tránsito. Más personas se visitan unas a otras, y eso deriva en hacinamiento y contagios, no solo de COVID. ¿Y los incendios por los fuegos artificiales? Quizás no sean significativos estadísticamente. ¿Y la tristeza? ¿Hay más suicidios en los días cercanos a la Navidad y Año Nuevo?

Un código escrito de 75 letras le puso más dramatismo a la primera Navidad COVID, que en Venezuela ha sido un poco menos dramática que en el resto del mundo, porque aquí seguimos nuestro propio método de enfrentar la pandemia: esconderla. Josemith Bermúdez, que en 2014 aparecía en una sesión de fotos eróticas en este mismo portal —«Twitter es masturbatorio, las redes sociales representan todo el empeño de la humanidad por tener algún tipo de reconocimiento público», cuestionaba la actriz y animadora hace seis años—, causó un sismo de mediana intensidad con este tweet enigmático fechado el 14 de diciembre de 2020:

Mucho cambió desde 2014 para Josemith Bermúdez. En los últimos años paciente de cáncer con varias recaídas, y en octubre de 2020, anunció en televisión una decisión trascendental: no seguiría bajo tratamiento por su enfermedad. ¿Una forma de prepararse para una despedida digna? En todo caso, alguien nos habló de muerte y dolor esta Navidad: “Soy tan cobarde que no puedo ni quitarme la vida a pesar de mi sufrimiento”.

El tweet no ha sido borrado, al menos hasta el momento de escribir estas líneas. Desde entonces, no parece haber nada particularmente inquietante, estremecedor o que anuncie un desenlace inminente en las redes de Josemith, aparte de su cabello rapado o muy corto que no asociamos a lo femenino: maternidad —tiene un chamo de 10 años—, Navidad como en una película gringa, agradecimiento, aprendizaje, optimismo. Un periodista (Marcos Morín) sugirió que el tweet del 14 de diciembre se trataba de una hábil estrategia promocional de una nueva canción titulada “Aleluya”, aunque habría que preguntarse qué tanta plata puede mover un tema lanzado en YouTube por alguien de quien ni siquiera sabíamos que además era cantante, o hablo por mí.

¿Un artista no debe ser nunca tomado demasiado en serio? ¿Es alguien acostumbrado a fingir, exagerar y dramatizar como profesión?

Un llamado de alerta es un llamado de alerta, lo emita quien lo emita, y así me lo confirmó la psicóloga Yorelis Acosta cuando le pregunté por el tweet. “Sé quién es Josemith, y por supuesto, me llamó la atención. Atendí durante un tiempo a una niña que sufría depresión, y que escribía cosas así en sus redes. En una ocasión intentó quitarse la vida, se cortó las venas y subió la foto. En esos casos, siempre hay gente que responde en los comentarios y dice: aquí estoy. No sabría qué decir sobre este caso. No sé cuál es el objetivo. Josemith no parece ser una persona que está enfrentando esto sola. Pero cualquier pedido de auxilio en redes es importante”.

También puedes leer: La tragedia de sufrir depresión en Venezuela

¿Es cobarde el que sigue viviendo una vida mediocre o dolorosa, y de la que ya sabemos el final de la película? ¿O es cobarde el que toma la decisión de quitarse la vida, que desde un estricto punto de vista fisiológico nunca es tan simple como apagar un celular? La verdad es que nunca he tenido demasiada clara la respuesta.

He estado dos veces bajo tratamiento por rasgos de depresión desde los apagones de 2019, lo que no me hace una persona especial en Venezuela. No he estado a punto de quitarme la vida, aunque mentiría si dijera que no he pensado en eso como una posibilidad. Prácticamente todo mi círculo de afectos más cercanos se fue del país, y en medio de una pandemia, no veo demasiadas posibilidades de volver a tener una vida social. No estoy a gusto en el sitio donde resido. Por más que trabaje, me percibo como condenado a vivir indefinidamente peor que la generación de mis padres. El dinero no me alcanza. Incluso aunque volviera a tener una vida de oficina como antes de la pandemia, no podría ir a diario: habito en una ciudad que perdió su sistema de transporte público o el valor de sus billetes.

La última psicóloga que me atendió me dijo que, dentro de todo, conservaba la capacidad de recuperarme de mi tristeza —ella no se atrevió a llamarla depresión, aunque yo creo que sí lo es— y restablecer un mínimo equilibrio. Que puedo expresarme, así sea por escrito. Que mi sexualidad es más enrollada que un kilo de estopa pero aún experimento impulsos y deseos. Que sigo siendo un adulto productivo, aunque yo siga pensando que un periodista tiene mucho de inútil. Que todavía puedo descansar cuando duermo, aunque mi sueño sea irregular, y cuando me lo propongo, dar una buena caminata rápida por Caracas escuchando podcast españoles de historia universal, más allá de mis lesiones en la rodilla. Que tengo autoconciencia de mis problemas y de que ya no soy un chamo, sino un cuarentón sin pareja que se quedó a vivir con los papás. Que no me siento particularmente triste en Navidad, porque todavía disfruto la versión de “El Tamborilero” de Raphael: ro-po-pom-pom, ro-po-pom-pom y la alegría de un hijo ajeno que destapa un juguete. Que estoy mal, qué bien, como decía la canción, o al menos estoy menos mal que otros, aunque mal de muchos consuelo de tontos. La regeneración tiene un límite, y en eso estoy claro.

Lo que sí creo firmemente es que vivimos en una sociedad que está negada a mirar la muerte y el suicidio, y a hablar de ellos. En lo personal —y esta postura es muy controversial—, no creo que una persona tenga que pasar por una depresión o estar fuera de control para considerar, entre sus opciones, la de quitarse la vida. El ser humano es el único animal —que sepamos— con conciencia de su vida y la posibilidad de elegir racionalmente su muerte: lo del suicidio de los lemmings es un mito. Respeto al que elige racionalmente poner fin a su vida, aunque pienso que, en la inmensa mayoría de las personas, gana el miedo a perder la única existencia que conocemos, el horror al vacío, al pensamiento que muy probablemente después no habrá nada, y peor es nada que algo. Instintivamente, estamos diseñados para proteger nuestra respiración, por más miserable que pueda llegar a ser. Aquí cae siempre bien una frase de mi cantante favorito, Miguel Mateos: “Puedo no ser feliz, lo que no admito es no intentar serlo”.

Dar consejos es tan lugar común como una letra de Miguel Mateos, pero lo que sí digo es: hablemos de la muerte, porque es parte de la vida. En Navidad y en cualquier mes. Si tienes pensamientos de soledad, tristeza o muerte, pega un grito, busca ayuda. El ejercicio físico siempre te va a ayudar, si tienes un cuerpo que todavía puede moverse. Concéntrate en tu respiración. Trata de no profundizar tu aislamiento. Date un cariñito y acepta que eres parte inseparable de ese cuerpo que llevas para arriba y para abajo, es tu única carrocería aunque la tengas abollada. Y bueno, si puedes enviarle un mensaje de cualquier tipo a alguien que consideras importante, no te lo guardes, dale plomo, mañana puede no estar. Como siempre me gusta hablar en canciones, hay otra que dice: Expresa en vida lo que tú sientes a quien tú quieres, ¿por qué pa que expresar sentimientos al que se muere?  

Publicidad
Publicidad