Opinión

Ha muerto la educación en Venezuela

Pese a tantos llamados de atención, el sistema educativo venezolano pasa por su peor momento. Para Carolina Jaimes Branger ya está muerto. Y la responsabilidad es compartida por muchos

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Después de una larga agonía, finalmente falleció la educación en Venezuela. Fue una cayapa: la mataron lentamente entre muchos. La vejaron, la humillaron, la maltrataron, la ultrajaron, la golpearon salvajemente y la dejaron tirada en el medio del camino para que terminara de morir.

La mató el “maestro” Aristóbulo Istúriz, quien en todo momento actuó más como político que como maestro y sus “políticas” siempre tendieron a usar la educación como instrumento de subyugación y no de liberación.

La mató Carlos Lanz –ahora desaparecido, imagino porque ya no les sirve- quien se ufanó de ser “marxista, gramsciano y habermasiano”, lo peor que puede sucederle a un sistema educativo, porque si no se educa para la libertad no puede llamarse educación. Ahí está como ejemplo para el mundo la otrora Alemania comunista, que no levantó cabeza sino hasta que cayó el Muro de Berlín, a pesar de haber tenido excelentes académicos como profesores.

La mató Hugo Chávez con sus misiones “educativas”, que lo que hicieron a la postre fue entregar diplomas –como el que el Mago de Oz le dio al espantapájaros- sin tener respaldo alguno de conocimientos adquiridos.

La mató Nicolás Maduro cuando puso de maestros a los combos de la “chamba” juvenil, como si un maestro se improvisara.

La mataron los sindicalistas que creyeron que harían fortuna con Chávez en el poder y muchos lo lograron, todo a costa del futuro de niños inocentes.

La mataron quienes se robaron el dinero destinado a mejorar las infraestructuras escolares, las centrales eléctricas que podían haber provisto de Internet a tantas personas, las represas de agua que nunca se construyeron y un largo etcétera que enumerarlo tomaría las páginas de una enciclopedia.

La mataron quienes denigraron de la profesión de maestros, llevándolos a ganar sueldos de miseria, que los obligaron durante mucho tiempo a tener dos, tres y hasta cuatro trabajos alternos, hasta que tiraron la toalla y renunciaron. Cualquier oficio en Venezuela es más productivo que ser maestro.

La mataron aquellos que querían que sus hijos estudiaran en las mejores instituciones, pero que no querían tener como vecino a un colegio y movieron cielo y tierra para que no se les diera permiso de construcción, o para que fueran reubicados.

La mataron quienes constante y consistentemente se negaron a pagar las alzas de matrículas en los colegios privados, pero que salían de las reuniones de la comunidad educativa a cenar en restaurantes donde se bajaban una botella de güisqui, que les costaba más que el aumento de todo un año.

La mataron quienes consideraron como “traficantes de la educación” a quienes aumentaban matrículas, sin siquiera detenerse a pensar que en un país con la hiperinflación que tenemos en Venezuela y encima, la distorsión de los precios que ello acarrea, era más que necesario, justo.

La educación en Venezuela fue asesinada por el resentimiento, los complejos de inferioridad, la animadversión, el rencor. Como en la Guerra Federal hace más de 160 años, había que matar a los que supieran leer y escribir.

A la educación en Venezuela la mató la revolución del hambre, de la miseria, de la pobreza. Nadie que pase hambre, aprende. Nadie que tenga que pedir limosna para llevar comida a su casa tiene tiempo de estudiar. Nadie que ande por las calles, en vez de ir a la escuela, como es su derecho, puede prosperar.

Los dolientes, que son muchos y quizás no lo saben, andan como zombis. La pandemia ha sido la gran excusa para la estocada mortal. Ha muerto la educación en Venezuela y con ella, mueren las esperanzas, mueren las oportunidades, muere el futuro.

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